martes, 25 de agosto de 2015

POEMAS DE RAFAEL POMBO


Tarjeta de visita
de Rafael Pombo.
Fotografía tomada
en 1878.
Se desconoce el
nombre del fotógrafo.

AMOR Y AUSENCIA


¡Que dulce sabe el amor
tras el dolor de la ausencia
cuando hay fiel correspondencia
entre amada y amador!
Cuando, en su separación,
cual la amante aguja esclava
del Norte, siempre apuntaba,
uno al otro corazón;
Cuando el sol que alumbra el día,
¡día de eterno desearse!
tan sólo para buscarse
al uno y otro servía,
Y la enamorada bella
soñaba sueños de miel
con su amado, y jamás él
soñaba sino con ella.
Cuando sordos los oídos
y los ojos con ceguera,
cuando de su amor no fuera
les hablaba sin sentidos.
Y querrían que hasta el viento,
en todo tiempo y lugar
les hablara sin cesar
de su único pensamiento…
Y la más preciosa estrella
y el más bello ángel de Dios
era feo para los dos,
porque no era ni él ni ella.
Porque fuera de su amor,
no había mundo ni vida
y era hermosura perdida
cuanto más hizo el Señor.
No vuelvas ni a mi memoria
¡o infierno del mal ausente!
Con razón dice el creyente
que ver a Dios es la gloria:
que el infinito consuelo
que siento al volverte a ver,
me dice cual ha de ser
el de ver al Dios del Cielo.
¡Oh Dios! Hasta en tu rigor
reconozco tu clemencia.
Por tu bondad es la ausencia
resurrección del amor.
¡Tu no sabes, vida mía,
cuan bella te encuentro ahora
y como te ama y te adora
el que apenas te quería!
Como el campo al redimido
bajo de un cielo esplendente,
o como al convaleciente
el bocado apetecido.


LA HORA DE TINIEBLAS

I.
¡Oh, que misterio espantoso
es este de la existencia!
¡Revélame algo conciencia!
¡Háblame, Dios poderoso!
Hay no se qué pavoroso
En el ser de nuestro ser.
¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?
II.
Si en la nada estaba yo,
¿por qué salí de la nada
a execrar la hora menguada
en que mi vida empezó?
Y una vez que se cumplió
ese prodigio funesto,
¿por qué el mismo que lo ha impuesto
de él no me viene a librar?
¿Y he de tener que cargar
un bien contra el cual protesto?
III.
¡Alma! Si vienes del Cielo,
si allá viviste otra vida,
si eres imagen cumplida
del Soberano Modelo,
¿Cómo has perdido en el suelo
la fe de tu original?
¿Cómo en tu lengua inmortal
no explicas al hombre rudo
este fatídico nudo,
entre un Dios y un animal?
IV.
O si es que antes no existe,
y al abrir del mundo al sol
tu divino girasol,
gemela del polvo fuiste,
¿qué crimen obrar pudiste?
¿do, contra quien, cómo y cuándo
que estuviese a Dios clamando
que al hondo valle en que estas
surgieses tu, nada más
que para expiarlo llorando?
V.
Pues cuanto ha sido y será
de Dios reside en la mente
tanto infortunio presente
¿no lo contemplaba ya?
Y ¿por qué, si en él está
del bien la fuente suprema
lanzó esa voz o anatema
que hizo súbito existir
un mundo en que oye gemir
y un hombre que de él blasfema?
VI.
¿Cómo de un bien infinito
surge un infinito mal,
de lo justo, lo fatal,
de lo sabio, lo fortuito?
¿Por qué está de Dios proscrito
el que antes no le ofendió,
y por qué se le formó
para enloquecerlo así
de un alma que dice si
y un cuerpo que dice no?
VII.
¿Por qué estoy en donde estoy
con esta vida que tengo
sin saber de donde vengo
sin saber a donde voy;
con traidora libertad
e inteligencia engañosa,
ciego a merced de horrorosa
desatada tempestad?

