(Tunja, 1814 - Bogotá, 1892)
La sepultura del guerrillero
En
silencio marchábamos, trepando
del
agrio monte hasta la cumbre llana,
e iba
nuestro camino iluminando
el
primer esplendor de la mañana.
Sobre
un lecho de ramas vacilante
con la
bandera blanco-azul cubierto,
al
hombre va el cadáver adelante
de un
joven en la lucha de ayer muerto.
Y con
las luces de la aurora inciertas
veíamos
abajo silencioso a Guasca estar,
y
alrededor cubiertas sus dehesas de césped oloroso;
y más
abajo el río que desata su espumoso raudal;
y
parecía cinta de perlas y bullente plata
serpenteando
entre la negra humbría;
y más
lejos, en lo último del llano,
blanquear
de toldos apiñado grumo,
y
alzarse en ondas por el aire vano
del
enemigo campamento el humo;
y en el
confín del último horizonte,
reverberando
al sol, alzar su cima sobre un monte,
y un
monte y otro monte la pirámide excelsa del Tolima.
Llegamos
de la cumbre a una meseta,
que era
el lugar por la amistad marcado
para
dar sepultura en la secreta
soledad
al guerrero desgraciado.
Sobre
un lecho de angélica y mastranto
depusieron
al fin el cuerpo inerte;
y
alrededor nosotros entre tanto
hacíamos
la vela de la muerte.
Lo
contemplamos en silencio;
había
muerto en la flor de edad bella y lozana;
¡así acababa
tan risueño día,
antes
de que pasara la mañana!
Negros,
largos bajaban por la frente,
blanca
como la cera, los cabellos;
y ver
una sonrisa dulcemente
nos
parecía entre sus labios bellos.
Sin la
herida mortal, profunda y ancha
que
desgarró su corazón altivo,
y sin
la sangre que su cuerpo mancha
se
pudiera juzgar que estaba vivo.
Rendido
sólo por la cruda muerte,
mas no
vencido en la batalla fiera,
caído
como cae el varón fuerte,
por
defenderla, al pie de su bandera.
¡Oh
lamentable escena! Cuatro amigos
la
tumba abriendo del amigo muerto,
sin
cánticos, ni pompa, sin testigos,
en lo
más escondido del desierto;
y en la
tierra y el cielo todo en calma
en esa
virginal naturaleza,
y sólo
agitación en nuestra alma
y el
dolor rencoroso en su tristeza.
Ni una
voz en el páramo, ni el grito
de un ave que rasgara el vago viento;
de un ave que rasgara el vago viento;
mudo el
espacio, diáfano, infinito,
y silencioso el ancho firmamento.
y silencioso el ancho firmamento.
¡Ah!
¿qué éramos allí, pobres mortales
grandes
por el dolor únicamente?
Un
átomo perdido en los raudales
de aquella
inmensidad omnipotente.
Y luégo
que nuestra obra terminamos,
y
estuvo abierta la profunda huesa,
sus
restos con amor después bajamos,
con el
respeto de amistad piadosa;
y
alzando a Cristo súplicas sinceras
porque
acoja su espíritu afligido,
en su
frente de veinte primaveras
la
tierra echamos del eterno olvido.
Con dos
toscos maderos mal trabados
una
rústica cruz después hicimos,
y cual
memoria de tan tristes hados,
sobre
su sepultura la pusimos.
Vueltos
luégo al oriente, donde el alba
con sus
rosas de oro relucía,
por
toda despedida hizo una salva
aquella
nuestra triste compañía.
¡Descansa
al fin en paz en este suelo,
que el
tuyo no es, oh joven desgraciado,
tú que
no recibiste ni el consuelo
del
abrazo materno regalado!
¡Duerme
por siempre al son de estos torrentes
y de la
blanda brisa a los rumores,
a la
luz de los astros esplendentes,
en tu
lecho de hierbas y de flores!
