martes, 22 de noviembre de 2016

POEMAS DE GABRIEL JAIME FRANCO


 Resultado de imagen para GABRIEL JAIME FRANCO
(Medellín 1956)


Poemas de Guerra


 V
Y es un país el que desciende
hacia los tristes hangares de los muertos
desde las altas zonas del crimen
A su triste cortejo opongo
una voz quebrada,
un cansancio de sueños rotos
desde las dulces praderas de la infancia
hasta los días coronados de lutos.
Y es mi sueño el que desciende
hacia negativos vocablos
desde las altas cimas del amor.

VI
En la noche, y a sí misma
cercada por el miedo,
la ciudad desciende al día
circundada de esperanzas.
Pero preguntad por el cielo
en las tristes mansiones de dolientes,
preguntad por el amor
en los sucios hospitales
donde un niño parpardea por última vez
bajo una irónica luz de sodio
y el llanto de la madre
que enloquece de dolor.
No preguntéis tampoco,
en este país de políticos y escombros
quién fundará el sueño de la luz
después de las eficaces promesas de las bombas.
Todos cruzamos por el día
con un muerto cercano al corazón,
mientras la ciudad asciende hacia la noche,
circundada de venganzas.

VIII
Nosotros libramos guerras interiores
y nuestros son los muertos,
las brisas en salmuera,
los ojos inocentes
bajo tierras de minio.
Yo no tengo sino palabras,
preguntas,
pero declaro una guerra
a mi podrida patria.
Amor: no es nuestro el que desciende por el río,
entre muertos y sargazos.
Amor: un país espera
ascendiendo entre la greda.

I

Puesto que se es un hombre
no se es grande.

Mas es haber venido aquí tan grande,
que haber creído ser un día 
es haber sido.

Ahora hago en verdad esto o aquello, 
mas no entiendo muy bien 
por qué no soy un hombre que embetuna o hace fila, 
quien ofrece cursos de ingles o enciclopedias, 
algo así, 
porqué no sería yo quien ora, 
quien ahora muere, 
quien intenta ser en esto 
o en esto 
o en aquello

Porqué sólo soy quien se pregunta, 
quien se deshalla y se descentra, 
sólo quien intenta no sabe muy bien qué.

Por qué soy al fin quien soy, si fuera.
Mas fue creer haber sido tan grande, 
que sólo haberlo creído es haber sido.

II

Toda poética excluye e 
intenta 
construir su onanista paraíso.

Lo que mis ojos no vieron 
lo vieron otros ojos.

Donde mi corazón no estuvo
otro se exaltó de dicha o de dolor.

Toda poética se ciega a sí misma,
despedaza su sextante, 
a sí se siega.

De donde no extrajo nada
mi razón ofuscada por su obsesión de soles,
otro trajo su porción de luz.

Toda poética construye su casa
con ladrillos que también son míos.
Por qué entonces hacerla sin ventanas?

Lo que no alcancé a soñar otros lo soñaron,
y mi pasión no fue más alta ni más baja, 
sino tan sólo mi pasión.

Toda poética es orín de perro,
límite, 
miedo de ser lo que ya se era.

De donde no penetró mi ojo limitado otros trajeron su fulguración, su chispa.
Allí donde no pensara otros pensaron.
Un alguien que algo supo a mí me hizo saber.
Yo nunca miré solo. Yo nunca miré solo
Cuando tu muerte se te acerque 
no veras sino

tu ojo,
tu ojo,
tu ojo.

III

Un nombre propio ofende. 
Pienso un rostro, y ese rostro 
ya no será más si lo nombro.

Toda precisión excluye,
taxa.

Mas la poesía es como niebla, 
visible y viva, 
lenta y móvil,
anónima e inaprehensible.

Pero la palabra hombre evoca:
Por eso un poco ahora sé cuánto me llamo Josefina, 
Roberto y Luis Arturo, 
cuánto ahora estoy diciendo y en otra parte sí,
don Francisco, cómo le parece, 
cuánto ahora 
          pateo una piedrita en una calle de Skopje

cuánto estoy ahora 
          acodado en un pequeño balcón de Porto, 
y cuánto ahora nada digo,

si dijera,
pues se dice o no se dice.
Nombrar es un accidente, si se nombra.
Esta es una silla y es ésta la piedrita,
don Francisco, cómo le parece.

En algún sitio alguien nombra, 
reduce.

