lunes, 10 de agosto de 2015

Poemas de Gilberto Owen

Allá en mis años...

Allá en mis años Poesía usaba por cifra una equis,
y su conciencia se llamaba quince.
¿Qué van a hacer las rosas
sin quien les fije el límite exacto de la rosa?
¿Qué van a hacer los pájaros (hasta los de cuenta)
sin quien les mida el número exacto de su trino?
Ahora pájaros y rosas tendrán que pensar por sí mismos
y la vida será muchísimo más sin sentido.
Como la esclava que perdió a su dueño
(y tú eras su amo y él tu esclavo),
así irás Poesía por las calles de México.

 


Booz canta su amor


Me he querido mentir que no te amo,
roja alegría incauta, sol sin freno
en la tarde que sólo tú detienes,
luz demorada sobre mi deshielo.
Por no apagar la brasa de tus labios
con un amor que darte no merezco,
por no echar sobre el alba de tus hombros
las horas que le restan a mi duelo.
Pero cómo negarte mis espigas
si las alzabas con tan puro gesto;
cómo temer tus años, si me dabas
toda mi juventud en mi deseo.

Quédate, amor adolescente, quédate.
Diez golondrinas saltan de tus dedos.
París cumple en tu rostro quince años.
Cómo brilla mi voz sobre tu pecho.
óyela hablarte de la luna, óyela
cantando lánguida por los senderos:
sus palabras más nimias tienen forma,
no le avergüenza ya decir "te quiero".
Me has untado de fósforo los brazos:
no los tienen más fuertes los mancebos.
Flores palúdicas en los estanques.
de mis ojos. El trópico en mis huesos.
Cien lugares comunes, amor cándido,
amoroso y porfiado amor primero.

Vámonos por las rutas de tus venas
y de mis venas. Vámonos fingiendo
que es la primera vez que estoy viviéndote.
Por la carne también se llega al cielo.
Hay pájaros que sueñan que son pájaros
y se despiertan ángeles. Hay sueños
de los que dos fantasmas se despiertan
a la virginidad de nuestros cuerpos.
Vámonos como siempre: Dafnis, Cloe.
Tiéndete bajo el pino más erecto,
una brizna de yerba entre los dientes.
No te muevas. Así. Fuera del tiempo.

Si cerrara los ojos, despertándome,
me encontraría, como siempre, muerto.



 

Booz ve dormir a Ruth


La isla está rodeada por un mar tembloroso
que algunos llaman piel. Pero es espuma.
Es un mar que prolonga su blancura en el cielo
como el halo de las tehuanas y los santos.
Es un mar que está siempre
en trance de primera comunión.

Quién habitara tu veraz incendio
rodeado de azucenas por doquiera,
quién entrara a tus dos puertos cerrados
azules y redondos como ojos azules
que aprisionaron todo el sol del día,
para irse a soñar a tu serena plaza pueblerina
-que algunos llaman frente-
debajo de tus árboles de cabellos textiles
que se te enrollan en ovillos
para que tengas que peinártelos con husos.
He leído en tu oreja que la recta no existe
aunque diga que sí tu nariz euclidiana;
hay una voz muy roja que se quedó encendida
en el silencio de tus labios. Cállala
para poder oír lo que me cuente
el aire que regresa de tu pecho;
para saber por qué no tienes en el cuello
mi manzana de Adán, si te la he dado;
para saber por qué tu seno izquierdo
se levanta más alto que el otro cuando aspiras;
para saber por qué tu vientre liso
tiembla cuando lo tocan mis pupilas.
Has bajado una mano hasta tu centro.

Saben aún tus pies, cuando los beso,
al vino que pisaste en los lagares;
qué frágil filigrana es la invisible
cadena con que ata el pudor tus tobillos;
yo conocí un río más largo que tus piernas
-algunos lo llamaban Vía Láctea-
pero no discurría tan moroso
ni por cauce tan firme y bien trazado;
una noche la luna llenaba todo el lago;
Zirahuén era así dulce como su nombre:
era la anunciación de tus caderas.
Si tus manos son manos, ¿cómo son las anémonas?
Cinco uñas se apagan en tu centro.

No haber estado el día de tu creación, no haber estado
antes de que Su mano te envolviera en sudarios de inocencia
-y no saber qué eres ni qué estarás soñando.
Hoy te destrozaría por saberlo.



 


Celos y muerte de Booz


Y sólo sé que no soy yo,
el durmiente que sueña un cedro Huguiano, lo que sueñas,
y pues que he nacido de muerte natural, desesperado,
paso ya, frenesí tardío, tardía voz sin ton ni son.

