(27 de abril de 1888, Pisco, Perú - 3 de noviembre de 1919, Ayacucho, Perú)
POEMA EL HERMANO AUSENTE EN LA CENA
PASCUAL
La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
Y sobre ella la misma blancura del mantel
Y los cuadros de caza de anónimo pincel
Y la oscura alacena, todo, todo está igual…
Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel
y se musita el nombre del ausente;
pero él hoy no vendrá a sentarse en la mesa
pascual.
La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reir
que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…
POEMA TRISTITIA
Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y
sola,
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.
Dábame el mar la nota de su melancolía
;el cielo, la serena quietud de su belleza;
los besos de mi madre, una dulce alegría,
y la muerte del sol, una vaga tristeza.
En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado, del mar,
y lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar
POEMA ELOGIO
Elogio...
¡Poeta! tú naciste para reír bajo las vides
para cantar victorias y triunfar en las lides
y llevar el ensueño de canción en canción
orlarte con coronas del laurel de las Hadas
y llevar tus guedejas bajo el Sol coronadas
por las formas olímpicas donde ríe el amor.
Un haz de voluntades te llevó a otros vergeles
y cantaste a otras razas y bebiste otras mieles
junto a un río de plata donde se mira el Sol;
la Historia entre tus humos un perfume ha
aspirado
y un susurro de voces en el bosque sagrado
anuncia el nuevo triunfo de un nuevo Anacreón.
Heraldo de tu raza diste el primer acorde
en la augusta trompeta y en la lira tricorde
donde las notas juguetearon como en un humo
sideral
y hay en tu vieja estirpe, noble como el acero
guerrero en la gloria y en la tierra un trovero
fresco, joven y ardiente como una flor
primaveral.
Vayan mis versos pálidos a orlar serenamente
junto a tantos laureles los rizos de tu frente
cual susurro lejano de un modesto vergel,
bajo la débil sombra de tu imperial corona
que el arte, el talento y el amor eslabona
con un simbólico laurel.
Hubo en tu raza un hombre, precursor de la
Historia
que soñó tus canciones y presintió tu gloria
entre águilas heráldicas y entre campos de azur,
que imaginó algo grande digno de tus hazañas
y en el nido más alto de las altas montañas
hizo un pueblo, poeta, ¡donde nacieras tú!
Recuerdo vagamente de un lejano momento.
Fue un floreal. Tus canciones impregnaron el
viento
y yo vi ante tus versos la brisa sonreír,
cantará las doradas espigas de la lira...
En el floreal de entonces cantaste a Primavera,
y hoy es la Primavera, ¡la que te canta a ti!
Ve por el mundo, bardo, y atraviesen tus rondas
entre frescos jardines y entre aromadas frondas
hacia el amplio sendero donde mora Ilusión
poeta que naciste para reír bajo las vides
para cantar victorias y triunfar en las lides
¡y llevar el Ensueño de canción en canción!
HA VIVIDO MI ALMA...
Ha vivido mi alma
en las Edades viejas
en un guerrero
heroico y un galán trovador,
y en gentiles
mancebos de enroscadas guedejas
enamorada siempre
de una prohibición.
Mi alma fue de
Tartufo, de un ídolo pagano,
de un impúber de
lesbia, de un fauno y de un bufón;
vivió dentro del
cuerpo de un gladiador romano,
y en el cuerpo
caduco de un viejo Faraón.
Ha vivido en las
aguas y ha vivido en las rosas,
ha vivido en los
hombres y ha vivido en las cosas,
buscando siempre
amor.
Irá hacia un país
lejano de sátiros traviesos
y de labios de
sangre que conviertan en besos
las cosas que no
son...
Y vivirá mi alma en
las cosas futuras
sintiendo las
saetas de nuevas desventuras,
en una larga,
triste, cruel peregrinación...
NOCTURNO
Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su
silencio
y tengo miedo que
despierte
al suave roce de
mis pasos lentos…
La iglesia eleva
sus dos torres
en la oquedad honda
del cielo
y cruza el aire el
pentagrama
del poste del
teléfono.
