viernes, 5 de agosto de 2016

POEMAS DE JUAN MELÉNDEZ VALDÉS







DE LA PRIMAVERA


La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles.

Despejado ya el cielo
de nubes inclementes,
con luz cándida y pura
ríe a la tierra alegre.

El alba de azucenas
y de rosa las sienes
se presenta ceñidas,
sin que el cierzo las hiele.

De esplendores más rico
descuella por oriente
en triunfo el sol y a darle
la vida al mundo vuelve.

Medrosos de sus rayos
los vientos enmudecen,
y el vago cefirillo
bullendo les sucede,

el céfiro, de aromas
empapado, que mueven
en la nariz y el seno
mil llamas y deleites.

Con su aliento en la sierra
derretidas las nieves,
en sonoros arroyos
salpicando descienden.

De hoja el árbol se viste,
las laderas de verde,
y en las vegas de flores
ves un rico tapete.

Revolantes las aves
por el aura enloquecen,
regalando el oído
con sus dulces motetes;

y en los tiros sabrosos
con que el Ciego las hiere
suspirando delicias,
por el bosque se pierden,

mientras que en la pradera
dóciles a sus leyes
pastores y zagalas
festivas danzas tejen

y los tiernos cantares
y requiebros ardientes
y miradas y juegos
más y más los encienden.

Y nosotros, amigos,
cuando todos los seres
de tan rígido invierno
desquitarse parecen,

¿en silencio y en ocio
dejaremos perderse
estos días que el tiempo
liberal nos concede?

Una vez que en sus alas
el fugaz se los lleve,
¿podrá nadie arrancarlos
de la nada en que mueren?

Un instante, una sombra
que al mirar desparece,
nuestra mísera vida
para el júbilo tiene.

Ea, pues, a las copas,
y en un grato banquete
celebremos la vuelta
del abril floreciente.




LOS BESOS DE AMOR

Cuando mi blanda Nise
lasciva me rodea
con sus nevados brazos
y mil veces me besa,

cuando a mi ardiente boca
su dulce labio aprieta,
tan del placer rendida
que casi a hablar no acierta,

y yo por alentarla
corro con mano inquieta
de su nevado vientre
las partes más secretas,

y ella entre dulces ayes
se mueve más y alterna
ternuras y suspiros
con balbuciente lengua,

ora hijito me llama,
ya que cese me ruega,
ya al besarme me muerde,
y moviéndose anhela,

entonces, ¡ay!, si alguno
contó del mar la arena,
cuente, cuente, las glorias
en que el amor me anega.



ODA A D. SALVADOR DE MENA EN UN INFORTUNIO

Nada por siempre dura.
Sucede al bien el mal, al albo día
sigue la noche obscura,
y el llanto y la alegría
en un vaso nos da la suerte impía.

Trueca el árbol sus flores
para el otoño en frutos, ya temblando
del cierzo los rigores,
que inclemente volando,
vendrá tristeza y luto derramando;

y desnuda y helada
aun su cima los ojos desalienta,
la hoja en torno sembrada,
cuando al invierno ahuyenta
abril y nuevas galas le presenta.

Se alza el sol con su pura
llama a dar vida y fecundar el suelo,
pero al punto la obscura
tempestad cubre el cielo,
y de su luz nos priva y su consuelo.

¿Qué día el más clemente
resplandeció sin nube?, ¿quién contarse
feliz eternamente
pudo?, ¿quién angustiarse
en perenne dolor sin consolarse?

Todo se vuelve y muda.
Si hoy los bienes me roba, si tropieza
en mí la suerte cruda,
las Musas su riqueza
saben guardar en mísera pobreza.

Los bienes verdaderos,
la salud,  libertad y fe inocente,
no los dan los dineros,
ni del metal luciente
siguen, Menalio, la fugaz corriente.

Fuera yo un César, fuera
el opulento Creso, ¿acaso iría
mayor si me midiera?
Mi ánimo solo haría
la pequeñez o la grandeza mía.

De mi débil gemido
no, amigo, no serás importunado,
pues hoy yace abatido
lo que ayer fue encumbrado,
y a alzarse torna para ser postrado.

Fluye el astro del día
con la noche a otros climas, mas la aurora
nos vuelve su alegría;
y Fortuna en un hora
corre a entronar al que abatido llora.

Si hoy me es esquivo el hado,
mañana favorable podrá serme;
y pues no me ha robado
en tu pecho, ni ofenderme
pudo, ni logrará rendido verme.


ODA II   EL AMOR MARIPOSA

Viendo el Amor un día 
que mil lindas zagalas 
huían de él medrosas 
por mirarle con armas, 

dicen que de picado 
les juró la venganza 
y una burla les hizo, 
como suya, extremada. 

Tornose en mariposa, 
los bracitos en alas 
y los pies ternezuelos 
en patitas doradas. 

¡Oh! ¡qué bien que parece! 
¡Oh! ¡qué suelto que vaga, 
y ante el sol hace alarde 
de su púrpura y nácar! 

Ya en el valle se pierde, 
ya en una flor se para, 
ya otra besa festivo, 
y otra ronda y halaga. 