Me miro con tus ojos y me veo alejarme,
y separar las aguas del Mar Rojo de nuestros cuerpos mal fundidos
para la huida infame,
y sufro que me tiñe de azules la distancia,
y quisiera gritarme desde tu boca: "No te vayas."

Destrencemos los dedos y sus promesas no cumplidas.
Te cambio por tu sombra y te dejo como sin pies sin ella
y no podrás correr al amor de tu edad que he suplantado.
Te cambio por tu sueño para irme a dormir con el cadáver leal de tu alegría.
Te cedo mi lámpara vieja por la tuya de luz de plata virgen
para desear frustradas canciones inaudibles.

Ya me hundo a buscarme en un te amé que quiso ser te amo,
donde se desenrolla un caracol atónito al descubrir el fondo salobre de sus ecos,
y los confesonarios desenredan mis arrepentimientos mentirosos.
Ya me voy con mi muerte de música a otra parte.
Ya no me vivo en ti. Mi noche es alta y mía.




 

Desvelo

1. Pureza


¿Nada de amor -¡de nada!- para mí?
Yo buscaba la frase con relieve, la palabra
hecha carne de alma, luz tangible,
y un rayo del sol último, en tanto hacía luz
el confuso piar de mis polluelos.

Ya para entonces se me había vuelto
el diálogo monólogo,
y el río, Amor -el río: espejo que anda-,
llevaba mi mirada al mar sin mí.

¡Qué puro eco tuyo, de tu grito
hundido en el ocaso, Amor, la luna,
espejito celeste, poesía!

* * *

2. Canción


De la última estrella
a la primera
fue para oler las rosas.

Vuelta, al revés, del mundo,
abierta la memoria
de la primera estrella
a ti -mujer, idea-,
¿hasta cuándo la última?

* * *

3. La noche, que me espía por el ojo...


La noche, que me espía por el ojo
de la cerradura del sueño,
gotea estrellas de ruidos inconexos.
¿Para qué este hilo de aire con ecos?
Ya ningún lápiz raya mi memoria
con el número de ningún teléfono.

Mi mensaje cae conmigo
sin mis miradas, cuerdas de un trapecio
suspendido, otros días,
de mi cabeza sobre el cielo.

Y nadie inventa aún al inalámbrico
una aplicación para esto:
uno puede caer cien siglos
-sin una honda agua de sueño,
sin la red salvavidas de una antena-
al silencio.

* * *

4. El agua, entre los álamos...


El agua, entre los álamos,
pinta la hora, no el paisaje;
su rostro desleído entre las manos
copia un aroma, un eco...
(Colgaron al revés
ese cromo borroso de la charca,
con su noche celeste tan caída
y sus álamos hacia abajo,
y yo mismo, la cabeza en el agua
y el pie en la nube negra de la orilla.)

Llega -¿de dónde?- el tren;
corazón -¿de quién?- alargado,
oscuro y próspero, la vía
nos lo plantea = algo
más allá del alcance de los ojos.
Terremoto: llorando demasiado
los sauces salen al camino
como mujeres aterrorizadas.
Incendio: la luna, viento frío,
arrastra el humo de las sombras
hasta detrás del horizonte.

En el bosque, con tantos mármoles,
no queda sitio ya para las ninfas:
sólo Eco, tan menudita,
tan invisible y tan cercana.
Sólo una memoria sin nexo:
"cuéntalas bien
que las once son".


Luego el castigo de la encrucijada
por el afán de haber querido
saber a dónde llevan todos los caminos:
1, al pueblo; 100, a la ciudad; 1000, al cielo;
todos de ti y ninguno a ti,
a tu centro impreciso, alma,
eje de mi abanico de miradas,
surtidor exaltado de caminos.

* * *

5. El recuerdo


Con ser tan gigantesco, el mar, y amargo,
qué delicadamente dejó escrito
-con qué línea tan dulce
y qué pensamiento tan fino,
como con olas niñas de tus años-,
en este caracol, breve, su grito.

* * *

6. Palabras


Sólo tu palabra,
        río, deletreada,
        repetida, agria.

Sólo las estrellas
-solas- en el agua
y despedazadas.

¡Ya viene la luna!
Río, despedázala,
como a tu palabra

el silencio, como
la noche a la amada,
río, por románticas.