Pide limosna,
lamentable,
un mendicante viejo
y ciego
y habla de Dios y
dice: ¡Hermanos!
y tiende al aire su
sombrero.
Pasa un borracho
hinchado el rostro,
echa hacia mí su
aliento fétido,
alza los brazos y
gritando:
-¡Viva el Perú!- se
cae al suelo.
La luz de un arco
parpadea,
chocan sobre ella
los insectos,
cambia a mis pasos
la quebrada
rara silueta de los
techos.
Duerme un cansado
caminante
en el dintel amplio
del templo
y allí en la
esquina, junto a un poste,
con gravedad se mea
un perro.
Ya la ciudad está
dormida,
yo solo cruzo su
silencio
y me parece que
alguien sigue
mis pasos a lo
lejos…
Un auto lleno de
farautes
pasa, alborota,
insulta; entre ellos
van las criollas
cortesanas
zambas, pintadas y
de pies pequeños.
Ya la ciudad está
dormida,
yo solo cruzo su
silencio;
repite el eco en el
vacío
el duro golpe de
mis pasos lentos.
De estas cien mil
almas que duermen
¿cuál soñará lo que
yo pienso?...
¿Acaso aquella que
esta tarde
sonrió a mi paso y
me miró en silencio?
En los siniestros
hospitales
se moverán insomnes
los enfermos…
¿Quién llorará
desconsoladamente?...
¿Quién se estará
muriendo?...
¿En cuántos labios
juveniles
se contraerán
frases y besos?
¡Cuántas mentiras
adorables!
¡Qué desgraciados
estarán naciendo!
Y ella en la muda
alcoba blanca,
rosado y tibio su
jugoso cuerpo,
extenderá su
cabellera rubia
sobre las rojas
flores de sus senos.
Y una sonrisa
insinuarán sus labios
y su nariz aspirará
deseos
¡y yo estoy vivo,
yo lo sé y la adoro
y ahora no puedo
darla un beso!
Y pasarán
inexorables
horas y días,
juventud y sueños.
Hoy tengo miedo de
morirme.
¡Qué solo debe
estar el cementerio!
Ya la ciudad está
dormida
y sólo cruza su
silencio
el ruido que hace
la pesada
negra carroza de
los muertos…
YO, PECADOR
Mi boca fue a
manera de un ático panal
do acudieron los
besos en lírico tropel,
abejas amorosas que
llenaron de miel
mi espíritu
sediento y mi carne mortal.
Ha gravitado en mi
alma, sincera y vertical,
la voz inexorable y
cóncava, de aquel
de testa fascinante
que al bíblico vergel
arrancó la manzana
con giros de espiral.
Soy, Señor, de tus
siervos, quien más ha delinquido:
el no poder amar
fue mi pena más honda,
el no poder besar
fue mi mayor tormento.
Dame, de tus
castigos, la acre copa redonda;
y pues soy de tus
siervos el que más te ha ofendido,
yo te pido perdón..
¡pero no me arrepiento!
Ritornello
Para vivir en el amor
basta que un alma nos sonría.
¿Qué nos importa que el dolor
con un rictus de vencedor
exhiba su máscara fría?
Para vivir en el amor
basta que un alma nos sonría.
Para luchar contra el destino
basta que un alma nos escude.
Torvo y siniestro, en el camino,
que el búho envidioso y cetrino
nos grite al paso y se demude.
Para luchar contra el destino
basta que un alma nos escude.
Para librarnos del olvido
basta que un alma nos comprenda,
¿qué importa el ser o no haber sido
o que el destino adverso, herido,
sus iras trágicas encienda?
Para librarnos del olvido
basta que un alma nos comprenda.
Ofertorio
Cuando el rojo crepúsculo
en la aldea ponía
la silenciosa nota de su melancolía,
desde la blanca orilla iba a mirar el mar.
Todo lo que él me dijo aún en mi alma persiste:
«mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar»
A veces, en la sombra, la vaguedad marina
cruzaba el blanco triángulo de una vela latina
y se esfumaba en el confín;
desgranaba las lágrimas de su espuma una ola
y una ave en el espacio se deslizaba sola
hacia la costa curva y gris.