Las zagalas, al verle, 
por sus vuelos y gracia 
mariposa le juzgan 
y en seguirle no tardan. 

Una a cogerle llega, 
y él la burla y se escapa; 
otra en pos va corriendo, 
y otra simple le llama, 

despertando el bullicio 
de tan loca algazara 
en sus pechos incautos 
la ternura más grata. 

Ya que juntas las mira, 
dando alegres risadas 
súbito amor se muestra 
y a todas las abrasa. 

Mas las alas ligeras 
en los hombros por gala 
se guardó el fementido, 
y así a todos alcanza. 

También de mariposa 
le quedó la inconstancia: 
llega, hiere, y de un pecho 
a herir otro se pasa.


 ODA VI
  A DORILA
¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días
y los floridos años
de nuestra dulce vida!

Luego la vejez viene,
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
con pálidos temblores
aguándonos las dichas:

que escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.

El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres
y deja la alegría.

Pues si esto nos espera,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra dulce vida?

Para vinos y bailes
y amorosas delicias
Citeres los señala
Cupido los destina.

¡Pues ay! ¿qué te detienes?
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do el Céfiro suspira;

y entre ducles cantares
y sabrosa bebida
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.

ODA VII   EL GABINETE

¡Qué ardor hierve en mis venas! 
¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia! 
¡Y en qué fragante aroma 
se inunda el alma mía!
Éste es de Amor un templo: 
doquier torno la vista 
mil gratas muestras hallo 
del numen que lo habita.
Aquí el luciente espejo 
y el tocador, do unidas 
con el placer las Gracias 
se esmeran en servirla,
y do esmaltada de oro 
la porcelana rica 
del lujo preparados 
perfumes mil le brinda,
coronando su adorno 
dos fieles tortolitas, 
que entreabiertos los picos 
se besan y acarician.
Allí plumas y flores, 
el prendido y la cinta 
que del cabello y frente 
vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos 
con que sus ojos brillan, 
doblándoles la gracia, 
emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas, 
y allá el corsé se mira 
y en él de su albo seno 
la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios...! 
¡besadla...! Mas tendida 
la gasa que lo cubre 
mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa...! ¡qué de veces...! 
El piano...Ven, querida, 
ven, llega, corre, vuela, 
y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza 
padezco! ¡Cuál palpita 
mi seno! ¡En qué zozobras 
mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla 
mi ardor... Tu voz divina 
oigo feliz... Mi boca 
tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga 
con ala fugitiva, 
de tus encantos llena, 
me abraza y regocija.
Mas... ¿si serán sus pasos...? 
Sí, sí; la melodía 
ya de su labio oyendo, 
todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue; 
vuelve a sonar de Armida 
los amenazantes gritos, 
las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano; 
y a mi rogar benigna, 
cual ella por su amante, 
tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime; 
y en quiebros y ansias rica, 
haz que ardan nuestros pechos 
en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles 
ciega de amor y de ira 
y yo rendido y dócil 
tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus! 
sostenme, que la vida 
entre éxtasis tan gratos 
débil sin ti peligra.

 A LAS MUCHACHAS

Ofendido me tiene,
muchachas, vuestro trato,
mucho decirlo siento,
mas ya no he de callarlo.

Yo os quise desde niño,
os sirvo y os regalo,
y en burlas inocentes
os digo mil halagos.

Mi lira os entretiene
con sus acentos blandos;
de ella gustáis tañendo,
de ella gozáis bailando.

En mis süaves versos
vuestras delicias canto,
vuestro desdén lamento,
vuestra belleza alabo.

¿Y esquivas hoy vosotras
me desdeñáis en pago?
Pues mirad que de amigo
me volveré contrario.

ROMANCE   ROSANA EN LOS FUEGOS

Del sol llevaba la lumbre,
y la alegría del alba,
en sus celestiales ojos
la hermosísima Rosana,

una noche que a los fuegos
salió, la fiesta de Pascua,
para abrasar todo el valle
en mil amorosas ansias.

La primavera florece
donde las huellas estampa;
y donde se vuelve, rinde
la libertad de mil almas.

El céfiro la acaricia
y mansamente la halaga,
los Cupidos la rodean,
y las Gracias la acompañan.

Y ella, así como en el valle
descuella la altiva palma,
cuando sus verdes pimpollos
hasta las nubes levanta,

o cual vid de fruto llena,
que con el olmo se abraza,
y sus vástagos extiende
al arbitrio de las ramas;

así entre sus compañeras
el nevado cuello alza,
sobresaliendo entre todas
cual fresca rosa entre zarzas;

o como cándida perla
que artífice diestro engasta
entre encendidos corales,
porque más luzcan sus aguas.

Todos los ojos se lleva
tras sí, todo lo avasalla;
de amor mata a los pastores,
y de envidia a las zagalas;

ni las músicas se entienden,
ni se gozan las lumbradas;
que todos corren por verla,
y al verla todos se abrasan.

¡Qué de suspiros se escuchan!
¡Qué de vivas y de salvas!
No hay zagal que no la admire
y no enloquezca en loarla.

