afecto 40
afectos a la pasión de cristo,
y
deseos de participar en ella. si se estimara la impresión de las llagas, ¿por
qué no las angustias?
El día de la santa Cruz, leyendo cómo Nuestro
Señor ofreció su santísimo cuerpo y sangre, para
entrar en su pasión, se deshacía mi alma en vi-
vos deseos de que mi cuerpo y alma, si se puede
decir, se consumiese y aniquilase en padecer y
amar a Su Divina Majestad.
El día de las llagas de mi padre san Francisco,
leyendo las angustias y tristezas del alma
santísi-
ma de Nuestro Señor en el güerto, conocía
estas cosas, como si dijera: ¿por qué aquel favor
de comunicar mis llagas solo has de admirar; y
siendo parte tan principal de mi pasión, las an-
gustias y dolores interiores que yo padecí, no se
reciben con resignación, consuelo y hacimiento
de gracias? Como el que decía: “yo llevo en mi
cuerpo las llagas del Señor Jesús”: se gozaba de
padecer por el nombre de Jesús, contumelias,
angustias, dolores, destierros (hasta llegar a
tener tedio al vivir), porque se miraba como
coheredero con Cristo; y así decía: si tamen
compatimur, ut et conglorificemur, teniendo por
señal de la pasión de Cristo cualquiera cosa de
las que el Señor padeció en su santísimo cuerpo y en su benditísima alma, se
gloriaba en la cruz y en la tribulación.
copla
Sin penas, no hay merecer
Sin trabajos, no hay gozar.
Vengan dolores y penas,
Que tanta gloria han de dar.
(Del Capítulo xviii de Su Vida)
Tomado de:
POEMA AFECTO 45 (I)
Deliquios
del Divino Amor
en el corazón de la criatura
y en las agonías del Huerto.
I
El habla delicada
del Amante que estimo,
miel y leche destila
entre rosas y lirios.
Su meliflua palabra
corta como rocío,
y con ella florece
el corazón marchito.
Tan suave se introduce
su delicado silbo,
que duda el corazón
si es el corazón mismo.
Tan eficaz persuade,
que, cual fuego encendido,
derrite como cera
los montes y los riscos.
Tan fuerte y tan sonoro
es su aliento divino,
que resucita muertos
y despierta dormidos
.
Tan dulce y tan suave
se percibe al oído
que alegra de los huesos
aun lo más escondido.
POEMA AFECTO 45 (II)
Al monte de la mirra
he de hacer mi camino,
con tan ligeros pasos
que iguale al cervatillo.
mas ¡ay Dios!, que mi Amado
al huerto ha descendido,
y como árbol de mirra
suda el licor más primo.
De bálsamo es mi Amado,
apretado racimo
de las viñas de Engadi:
el amor le ha cogido.
De su cabeza el pelo,
aunque ella es oro fino,
difusamente baja
de penas a un abismo.
El rigor de la noche
le da color sombrío
y gotas de hielo
le llenan de rocío.
¿Quién pudo hacer, ¡ay Cielo!
temer a mi querido?,
que huye el aliento y quede
en un mortal deliquio.
Rotas las azucenas
de sus labios divinos
mirra amarga destilan
en su color marchitos.
Huye, áquilo; ven, austro,
sopla en el huerto mío;
las eras de las flores
den su olor escogido.
Sopla más favorable
amado vientecillo;
den su olor las aromas,
las rosas y los lirios.
Mas ¡ay!, que si sus luces
de fuego y llamas hizo
hará dejar su aliento
el corazón herido.
Tomado de:
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