UN BESO


Nube con nube fulminante choca:
¡esa es la tempestad!
Estréllanse una boca y otra boca:
¡esa es la muerte
o es la felicidad!
¡Dame un beso, alma mía! De esa suerte
yo ansío en tus brazos desposar la muerte
con la felicidad.

ESTROFA

Dicen que impreso en las pupilas queda
los ojos del muerto el matador,
estoy muerto, no se,
mas no hay quien pueda los míos borrar.
Que se lo veda corazón
La imagen de mi amor.

VALS

¡Más y más rápida
vuele la música!
¡Más y más agiles
giren los pies!
En abrazo intimo
locos lancémonos
a la vorágine
de la embriaguez.
Amantes hálitos
pueblan la atmosfera,
y al rico estrepito
cimbra el salón.
Y de cien lámparas
los prismas trémulos
arpas eólicas
vibrando son.
Diamantes príncipes
se eclipsan pálidos
al ojo fébrido
de la beldad.
Y en lunas vénetas
hierve a relámpagos
de oro y de purpura,
su claridad.
Del valse al ímpetu
formas angélicas
despiden ráfagas
de tentación.

BARCAROLA


Al rayo de la luna,
fanal de mi fortuna,
que boga por el rio
ligero de ola en ola,
te cantaré, bien mío,
mi dulce barcarola.
Al golpe de los remos
durmamos y soñemos
que vamos por el rio
bogando de ola en ola
cantándote, amor mío,
mi dulce barcarola.
¡Que sueño mas precioso
que en este tiempo hermoso
por este mismo rio
bogando de ola en ola,
cantándote, bien mío,
tu dulce barcarola!
O escucha: no cantemos,
durmamos o soñemos,
que al verte al lado mío
enamorada y sola…
siguió cantando el rio
mi dulce barcarola.

EDDA/II. DESPECHO

Te amé como la gran naturaleza
ama el abrazo matinal del sol;
cual la huérfana el nombre de su padre,
cual la virtud la bendición de Dios.
Tu para mi eras todo, el cielo, el mundo,
los sueños, las creencias, el hogar.
Faltando tu, vivir era imposible;
contigo amada, inconcebible el mal.
¡Ah! Que feliz soñaba ser un día
cuando «mi esposo» te llamara yo;
sin más ya que anhelar sobre la tierra,
mío al fin tu anhelado corazón.
¡Por ti adorada, para ti nacida,
hermosa y buena, y sólo para ti!
haciéndote el dichoso de dichosos,
Y aún más dichosa viéndote feliz.
Viendo en tu amor mecerse mi existencia
cual nubecilla blanca en cielo azul;
esposa el más claro de los hombres;
¡madre por ti, de hijos como tu!
¡Oh recuerdos benditos, oh maldita
fúnebre realidad! ¡Oh Dios cruel,
por qué nos prometiste tanta dicha
para venir a darnos tanta hiel!
No, Dios no puede ser; tu sólo fuiste.
¿Quién, quien te dio la dicha de los dos
para abismarla así cual niño estúpido
y como un niño lamentarla hoy?