Cuál absorto la contempla
y a la aurora la compara,
cuando más alegre sale
y al Cielo en albores baña;

cuál al fresco y verde aliso,
plantado al margen del agua,
cuando más pomposo en hojas
en su cristal se retrata;

cuál a la luna, si muestra
llena su esfera de plata
y asoma por los collados
de luceros coronada.

Otros pasmados la miran
y mudamente la alaban,
y mientras más la contemplan,
muy más hermosa la hallan;

que es como el cielo su rostro,
cuando en una noche clara
con su ejército de estrellas
brilla y los ojos encanta.

¡Oh qué de celos se encienden,
y ansias y zozobras causa
en las serranas del Tormes
su perfección sobrehumana!

Las más hermosas la temen,
mas sin osar murmurarla;
que, como el oro más puro
no sufre una leve mancha.

¡Bien haya tu gentileza,
otra y mil veces bien haya,
y abrase la envidia al pueblo,
hermosísima aldeana!

Toda, toda eres perfecta,
toda eres donaire y gracia;
el amor vive en tus ojos
y la gloria está en tu cara;

en esa cara hechicera,
do toda su luz cifrada
puso Venus misma, y ciego
en pos de sí me arrebata.

La libertad me has robado
yo la doy por bien robada,
y mi vida y mi ser todo
que ahincados se te consagran.

No el don por pobre desdeñes,
que aun las deidades más altas
a zagales, cual yo, humildes,
un tiempo acogieron gratas;

y mezclando tus ternezas
con sus rústicas palabras,
no, aunque diosas, esquivaron
sus amorosas demandas.

Su feliz ejemplo sigue,
pues que en beldad las igualas;
cual yo a todos los excedo
en lo fino de mi llama.

Así un zagal le decía
con razones mal formadas,
que salió libre a los fuegos,
y volvió cautivo a casa.

De entonces penado y triste,
el día a sus puertas le halla;
ayer le cantó esta copla,
echándole la alborada:

«Linda zagaleja
de cuerpo gentil,
muérome de amores
desde que te vi.

»Tu talle, tu aseo,
tu gala y donaire,
tus dones no tienen
igual en el valle.

»Del cielo son ellos,
y tú un serafín;
muérome de amores
desde que te vi.

»De amores me muero,
sin que nada alcance
a darme la vida,
que allá te llevaste,

»si no te condueles,
benigna de mí;
que muero de amores
desde que te vi».



El despecho


Los ojos tristes, de llorar cansados,
Alzando al cielo su clemencia imploro;
Mas vuelven luego al encendido lloro,
Que el grave peso no los sufre alzados.

Mil dolorosos ayes desdeñados
Son ¡ay! tras esto de la luz que adoro;
Y ni me alivia el día, ni mejoro
Con la callada noche mis cuidados.

Huyo a la soledad, y va conmigo
Oculto el mal y nada me recrea;
En la ciudad en lágrimas me anego.

Aborrezco mi ser y aunque maldigo
La vida, temo que la muerte aún sea
Remedio débil para tanto fuego.





El pronóstico


No en vano, desdeñosa, su luz pura
Ha el cielo a tus ojuelos trasladado,
Y ornó de oro el cabello ensortijado,
Y dio a tu frente gracia. y hermosura.

Esa encendida boca con ternura
Suspirará: tu seno regalado
De blando fuego bullirá agitado,
Y el rostro volverás con más dulzura.

Tirsi, el felice Tirsi tus favores
Cogerá, altiva Clori, su deseo
Coronando en el tálamo dichoso,

Los Cupidillos verterán mil flores,
Llamando en suaves himnos a Himeneo,
Y Amor su beso le dará gozoso.