Muchos
hicieron antes lo que hiciste:
fuerte
lidiar con generoso pecho;
¡ninguno
más que tú, pues que moriste
por tu
Dios, por tu patria y tu derecho!
GALILEO
En alta torre alzado, en noche umbría,
El ojo armado de su activo lente,
Revuelta a Venus la serena frente,
A Galileo absorto se veía.
El astro en tanto en su órbita corría
De vivísima luz entre un torrente,
Y el viejo, en su balanza omnipotente,
Su volumen y fuerza audaz medía.
Los ángeles del cielo que lo vieron
Del planeta seguir las claras huellas,
Por un simple mortal no lo tuvieron;
Y Él dobló su rodilla a las estrellas,
Porque sus ojos de águila leyeron
El nombre del Señor escrito en ellas.
AL TEQUENDAMA
Oir ansié tu trueno majestuoso,
¡Tremendo Tequendama!; ansié sentarme
A orillas de tu abismo pavoroso,
Teniendo por dosel de parda nube
El penacho que se alza de tu frente
Que, cual el polvo de la lid ardiente,
En confundidos torbellinos sube.
Quise también mezclar mi acento
Al grande acento de tus muchas aguas,
Y, respirando el aire de tu gloria.
Ensalzarte también con voz ferviente,
Mi lira haciendo digna de memoria,
Y arrojarla después a tu corriente.
¡Tremendo Tequendama!; ansié sentarme
A orillas de tu abismo pavoroso,
Teniendo por dosel de parda nube
El penacho que se alza de tu frente
Que, cual el polvo de la lid ardiente,
En confundidos torbellinos sube.
Quise también mezclar mi acento
Al grande acento de tus muchas aguas,
Y, respirando el aire de tu gloria.
Ensalzarte también con voz ferviente,
Mi lira haciendo digna de memoria,
Y arrojarla después a tu corriente.
Heme aquí contemplándote anhelante
Suspenso de tu abismo;
Mi alma atónita, absorta, confundida,
Con tan grande impresión te sigue ansiosa
En tu glorioso vuelo
Y al querer comprenderte desfallece
De tanta fuerza y majestad vencida.
Suspenso de tu abismo;
Mi alma atónita, absorta, confundida,
Con tan grande impresión te sigue ansiosa
En tu glorioso vuelo
Y al querer comprenderte desfallece
De tanta fuerza y majestad vencida.
Tu voz es cual la voz de un Dios que pasma
De asombro y de terror a las naciones;
Cual rimbomba el cañón de la pelea,
Y anuncia así de lejos al viajero
La hórrida majestad que te rodea.
Los ecos ensordecen y se cansan
De repetir el rebramar horrendo
Que de ti suena en torno.
Cual si fueran los himnos de un triunfo
Lleno de pompa y belicoso estruendo.
El águila asustada alza sus vuelos
Por el éter brillante a las montañas
Donde chillan hambrientos sin hijuelos.
De asombro y de terror a las naciones;
Cual rimbomba el cañón de la pelea,
Y anuncia así de lejos al viajero
La hórrida majestad que te rodea.
Los ecos ensordecen y se cansan
De repetir el rebramar horrendo
Que de ti suena en torno.
Cual si fueran los himnos de un triunfo
Lleno de pompa y belicoso estruendo.
El águila asustada alza sus vuelos
Por el éter brillante a las montañas
Donde chillan hambrientos sin hijuelos.
Manso y tranquilo y sosegado corre
Lleno de majestad, y de repente
Cual dragón infernal alza la frente.
Sacude enfurecido Las vedijudas greñas,
asoma al borde del abismo, y brama,
Y se lanza iracundo
De un abismo a otro abismo más profundo
En sábanas lumbrosas de alba espuma,
A ser despedazado entre las peñas.
La roca al golpe gime:
Hierve la onda atormentada y gira.
Se rompe, se revuelve, se comprime
Con clamoroso y desigual rugido,
O como quien se queja y quien suspira.
