(Quito, 1833-1881)
A la Soledad del Campo
A ti me acojo, soledad querida,
en busca de la paz que mi alma anhela
en su ya inquieta y procelosa vida;
mi nave combatida
por la borrasca de la mar del mundo,
esquiva ya su viento furibundo,
y en busca de otro viento sosegado
dirige a ti su desgarrada vela,
¡oh!, puerto deseado
en que la brisa de bonanza vuela.
Tú levantas el ánimo caído,
bálsamo das al pecho lacerado,
das nueva vida al corazón helado,
y aliento nuevo a su vigor perdido.
El alma que perdió su lozanía
y fuerza soberana,
junto con su ilusión y su alegría,
allá en la estéril sociedad humana,
en tu repuesto asilo,
en tu seno tranquilo
feliz respira al fin; sus ya enervadas
alas despliega, y remontando el vuelo,
halla para espaciarse un vasto cielo,
y recobrada la calor perdida,
con vida nueva torna a amar la vida;
así el ave, encerrada
dentro la estrecha jaula, se entristece,
pierde luego el vigor desalentada,
y en su prisión doliente desfallece;
pero si encuentra acaso la salida
que en su afán vigilante vio cerrada,
dejando libre paso a la partida,
rauda se lanza a la región del viento,
y el orgulloso vuelo desplegando
se espacia por el ancho firmamento.
Heme ya libre del tropel humano,
y contigo, ¡oh Natura, a solas heme,
y con tus montes y extendido llano!
Heme lejos, en fin, del aire impuro
que respiran las míseras ciudades,
sin oír el de dolor vago lamento
que en su recinto oscuro
se escucha sin cesar: ¡Héme aspirando
bajo tu abierto cielo inmensurable,
con placer inefable,
el aire libre, embalsamado y puro;
y en vez de humanas voces, escuchando
el apacible acento,
la melodiosa voz del vago viento!
En tu augusto retiro,
¡oh soledad!, los hombres olvidemos,
la vista separemos
del teatro infeliz de los mortales.
Caos de confusiones,
angustioso espectáculo de males,
furioso mar que ruge alborotado,
do silba el huracán de las pasiones,
do se oye el alarido desgarrado,
y el eternal suspiro
que elevan a la par los corazones.
Demos todo al olvido:
los hombres y su mundo corrompido.
Deja a mi corazón, antes opreso
por insufribles penas,
respirar libre de su enorme peso;
deja que mi alma rompa las cadenas
con que la ató el dolor, y alzando el vuelo
se espacie alegre por tu inmenso cielo;
y deja, en fin, que tienda la mirada,
tanto tiempo a un mezquino y nebuloso
espacio reducida,
por la verde campiña dilatada,
por tus claros y abiertos horizontes
y el rudo aspecto de sus grandes montes.
Bajo tu amparo, en tu sereno asilo,
¡oh soledad!, yo viviré tranquilo;
yo olvidaré la angustia de la vida,
no sentiré su peso,
vagando en tu pradera florecida,
y por el fresco laberinto errando
de tu amena floresta y bosque espeso,
yo desoiré la voz de mis dolores
por la canción del aura entre tus flores,
y el murmurar de la apacible fuente,
que baña tus jardines, resbalando
entre lirios y rosas mansamente.
Y en tu retiro y deleitable calma
iranse poco a poco disipando
algunas sombras de mi triste frente,
y el padecer del alma.
¡Oh! vosotros que dais, árboles bellos,
sombra a la tierra, al aire galanura;
aves alegres que moráis en ellos
y con canciones adormís las horas;
volubles vientos que mecéis festivos
las copas cimbradores;
diáfanas fuentes que esparcís frescura
al prado, al aire, a la arboleda oscura;
arroyos fugitivos
que corréis por hallar muelle reposo
dentro del huerto umbroso,
y entre las flores plácido remanso...
¡Árboles, aves, vientos, aguas puras,
llegó por fin el día,
que tanto ansié, de haceros compañía!
Vengo en vosotras a buscar descanso,
vengo a olvidar mis crueles amarguras;
de hoy más, junto a vosotros,
vuestra vida será también la mía.
