martes, 18 de agosto de 2015

Poemas de Janet Frame




Mi sobrino, que dormía en la habitación del sótano,
ha puesto una laminilla de hierro afuera de su ventana
para recuperar el sonido de la lluvia que caía
sobre el tejado.

No se lo digo, pero el corazón encuentra en su desgracia
su propio consuelo.
Una hoja de hierro repara un tejado solamente.
Indemne, hasta ahora, de las heridas que la mudanza
y la diferencia nunca muestran,
mi sobrino puede reparar todavía los daños
para volver a traer el amoroso sonido de aquella lluvia
que conoció en la infancia.

Ni digo —en las pérdidas de la vida una laminilla
de hierro es una carga— que un día encontrará dentro de sí,
bajo una plena oscuridad y silencio,
el hierro que sostendrá no solamente el sonido
perdido de la lluvia, sino también el sol,
el rumor de los muertos
y todo aquello que jamás volverá.





Todos los jueves a las diez de la mañana voy a la Oficina de Empleo,
relleno la solicitud que me dan, y digo lo que he ganado
por cortar los arbustos del vecino, alimentar su caballo,
rescatar una oveja tonta del pantano. Algunas veces, en trabajos domésticos,
hago hasta una libra por semana, pero nadie
ofrece nada permanente. El oficial (a quien conocí en la escuela,
un oso en el asiento de atrás) dice bostezando: lo siento, no podemos
contratarte.
Y por consiguiente no tengo lugar, ni en esto ni en aquello. Tengo
una buena caja de herramientas que mantengo bien aceitadas.
Tengo la experiencia y el conocimiento atados a un presto fajo
en la esquina de mi cabeza,
muy cerca de la puerta, pero como nadie la toca, siempre está cerrada.
Recojo mi prestación semanal. Vuelvo a casa,
abrazo a mi mujer, le doy de comer al gato,
y, como no tengo oficio ni beneficio, engordo.

Nunca he visto una chinche, pero en las noches siento
una picazón de bichos intentando chuparme la sangre.
Algunas veces los mato. En la mañana
veo los delicados y aplastados recuerdos yaciendo entre las sábanas.

AMIGOS QUE MUEREN LEJOS...


Amigos que mueren lejos
Amigos siempre medidos en bloques de distancia
Y entre medio el cemento del amor
Poroso a las lágrimas y las gotas que salpica el mar
¡Qué enorme el océano Pacifico!
Qué pesada distancia sin milagros para ser caminada,
Un sueño que se hunde lento, una memoria submarina.
Sue, intocada ahora por la tormenta
Es fácil alcanzarte
Un momento angelical más allá,
Anfitriona de recuerdos con tu largo vestido verde, tus
pequeñas zapatillas azules
Encima del sofá blanco
En el cuarto que conocí una vez – las altas plantas detrás
tuyo – recuerdo que las regué y descubrí que algunas
eran falsas
Y me encogí de hombros, pensando que así es la vida

Alimentar la falsedad, lo artificial, pero no,
sólo alimentabas la verdad
Con una mirada glacial podaste cada fingimiento
que crecía
Contigo estábamos en casa.
Sabíamos, como dice la gente, dónde estábamos.
Tu amado John de la piel real y ojos
sin copia te deseaba
Con verdadero deseo.

Bueno, vas a llegar en un rato más.
Estarás perpleja, pero sabia, como siempre.
Tal vez nos tomemos una sopa de wantán
Te lo prometo. Ningún plato puede hacerte mal ahora.


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