El faro como un cíclope con el ojo encendido,
buscaba entre las sombras algún buque perdido,
desnudo y fuerte como un pescador,
ofreciendo su estela como un pródigo brazo
y sus férreas escalas como un duro regazo:
tal a los reyes magos la estrella del Señor.
Hoy, con mi barca débil navegando en la ignota
inmensidad brumosa, la blanca vela rota,
tu espíritu bueno me sepa guiar.
Tú, blanca, dulce, triste, pensativa, adorada,
recuerda y pon en estas palabras tu mirada
amorosa y profunda como el cielo y el mar.
La ofrenda de odhar
Para Raimundo Morales de
la Torre.
Caminaba el anda
sobre doce nubios de pieles brillantes
hacia Samarcanda.
Regado de flores amapolas rojas-
se abría el camino que iba a la mezquita.
Los esclavos negros pisaban las hojas
y sus albornoces manchaban de blanco la ruta
bendita.
En el anda iba la reina de Oriente
que se adormitaba pálida y silente
bajo las ojivas de sus alfeizares
mimada por suaves abanicos indios
y por enervantes antimacazares.
¡Oh, la reina mora, la reina brillante!
A Odhar, que era un niño, su primer amante,
a cambio de un beso le pidió un collar
y todos sus blancos dientes blancos marfilinos
que eran amuleto contra los destinos
galante el infante los hizo engarzar.
Fue al camino triste como sus amores
por donde pasaba con sus servidores
la reina, y, entonces, el muriente Odhar
pálido y tranquilo la esperó en las flores
y al pasar la reina, la ofreció el collar.
Sobre el blando cuerpo del joven amante
pasaron los nubios el anda triunfante.
Entre nubes rosas -mirra y eucalipto-
sobre las cabezas de nubios sansones
entró la graciosa princesa de Egipto
en el viejo templo de los Faraones.
Al salir del templo la reina galante
se olvidó del niño -su primer amante-
cuya boca en sangre no quiso besar,
y al primer esclavo que llegó a los pálidos
mármoles del templo
como una limosna le ofreció el collar.
Con los doce nubios
tristemente, el anda
se perdió en la ruta que iba a Samarcanda.
Los pensadores vencidos
Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida, pero siempre soñadora.
Al coro
de monocordios de oro
van las cabezas hermosas
de los griegos, coronadas de pámpanos y de
rosas.
Por entre la multitud
va la esteta juventud
de pensadores vencidos
y de eternos soñadores de los frutos prohibidos.
La suave diosa Harmonía
cuando pasan por el yugo les habla de poesía.
Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida pero siempre soñadora.
Las cabezas cabellosas
dejan, como frescas rosas
que pisaran los atletas,
las divinas harmonías de sus rítmicos poetas.
Pasan sátiros, vestales
y entonan himnos triunfales
los labios que beben mieles,
y con guirnaldas de mirtos van guiando sus
corceles
los donceles.
En la Puerta Nomentana y en el viejo Capitolio
el eco de un himno eolio,
deja una nota sonora.
.Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida pero siempre soñadora.
El árbol del cementerio
No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.
No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda,
dieron a mi niñez ésta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:
fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.
Hambre
En la tarde dorada de
abril, la algarabía
de os pájaros locos empavesa el momento,
y los niños, jugando, flamean su gritería
de colores, lo mismo que banderas al viento.
Entre mis manos tengo un trozo de pan blando
que me ha dado mi madre.
Tomás está conmigo,
y el pobre me contempla con unos ojos cuando
ve que me como el pan.
Es un niño mendigo
amigo de los niños ricos; pálida aurora
de un risueño dolor que así mismo se ignora.
El nunca pide nada: toma lo que le dan.
La tarde es áurea fiesta de pájaros y flores,
y en el ocaso, trémulo de gritos de colores,
Tomás, el niño pobre, se ha comido mi pan.
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