Cuando el alba las puertas del Oriente,
coronada de aureolas de oro,
abra al rey del espacio refulgente,
uniré la voz mía
al de las aves armonioso coro,
por saludar al sol del nuevo día;
y cuando éste, inclinado al Occidente,
recoja su llameante vestidura
en los tendidos cielos esparcida,
yo y la bella natura,
que queda lamentando su partida,
nuestro adiós le daremos de amargura.
Y así en este continuo y dulce giro
de días y de noches,
con la naturaleza
en grata comunión, huirá la vida
entre contento y paz; ya no el suspiro
se oirá en mis labios, ni en mi frente erguida
las sombras se verán de la tristeza...
¡Oh! ¡Diérame la suerte
aquí vivir, ajeno de pesares,
y aquí esperar la muerte,
arrullando con plácidos cantares
el sueño arrebatado de las horas,
pues que son, como un sueño, voladoras!
AL DOLOR
Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He, aquí desnudo
mi inerme pecho: el protector escudo
que en otro tiempo rechazó tus dardos,
roto en pedazos estalló a tus golpes,
y contra ti ya nada me defiende.
¡A ti me entrego en mi fatal despecho!
Hiere, pues, rompe, hiende,
destroza sin piedad mi inerme pecho.
Pero sabe, oh Dolor, que, aunque rendido,
a ti me doy perdida la esperanza;
no me verás doblar la erguida frente
y el rudo bote de tu ardiente lanza
del corazón herido
no arrancará ni queja ni gemido
ni de su llanto hará correr la fuente.
Y acaso el solo ruego
que escuchen de mis labios tus oídos,
será que de tu brazo formidable
en mí descargues tan tremendo y fuerte
que con sólo ese golpe me des muerte,
dando fin a esta vida miserable.
La eternidad de la vida
I
Cosas son muy ignoradas
y de grande oscuridad
aquellas cosas pasadas
en la horrenda eternidad,
por hondo arcano guardadas.
¿Quién pudo nunca romper
de la muerte el denso velo?
¿Quién le pudo descorrer,
y en verdad las cosas ver
que pasan fuera del suelo?
Que por fallo irrevocable
padecemos o gozamos
los que a otro mundo pasamos,
es cuanto de este insondable
alto misterio alcanzamos.
Si medir nuestra razón
procura, ¡oh eternidad!,
tu ilimitada extensión,
¡qué flacas sus fuerzas son
para con tu inmensidad!
Sube el águila a la altura
del vasto, infinito cielo;
medirle quiere de un vuelo;
mas, toda su fuerza apura,
y baja rendida al suelo.
Así el loco pensamiento
se encumbra a medirte audaz;
mas se apure su ardimiento,
y abate el vuelo tenaz
al valle del desaliento.
II
En verdad que da tormento
este funesto pensar:
¿En qué vienen a parar
esas vidas que sin cuento
vemos a la tumba entrar?
En la tumba, de los seres
precisa fin pavorosa,
remate así de placeres
como de los padeceres
de esta vida trabajosa.
En la tumba, oscura puerta
cuya misteriosa llave
vuelve con la mano yerta
la muerte; playa desierta
de donde zarpa la nave,
de la vida a navegar
con brújula y norte inciertos
en no conocida mar,
mar sin fondo, mar sin puertos,
ni ribera a do abordar.
III
¿Qué es morir? ¿Qué es la muerte? «Oscura nada,
triste aniquilación», dice el ateo.
¿Todo ser en la tumba se anonada?
¡Error, funesto error! Yo en ti no creo.
Si este que siento en mí soplo divino
dentro la huesa en polvo se convierte;
si la esperanza de inmortal destino
se disipa en las sombras de la muerte;
fuera entonces de Dios dádiva inútil
esta triste existencia de un momento,
que se disipa como un sueño fútil,
o como el humo vano en vano viento.
¿A qué este don de penas y quebranto?
¿A qué darnos la vida, conducirnos
por un desierto de dolor y llanto,
y para siempre al cabo destruirnos?
¡No puede ser! El hombre desdichado,
de gusanillo que se vio en el suelo,
en mariposa angélica trocado,
de la lóbrega tumba vuela al cielo.
IV
Y ¿a dónde va quien deja nuestro mundo?
¿A dónde el que en tu sombra, muerte, escondes?
¡Jamás a esta pregunta, tú, profundo
silencio de la tumba, me respondes!