ELVIRA TRACY


¡He aquí del año el más hermoso día,
digno del paraíso! ¡Es el temprano
saludo que el otoño nos envía;
son los adioses que nos da el verano!
Ondas de luz purísima abrillantan
la blanca alcoba de la dulce Elvira;
los pajarillos cariñosos cantan,
el perfumado céfiro suspira.
He allí su tocador: aún se estremece
cual de su virgen forma al tacto blando.
He allí a la madre de Jesús: parece
estar sus oraciones escuchando.
¡Un féretro en el centro, un paño, un Cristo!
¡Un cadáver! ¡Gran Dios!… ¡Elvira!… ¡Es ella!
Alegremente linda ayer la he visto.
¿Y hoy?… hela allí… ¡Solamente bella!
¡No ha muerto: duerme! ¡Vedla sonreída!
Ayer, en esta alcoba deliciosa,
feliz soñaba el sueño de la vida;
¡Hoy sueña el de una vida aún más dichosa:
Ya de la rosa el tinte pudibundo
murió en su faz; pero en augusta calma
la ilumina un reflejo de otro mundo
que al morir se entreabrió para su alma.
Ya para los sentidos no se enciende
la efímera beldad de arcilla impura:
mas, tras de ella, el espíritu sorprende
la santa eternidad de otra hermosura.
Cumplió quince años; ¡ay, edad festiva,
mas misterios y rara; edad traidora!
¡Cuando es la niña para el hombre esquiva,
y a los ángeles férvida enamora!
¡Pobre madre! ¡Del hombre la guardaste,
pero esconderla a su ángel no supiste!
¡La vio, se amaron, nada sospechaste
y en el impensado instante la perdiste!
Vio al expirar a su ángel adorado
y abrió los ojos al fulgor del cielo,
y dijo: -El sacrificio ha terminado.
¡Ven vámonos a casa!-, y tendió el vuelo.
¡Por eso luce tan hermoso el día
indiferente al llanto que nos cuesta!
Hoy hay boda en el cielo; él se gloria:
¡La patria de la novia está de fiesta!

NOCHE DE DICIEMBRE 

Noche como ésta, y contemplada a solas
No la puede sufrir mi corazón:
Da un dolor de hermosura irresistible
Un miedo profundísimo de Dios.

Ven a partir conmigo lo que siento,
Esto que abrumador desborda en mí;
Ven a hacerme finito lo infinito
Y a encarnar el angélico festín.

¡Mira ese cielo!... Es demasiado cielo
Para el ojo de insecto de un mortal
Refléjame en tus ojos un fragmento
Que yo alcance a medir y a sondear.

Un cielo que responda a mi delirio
Sin hacerme sentir mi pequeñez;
Un cielo mío, que me esté mirando
Y que tan sólo a mí mirando esté.

Esas estrellas . . . ¡ ay, brillan tan lejos!
Con tus pupilas tráemelas aquí
Donde yo pueda en mi avidez tocarlas
Y apurar su seráfico elíxir.

Hay un silencio en esta inmensa noche
Que no es silencio: es místico disfraz
De un concierto inmortal. Por escucharlo
Mudo como la muerte el orbe está.

Déjame oírlo, enamorada mía
Al través de tu ardiente corazón:
Sólo el amor transporta a nuestro mundo
Las notas de la música de Dios.

El es la clave de la ciencia eterna,
La invisible cadena creatriz
Que une al hombre con Dios y con sus obras,
Y Adán a Cristo, y el principio al fin.

De aquel hervor de luz está manando
El rocío del alma. Ebrio de amor
Y de delicia tiembla el firmamento,
Inunda el Creador la creación.

¡Sí, el Creador! cuya grandeza misma
Es la que nos impide verlo aquí,
Pero que, como atmósfera de gracia,
Se hace entretanto por doquier sentir. . .

Déjame unir mis labios a tus labios,
Une a tu corazón mi corazón,
Doblemos nuestro ser para que alcance
A recoger la bendición de Dios.

Todo, la gota como el orte, cabe
En su grandeza y su bondad. Tal vez
Pensó en nosotros cuando abrió esta noche,
Como a las turbas su palacio un rey.

¡Danza gloriosa de almas y de estrellas!
¡Banquete de inmortales! Y pues ya,
Por su largueza en él nos encontramos,
De amor y vida en el cenit fugaz.

Ven a partir conmigo lo que siento,
Esto que abrumador desborda en mí;
Ven a hacerme finito lo infinito
Y a encarnar el angélico festín.

¿Qué perdió Adán perdiendo el paraíso
Si ese azul firmamento le quedó
Y una mujer, compendio de Natura,
Donde saborear la obra de Dios?

¡Tú y Dios me disputáis en este instante!
Fúndanse nuestras almas, y en audaz
Rapto de adoración volemos juntas
De nuestro amor al santo manantial.