La noche de invierno


¡O! ¡quan hórridos chocan
Los vientos! ¡o que silbos,
Que cielo y tierra turban
Con soplo embravecido!
Las nubes concitadas
Despiden largos ríos,
Y aumentan pavorosas
El miedo y el conflicto.
La luna en su albo trono
Con desmayado brillo
Preside a las tinieblas,
En medio de su giro;
Y las menores lumbres,
El resplandor perdido,
Se esconden a los ojos
Que observan sus caminos.
Del Tormes suena lejos
El desigual ruido,
Que forman las corrientes
Batiendo con los riscos.
¡O invierno! ¡o noche triste!
¡Quan grato a mi tranquilo
Pecho es tu horror! ¡tu estruendo
Quan plácido a mi oído!
Así en el alta roca
Cantando el pastorcillo,
Del mar alborotado,
Contempla los peligros.
Tu confusión medrosa
Me eleva hasta el divino
Ser, adorando humilde
Su inmenso poderío;
Y ante él absorto y ciego
Me anego en los abismos
De gloria, que circundan
Su solio en el empíreo.
Su solio desde donde
Señala los lucidos
Pasos al sol, y encierra
La mar en sus dominios.
¡O ser inmenso! ¡o causa
Primera! ¿dónde altivo
Con vuelo temerario
Me lleva mi delirio?
¡Señor! ¿quien sois? ¿quien puso
Sobre un eterno quicio
Con mano omnipotente
Los orbes de zafiro?
¿Quién dixo a las tinieblas:
Tened en señorío
La noche; y vistió al alba
De rosa el manto rico?
¿Quién suelta de los vientos
La furia, o llevar quiso
Las aguas en sus hombros
Del ayre al gran vacío?
¡O providencia! ¡o mano
Suave! ¡o Dios benigno!
¡O padre! ¡do no llegan
Tus ansias con tus hijos!
Yo veo en estas aguas
La mies del blondo estío,
De abril las gayas flores,
De octubre los racimos.
Yo veo de los seres
En número infinito
La vida y el sustento
En ellas escondido.
Yo veo... no sé como,
Dios bueno, los prodigios
De tu saber explique
Mi pecho enternecido.
Qual concha nacarada,
Que abierta al matutino
Albor, convierte en perlas
El cándido rocío;
La tierra el ancho gremio
Prestando al cristalino
Humor, con él fecunda
Sus gérmenes activos.
Y un día el hombre ingrato
Con dulce regocijo
Las gotas de estas aguas
Trocadas verá en trigo.
Verá el pastor que el prado
Da yerbas al aprisco,
Saltando en pos sus madres
Los sueltos corderillos
Y en las labradas vegas
Tenderse manso el río,
Los surcos fecundando
Con paso retorcido.
Los vientos en sus alas,
Qual ave que en el pico
El grano a sus polluelos
Alegre lleva al nido;
Tal próvidos extienden
A términos distintos
Las fértiles semillas
Con soplo repetido.
Las plantas fortifican
En recio torbellino,
Del ayre desterrando
Los hálitos nocivos,
Y en la cansada tierra
Renuevan el perdido
Vigor, porque tributo
Nos rinda más opimo.
¡O de Dios inefable
Bondad! ¡o altos designios,
Que inmensos bienes causan
Por medios no sabidos!
Do quiera que los ojos
Vuelvo, Señor, yo admiro
Tu mano derramando
Perenes beneficios.
¡Ay! siéntalos mi pecho
Por siempre; y embebido,
En ellos te tribute
Mi labio alegres himnos.



La partida

En fin, voy a partir, bárbara amiga,
voy a partir, y me abandono ciego
a tu imperiosa voluntad. Lo mandas;
ni sé, ni puedo resistir; adoro
la mano que me hiere, y beso humilde
el dogal inhumano que me ahoga.
No temas ya las sombras que te asustan,
las vanas sombras que te abulta el miedo
cual fantasmas horribles, a la clara
luz de tu honor y tu virtud opuestas,
que nacer sólo hicieron... En mi labio
la queja bien no está; gime y suspira;
no a culpar tu rigor de los instantes
del más ardiente amor tal vez postreros.

¡Qué proyectos formábamos!... Mi vida,
mi delicia, mi amor, mi bien, señora,
amiga, hermana, esposa, ¡oh si yo hallara
otro nombre aun más dulce!, ¿qué pretendes?
¿Sabes do quieres despeñarme? Espera,
aguarda pocos días; no me ahogues;
después yo mismo partiré; tú nada
tendrás que hacer ni que mandar; humilde
correré a mi destierro y resignado.
Mas ora, ¡irme!, ¡dejarte!  Si me amas,
¿por qué me echas de ti, bárbara amiga?
ya lo veo, te canso; cuidadosa
conmigo evitas el secreto; me huyes;
sola te asustas y de todo tiemblas.
tu lengua se tropieza balbuciente,
y embarazada estás cuando me miras.
Si yo te miro, desmayada tornas
la faz y alguna lágrima...,  ¡oh martirio!
Yo me acuerdo de un tiempo en que tus ojos
otros, ¡ay!, otros eran; me buscaban,
y en su mirar y regaladas burlas
alentaban mis tímidos deseos.
¿Te has olvidado de la selva hojosa,
do huyendo veces tantas del bullicio,
en sus oscuras solitarias calles
buscamos un asilo misterioso,
de alentar libres de mordaz censura? 
¡Qué sitio no halló allí nuestras ternezas!
¿No ardió con nuestra llama? Al lugar corre
do reposar solíamos y escucha
tu blando corazón: si él mis suspiros
se atreve a condenar, dócil al punto
cedo a tu imperio y parto. Pero en vano,
te reconvengo, yo te canso; acaba
de arrojarme de ti, cruel,,, Perdona,
perdona a mi delirio; de rodillas
tus pies abrazo y tu piedad imploro.
¡Yo acusar tu fineza!... Yo cansarte,
a ti, que me idolatras...no: la pluma
se deslizó; mis lágrimas lo borren.
¡Oh Dios!, yo la he ultrajado; esto restaba
a mi inmenso dolor. Mi bien, señora,
dispón, ordena, manda: te obedezco;
sé que me adoras; no lo dudo; humilde
me resigno a tu arbitrio... El coche se oye,
y del sonante látigo el chasquido,
el ronco estruendo, el retiñir agudo,
viene a colmar la turbación horrible
de mi agitado corazón... Se acerca
veloz y para; te obedezco y parto.
Adión, amada, adiós... El llanto acabe,
que el débil pecho en su dolor se ahoga.