¿Sus lazos terrenales se desatan?
¿Se acuerda del humano devaneo,
o todos sus recuerdos arrebatan
las soporosas ondas del Leteo?
¿Está por dicha con la eterna unida
esta rápida vida que se acaba?
¿O allá el amigo la amistad olvida,
y el amante también lo que adoraba?
El amor, la amistad ¿son vanos nombres
que borra el soplo de la muerte helada?
¿Del alma, que no muere de los hombres,
son ilusión no más, sombras de nada?
V
Oigo una voz que eleva el alma mía,
voz de inmortal y de celeste acento:
«¿Qué a mí, la muerte ni la tumba fría?»,
dice hablando secreta al pensamiento;
«¿Piensas que la segur que hace pedazos
»las cadenas que al cuerpo sujetaron
»mi esencia divinal, los demás lazos
»rompe también, que al mundo me ligaron?
»¿Piensas que del amor, que fue mi vida
»en la vida del mundo, me despojo
»estando al otro mundo de partida,
»cual de la arcilla que a la tumba arrojo?
»¡No! No es capricho de la carne impura
»la amistad, o de amor la llama ardiente;
»del espíritu si la efusión pura,
»y el espíritu vive inmortalmente.
»Y así a la eternidad lleva consigo,
»cuando abandona su terrestre estancia,
»amor de amante, o amistad de amigo,
»sujetos nunca más a la inconstancia».
VI
Sí, ¡dulce voz! Cuanto me anuncias creo;
quien en ti cree espera y vive en calma,
seas la voz mentida del deseo,
o la voz del oráculo del alma.
Triste de aquel que los oídos cierra,
y cierra el corazón a tu consuelo.
¿Qué tendrá el infeliz acá en la tierra,
si la esperanza le faltó del cielo?
Noche será su triste pensamiento
que el negro ocaso ve, mas no la aurora;
en su pecho la muerte hará aposento,
anticipada a la postrera hora.
Que será como sombra ver la vida,
como sombra el placer que llega y pasa;
ver la dicha en el mundo tan medida,
¡y no esperarla alguna vez sin tasa!...
Sí, ¡profética voz! tu acento tierno
llega a mi corazón, consolatorio;
tú en la muerte el placer pintas eterno,
y el dolor en la vida transitorio.
Por ti el amor que aquí se desvanece
cual tierna flor que se deshoja al viento,
más allá de la muerte reflorece
de las eternas auras al aliento.
Tú la dicha nos pintas duradera,
y la gloria del cielo en lontananza,
borrada del sepulcro la barrera,
y trocada la muerte en esperanza...
¡Bella esperanza! cuando ya cercano
me hallare yo a la tumba apetecida,
mis ojos cerrará tu dulce mano,
y olvidaré el tormento de la vida.
Al sueño
En otro tiempo huías
de mis llorosos ojos, sueño blando,
y tus alas sombrías
lejos de mí batías,
el vuelo en otros lechos reposando.
A aquel lecho volabas
en que guardan la paz las mudas horas,
y el mío abandonabas,
porque en él encontrabas
en vigilia a las penas veladoras.
Donde quiera que miras
lecho revuelto en ansias de beleño,
en torno dél no giras;
antes bien te retiras,
pues de las penas te amedrenta el ceño.
Y así huyes la morada
soberbia de los reyes opresores,
y envuelto en la callada
sombra, con planta alada
a la chozuela vas de los pastores.
Del infeliz te alejas;
con su dolor en lucha tormentosa
solitario le dejas;
no atiendes a las quejas,
y sólo atiendes a la voz dichosa.
Enemigo implacable,
de cruel dolor y criminal conciencia,
de voz inexorable,
y compañero amable,
y amigo de la paz y la inocencia...
Si en otro tiempo huías
de mis cansados ojos, sueño blando,
y las alas sombrías
lejos de mí batías,
el vuelo en otros lechos reposando.
Hora al mío te llegas
solícito, sin fuerza y sin ruïdo;
ya a mis ojos no niegas
tu beleño, y entregas
mis sentidos a un breve y dulce olvido.