Te abrazaré como la tierra al cielo
En consorcio sagrado; oirás de mí
Lo que oidos mortales nunca oyeron,
Lo que habla el serafin al serafín.

Y entonces esta angustia de hermosura,
Este miedo de Dios que al hombre da
El sentirlo tan cerca, tendrá un nombre
Eterno entre los dos: ¡felicidad!
..............................................................................................
La luna apareció: sol de las almas
Si astro de los sentidos es el sol.
Nunca desde una cúpula más bella
Ni templo más magnífico alumbró.

¡Rito imponente! Ahuyéntase el pecado
Y hasta su sombra. El rayo de esta luz
Te transfigura en ángel. Nuestra dicha
Toca al fin su solemne plenitud.

A consagrar nuestras eternas nupcias
Esta noche llegó... ¡Siento soplar
Brisa de gloria, estamos en el puerto!
Esa luna feliz viene de allá.

Cándida vela que redonda se alza
Sobre el piélago azul de la ilusión,
¡Mírala, está llamándonos! !Volemos
A embarcarnos en ella para Dios!



DECÍAMOS AYER

Sobre tema de Ella Wheeler, dedicado a mi amigo C. M. S.

Como Fray Luis tras de su largo encierro
«Decíamos ayer...» también digamos.
¿Han pasado años? En la cuenta hay yerro,
O nosotros con ellos no pasamos.

Donde ayer lo dejamos, dulce dueño.
Recomencemos. Recogiendo amantes.
Los rotos hilos del antiguo sueño.
Sigamos arrullándolo como antes.

Respetuosa apartemos la mirada
de tumbas que haya entre partida y vuelta.
Y si hubiere una lágrima ya helada
ruede al calor del corazón disuelta.

Olvidemos la herrumbre que en el oro
de la rica ilusión depuso el llanto,
y los hielos que pálido, inodoro
dejaron el jardín que amamos tanto.

Olvidemos el hado que hizo injusto
de nuestros corazones su juguete,
y regalemos la orfandad del gusto
con el añejo néctar del banquete.

¡No es tarde, es tiempo! Olvida la ígnea huella
que al arador pesar cruzó en frente.
Para mis ojos tú siempre eres bella
yo para ti soy llama siempre ardiente:

Llama que hoy mismo a mi pupila fría
surge desde el recóndito santuario
pese a la nieve que en mi sien rocía
el invierno precoz del solitario.

Mírame en estos ojos que tu imagen
extáticos copiaron tantas veces.
Allí estas tú, sin lágrimas que te ajen
ni tiempo que interponga sus dobleces.

Búscame sólo allí, que yo entretanto
en los tiernos abismos de tus ojos
torno a encontrar mi disipado encanto,
la juventud que te ofrendé de hinojos.

¡Mi juventud!, espléndida al intenso
reverberar de tu alma ingenua y pura,
con brisas de verano por incienso,
y por palma de triunfo tu hermosura.

¡Mi juventud!, por título divino
espigadora en todo lo creado;
nauta en persecución del vellocino
de cuanto fuese de tu culto agrado.

Islas de luz del cielo, margaritas
de colgantes jardines y hondos mares,
néctar de espirituales sibaritas,
soplos de Dios a humanos luminares:

Las miradas del sabio más profundas
y del tal vez más sabio anacoreta;
las perlas de Arte, hijas de amor fecundas;
la suma voz de todo gran poeta.

Esas trombas de lírica armonía,
infiernos de pasión divinizados,
en que nos arrebatan a porfía
todos los embelesos conjurados:

Auras de aquella cima do confluyen
Hermosura y Verdad, pareja santa,
y las dos una misma constituyen,
y espíritu de amor sus nupcias canta.

Buscar palabra al silencioso drama
de la contemplación, mística guerra
entre Dios, Padre amante que reclama
al eterno extranjero de la tierra;

y esta madre de muerte, inmensa y bella
Venus que al por nos nutre y nos devora,
y presintiendo que escapamos de ella
con tanto hechizo nos abraza y llora.