Y como el humo de una gran hoguera
A torbellinos al Olimpo sube
De clara niebla en argentada nube;
Y el poderoso acento
De soledad en soledad, de un monte
A un monte más lejano, lleva el viento.
Lleno de majestad, y de repente
Cual dragón infernal alza la frente.
Sacude enfurecido Las vedijudas greñas,
asoma al borde del abismo, y brama,
Y se lanza iracundo
De un abismo a otro abismo más profundo
En sábanas lumbrosas de alba espuma,
A ser despedazado entre las peñas.
La roca al golpe gime:
Hierve la onda atormentada y gira.
Se rompe, se revuelve, se comprime
Con clamoroso y desigual rugido,
O como quien se queja y quien suspira.
Y como el humo de una gran hoguera
A torbellinos al Olimpo sube
De clara niebla en argentada nube;
Y el poderoso acento
De soledad en soledad, de un monte
A un monte más lejano, lleva el viento.
El ángel guardador de tus raudales
Aquí, de tarde, a contemplarte viene,
Y en ese altar de piedra que se avanza
Lleno de algas, de espuma zarpeado,
Se sienta, cl ruido de tu choque oyendo.
Su cabeza de juncos ven ceñida
Y de silvestres ovas,
Y su capa de púrpura teñida
Los montañeses, y oyen el concierto
De su laúd divino, al brillo incierto
De la pálida luna
Cuando en silencio está todo el desierto.
Aquí, de tarde, a contemplarte viene,
Y en ese altar de piedra que se avanza
Lleno de algas, de espuma zarpeado,
Se sienta, cl ruido de tu choque oyendo.
Su cabeza de juncos ven ceñida
Y de silvestres ovas,
Y su capa de púrpura teñida
Los montañeses, y oyen el concierto
De su laúd divino, al brillo incierto
De la pálida luna
Cuando en silencio está todo el desierto.
¡Prodigio del Creador! ¡Oh! ¡Nada falta
A tu gloria! Pictórico horizonte
Delante se abre; antiguos como el mundo
Los árboles se elevan en tu monte;
Solemnes armonías
Resuenan en tu seno ancho y profundo:
Flores, aromas, luz y movimiento;
Aire esencial de vida en cada aliento;
Un cielo claro encima.
Como el alma de un niño, ven los ojos;
Y por diademas para ornar tu frente
Iris de oro, de púrpura y diamantes
Se cruzan sobre ti reverberantes.
A tu gloria! Pictórico horizonte
Delante se abre; antiguos como el mundo
Los árboles se elevan en tu monte;
Solemnes armonías
Resuenan en tu seno ancho y profundo:
Flores, aromas, luz y movimiento;
Aire esencial de vida en cada aliento;
Un cielo claro encima.
Como el alma de un niño, ven los ojos;
Y por diademas para ornar tu frente
Iris de oro, de púrpura y diamantes
Se cruzan sobre ti reverberantes.
Mas ¿dónde están, oh río, aquellos pueblos
De esta región antiguos moradores?
¿Qué se hicieron los Zipas triunfadores
Que se sentaban sobre el trono de oro,
Y que padres más bien que augustos reyes.
Con amor sonriendo y frente leda,
De dulce paz dictando iguales leyes.
Cual se gobierna una familia, al pueblo
Con el cayado patriarcal guiaban
Cual con riendas de seda?
De esta región antiguos moradores?
¿Qué se hicieron los Zipas triunfadores
Que se sentaban sobre el trono de oro,
Y que padres más bien que augustos reyes.
Con amor sonriendo y frente leda,
De dulce paz dictando iguales leyes.
Cual se gobierna una familia, al pueblo
Con el cayado patriarcal guiaban
Cual con riendas de seda?
¿En dónde el templo en láminas de oro
Resplandeciente al sol? ¿A qué comarca
Trasladaron las aras en que ardía
El aroma suavísimo, entre el coro
De virginales voces noche y día?
¿Dónde Aquinún? ¿El Bogotá? ¿El Tundama?
¿Adonde el santo Sugamuxí, adonde?