IV

¿Hablé un día?
¿Pronuncié palabras hiladas de tal modo que aquellos que viajaban conmigo volvieran los ojos, aguzaran sus oídos?
Que, al menos, se dijeran entre sí: «¿Entiendes lo que dice? ¿De qué sueño, de qué universo nos habla con palabras que también son nuestras?»
Nada. Nadie. Ninguno volvió sus ojos.
¡Y yo volví los míos sobre mi corazón de bruto, hacia mi sangre animal viva y cálida en su torrente vivo!
Bruto entre los brutos, pero con un ojo alerta, tampoco era nuevo mi corazón, ni más elocuente que la hoja muerta reposada de humedad entre el mantillo, donando su pequeña porción de luz, su delgada nervadura que volvía al torrente lento de la savia.
Una voz había allí, lo supe, bajo su magnífica humildad abandonada al flujo de lo vivo.
Y yo leí sobre la hoja y su tenue cedazo de nervios la alta metáfora de lo viviente.
Nunca tuve voz, también lo supe. Sólo palabras. Y oídos, maravillosos oídos para el eco.
Y la hoja muerta me conduce a la certeza de una soledad irremediable, pues yo no tengo voz para decirte todo aquello que en mí se mueve como una savia muda.

VIII

Soy este hombre.
O aquel. Sí: yo es otro. Soy un chino, un canario, un irlandés.
Yo es otro. Cualquiera. Hasta el rostro es el mismo, si se mira bien.
Es mío el miedo de un hombre. Cualquiera. Me he puesto su pijama, esta noche. Me pondré su mujer.
Miedo de sí. De ser esto o lo otro. De ser arrastrado por las aguas. De no ser arrastrado y tener entonces tiempo para mí y mirarme en mi espejo.
Soy un chino, un canario, un irlandés. Y tengo miedo.
Quizás trice el espejo cuando me detenga.

Cruzaré por la visión del milagro de lo vivo como un pequeño astro que se acerca a un hueco negro:
seré un chino, un canario o un irlandés 
bajo la tierra memorable.


FISURAS


A mí, al menor descuido, se me abre una fisura. Es algo completamente inevitable, completamente. Todo lo que veo desencadena en mí una suerte de tristeza, y es ahí que sólo salir a la calle y mirar a las muchachas que compran la leche –filadas como fichas de dominó o como un ejército hambreado- me comienza una fisura por los lados del colon, que se mueve y termina por situarse en un lugar irreconocible. Es la tristeza. Yo podría muy bien salir y mirar como quien mira sus propios nervios oculares, pero he ahí que me agarra un dolor en la frente y la gente, además,  huye espantada y murmurando cosas ininteligibles. A mí sólo me alegra el sopor de la noche y el ruido que produce el viento al arrastrar las hojas secas de los árboles: la ilusión de un otoño esperado por siglos. Si no estuvieran esas muchachas comprando leche, tendría de cualquier manera tomar el autobús, y a mí tomar el autobús me es hierro, me es roca, porque al instante veré a las colegialas enchapadas en sus dulces uniformes respirando el aire enrarecido del bus como un rey que recorre sus dominios, pero sin embargo con un temor visiblemente disimulado. No puedo tampoco decirle al hombre que está a mi lado que la vida es una continua herida, porque el hombre no hará otra cosa que reafirmarlo condescendientemente y luego hacerse el estúpido mientras mira los balcones de las casas a través de la ventanilla grasienta del bus. No tengo la culpa si una señora con un canasto repleto de huevos es un asunto incomprensible o si el crepúsculo es la cara real del ansia. Soy un tipo sin arreglo, definitivamente sin arreglo: cada paso me es pregunta, me es duda; cada visión, una fisura, semejante a la que abren los recuerdos dulces, dulcísimos de una infancia entre montes y ramajes. Lo que no puedo hacer, en todo caso, es cerrar los ojos, porque tengo que mirar mi interior, donde no se ve otra cosa que un país de desterrados. Lo que más me gusta es dormir, siempre que pueda o siempre que una de mis súbitas conmociones nocturnas no lo impida; o cuando mi padre lo permita, porque mi padre, invadido por un insomnio indómito, comienza a pasearse por los cuartos con machacazos de nostalgia bajo las pantuflas. Para él también lo mejor es el reino tumultuoso de la noche, allí donde no hay memoria y el deseo es una fiera que no domina el tiempo. En este país, lo sé, el invierno níveo y el otoño son medidas del sueño más redulce, pero verano y lluvias siguen tejiendo secularmente el tedio y esta innoble sensación de impotencia. Los años pasan como pluma y el silencio concentrado de la noche agranda las fisuras.