Leer amor en tanta ruda espina
que escarnece a la fe y angustia al bueno.
Mostrar flores del alma en la ruïna,
luz en la oscuridad, oro en el cieno.

La flor de cuanto existe, oro celeste,
único que halagando tu alma noble
brindara en vago esparcimiento agreste
a nuestro doble ser regalo doble;

tal era mi tributo. Una confianza,
una sonrisa, una palabra tuya,
retorno abrumador, que en mi balanza
Dios, no un mortal, será quien retribuya.

Pero todo en redor, la limpia esfera,
el bosque, el viento, el pajarillo amable
semejaba, en tu obsequio, que quisiera
pagar por mí la dádiva impagable.

Aún veo sobre el carbón de tus pupilas
el arrebol fascinador de ocaso;
veo la vacada, escucho las esquilas:
va entrando en su redil paso entre paso.

Escucha, recelosa de la sombra,
la blanda codorniz que al nido llama
y al sentirnos parece que te nombra
y que por verte se empinó en la rama.

Escúchate a ti misma entre el concento
de aquella fiesta universal de amores,
cuando nos coronaba el firmamento
ciñéndonos de púrpura y de flores.

Esas flores murieron. Pero ¿has muerto
tú, fragancia inmortal del alma mía?
Años y años pasaron. Pero ¿es cierto
o es visión que existimos todavía?

Juntos aquí como esa tarde estamos,
y el mismo cielo es ara suntuosa
de aquel amor que entonces nos juramos
y hoy, en los mismos dos, arde y rebosa.

Ahí está el campo, el mirador collado,
el pasmoso horizonte, el sol propicio;
la cúpula y el templo no han variado.
Vuelva el glorificante sacrificio.

¿Y no ha herido tal vez tu fantasía
que aquella tarde insólita, imponente,
fue sólo misteriosa profecía
de este rnisteriosísimo presente. . . ?

En aquel hinmo universal, un dejo
percibí melancólico; y al fondo
de una lágrima tuya vi el bosquejo
del duelo que hoy en lo pasado escondo.

Pasó... Pero esa tarde en su misterio
citó para otra tarde nuestra vida.
Y hela aquí. El alma recobró su imperio
del sol abrasador a la caída.

¡La tarde!, la hora del perfecto aroma,
la hora de fe, de intimidad perfecta,
cuando Dios sobre el sol que se desploma
el infinito incógnito proyecta.

Cuanto es ya el suelo en fuego y tintes falto,
es de ardiente el espíritu y profundo;
y abiertas las esclusas de lo alto
flotamos como en brisas de otro mundo.

Ve cómo el blanco Véspero fulgura,
pasando intacto el arrebol sangriento.
¡Es la Amistad!, la roca firme y pura
que sirve a nuestro amor de hondo cimiento.

Nadie dejó de amar si amó de veras.
Cuando en árido tronco te encarnices
con la segur, tal vez lo regeneras
si son como las nuestras sus raíces.

Y antes te sonará más dulcemente
templada en el raudal de los gemidos,
la antigua voz que murmuraba ardiente
la música de mi alma en tus oídos.

¿Han pasado años?... Puede ser. ¿Quién halla
que el Tiempo sólo arrumbe o dañe o borre?
¡Cuánta espina embotó! ¡Qué de iras calla!
¡Su olvido a cuántos míseros socorre!

Para los dos el ministerio suyo
fue de ungido de Dios y extremo amigo.
Te veo sagrada, y sacro cuanto es tuyo,
y como de un cristal al casto abrigo.

En torno a ti, y a cuanto es tuyo, encuentro
halo de luz, atmósfera de santo;
como al santuario a visitarte hoy entro
y algo hay solemne en tu adorable encanto.

¡Dulce es sentir que hay almas, y que aman!
Su amor... inerme el tiempo para ellas...
Las vuelve, al Dios que férvidas aclaman,
como Él las hizo... jóvenes y bellas.

Han pasado años, sí... ¡por fin pasaron!
¡Rudo tropel que atravesó el camino!

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