Las que no se apartaban
penas insomnes de mi lado, oh sueño;
las que siempre velaban,
esas que te ahuyentaban
con su torvo, severo y triste ceño,
volaron ya; despierta
miras en su lugar la paz ansiada;
libre quedó mi puerta,
y ya no ves cubierta
de espinas dolorosas mi almohada.
Mi conciencia no grita
para asustar tu asustadizo vuelo,
ni la ambición me irrita,
ni mi pecho palpita
en pos de alguna vanidad del suelo.
Desde este mi sereno
retiro escucho el rebullir del mundo
a su tumulto ajeno,
como si oyese el trueno
que retumba en remoto mar profundo.
Y digo: ya agitaron
las ondas de esa mar mi barco incierto;
los vientos le asaltaron,
sus velas se rasgaron;
mas, llegó salvó a este abrigado puerto.
A mi corazón
¡Corazón! ¡Corazón! ¿Por qué suspiras?
¿Por qué los muros de tu cárcel bates?
Es imposible, corazón.... ¡Deliras!
Infeliz corazón, en vano lates!
Siempre contuve tu ímpetu violento
desde que pude conocer el mundo;
siempre fui sordo a tu amoroso acento,
sin tener compasión de tu ¡ay! profundo.
¿Sabes por qué? Tras vanas ilusiones
(ilusiones no más, bien lo sabía)
quisiste ir como otros corazones
a buscar, necio... ¿qué?, lo que no había.
A buscar el amor... amor no se halla;
a buscar la virtud... la virtud, menos;
por eso yo te opuse firme valla,
y no tuviste días de horror llenos.
Conozco el mundo y sé la red que tiende:
su mano oculta enherbolada vira
a cuya punta el corazón aprende
lo que va del amor a la mentira...
Y tú querías con ardor vehemente
lanzarte al mundo, ciego en el engaño;
ibas a perecer, pobre inocente,
al filo de su arma, el desengaño...
¡No, jamás corazón! Cese tu acento;
calma tu afán, desecha la esperanza;
ese bien que demanda tu lamento
es un bien que en el mundo no se alcanza.
¡La virtud! ¡La virtud!... es vano nombre;
sonar la oirás en nuestra impura boca,
pero en verdad no la conoce el hombre
ni responde a su voz cuando la invoca.
¡El amor! ¡El amor! Dulce consuelo,
supremo goce de la humana vida,
única flor que aromatiza el suelo,
felicidad del cielo descendida...
Mas, otra vez, oh corazón, suspiras
y el fuerte muro de tu cárcel bates.
¡Es imposible, corazón!... ¡Deliras!
¡Infeliz corazón, en vano lates!
El amor en la adolescencia
¿Quién eres tú, oh muda compañera
de mi tristeza solitaria? Di,
¿quién eres tú que fuese a donde quiera
siempre a mi lado cándida te vi?
¿Por qué al mirarte el alma estremecida
siento, y el pecho palpitar de amor?
¿Por qué me ves como a piedad movida?...
¿Qué a ti mi soledad y mi dolor?
¿Qué lazo te une a mí? ¿Qué malhadada
suerte te pudo a un infeliz ligar?
¿Eres visión, verdad, sombra de nada,
o de mi vida el genio tutelar?
Acaso vienes tú del alto cielo,
y no sé yo tu celestial misión...
¿A qué viniste? ¿Traes el consuelo
a mi desconsolado corazón?
Mis infantiles goces y recreos
no conocieron tu amorosa faz.
¿Creáronte por dicha los deseos
cuyo vago anhelar siento voraz?
Yo no sé, dulce sombra, desde cuándo,
no sé dónde, visión, te uniste a mí;
conmigo estás desde que estoy penando;
junto con el dolor te conocí.
Te veo en el silencio, en los festines;
te encuentro allí donde mi planta va,
en el bosque, en el valle, en los jardines;
en ésta, en otra parte, aquí y allá.
Ninfa en el bosque, en los jardines Flora,
grave genio en la agreste soledad;
en los campos con sayo de pastora,
con rico velo y manto en la ciudad.
Dulces tus ojos son y pensativos
cual los ojos del ángel del amor;
y vas flechando en mí sus atractivos
con muda magia y silencioso ardor.
Tienes la faz de cándido querube,
misteriosa mujer, sombra ideal;
vaporoso es tu traje cual la nube,
y liviano tu talle y virginal.