Tu trueno asordador como un lamento,
Es la voz sola que a mi voz responde.
Resplandeciente al sol? ¿A qué comarca
Trasladaron las aras en que ardía
El aroma suavísimo, entre el coro
De virginales voces noche y día?
¿Dónde Aquinún? ¿El Bogotá? ¿El Tundama?
¿Adonde el santo Sugamuxí, adonde?
Tu trueno asordador como un lamento,
Es la voz sola que a mi voz responde.
¡Pobres indios, abyectos, decaídos
Del valor varonil, desheredados
De este tan bello y tan fecundo suelo,
Vosotros no poseéis de vuestra patria
Sino el dulce aire y el brillante cielo,
O una heredad cortísima! El arado
Rompe la tierra y de las tumbas saca
Los ídolos pequeños, confundidos
Con el polvo sagrado
De un sacerdote, un Zipa, un rey de Iraca.
Del valor varonil, desheredados
De este tan bello y tan fecundo suelo,
Vosotros no poseéis de vuestra patria
Sino el dulce aire y el brillante cielo,
O una heredad cortísima! El arado
Rompe la tierra y de las tumbas saca
Los ídolos pequeños, confundidos
Con el polvo sagrado
De un sacerdote, un Zipa, un rey de Iraca.
Como se avanzan a este abismo oscuro,
Y en él se pierden las pesadas ondas,
Así su pobre raza desaparece;
Parte cayó bajo el acero duro
De los conquistadores; en los hierros,
En infectas prisiones y sombrías
Se marchitó su juventud lozana;
Otra se pierde en el estrecho abrazo
Con sangre de verdugos confundida. ..
¡Nación ayer, no existirá mañana!
Y en él se pierden las pesadas ondas,
Así su pobre raza desaparece;
Parte cayó bajo el acero duro
De los conquistadores; en los hierros,
En infectas prisiones y sombrías
Se marchitó su juventud lozana;
Otra se pierde en el estrecho abrazo
Con sangre de verdugos confundida. ..
¡Nación ayer, no existirá mañana!
¡Y este río caudal sigue corriendo
Como corrió desde la edad antigua!
¡Y el trueno aterrador que estoy oyendo
Sonaba desde entonces como ahora.
Duro, rabioso, asordador. tremendo,
Como una eternidad devoradora,
Y sonará cuando al sepulcro caiga
Este hombre oscuro, débil, ignorado
Que oyéndolo a su borde está sentado!
Como corrió desde la edad antigua!
¡Y el trueno aterrador que estoy oyendo
Sonaba desde entonces como ahora.
Duro, rabioso, asordador. tremendo,
Como una eternidad devoradora,
Y sonará cuando al sepulcro caiga
Este hombre oscuro, débil, ignorado
Que oyéndolo a su borde está sentado!
¡Oh!, ¡qué objetos!: ¡el hombre y Tequendama!
El hombre sin poder, pincel ni acento
Con que pintar lo que su mentó inflama,
Que ayer nacido, vivirá un momento
Y mañana en el polvo del sepulcro
De su vivir se apagará la llama!
¡Y esta tremenda catarata, eterna
Con su voz. cual la de mil tambores
Cual ruido estrepitoso
De cien y cien caballos triunfadores
En el afán de una total derrota:
Y ese hervir fragoroso, inextinguible,
Y esa su roca firme, estable, inmota.
Que alcanzará a los años de los años
Y del mundo a la edad la más remota!
El hombre sin poder, pincel ni acento
Con que pintar lo que su mentó inflama,
Que ayer nacido, vivirá un momento
Y mañana en el polvo del sepulcro
De su vivir se apagará la llama!
¡Y esta tremenda catarata, eterna
Con su voz. cual la de mil tambores
Cual ruido estrepitoso
De cien y cien caballos triunfadores
En el afán de una total derrota:
Y ese hervir fragoroso, inextinguible,
Y esa su roca firme, estable, inmota.
Que alcanzará a los años de los años
Y del mundo a la edad la más remota!