* * *

7. Ciudad


Alanceada por tu canal certero,
sangras chorros de luces,
martirizada piel de cocodrilo.
Grito tuyo -a esta hora amordazado
por aquella nube con luna-,
lanza en mí, traspasándome, certera,
con el recuerdo de lo que no ha sido.

Y yo que abrí el balcón sin sospecharlo
también, también espejo de la noche
de mi propio cuarto sin nadie:

estanterías de las calles
llenas de libros conocidos;
y el recuerdo que va enmarcando
sus retratos en las ventanas;
y una plaza para dormir, llovida
por el insomnio de los campanarios
-canción de cuna de los cuartos de hora-,
velándome un sueño alto, frío, eterno.



Discurso Del Paralítico 

Encadenado al cielo, en paz y orden,
mutilado de todo lo imperfecto,
en esta soledad desmemoriada
?paisaje horizontal de arena o hielo?
nada se mueve y ya nada se muere
en la pureza estéril de mi cuerpo.

Solo la ausencia. Sólo las ausencias.
A la luz que me ofusca, en el silencio
del aire ralo inmóvil que me envuelve
en las nubes de roca de este cielo
de piedra de mi mundo de granito,
sólo una ausencia viuda de recuerdos.

Pues quise ver la lumbre en las ciudades
malditas. Quise verlas flor de fuego.
Quise verlas el miércoles. Al frente
no me esperaba ya sino un incesto
y el carnaval quemaba en sus mejillas
y el último arrebol de mi deseo.

Aquí me estoy. La sal va por mis brazos
y no llega a mis ojos, río yerto,
río más tardo aún de la cisterna
del pulso de mi sombra en el espejo,
camino desmayado aquí, a la puerta
de mi Cafarnaúm, allí, tan lejos.

No ser y estar en todas las fronteras
a punto de olvidarlo o recordarlo todo totalmente.
en mi lenguaje de crepúsculos
no hay ya las voces mediodía, ni altanoche, ni sueño.

Por mi cuerpo tendido no han de llegar las olas a la playa
y no habrá playas nunca,
y por mí, horizontal, no habrá nunca horizontes.

Hosco arrecife, aboliré los litorales.
Los barcos vagarán sin puerto y sin estela
?pues yo estaré entre su quilla y el agua?
40 noches y 40 días,
hasta la consumación de los siglos.

(Si tuviera mis ojos, mis dedos, mis oídos,
iba a pensar una disculpa para cantarla esa mañana.)

Venganza, en carne mía, de la estatua
que condené para mi gula al tiempo,
a moverse, olvidada de sus límites,
a palabras de vidrio sus silencios.
Venganza de la estatua envejecida
por el fláccido mármol de su seno.

Y Conventry. La lumbre de mis ojos
en los ijares lánguidos hundieron,
Lady Godiva que se me esfumaba
muy nube arrebatada por el viento,
y era Diana dura, o sus lebreles,
o la hija de Forkis y de Ceto.

Porque yo tuve un día una mañana
y un amor. Fino y frío amor, tan claro
que lo empañaba el tacto de pensarlo.

Vi al caballo de azogue y al pez lúbrico
por cuya piel los ríos se deslizan,
lentos para su imagen evasiva.

Y tendría también un nombre, pero
no logró aprehenderlo la memoria,
pues mudaba de sílabas su idioma
cuando las estaciones de paisajes.

Aún canta el hueco que dejó en mi mano
la translúcida mano de su sombra,
y en mi oreja el mar múltiple del eco
de sus pausas aún brilla.

Huyó la forma de su pensamiento
a la Belén alpina o subterránea
donde los ríos nacen, y velaron
su signo las palomas de Diodona.

Y una voz en las rutas verticales
del mediodía al mediodía por mis ojos:

?Cuando el sol se caía del cielabril de México
el aire se quedaba iluminado hasta la aurora.?

?Las muchachas paseaban como cocuyos
con un incendio de ámbar a la grupa,
y en nuestros rostros de ángeles ardían canciones y alcoholes
con una llama impúdica e impune.?

?Nuestras sombras se iban de nosotros,
amputaban de nuestros pies los suyos
para irse a llorar a los antípodas
y decíamos luna y miel y triste y lágrima
y eran simples formas retóricas.?

(¿No recuerdas, Winona, no recuerdas
aquel cuarto de Chelsea? El alto muro
contra los muros altos, y las cuerdas
con su ropa a secar al are impuro.

Y el río de tu cuerpo, desbordado
de luz de desnudez, y más desnuda
adentro de sus aguas, tú, y al lado
tuyo tu alma mucho más desnuda.