Con la aurora apareces en oriente,
y envuelta en su rosado velo vas;
y aunque te vayas con el sol poniente,
conmigo en la callada noche estás.
Oigo tu voz en la aura pasajera,
del arboleda en el fugaz rumor,
cual la voz del deleite lisonjera,
tierna como el suspiro del amor...
Perfecta es tu beldad: pero ¿quién eres?,
no comprendo el arcano de tu ser.
¿Has venido del cielo?... ¿Qué me quieres?
Tu nombre y tu misión hazme saber.
-«¿No revelan mi nombre a tus oídos
»el río, la pradera
»los céfiros floridos,
»el cielo, el sol, Naturaleza entera?
»El amor es mi nombre:
»nazco de la esperanza y el deseo
»en el pecho del hombre,
»y soy primero un vago devaneo;
»Después soy el placer que en dulce fuego
»el universo inunda,
»y soy el dolor luego
»que le sumerge en lobreguez profunda».
EN TEMPESTAD SIN TREGUA DE BONANZA…
En tempestad sin tregua de bonanza
Sufrir, llorar, de amor la pena dura,
Sin ver para más grande desventura
Ni en tu esquivez ni en mi dolor mudanza.
Fingir acaso en bella lontananza
Dichoso porvenir a mi tristura;
Ver luego disiparse su luz pura,
y, cual siempre, quedar sin esperanza.
Aqueste es mi destino, Delia impía.
Más, tú contemplas con desdén mi llanto…
¡Ay! Si has de ser de piedra a la agonía
Del pobre corazón que te ama tanto,
¿De qué me ha de servir esta traidora
Llama que en él prendiste y le devora?
Yo vi esa triste nube el firmamento
Yo vi esa triste nube el firmamento
apacible cruzar en claro día,
brillante de arrebol y de alegría
cual de mi dicha el rápido momento.
En medio del celeste pavimento
que en purísima luz resplandecía,
en las auras del cielo se mecía,
como en sueño de amor el pensamiento.
Mas, ay, que huyó su brillo y hermosura
al estallar el trueno en la alta cumbre,
y ahora la miro en tempestad oscura,
en centellas arder de roja lumbre:
imagen triste de mi cruel Señora,
¡antes tan dulce, y tan airada ahora!
Ya el rumiador ganado lentamente
Ya el rumiador ganado lentamente
desciende por la húmeda colina;
cansado el labrador deja la era,
y a su rústica choza se encamina.
¡Qué misterios el aura pasajera
suspira, y pasa! El ave en sordo vuelo
por las ramas se mete y busca el nido.
Sólo se oye el zumbido
de los insectos, que quizá lamentan
desde la yerba del humilde suelo
la partida del claro rey del cielo.
LA TARDE
Con
majestad sublime el sol se aleja,
y el extendido cielo
a las encapotadas sombras deja,
que ya le cubren con umbroso veto.
¡Qué
solemne misterio! Que profunda
de paz y de oración grave tristeza!
ya el sol llega al ocaso
y la noche le sigue a lento paso.
En
duelo universal naturaleza
se despide de aquel que la fecunda:
triste el cielo se enluta, gime el viento,
el mundo eleva unísono lamento.
Ya
el rumiador ganado lentamente
desciende por la húmeda colina;
cansado el labrador deja la era
y a su rústica choza se encamina.
Qué
misteriosa el aura pasajera
suspira y pasa! El ave en sordo vuelo
por las ramas se mete en pos del nido.
Solo se oye el zumbido
de los insectos, que tal vez lamentan
desde la yerba del humilde suelo
la partida del claro rey del cielo.
¡Adiós,
sol refulgente!
Yo también uniré mi voz humilde
a la voz elocuente
en que un sentido adiós lo envía el mundo.
Tú no puedes parar, ni más despacio
puedes seguir tu arrebatado giro;
la mano omnipotente
a recorrer te impulsa sin reposo
las vastas soledades del espacio,
esos serenos campos de zafiro;
pero mañana volverás glorioso
a darnos vida y luz, astro fecundo...
De
la meditación la voz me llama
a vagar solitario en la arboleda.
Anhelo ahora soledad, silencio...
allí los hallaré. El aura leda
duerme en las flores y la blanda grama
el son apaga de mis pasos lentos.