¡Calma un momento el torbellino raudo
En que ruedas, oh río, al ciego abismo,
Y ese fragor y la explosión del trueno!
¡Disipa el pabellón de negra nube
Que cada instante de tu lecho sube
Para velar tu majestad! ¡Mi alma,
Mis deslumbrantes ojos, mis oídos
Sordos ya con el ruido de tus aguas
Anhelan contemplarte un solo instante
Y dejarte después agradecidos!
Porque tu vista bella
Asombro, pasmo, horror sublime inspira
Y de verdad severa lección grande
Deja en la mente con profunda huella.
Aire de gloria y de virtud respira
El hombre en ti, capaz de más se siente:
De legar a los siglos su memoria,
De ser un héroe, un santo o un poeta,
Y sacar de su lira
Un son tan armonioso y tan sublime
Como el iris que brilla por tu frente.
Como el eco de triunfo que en ti gime.
En que ruedas, oh río, al ciego abismo,
Y ese fragor y la explosión del trueno!
¡Disipa el pabellón de negra nube
Que cada instante de tu lecho sube
Para velar tu majestad! ¡Mi alma,
Mis deslumbrantes ojos, mis oídos
Sordos ya con el ruido de tus aguas
Anhelan contemplarte un solo instante
Y dejarte después agradecidos!
Porque tu vista bella
Asombro, pasmo, horror sublime inspira
Y de verdad severa lección grande
Deja en la mente con profunda huella.
Aire de gloria y de virtud respira
El hombre en ti, capaz de más se siente:
De legar a los siglos su memoria,
De ser un héroe, un santo o un poeta,
Y sacar de su lira
Un son tan armonioso y tan sublime
Como el iris que brilla por tu frente.
Como el eco de triunfo que en ti gime.
LA BANDERA COLOMBIANA
I No oís ? Bs cual
la voz de gran torrente,
i3on las lluvias de
Dios acrecentado,
Que baja de los
Andes despeñado,
Raudo, tremendo,
asordador, rugiente.
¿No oís más cerca
ya! Se une á los ecos
El ruido de música
guerrera
Que, en alas de los
vientos desatado,
Colma el ámbito
inmenso de la esfera.
Pero ved más allá
cómo se avanza.
Entre un bosque de
aceros refulgente,
Que del sol á los
rayos reverbera.
Del pueblo entre la
ola,
Al firmamento azul
enhiesta y sola.
De nuestra Patria
la inmortal bandera.
Y sube al
Capitolio, y los clarines
Sueltan su aguda
voz; retumba el trueno
Del cañón en los
últimos confines.
¡Oh! ¡salve á ti,
magnífica y sublime.
Ungida con la
sangre de los bravos
Muertos en la pelea
I
jOhl ¡salve á ti,
quemada pOT el fuego
De las contrarias
huestes;
Tú, poder, gloria y
de la Patria ideai
La bandera colombiana (II)
¡Oh! La bandera de la
Patria es santa,
flote en las manos que flotare; ora
volviendo vencedora,
entre lluvia de flores
al son del himno que su gloria canta,
o de la adversa lid acaso vuelva...
¡Oh! ¡De la patria la bandera es santa!
Y si hay un ciudadano que pensando
en el secreto de su alma diga:
“está en indignas manos”, ese puede
a su madre negar en su ira insana;
no tiene corazón, y entre sus venas
empobreció la sangre colombiana.
flote en las manos que flotare; ora
volviendo vencedora,
entre lluvia de flores
al son del himno que su gloria canta,
o de la adversa lid acaso vuelva...
¡Oh! ¡De la patria la bandera es santa!
Y si hay un ciudadano que pensando
en el secreto de su alma diga:
“está en indignas manos”, ese puede
a su madre negar en su ira insana;
no tiene corazón, y entre sus venas
empobreció la sangre colombiana.
falta un poema
ResponderBorrarse llama "Los Colonos".
Siiiiii verdad
Borrarok
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