domingo, 2 de agosto de 2015

Poemas de Jorge Teillier

Botella al mar

te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos.

Carta a Mariana

¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
a quien hacerle estas preguntas.
Me escribes desde una ciudad que odias
a las nueve y media de la noche.
Cierto, yo estaba bebiendo,
mientras tú oías Bach y pensabas volar.
No creí que iba a recordarte
ni creí que te acordarías de mí.
¿ Por qué me escribiste esa carta?
Ya no podré ir solo al cine.
Es cierto que haremos el amor
y lo haremos como me gusta a mí:
todo un día de persianas cerradas
hasta que tu cuerpo reemplace al sol.
Acuérdate que mi signo es Cáncer,
pequeña Acuario, sauce llorón.
Leeremos libros de astrología
para inventar nuevas supersticiones.
Me escribes que tendremos una casa
aunque yo he perdido tantas casas.
Aunque tú piensas tanto en volar
y yo con los amigos tomo demasiado.
Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
y estás con quién sabe qué malas compañías,
mientras aquí hay tan pocas personas
a quien hacerles estas simples preguntas:
«¿Qué canción te gustaría oír,
qué película te gustaría ver?
¿ y con quién te gustaría que soñáramos
después de las nueva y media de la noche?».



Cosas vistas

7

trato de pensar qué haré en el futuro,
pero sigo el vuelo del moscardón
cuyo oro es el único que podría atrapar,
y pierdo el tiempo saludando al caballo
al que puse nombre un mediodía de infancia
y que ahora asoma
su triste cabeza entre los geranios.

17

Día tras día 
en los charcos verticales,
de los espejos de los bares
se va perdiendo tu cara
esa hoja caída de un árbol condenado.

19

Frente al semáforo rojo
me detengo
esperando cruzar la calle.
Un niño me mira
desde los brazos de su madre.
Algo tiene que decirme,
algo tengo que decirle,
algo que será él.
Hasta el cambio de luz
me hundo en esos ojos asombrados
irrecuperables.

29

Yo me invito a entrar
a la casa del vino
cuyas puertas siempre abiertas
no sirven para salir.

31

Los perros ladran en el patio
al invitado triste de los domingos.
Sólo los gorriones lo saludan.

36

Un árbol me despierta
y me dice:
«Es mejor despertar,
los sueños no te pertenecen.
Mira, mira los gansos
abriendo sus grandes alas blancas,
mira los nidales de las gallinas
bajo el automóvil abandonado».

37

En la casa de madera
sueño con los pájaros
que anidaron alguna vez en este bosque.

41

Mientras no cesan los golpes de los dados
tres bicicletas relucientes y frías
esperan pacientes y cabizbajas
afirmadas en la pared de la cantina.

44

Un vaso de cerveza,
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra.

Crónica del forastero

XXII

«EL viento sabe que vuelvo a casa,
ha detenido el ruido de las goteras de lluvia en el alero.» 
Así escribía un poeta hace diez siglos.
Pero ahora el viento ignora quién vuelve a casa.
Por eso grita en estos espacios más fuerte que en las ciudades
en donde muere el tiempo en que todos eran pioneros, guerreros o poetas.
Que siquiera se oiga en los pueblos,
pero también ha perdido su sentido en los pueblos.
Ya no aparecen las bandadas de choroyes y torcazas
que abrumaban los manzanos silvestres.
No hay pudúes, ni guanacos, ni avestruces y los lobos
marinos no se apiñan en las costas.
La tierra daba el triple de lo que le pedían. Las máquinas no alcanzaban a trillar 
el trigo de las sementeras. Rebaños innumerables asomaban sus ojos entre los 
altos pastizales, las vegas y las llanuras. Sobraba la comida.
Ahora,
bosques quemados.
Tierra
que muestra su desnuda y roja osamenta.
Faltan madera y trigo.
y hoy día tenemos televisión.
Sin embargo,
la tierra permanece.
Lo sabe la ciudad en sus pesadillas
y las bombas preparan las mortajas
para los deslumbrantes rascacielos.
U n día
volveremos al primer fuego.
Y los sobrevivientes
apenas podrán conservar
un ramo de gencianas y una palabra amada.

XXIII

                                 Para qué me preguntas. Todos moriremos.
                                                                                     Eso no me ayuda.
                                                                                     No, realmente no.
                                                                                         Gunnard Ekelof
Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.
El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la Tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.
Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al
                                                                  descargar un saco de trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos
                                                                  dormidos en la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.
Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar,
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña,
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.
Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.
Creo que he estado en otros países.
He visto día a día en las ciudades vehículos iluminados
como trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.
«La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos
cantantes y luminosos» , escribió Alexander Block,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.
Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo,
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en Dios.
A las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
o contemplar los gorriones picoteando maravillas.
los yuyos su oro al viento.
Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien aprenderá a leer en diarios que anuncian
nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protejan de todo mal.
Quedaré solo en un bosque de pinos.
De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales
                                                                                 que entran y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme.
Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.
(Septiembre 1963 -febrero 1964, Lautaro-Santiago)

LA PORTADORA

la que, sin saberlo, trae la blanca estrella de la mañana,
el anuncio del viaje
a través de días y días trenzados como las hebras de la lluvia
cuya cabellera, como la tuya, me sigue.
Pues bien sé yo que el cuerpo no es sino una palabra más,
más allá del fatigado aliento nocturno que se mezcla, la rama de
canelo que los sueños agitan tras cada muerte que nos une,
pues bien sé yo que tú y yo no somos sino una palabra más
que terminará de pronunciarse
tras dispensarse una a otra
como los ciegos entre ellos se dispensan el vino, ese sol
que brilla para quienes nunca verán.
palabras que esconden palabras más grandes.
Por eso te digo tras las pálidas máscaras de estas palabras
y antes de callar para mostrar mi verdadero rostro:
"Toma mi mano. Piensa que estamos entre la multitud aturdida
y satisfecha ante las puertas infernales,
y que ante esas puertas, por un momento, llenos de compasión,
aprisionamos amor en nuestras manos
y tal vez nos será dispensado
conservar el recuerdo de una sola palabra amada
y el recuerdo de ese gesto,
lo único nuestro".

PARA HABLAR CON LOS MUERTOS

Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan facilmente
como sus manos
reconocian el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como los pantanos a los fuegos fatuos.
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un dia nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha
que aguarda inmóvil en un umbral.

EL VINO DERRAMADO

y las calles tiemblan como mangas de camisas al viento
porque se acerca el cuchillo de la noche,
aparecen cardos que traen
los mensajes blancos de la mañana desterrada.
El silencio rodea y oculta la aldea
desde la garita del guardacruzadas
cuyo fantasma aún viene a ver si pasan trenes,
hasta la bodega que todavia sueña con carretas.
El silencio que sólo permite el agrio chirrido de las norias
y me acoge en la plaza
como a un antiguo compañero de curso.
El cielo es el espejo que se acerca
para recoger el aliento de un moribundo.
Pero un solo cardo puede vencer la noche.
Un cardo blanco que atraviesa el pueblo
esperando que alguien lo atrape.
De pronto se oyen caballos
que cruzan el puente de madera.
Hay ancianos que se despiertan para oirlos recordando las leyendas
que iluminaron el oro sombrío de los días otoñales.
Algo indecible revelan 
y el vino derramado de la oscuridad 
significa alegria.

Calle Magnolia

Un pesado perfume de caderas


En una casa del Profundo Sur
Lejos
Lejana
La adolescente de las trenzas largas
El ángel que mostraba el regreso al jardín
La calle
Donde mirabas las liceanas
Un pesado perfume de caderas
Donde evocas a sirvientas plácidas
Has regresado
Se ha ido para siempre la sombra de las alas
del pájaro furtivo
Alguien me hace evocar una sirvienta negra
Un vaso de Bourbon.

Bajo el cielo nacido tras la lluvia

Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.
O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.
O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: «álamos», «tejados».
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer
y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa
sólo la cumbre de la loma barrida por el viento.
Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huída de toda una estación.
Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.
Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podemos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
entrega guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podemos estar en un día que no hay ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.

Bajo el cielo nacido tras la lluvia
Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
De "Cartas para reinas y otras primaveras" 1985




De "Para un pueblo fantasma" 1978


Sentado en el fondo del patio
De "Para un pueblo fantasma" 1978




Sobran radios portátiles
De nuevo alguien ve derrochar
De "Crónica del forastero"  1968

Y si te amo, es porque veo en ti la Portadora,
Y nuestros días son palabras pronunciadas por otros,


Para hablar con los muertos


Cuando las últimas casas del pueblo tienen miedo


Un pesado perfume de caderas
En una casa del Profundo Sur
Lejos
Lejana
La adolescente de las trenzas largas
El ángel que mostraba el regreso al jardín
La calle
Donde mirabas las liceanas
Un pesado perfume de caderas
Donde evocas a sirvientas plácidas
Has regresado
Se ha ido para siempre la sombra de las alas
del pájaro furtivo
Alguien me hace evocar una sirvienta negra
Un vaso de Bourbon.
Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.
O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.
O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: «álamos», «tejados».
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer
y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa
sólo la cumbre de la loma barrida por el viento.
Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huída de toda una estación.
Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.
Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podemos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
entrega guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podemos estar en un día que no hay ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.

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