Oda IX                 ( fragmento)

¿Qué espalda tan airosa!
¡Qué cuello!  ¡Qué expresiva
volverlo un tanto sabe
si el rostro afable inclina!
¡Ay! ¡Qué voluptuosos
sus pasos! ¡Como animan
al más cobarde amante,
y al más helado irritan!
Al premio, al dulce premio
parece que le brindan,
de amor, cuando le ostentan
un seno que palpita.
¡Cuán dócil es la planta!
¡Qué acorde a la medida
va el compás! Las Gracias
la aplauden y la guían;
y ella, de frescas rosas
la blonda sien ceñida,
su ropa libra al viento,
que un manso soplo agita.
Con timidez donosa
de Cloe simplecilla
por los floridos labios
vaga una afable risa.
A su zagal, incauta,
con blandas carrerillas
se llega, y vergonzosa
al punto se retira.
Mas ved, ved el delirio
de Anarda en su atrevida
soltura: ¡Sus pasiones
cuán bien con él nos pinta!
Sus ojos son centellas,
con cuya llama activa
arde en placer el pecho
de cuantos, ¡ay!, la miran.
Los pies cual torbellino
de rapidez no vista,
por todas partes vagan,
y a Lícidas fatigan.
¡Qué dédalo amoroso!
¡Qué lazo aquel que, unidas
las manos con Menalca,
formó amorosa Lidia!
¡cuál andan! ¡cuál se enredan!
¡Cuán vivamente explican
su fuego en los halagos,
su calma en las delicias!
¡Oh pechos inocentes!
¡Oh unión! ¡Oh paz sencilla,
que huyendo las ciudades,
el campo solo habitas!
¡Ah! ¡Reina entre nosotros
por siempre, amable hija
del Cielo, acompañada
del gozo y la alegría!

 


Oda XV                                                   De mis niñeces


Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,
   de que alegres guirnaldas
con gracia peregrina,
para ambos coronarnos,
su mano disponía.
   Así en niñeces tales
de juegos y delicias
pasábamos felices
las horas y los días.
Con ellos poco a poco
la edad corrió de prisa,
y fue de la inocencia
saltando la malicia.
   Yo no sé; mas al verme
Dorila se reía,
ya mí de sólo hablarla
también me daba risa.
   Luego al darle las flores
el pecho me latía,
y al ella coronarme
quedábase embebida.
   Una tarde tras esto
vimos dos tortolitas,
que con trémulos picos
se halagaban amigas
   y de gozo y deleite,
cola y alas caídas,
centellantes sus ojos,
desmayadas gemían.
   Alentónos su ejemplo,
y entre honestas caricias
nos contamos turbados
nuestras dulces fatigas;
   y en un punto cual sombra
voló de nuestra vista
la niñez, mas en torno
nos dio el Amor sus dichas...


SILVA I. A las musas.