Poemas de La tierra de la sal




APALEADO



Apaleado. Decididamente apaleado.  De naufragio en naufragio.  Torpe ciego en el dédalo de mis dudas, yo imploraba tan sólo una vieja canción de infancia.  A tropezones.  Decididamente a tropezones me consumía el tiempo.  A garrotazos supe que la vida sería larga como una tarde de verano o como el abismo que tienden la poesía y uno que otro beso.  (Por los abismos de la poesía supe caer, deslizarme).  Yo viví el oficio que imponen la ausencia y los grandes ausentes, y por las noches sentía un frío y un miedo largos, inmensos.  Tuve también la visión memorable de una bella mujer cruzando las plazas, un encuentro y la conversación que desataba el hilo de las coincidencias.  Tuve y fui todo eso.  Otras cosas fui, también.  Pero ahora es este cansancio, este vasto y muy temprano cansancio.  Y la tristeza de la lluvia traqueteando en los tejados.

BRUTO


Me he vuelto irremediablemente bruto y no tengo ojos o cuerpo más que para ver con simpleza o para sentir un felino que con sus uñas filosas pende de un lugar del sueño o los deseos.  Vivo aguijoneado, como quien dice.  Pienso sí que algún día voy a anularme si el miedo continúa tejiendo en mí sus redes, pero ése es un diagnóstico en el que no se me debe creer un ápice.  De cualquier modo, señores míos, uno es artífice de su final, con tanta facilidad como la que utiliza el sol para ocultarse: con inquietante quietud.  Juro que la vida se me está consumiendo como un cigarro.  De buena marca, es cierto, pero al fin y al cabo uno está tirado a la vida como una pelota de limo negro: ¡Tuve épocas de absoluta seriedad, en las que la miseria entraba por un ojo y salía por la boca como en un par de muy buenos vasos comunicantes!  Ahora ya no pienso, y por lo demás no sé si sea necesario: soy por completo bruto y epidérmico.  A la vida el corazón me llama, el cual reacciona como un finísimo grano de maíz pira: un poco de calor y saltan mis más íntimas voces.  Pensar, lo que se dice pensar, ya no puedo, por más esfuerzo que haga.  Además, ¿puede hacerlo aquél que vive en un laberinto de espejos negros y no tiene como defensa más que una inexplicable paciencia?  ¿Puede hacerlo aquél que desde su encierro ha visto aquello que flamea y llama en campo abierto? ¡Yo vivo en un trance continuo a no sé qué!


Poemas de En la ruta del día



   

IV


Ha cambiado la ciudad,
los cerros leprosos que la cercan,
su aire ensortijado,
su voz de numen que agoniza.

Mi corazón habita esta fisura,
la ama de un modo absurdo,
pues junto al más alejado farol
donde titilara una luz irónica,
o bajo el entornado balcón que más que la belleza
guardara una insípida nostalgia,
a lo largo del excrecente río de aceites y metales,
en el silencio solapado de los teatros,
al interior de las pensiones que antes construyera un deseo más limpio,

el dolor robusteció sus frondas,
la muerte dejó su signo indescifrable.

  

VII


¿Qué ajetreo es ese, allá afuera,
qué gritos de quién inauguran la tarde
con acento de terror?

Esta calle no es nueva en el dominio
de las sombras, tampoco ahora,
cuando la música invade el cuerpo
de los escasos visitantes
y el día cruza el centro
de su perfecta claridad.

Estos hombres descienden de los altos,
con ocio forzado o elegido
a este lugar opaco y ruidoso
donde el olvido no penetra.

¿Pero qué ajetreo es ese, allá afuera,
qué arma acompasó el grito
de la terrible despedida?

¡Nunca fue nuevo el día,
y yo he girado tanto tiempo
en la misma ruta miserable!

 

XII


A esta hora, aproximada ya la vuelta de la clepsidra,
la muerte acecha estos lugares.

Alguien a quien he sabido amar me dice:
“algo camina por aire, debajo de las mesas. Reclama
su sueldo en voces rotas, pieles crispadas, cercos de metal”

También afuera, los ausentes de la música que ahora nos invade
con un crepitar de olas y albatros,
esperan un temblor en nuestras voces,
y harán contraer nuestros labios
con sus voces de plomo.

Y yo siento cómo,
de las casas distantes,
se deslizan suavemente hacia las calles desoladas
frases escapadas de los sueños.
Al canto de los insectos nocturnos
se mezcla ese triste murmullo.

“Pero nuestro absurdo subsistirá -me dice-
en la arriesgada piel de nuestros cantos”.