Como
las sombras cunden de la umbría
noche en el cielo, así en el alma mía
cunden ya dolorosos pensamientos;
y una hoja que desciende,
algún eco fugaz, una avecilla
que errante y solitaria el aire hiende,
la leve nubecilla
que viaja a reclinarse allá en el monte,
o a perderse lejana
en el vago horizonte:
todo me causa una emoción profunda,
me aprieta el alma una indecible pena
y de improviso mi pupila inunda
de inesperado llanto amarga vena.
¡Melancólica
tarde, tarde umbría!
Desde que pude amar me unió contigo
irresistible y dulce simpatía.
Tú fuiste siempre confidente mía,
tú fuiste, tú el testigo
de mis más tiernos e íntimos deseos
y locos devaneos;
tú de mi corazón, tú de mi alma
el seno más recóndito conoces.
¿Qué lágrimas vertí que no las vieras?
¿Exhalé alguna vez triste suspiro
que errando con las auras no lo oyeras?
¿Qué secreto agitó nunca mi seno
que a tus calladas sombras lo ocultara?
¡Qué de sueños de amor y de ventura,
qué de ilusiones halagüeñas viste
en mi pecho formarse
con esperanza halagarme el alma
y para siempre en humo disiparse
Todo
esto, ¡ay infeliz, todo me acuerda
esa tu sombra triste
y sin poder valerme huye la calma
del centro de mi espíritu agitado
y el dique rompe en férvido torrente,
el llanto, por mis ojos desbordado... !
¡Es preciso olvidar! Córrase el velo
del olvido sobre ese de amargura
pasado tiempo. A mi dolor consuelo
sólo tú puedes dar, alma natura:
yo por ti el mundo abandoné engañoso,
para buscar en ti dulce reposo.
¡Oh
tarde! Estas heridas mal cerradas
que aún sangran y renuevan mi tormento,
pasará el tiempo y las verás curadas.
Nunca de hoy más, halagará mi oído
de pérfida ilusión el dulce acento,
ni buscaré la flor do está la espina.
Quiero vivir contento
en esta amable estancia campesina,
aquí cavaré tumba a mis dolores;
y ajeno de ambición, de envidia ajeno
aquí (si tanto diérame la suerte)
como tu sombra espero cada día
esperaré sereno
esa de la existencia tarde umbría,
nuncio feliz de la esperada muerte.
EN TEMPESTAD SIN TREGUA DE BONANZA...
En
tempestad sin tregua de bonanza
sufrir, llorar, de amor la pena dura,
sin ver para más grande desventura
ni en tu esquivez ni en mi dolor mudanza.
Fingir acaso en bella lontananza
dichoso porvenir a mi tristura;
ver luego disiparse su luz pura,
y, cual siempre, quedar sin esperanza.
Aqueste
es mi destino, Delia impía.
Mas, tú contemplas con desdén mi llanto...
¡Ay! Si has de ser de piedra a la agonía
del pobre corazón que te ama tanto,
¿de qué me ha de servir esta traidora
llama que en él prendiste y le devora?
EL LLANTO
Cuando
yo considero que en la vida
no he cogido de amor ninguna rosa;
cuando no miro en duda tenebrosa
surgir lejana una ilusión querida;
cuando
de hiel colmada la medida
de mi dolor el cálice rebosa;
cuando el alma en su lucha tormentosa
se postra al fin sin fuerzas abatida,
la
frente inclino; en abundante vena
desátase mi llanto, y baña el suelo,
y mi alma poco a poco se serena:
De
la tormenta así el nubloso velo,
revuelto en confusión, se rompe, truena,
desciende en lluvia, y resplandece el cielo.
A LAS FLORES
Prole
gentil del céfiro y la aurora,
nacida con el don de la belleza;
gracias con que la gran naturaleza
ríe, y su augusta majestad decora.
La
luz del sol, que el universo dora,
no tanto de su frente en la grandeza,
cuanto en vosotras linda se adereza,
y con matiz más gayo se colora.
En
el campo del éter las estrellas
son flores celestiales, y en el suelo
vosotras sois estrellas de colores.
Tan
puras sois, en fin, al par que bellas,
que pienso que del mundo el claro cielo
no tiene cosas más... que alma y flores.
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