Perdón, amables Musas; 
ya rendido
Vuelvo a implorar vuestro favor: el fuego
Gratas me dad con que cantaba un día,
Mis ansias de amor ciego,
O de la ninfa mía
Las dulces burlas, el desdén fingido,
Y aquel huir para rendirse luego.
El entusiasmo ardiente
Dadme, en que ya pintaba
La florida beldad del fresco prado,
La calma ya en que, el ánimo embargaba
El escuadrón fulgente,
Que en la noche serena
El ancho cielo de diamantes llena;
Deslizándose en tanto fugitivas
Las horas, y la cándida mañana
Sembrando el paso de arrebol y grana
A Febo luminoso.
¡Ah Musas! ¡qué gozoso
Las canciones festivas
De las aves siguiera,
Saludando su luz el labio mío!
Hora mirando el plateado río
Sesgar ondisonante en la ladera,
Hora en la siesta ardiente,
Baxo la sombra hojosa
De algún árbol copado,
Al raudal puro de risueña fuente,
Gozando en paz el soplo regalado
Del manso viento en las volubles ramas.
Ni allí loca ambición en peligrosos
Falaces sueños embriagó el deseo,
Ni sus voraces llamas
Sopló en el corazón el odio insano;
O en medio de desvelos congojosos
Insomne se azoró la vil codicia,
Cubriendo su oro con la yerta mano.
Miró el más alto empleo
El alma sin envidia; los umbrales
Del magnate ignoró, y a la malicia
Jamás expuso su veraz franqueza.
De rústicos zagales
La inocente llaneza
Y sus sencillos juegos y alegría,
De cuidados exento
Venturoso gozé, y el alma mía
Entró a la parte en su hermanal contento,
La hermosa juventud me sonreía,
Y de fugaces flores
Ornaba entonces mis tranquilas sienes,
Mientras el ardiente Baco me brindaba
Con sus dulces favores;
Y de natura al maternal acento
El corazón sensible,
En calma bonancible,
Y en común gozo y en comunes bienes
De eterna bienandanza me saciaba.
¡Días alegres, de esperanza henchidos
De ventura inmortal! ¡amables juegos
De la niñez! ¡memoria,
Grata memoria de los dulces fuegos
De amor! ¿dónde sois idos?
¿Decidme, Musas, quién ajó su gloria?
Huyó niñez con ignorado vuelo,
Y en el abismo hundió de lo pasado
El risueño placer. ¡Desventurado!
En ruego inútil importuno al cielo,
Y que torne le imploro
La amable inexperiencia, la alegría,
El ingenuo candor, la paz dichosa.
Que ornaron ¡ay! mi primavera hermosa;
Mas nada alcanzo con mi amargo lloro.
La edad, la triste edad del alma mía
Lanzó tan hechicera
Magia, y a mil cuidados
Me condenó por siempre en faz severa.
Crudo decreto de malignos hados
Dióme de Témis la inflexible vara;
Y que mi blando pecho
Los yerros castigara
Del delinqüente, pero hermano mío,
Astrea me ordenó: mi alegre frente
De torvo ceño obscureció inclemente,
Y de lúgubres ropas me vistiera
Yo mudo, mas deshecho
En llanto triste, su decreto impío
Obedecí temblando;
Y subí al solio, y de la acerba diosa
Las leyes pronuncié con voz medrosa.
¡O! ¡quien entonces el poder tuviera,
Musas, de resistir! ¡quién me volviese
Mi obscura medianía,
El deleyte el reír, el ocio blando,
Que imprudente perdí! ¡quien convirtiese
Mi toga en un pellico, la armonía
Tornando a mi rabel, con que sonaba
En las vegas de OTEA(1)
De mis floridos años los ardores,
Y de Arcadio la voz le acompañaba
Baylando en torno alegres los pastores!
El que insano desea
El encumbrado puesto,
Goze en buen hora su esplendor funesto.
Yo viva humilde, obscuro,
De envidia vil, de adulación seguro,
Entre el pellico y el honroso arado.
Y de fáciles bienes abastado,
En salud firme el cuerpo, sana el alma
De pasiones fatales,
Entre otros mis iguales,
En recíproco amor entre oficiosos
Consuelos feliz muera
En venturosa calma,
Mi honrada probidad dexando al suelo,
Sin que otro nombre en rótulos pomposos
Mi losa al tiempo guarde lisonjera.
Pero ¡ay Musas! que el cielo
Por siempre me cerró la florecida
Senda del bien, y a la cadena dura
De insoportable obligación atando
Mi congojada vida,
Alguna vez llorando
Puedo solo engañar mi desventura
Con vuestra voz y mágicos encantos,
Alguna vez en el silencio amigo
De la noche callada
Puedo en sentidos cantos
Adormir mi dolor, y al crudo cielo
Hago de ellos testigo,
Y en las memorias de mis dichas velo.
Musas, alguna vez; pues luego ayrada
Témis me increpa, y de pavor temblando
Callo, y su imperio irresistible sigo,
Su augusto trono en lágrimas bañando.
Musas, amables Musas, de mis penas
Benignas os doled: vuestra armonía
Temple el son de las bárbaras cadenas,
Que arrastro miserable noche y día.


SILVA II. Al céfiro


Durmiendo Clóris
Bate las sueltas alas 
amorosas,
Cefirillo suave, silencioso;
No de mi Clori el sueño regalado
Ofendas importuno: al fresco prado
Tórnate y a las rosas,
Tórnate, cefirillo bullicioso,
Y de su cáliz goza y sus olores.
A mi Clori perdona, tus favores,
Tu lisonjero aliento le escasea;
Y huye lejos del labio adormecido,
No agravies, no, atrevido
Su reposo felice,
Que Amor quizá en su idea
Me retrata esta vez, quizá le ofrece,
Mi fe pura y le dice:
Duélete, o desdeñosa,
De tan fina pasión, y con su fuego
Su tímida modestia desvanece,
Tornándola sensible y cariñosa.
¡O! ¡mi ventura no interrumpas ciego!
Yo no sé que gozoso
Me anuncia el corazón al contemplarla.
Déxame ser en sueños venturoso,
Y escapa lejos a jugar al prado,
O respetoso pósate a su lado.
Empero ya travieso por besarla
Una rosa doblaste,
Y vivaz en sus hojas te ocultaste.
De nuevo tornas y la rosa inclinas,
Y con vuelo festivo,
Bullicioso y lascivo
La meces, y a su pecho te avecinas.
¡O! ¡que mi ardor provocas
Cada vez que lo tocas!
¡O! ¡que tal vez ese cogollo esconde
Letal punzante espina, que su nieve
Hiera con golpe aleve!
Cesa, y benigno a mi rogar responde:
Cesa, céfiro manso,
Y siga Clori en plácido descanso.
Cesa, y a tu deseo
Corresponda tu ninfa agradecida
En fácil himeneo.
O nuncio del verano deleytoso,
Tú que en móviles alas vagaroso,
De las flores galán, del prado vida,
Vas dulce susurrando,
Con delicado soplo derramando
Mil fragrantes esencias, ¡ay! no toques
Esta vez a mi Clori; no provoques,
Cefirillo atrevido,
Con tu aroma su aliento:
Guarda, que Amor con ella se ha dormido.
Mas ¡ay! con que contento
Parece que se ríe y que me llama.
Su boca se desplega
Y su semblante celestial se inflama,
Como la rosa pura
Que bañada en aljófares florece
Emulando del alba la hermosura.
Llega festivo, llega
A sus párpados bellos,
Y con ala traviesa cariñoso
Asentándote en ellos
Apacible los mece,
Que otra vez ríe y su alegría crece.
¡Ay! agítala, llega y tan dichoso
Momento no perdamos, cefirillo,
Que Amor me llama y su favor me envía:
Acorre, vuela, y tu fugaz soplillo
Ayude al logro de la dicha mía.


SILVA III. Las flores.


Naced, vistosas flores,
Ornad el suelo, que lloró desnudo
So el cetro helado del invierno rudo,
Con los vivos colores,
En que matiza vuestro fresco seno
Rica naturaleza.
Ya ríe mayo, y céfiro sereno
Con deliciosos besos solicita
Vuestra sin par belleza,
Y el rudo broche a los capullos quita.
Pareced, pareced, o del verano
Hijas y la alma Flora,
Y al nacarado llanto de la aurora
Abrid el cáliz virginal: ya siento,
Ya siento en vuestro aroma soberano,
Divinas flores, empapado el viento;
Y aspira la nariz y el pecho alienta
Los ámbares que el prado les presenta
Do quiera liberal. ¡O! ¡qué infinita
Profusión de colores
La embebecida vista solicita!
¡Qué magia! ¡qué primores
De subido matiz, que anhela en vano
Al lienzo trasladar pincel liviano!
Con el arte natura
A formaros en una concurrieron,
Galanas flores, y a la par os dieron
Sus gracias y hermosura.
Mas ¡ah! que acaso un día
Acaba tan pomposa lozanía,
Imagen cierta de la suerte humana.
Empero más dichosas,
Si os roba, flores, el ferviente estío,
Mayo os levanta del sepulcro umbrío,
Y a brillar otra vez nacéis hermosas.
Así, o jazmín, tu nieve
Ya a lucir torna aunque en espacio breve
Entre el verde agradable de tus ramas,
Y con tu olor subido
Parece que amoroso
A las zagalas que te corten clamas,
Para enlazar sus sienes venturoso.
Mientras el clavel en púrpura teñido
En el flexible vástago se mece,
Y oficioso desvelo a la belleza,
A Flora y al Amor un trono ofrece
En su globo encendido,
Hasta que trasladado
A algún pecho nevado,
Mustio sobre él desmaya la cabeza
Y el cerco encoge de su pompa hojosa.
Y la humilde violeta, vergonzosa
Por los valles perdida
Su modesta beldad cela encogida;
Mas el ámbar fragrante
Que le roba fugaz mil vueltas dando
El aura susurrante,
En él sus vagas alas empapando,
Descubre fiel do esconde su belleza.
Orgullosa levanta la cabeza
Y la vista arrebata
Entre el vulgo de flores olorosas
El tulipán, honor de los vergeles;
y en galas emulando a los claveles,
Con faxas mil vistosas
De su viva escarlata
Recama la riquísima librea.
Pero ¡ah! que en mano avara le escasea
Cruda Flora su encienso delicioso,
Y solo así a la vista luce hermoso.
No tú, azucena virginal, vestida
Del manto de inocencia en nieve pura
Y el cáliz de oro fino recamado;
No tú, que en el aroma más preciado
Bañando tu hermosura,
A par los ojos y el sentido encantas,
De los toques mecida
De mil lindos Amores,
Que vivaces codician tus favores,
¡O como entre sus brazos te levantas!
¡Como brilla del sol al rayo ardiente
Tu corona esplendente!
¡Y qual en torno cariñosas vuelan
Cien mariposas, y en besarte anhelan!
Tuyo, tuyo seria,
O azucena, el imperio sin la rosa,
De Flora honor, delicia del verano,
Que en fugaz plazo de belleza breve
Su cáliz abre al apuntar el día,
Y en púrpura bailada el soberano
Cerco levanta de la frente hermosa.
Su aljófar nacarado el alba llueve
En su seno divino;
Febo la enciende con benigna llama,
Y le dio Citerea
Su sangre celestial, cuando afligida
Del bello Adonis la espirante vida,
Que en débil voz la llama,
Quiso acorrer; y del fatal espino
Ofendida ¡o dolor! la planta bella
De púrpura tiño la infeliz huella.
Codíciala Cupido
Entre las flores por la más preciada,
Y la nupcial guirnalda que ciñera
A su Phiquis amada,
De rosas fue de su pensil de Gnido;
Y el tálamo feliz también de rosa,
Donde triunfó y gozó, cuando abrasado
En su llama dichosa
Tierno exclamó en sus brazos desmayado:
Hoy, bella Phiquis, por la vez primera
Siento que el Dios de las delicias era.
¡O reina de las flores!
¡Gloria del mayo! ¡venturoso fruto
Del llanto de la aurora!
Salve ¡rosa divina!
Salve, y ve, llega a mi gentil pastora
A rendirle el tributo
De tus suaves odores,
Y humilde a su beldad la frente inclina.
Salve ¡divina rosa!
Salve, y dexa que viéndote en su pecho
Morar ufana, y por su nieve pura
Tus frescas hojas derramar segura,
Loco envidie tu suerte venturosa,
Y anhele en ti trocado
Sobre él morir en ámbares deshecho:
Me aspirará su labio regalado.


SILVA IV. El sueño.


¿Por qué en tanta 
alegría
Se inunda mi semblante
Y enagenado el ánimo se goza?
Curiosa me demandas, Fili mía.
Hállote, y al instante
Mi corazón palpita y se alboroza,
Y río si te miro,
Y no de pena, de placer suspiro.
Un sueño, un sueño solo mi contento
Causa, Fili adorada;
Óyelo y goza el júbilo que siento.
En la fresca enramada,
Cual solemos triscando
Y riendo y burlando,
Soñé feliz que estábamos un día.
De liadas flores a tu sien texía
Y amaranto oloroso
Yo una guirnalda bella;
Mas tú, cuando oficioso
Ceñírtela intenté, me la robaste;
Y una cinta con ella
Flexible haciendo, blandamente ataste
Mis dos manos. Estrecha, Fili, estrecha,
Dixe, el nudo primero,
Y otro y otro me echa,
Que a gloria tengo el ser tu prisionero.
Luego viendo una rosa
En medio el valle descollar hermosa
Sobre todas las flores,
De los besos del céfiro halagada,
A cortarla corrí. ¡Flor venturosa,
Le dixe, el lácteo seno de mi amada
De tu frescura goze y tus olores!
Y en él la puse lleno de ternura.
Mi rosa pareció más encendida
Y su nieve más pura
Contrapuesta a la púrpura subida.
Tú al punto la tomaste,
Y no sin vanidad ¡ay! la llegaste
Al carmín vivo de tus labios bellos,
Y besándola de ellos
A los míos riyendo la pasaras.
El alma toda apenas los tocaras,
El alma toda a recoger tu beso
Sobre la rosa se lanzó anhelante,
Y por uno sin seso
Su tierno cáliz te torné abrasado
Con mil y mil en mi pasión amante.
En tales burlas por el fresco prado
Vagando alegres fuimos,
Cantando mil tonadas,
O remedando en voces acordadas
Ya el trino delicado a los xilgueros,
Ya el plácido balar de los corderos.
Cuando a Lícidas vimos
Que a nosotros venía,
Qual suele en torva faz. ose o y zeloso:
Nublóse tu alegría,
Bien como flor cortada
Cuya mustia beldad cae desmayada;
Y con labio medroso,
Huyamos, me dixiste:
¿Zagal tan necio y tan, odioso viste?
Yo te idolatro, y quiere
Que oyga su amor y alivie su cuidado;
Y así me sigue qual si sombra fuera.
¡Ay zagal! aquí estas; en vano espera:
Y fiel mi mano al corazón llevaste.
Sobre él la puse, y fino palpitaba,
Y el mío de placer mil vuelcos daba.
Así en trisca inocente
Sin sentirlo llegamos a la fuente,
Que en torno enrama el álamo pomposo,
Aquí evitemos la abrasada siesta,
Dixiste, pues a plácido reposo
Su sombra brinda y brinda la floresta;
Y te asentaste en la mullida grama.
Yo me senté a tu lado,
Y en torno se derrama
Con el tuyo paciendo mi ganado
Por la fresca pradera.
El albo vellocino a la cordera,
Que en grato don por el rabel me diste,
A rizar oficiosa te pusiste,
Y yo en tanto escribía
Tu nombre venturoso
En la lisa corteza,
Y así apenado al álamo decía:
Crece, tronco dichoso,
Crece, y el nombre de mi Fili amada
Crezca a la par contigo,
Y a par también su amor y su firmeza;
Y se a los cielos de mi testigo.
De hoy más por los pastores
Se escogerá tu sombra regalada,
Quando traten en pláticas de amores,
O al viento envíen sus dolientes quejas.
Sus inocentes danzas
Tendrán en ti las lindas zagalejas
Y anidarán los dulces ruiseñores.
Ni sufrirás del tiempo las mudanzas
De las sonantes hojas despojado,
Ya con su nombre a Fili consagrado,
Tú que fina escuchaste
Mi apasionado ruego,
Cariñosa tomaste
La aguda punta, y escribiste luego
Tras FILI. DE. DAMON., y por adorno
De mirto una lazada
Que los dos nombres estrechaba en torno;
Y tierna me miraste: ¡o que mirada!
De ella alentado mis felices brazos
A tu cuello de nieve
Lanzándose amorosos... Un ruido
Suena a la espalda y la enramada mueve.
Tú esquiva evitas los ardientes lazos;
Yo miro ayrado, y Lícida escondido
Torvo acechaba nuestra dulce llama.
Su odiosa vista en cólera me inflama,
Detiéneme tu brazo cariñoso;
Lícidas huye con fugaz carrera,
Despierto, y en mi sueño venturoso
Fue FILI DE DAMON tu voz postrera.

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