Y recuerda, Winona, aquel instante
de aquel estío que arrojó madura
tu cereza en la copa del amante.

Y el grito que me guiaba en la espesura
de tu fiebre, y en mi fiebre calcinante
entrelazada a tu desgarradura.)

Pero la tarde todo lo diluye.
La luz revela sus siete pecados
que nos fingieron una salud sola
y oímos y entendemos y decimos
las blandas voces que a la voz repugnan:
lágrimas, miel, candor, melancolía.

Porque la tarde todo lo dispersa.
Todas las mozas del mundo destrenzan sus brazos y acaba la ronda,
a las seis de la tarde se sale de las cárceles
y están cerradas las iglesias.
Nada nos ata a nada
y, en libertad, pasamos.

Mirad, la tarde todo me dispersa.
Que ya despierte el que me sueña.
Va a despertar exhausto, Segismundo,
un helado sudor y un tenebroso
vacío entre las sienes. Pero el premio
que habrá en su apremio de sentirse móvil…

Alargará las manos ateridas
y de su vaso brotará la blanca
flor de la sal de frutas. Y en cien gritos
repetirá su nombre y todo el día
saltará por los campos su alarido.
Y por la noche ha de llegar exhausto,
mas no podrá dormirse, Segismundo.

Que ya despierte. Son treinta y tres siglos,
son ya treinta y tres noches borrascosas,
que le persigo yo, su pesadilla,
y el rayo que le parta o le despierte.
Quien lo tiene en sus manos me lo esquiva.

Clave
Donde el silencio ya no dice nada
porque nadie lo oye; a esta hora
que no es la noche aún sino en los vacuos
rincones en que ardieron nuestros ojos;

donde la rosa no es ya sino el nombre
sin rosa de la rosa y nuestros dedos
no saben ya el contorno de las frutas
ni los labios la pulpa de los labios,

grita Elías (arrebatado en llamas
a cualquier punto entre el cielo y la tierra)
grita Elías su ley desacordada
en el viento enemigo de las leyes:

?Cuando la luz emana de nosotros
todo dentro de todos los otros queda en sombras
y cuando nos envuelve
¡qué negra luz nos anochece adentro!?


Y pensar, corazón


¡Y pensar, conmovido corazón, 
Que algún día nefando, los gusanos 
Han de roerte tus orgullos vanos 
Y emponzoñar tu fuente de emoción...!
Saber la vida tránsfuga, y saber 
El fracaso de todo en un minuto: 
Toda tu heroica fiebre de absoluto 
(Náufraga en unos labios de mujer).
Y todo tu dolor, y tu sensual 
Podredumbre obcecada, y tu efusiva 
Devoción a la Amada primitiva 
De alma jocunda y clara de cristal.
Aún no habrás logrado modelar 
Tu poema mejor, cuando la pálida 
Intrusa llegue, y tu Poesía, inválida, 
Interrumpa su lírico volar
Saber que un día, trémulo rubí, 
Leal y atormentado, solamente 
Polvo inmóvil será tu carne ardiente, 
Sin nada de lo noble que hay en ti.
Cuánto mejor sería, corazón, 
Que te agotaras, trágico y canoro, 
En este amor vernal de fuego y oro, 
En una fervorosa combustión.

Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama
con la voz de mis ríos aún temblando en su trueno,
sus mármoles yacentes hechos carne en la arena,
y el hombre de la luna con la foca del circo,
y vicios de mejillas pintadas en los puertos,
y el horizonte tierno, siempre niño y eterno.
Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio.



La ilusión serpentina del principio 
me tentaba a morderte fruto vano 
en mi tortura de aprendiz de magia. 

Luego, te fuiste por mis siete viajes 
con una voz distinta en cada puerto 
e idéntico quemarte en mi agonía. 

Lascivia temblorosa de las tardes de lluvia 
cuando tu cuerpo balbucía en Morse 
su respuesta al mensaje del tejado. 

Y la desesperada de aquel amanecer 
en el Bowery, transidos del milagro, 
con nuestro amor sin casa entre la niebla. 

Y la pluvial, de una mirada sola 
que te palpó, en la iglesia, más desnuda 
vestida en carmesí lluvia de sangre. 

Y la que se quedó en bajorrelieves 
en la arena, en el hielo y en el aire, 
su frenesí mayor sin ti presencia. 

Y la que no me atrevo a recordar, 
y la que me repugna recordar, 
y la que ya no puedo recordar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario