miércoles, 24 de agosto de 2016

NATALIA LITVINOVA


 Gómel, Bielorrusia, 1986. Reside en Argentina desde los 10 años de edad. Es poeta y traductora de poetas rusos. Publicó Esteparia (Ediciones del Dock ; Ártese quien pueda ; Trópico Sur Editor ; Llantodemudo ediciones), la plaquette traducida al francés, Balbuceo de la noche (Melón editora), Grieta (Gog y Magog ediciones,) la antología Cortes invisibles (Editorial Letras de Cartón), Rocío animal (La Pulga Renga) y Todo ajeno (Vaso roto). Compiló y tradujo las antologíasEl ruido de la existencia (Editorial Leviatán) de los poetas rusos Jodasevich y Esénin, El espejo equivocado (Melón editora) de Cherubina de Gabriak y la antología de Innokenti Ánnenski.



para borrar huellas


haré polvo de tus huesos
los sepultaré bajo la lluvia
inocentes niños saltarán sobre vos
pájaros lavarán sus plumas
con tus pulmones
y nunca más
podré distinguir
tu rostro
de tus siguientes
rostros




DÍAS COMO NINGUNO


las pestañas de mi madre roen el cielo.
detrás de su espalda, la implosión del jardín,
la hierba embebida de sol, a punto de caer el pino.
mi padre se pone su gorro de cuero,
entorna los ojos ante lo que ciega,
abre la puerta, entra en la nieve
y todos los días no regresa blanco.
desde entonces no hago poemas,
tan solo invierto nombres,
voy arando campos
para desentrenar
a los soldados de mi guerra.


DESEOSA


espanto mi ceguera
cansada de ver
el pasillo infinito
del desarraigo.
deseosa de no buscar
lo que encuentro
y aguardar
lo que se busca
para descansar
mi idea perra
de ser la correa
del tiempo.


CEREMONIA



La infancia
te hará un palacio de invierno,
sembrará tus verduras,
será tu pájaro
recortado del periódico,
una castaña vista
desde la ventanilla del colectivo.
quemará la casa.
venderá tu fruto.
cortará el pájaro
adherido a la nieve.


ALETEO DEL DECIR



revolotear mi caída junto al pichón que cae.
estrellar mi rostro de pájaro contra el suelo.
no sé volar padre no sé
y respiro mal padre, tengo escamas,
intención de polilla siendo cuerpo
quemé las tripas de mi madre
para nacer con aleteo del decir sagrado,
pero denuncié lo que no fue sonoro
y caí junto al pichón
nacido en mi rostro de pájaro extranjero.
mi padre me dijo que tenía alas
y yo nadé
madre.


Autobiografía


Septiembre de 1996: muchas noches sin dormir
después del traslado de Bielorrusia a la Argentina.
Ruido constante como una música que no cesa.
No se sabe de dónde viene.
Llega de todas partes.

Soñé que me crecía una segunda cabeza.
Tomé una aguja y la pinché como a un globo.
Mientras soltaba el aire dijo:
no podrás deshacerte de mí
porque no tuve cordón umbilical.

Enero de 1997: hace cuatro meses que vivimos
en un hotel familiar de la calle Congreso.
Nuestras cosas caben en una habitación.
Tenemos diccionarios, dos sillas y una mesa plegable.
En la planta baja un grupo de mujeres
se depila las piernas sobre la mesa de la cocina.
Las espío desde la escalera.
Con la gillette alisan sus extremidades.
Rechazo tanto como envidio su poder y desenfado.

Alguien robó las cucharas que trajimos de Gómel.
Mi madre intenta explicárselo a la encargada del hotel.
Mueve las manos, dibuja en el aire.
La encargada limpia sin sacarse
el cigarrillo de la boca.

Vuelve la marea del insomnio. Como un pulpo
suelto tinta para defenderme.

9 de septiembre de 1996: el avión de Aeroflot
aterriza en Buenos Aires. Tengo 10 años, mi hermano 13,
mis padres casi 50 y no saben pedir.

Anotación sin fecha en la primera página
de la agenda de mi madre: “Es posible
que me hayas querido ver de rodillas.
Pero no me rendí.
Y eso que acá no me esperaba nadie”.

La policía llama desde Rusia.
Le piden a mi madre que reconozca el cuerpo
de su hermana por teléfono. Ninguna de las víctimas
se le parece, aunque tengan el cabello rubio
y un tatuaje en la cadera.

Huertos que desbordan de frutos,
limpiadores de chimeneas,
pescadores del río Sozh, iglesias vacías,
rezadores, el abedular, 
arreglen mis pesadillas.

Los silencios de Casandra


Hay belleza en el castigo, ese arrecife

contra el que rompe nuestra vergüenza.
Arrastrada hacia el fondo del establo
me empujan contra las ortigas
y no permiten que me levante.
Pero el orgullo no se arrebata.
Permanezco en silencio,
mi mayor esfuerzo es no gritar,
la voz contenida rasga la garganta.
Frotan mi cara con la nieve,
yo no grito, a los agresores
también les duele.
No se ruega ni se pide,
el dolor se va
y esa voz atragantada
podría ser tu don.

Flores de Chernóbil


Nuestros hombres comienzan a extinguirse,
nadie sabe por qué las mujeres resisten más.
Mi padre llora al sacrificar a un animal
mientras mi madre cambia el empapelado de las paredes.
No nos dejan exponernos al sol, empalidecemos
como flores que crecen bajo la nieve.
Huimos al bosque, lejos de este edificio,
yo con mi blusa infantil y mi hermano con su remera lisa.
Qué ganas de volver al lugar donde nacimos
y correr con los brazos extendidos,
limpiar el aire como uno de esos aviones
que arrojan espuma
sobre el sarcófago humeante.

Siberiana


Miro hacia adelante y soy como el paisaje
en el que nací, donde las mujeres son felices
lavando ropa en el río y la escarcha arrasada
por la corriente les raspa la piel.

Llevo la sangre de las mujeres 
que vuelven a casa enrojecidas
como si ocultaran un amor.


Versos que le faltan a la nieve


miro mis versos, la parte peligrosa de la nieve,
copos blanquecinos que lentos caen
y se adhieren a mis extremidades transparentes.
miro estos versos que le faltan a la nieve,
banderas de aliento de los hombres que marcharon al vacío.


Por lo que se debe rezar


como una casa incesante
o como una despedida innecesaria
es la vida
y se repite
por eso arrodillada rezo
por la resurrección de algún santo
por la palabra no sujeta a la muerte
por el ojo que es linterna miedosa
del que regresa del otro lado.


Mano


acariciá a tu hija
que pide una docena de guerras
como rosas tachadas
para recomponer su cuerpo.




HISTORIA PERSONAL 


Los soldados que no murieron en la guerra ya deben estar muertos. No es bueno abusar de la repetición en un texto breve. Mi abuelo murió antes que sus colegas veteranos. Calculó todo para que no lo notáramos. A veces es imposible no repetir. Pronto me olvidaré los nombres de los muchachos que se vigilaban para que ninguno se suicidara. El campo de concentración requiere de concentración. Quedarte perplejo ante la libertad de una mosca podía costarte la vida.


EL ESCUPITAJO DE LA DICHA

De pronto decidí que el hombre que me miraba en el tren
se volviera triste. Sin deseo no podemos ser salvajes, nos
delata como una linterna que ilumina nuestros rasgos
en plena oscuridad.

No se puede accidentar en los libros ni en las pinturas.
Las catástrofes suceden afuera, a partir de un acto simple
y concreto, apretar un botón, dar una orden.

El cuadro de una mujer embarazada con una flor en su sexo,
colgado en el Palacio de Justicia, el graffiti de la cara de Nietzsche
sobre el banco de una plaza, las grietas de las antiguas
estatuas griegas restauradas con piedra de otro color.
Capas de belleza que no permiten comodidad ante la vida.

Hablemos de mi cansancio de yacer en la felicidad y recibir
el escupitajo de la dicha. Estoy parada frente a cada objeto
que este mundo usa para conformarse y la mudez
me hace bien.

ANARQUÍA

El libro Los exiliados románticos quedó atrapado
en mi sueño. Pienso que antes de cortar el pasto
del jardín hay que caer en él.

El libro dice: “En nuestro seno Bakunin se recuperó
de nueve años de silencio y soledad.
Discutía, predicaba, daba órdenes, chillaba, decidía,
componía, organizaba, exhortaba,

el día entero, la noche entera,
las veinticuatro horas…”.

Juntar el pasto alto para trenzarlo,
que valga cortarlo, hacer coronas
para la frente de las muchachas de mi pueblo,

invitarlas al bosque, bailar alrededor del arce.
Trazar un círculo de alegría con movimientos.

Vuelvo al libro: “María, que vivía con bastante
felicidad en el adulterio, no tenía deseo alguno
de casarse con su amante
y deseaba aún menos
complacer a su marido”.


Las ruinas

Estoy enamorada de las estatuas milenarias. De las casas derrumbadas, de las paredes con grietas. Las ruinas me tranquilizan. Me escondo donde hay peligro.
Allí el corazón da sus latidos más fuertes.

Florecer

Mi piel
no sabe
cicatrizar,
debe ser
indicio de algo,
es como
si el cuerpo
insistiera
en permanecer
abierto,
obstinado
en florecer.

Deformidades leves

La Luna se llena para que todo cambie.
Produce deformidades leves. Los grillos cantan
desde la panza del gato. Me mira a los ojos.
La única manera de entendernos es aceptar
que marchamos en direcciones opuestas:
él hacia su horizonte animal
y yo hacia mi animal doméstico.
La lluvia se transforma en granizo.
El galope del hielo sobre el tejado impide escuchar
las voces del interior.
Desprendo el espíritu, observo alejada el palpitar
de mi figura inmóvil bajo las sábanas.


ALUMBRAR


Una noche vi dar a luz a la gata de mi abuela.
Todos dormían, afuera nevaba.
Dio vueltas en la manta, contrajo el vientre y lo brillante
apareció entre sus patas. Me quedé al lado hasta el amanecer.
Le pregunté si ya se sentía vacía.
El sol se puso intenso
y no sé cómo hizo para teñir la nieve de azul.

CEREMONIA


La infancia 
te hará un palacio de invierno, 
sembrará tus verduras, 
será tu pájaro 
recortado del periódico, 
una castaña vista 
desde la ventanilla del colectivo.
quemará la casa. 
venderá tu fruto. 
cortará el pájaro 
adherido a la nieve.

HUECO EN PIE


Hay días en los que río con mi risa triste. Mi risa equilibrista que cae, 
entonces me río con el fracaso, risotada de tronco hueco 
que se mantiene en pie por lo que alrededor florece.

Hoy soñé con mi abuelo, estábamos capturados. Nos pedían concentración, 
que tocáramos música y que nos peináramos los unos a los otros. 
Nos obligaban a construir pianos antiguos de madera. 
Por las noches nos vendaban las manos para que no crecieran, 
porque pequeñas y delicadas sirven para llegar hasta las cuerdas.

Mi madre decidía el lugar de las cosas. El jarrón de acá para allá, el sillón, 
los cuadros, mi padre. Y cuando yo intentaba crecer, zas – zas, cortaba 
los caminos de mi pelo.

Huele a gasolina y hace frío. Tengo miedo de encender el fósforo.
Va a llover nieve sucia. Estoy en un pueblo abandonado de Europa del este, 
estiro el vestido para taparme. Una anciana que lleva una gallina en los brazos
tropieza y cae de rodillas. El ave que no sabe volar es arrojada al aire. 



CÓMANSE MI NIEVE


Susurro a los pájaros salgan de los poemas
cómanse mi nieve.
Susurro a la nieve fuera de mis poemas,
vuelen huevos de los pájaros.
Que el cascarón de la quietud no los devore.

EL DÍA QUE NACÍ

3recuerdo el día que nací.

llovía y los árboles soltaban todos sus frutos, la fertilidad
de los ríos era capaz de matarnos.

recuerdo el día que nací.

tenía los ojos ciegos, la boca muda y el alma intocable.

mi padre me prestó su mano para que yo no supiera
qué hacer con ella.

amo las manos de mi padre, origen de toda creación
y de la fe.

recuerdo los abismos del vacío, los límites, el calor
del alba sobre mi nuevo rostro.

mis manos extendidas al no saber.


Versión de una tarde

De niña corría tras las ardillas,
quería atrapar alguna,
forzarle la boca
para conocer su aliento
a nuez roída en la penumbra.
Ayer forcé tus labios,
fue la mejor versión de una tarde:
me deslicé por tu casa,
lenta como polvo viejo
y libre como polvo nuevo.
Te apunté con los dedos
a la cabeza y dije
que si no te entregabas
te revelaría mis secretos.
La luz atravesó la ventana
como una espada
y bailé con los senos
pegados a tu camisa.
Tantos años de orinar
a la intemperie,
si me vieras, amor,
sobre las ortigas.

La marea de acabar

Frente a las últimas páginas de Piezas en fuga
de Anne Michaels, se produce un encantamiento:
no puedo respirar, el pulso se atenúa
y sólo el miedo puede abrir mi garganta.
Después la noche, y el contacto con la pesadilla:
transito descalza un bosque azul de agujas de hielo.
Llego al final del sueño rasgada,
semidesnuda, excitándome.
Al día siguiente ningún derrame completo,
los pensamientos se vuelcan por la mitad,
entonces vuelvo al libro y leo una página más,
mi padre aparece con piel renovada.
Un padre intocable producido por un párrafo
donde los griegos lloran a sus muertos frente al mar,
despacio, flotando como un tronco hermoso
derribado por la tormenta.


El mar de noche es un abismo si la luna no lo toca

Los poemas tristes
son un secreto homenaje a la alegría.
De ser posible, yo pediría nacer barco,
uno que va hacia su naufragio
y sabe que hay un iceberg para él.
Mi vida consistiría en aprender
a nadar tranquila.

Doma


¿Qué hacen los hombres de mi pasado,
qué ciudades destruyen? Cuando un caballo sin jinete
atraviesa el campo, veo en su mirada que lo han domado.
¿Qué hacen ellos lejos de mí? ¿Qué hago yo buscándolos
en los ojos salvajes de los animales?

Cadena alimenticia


Cuando quise decir tu nombre
me salieron flores en la boca.
Negras, con un centro de estrellas.
Las abejas intentaron libar su néctar
y succionaron tu nombre venenosos.

Deslizo


Deslizo el lápiz sobre mi cuerpo.
Escribo sobre la piel para que la historia
no me haga daño.

Un día se inició el olvido


Las partículas de tu rostro
comenzaron a desintegrarse.
Ahora todos los hombres
te retienen en sus rasgos.
Tus gorros roídos por las polillas
y los guantes deformes
por la ausencia de manos.
Un día todos los hombres
que caminaban bajo la lluvia
estuvieron hechos
a la medida de tu cuerpo.
Ya no recuerdo cuán ancha la espalda
o cuán suave la tela del abrigo,
un día el olvido comenzó,
estaba sola en el andén
y las puertas del vagón
se cerraban y se abrían
como si ingresara
una multitud de fantasmas.
La luz de la luna oscilaba
como un farol y las estrellas
parecían colmillos
de un animal al acecho.
Cesaron mi infancia y tu vejez
pero tu voz no,
campana indestructible,
trina en mi sien,
enferma de misterio.



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