Afuera esperan la noche y su quietud ficticia.



LOS REGRESOS


I


Amada: para qué retornar
con tristeza en la memoria
al patio de desecados parterres
o al valle donde un sol infinitamente lento
pobló de salamandras tu infancia.

Cuida bien qué vientos
soplan en tu memoria,
porque la nostalgia es una clepsidra rota,
tiempo del que tus sueños
ya no penden,
una herida dorada sobre tu corazón de leños.

Deja que los sueños fijen una flor
sobre tu tiempo,
que un sol ya consumido no se apodere de tu vida.


IV


Algo sangra siempre
en el lecho dúctil de los sueños:
la daga inevitable de estos años:

También han crecido las hiedras,
la siempreviva, la adormidera,

es más evidente la opaca escritura
de la tierra y el viento
en los muros de las casas,

se ha tocado de fuego
el cabello de los niños
y ha crecido el hambre
tras de sus ojos de ópalo,
la miserable ruta de la muerte.

Pero aunque el ansia
se pueble de hojas de ceniza,
en los suburbios crece una flor
de muchachas y muchachos desbocados.

VOY A MORIRME UN DÍA, Y SIN EMBARGO ESCRIBO


Acecho no sé qué.
¿La belleza?
¿Y qué me dice que ésta, sea ella lo que fuere,
puede ser alcanzada con palabras?
Y qué agregarían al mundo con ello.
La belleza siempre estaba antes,
en el ardor que se enciende en el lenguaje,
en el asombro de quien mira el cielo nocturno y puede
agradecer, con lágrimas y en soledad, la consagración del
doloroso milagro de vivir, la opresiva certeza de no tener
palabras para hacer transferible una experiencia de dolorosa
alegría, de indecible servidumbre al ojo que, libre, establece
un nexo entre el corazón abismado y la conciencia
insatisfecha.

Poética

Toda poética excluye e
intenta
construir su onanista paraíso.
Lo que mis ojos no vieron
lo vieron otros ojos.
Donde mi corazón no estuvo
otro se exaltó de dicha o de dolor.
Toda poética se ciega a sí misma,
despedaza su sextante,
a sí se siega.
De allí de donde no extrajo nada
mi razón ofuscada por su obsesión de soles,
otro trajo su porción de luz.
Toda poética construye su casa
con ladrillos que también son míos.
¿Por qué (pues) hacerla sin ventanas?
Lo que no alcancé a soñar otros lo soñaron,
y mi pasión no fue más alta ni más baja,
sino tan sólo mi pasión.
Toda poética es orín de perro,
límite,
miedo de ser lo que ya se era.
De donde no penetró mi ojo limitado
otros trajeron su fulguración, su chispa.
Yo nunca miré solo. Yo nunca miré solo.
Cuando la muerte se te acerque
no verás sino
tu ojo,
tu ojo,
tu ojo.

¿Leyendo a Fernando Pessoa?

1

Puesto que se es un hombre
no se es grande.
Mas es haber venido aquí tan grande
que haber creído ser un día
es haber sido.

2

Ahora hago en verdad esto o aquello,
mas no entiendo muy bien
por qué no soy un hombre que embetuna o hace fila,
quien ofrece cursos de ingles o enciclopedias,
algo así,
porqué no soy quien ora,
quien ahora muere,
quien intenta ser en esto
o en esto
o en aquello,
Porqué sólo soy quien se pregunta,
quien se deshalla y se descentra,
sólo quien intenta no sabe muy bien qué.
Por qué soy al fin quien soy, si fuera.
Mas fue creer haber sido tan grande,
que sólo haberlo creído es haber sido.

3

Haber sido un hombre,
haber creído serlo un día
es tan grande y triste y bello y solo,
que toda verdad por mí intentada
es tonta y grande,
pues ser es quien embetuna y quien ora y hace fila.
quien mastica esparto
quien se acoda en un balcón en Porto o Pernambuco.
Uno es en verdad un ser allí o aquí,
pobre y rica y maravillosa cosa siendo en el tiempo,
pobre y rica e innombrable cosa que se piensa.
Alguien muere, todo el tiempo, de verdad,
alguien está muriendo,
todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo,
todo el tiempo alguien está muriendo
en gerundio, ahora y todo el tiempo,
en gerundio, en gerundio ahora,
y soy siempre yo,
siempre yo,
de todas formas.
Es una cosa triste y maravillosa.
¡Es tan bello! Es casi insoportable.
Es tan bello.
¡Oh Dios, es tan bello y triste!




No hay comentarios.:

Publicar un comentario