(7 de noviembre de 1908, Camagüey, Cuba - 1954, La Habana, Cuba)
Víspera
Estarme aquí quieto, germen
De la canción venidera
—íntegro, virgen, futuro.
Estarme dormido —íntimo—
En tierno latir ausente
De honda presencia secreta.
Y éxtasis —alimento—
De ignorante —ausente, puro—
Nonnato de claridades
Con la palabra inicial
Y el dulce mañana intacto.
De: Antología de poesía moderna en
lengua española, Editorial Trillas, México, 1986.
Sentidos
Que me cierren los ojos con uvas.
(Diáfana, honda plenitud de curvas.)
Que me envuelva un incendio de
manzanas.
Que me envuelvan —presagio de pulpa―
En ciruelas de tacto perfumado…
Inundadme
En pleamar de pétalos y trinos.
Que me ciñan —¡Ceñidme― de eclípticas
azules.
De: Antología de poesía moderna en
lengua española, Editorial Trillas, México, 1986.
Canción sin tiempo
I
Tú
En la pureza de los círculos
concéntricos
Que crecen y se evaden
Desde secretos puntos de armonía.
Tú, en el minuto que conmemora
La dulzura inefable del perfil
Y la inocencia de las manos unidas
En un solo pulso,
En un salto a otro espacio, en una
sangre única.
Cielo de aguas de olvido.
Frescor perezoso de palmeras
inexistentes.
Fuente recién abierta. Aguasangre
Que a través de las venas de la tierra
Viene del seno de una campesina,
Nace en el corazón de una madre
Que canta una canción de cuna
Y brota en ese punto donde se rompe
La vena más débil y amorosa de la
tierra.
Tú, desde el cielo de la frente
Hecha para el vuelo de los más puros
pensamientos,
Hasta el rastro de música apagada
Que deja el pie desnudo
En la arena de una playa nocturna, aún
No descubierta.
Las palabras nos separan
Y nos demoran el amanecer de los besos.
La madrugada de los ojos en los ojos.
Por eso el dedo índice sobre mis labios
Te construye el silencio,
Esa atmósfera donde alientas
Y que te crea de nuevo,
Deleitándose en cada forma
Con la pasión de un escultor.
Por mi silencio existes.
No necesitas la realidad de la forma,
Ni la piel, ni el relieve de las venas…
Ni el contorno del labio superior.
Prescindes ya del nombre.
Yo espero otro para nombrarte,
Un nombre que convenga a tu ser nuevo.
El nombre que los ángeles pronuncian en
voz baja
Y aún no ha abierto su flor al borde de
mi oído.
De: Antología de poesía moderna en
lengua española, Editorial Trillas, México, 1986.
Nocturno
¿Cómo te llamas, noche de esta noche?
Dime
tu nombre. Déjame
Tu
santo y seña
Para que yo te reconozca
Siempre
A través de otras noches diferentes.
Tú me ofreces su frente en medialuna
(Medialuna de carne),
Sus labios (pulpa en sombra)
Y su perfil al tacto…
(Mañana mi derecha
Jugará a dibujar su contorno en el
aire.)
¿Cómo te llamas, noche de esta noche?
Dime
tu nombre, déjame
Tu
santo y seña
Para que yo te reconozca
Siempre
A través de otras noches diferentes.
¡Y que pueda llamarte gozoso,
Trémulo,
Por tu nombre!
De: Antología de poesía moderna en
lengua española, Editorial Trillas, México, 1986.
Poema impaciente
¿Y si llegas tarde,
Cuando mi boca tenga
Sabor seco a cenizas,
A tierras amargas?
¿Y si llegaras cuando
La tierra removida y oscura
(ciega,muerta)
Llueva sobre mis ojos,
Y desterrado de la luz del mundo
Te busque en la luz mía,
En la luz interior que yo creyera
Tener fluyendo en mí?
(Cuando tal vez descubra
Que nunca tuve luz
Y marche a tientas dentro de mí mismo,
Como un ciego que tropieza a cada paso
Como recuerdos que hieren como cardos.)
¿Y si llegara cuando ya el hastío
Ata y venda y las manos;
Cuando no pueda abrir los brazos
Y cerrarlos después como las valvas
De una concha amorosa que defiende
Su misterio, su carne, su secreto;
Cuando no pueda oir abrirse
La rosa de tu beso ni tocarla
(Tacto mío marchito entre la tierra
yerta)
Ni sentir que me nace otro perfume
Que le responda al tuyo,
Ni enseñar a tus rosas
El color de mis rosas?
¿Y si llegaras tarde
Y encontraras tan sólo)
Las cenizas heladas de la espera?
De: Antología de poesía moderna en
lengua española, Editorial Trillas, México, 1986.
Cielo en rehenes
Del libro del mismo nombre (1951)
Te miro sin dejar de contemplarte
Copo de sol, espuma conjurada
Y abro mi corazón de parte a parte
Para ofrecerte jubilosa entrada.
Comprendo que del caos fuera arrancada
La esbelta luz; ignoro por qué arte
Puedo en un solo pétalo labrarte
Con dedos leves el primor de un hada.
De nuevo el manantial de la belleza
Echa a correr con sosegado porte
Contando perla a perla su pureza.
Cielo en rehenes, majestad sin corte;
Donde en alto fulgure tu cabeza
Allí está el girasol, allí su norte.
Del libro Cielo en rehenes (1951)
De otro modo
Si en vez de ser así,
si las cosas de espaldas (fijas desde
los siglos)
se volviesen de frente
y las cosas de frente (inmutables)
volviesen las espaldas,
y lo diestro viniese a ser siniestro
y lo izquierdo derecho...
¡No sé cómo decirlo!
Suéñalo
con un sueño que está detrás del sueño,
un sueño no soñado todavía,
al que habría que ir,
al que hay que ir
(¡No sé cómo decirlo!)
como arrancando mil velos de niebla
y al fin el mismo sueño fuese niebla.
De todos modos, suéñalo
en ese mundo, o en éste que nos cerca y
nos
apaga
donde las cosas son como son, o como
dicen que
son
o como dicen que debieran ser...
Vendríamos cantando por una misma senda
y yo abriría los brazos
y tú abrirías los brazos
y nos alcanzaríamos.
Nuestras voces unidad rodarían
hechas un mismo eco.
Para vernos felices
se asomarían todas las estrellas.
Querría conocernos el arcoiris
palpándonos con todos sus colores
y se levantarían las rosas
para bañarse un poco en nuestra
dicha...
(¡Si pudiera ser como es,
o como no es... En absoluto diferente!)
Pero jamás,
jamás
¿Sabes el tamaño de esta palabra:
Jamás?
¿Conoces el sordo gris de esta piedra:
Jamás?
¿Y el ruido que hace
al caer para siempre en el vacío:
Jamás?
No la pronuncies, déjamela.
(Cuando esté solo yo la diré en voz
baja
suavizada de llanto, así:
Jamás...)
De: Sabor eterno (1939)
Elegía sin nombre
But now I think there is no
unreturn'd love,
the pay is certain
one way or another,
(I loved a certain person
ardentlyand my
love was not return'd,
Yet out of that I
have written these songs.)
Walt Whitman
Mas ¿qué importan a mi vida las playas del mundo?
Es
esta solamente quien clava mi memoria.
luis Cernuda
Descalza arena y mar desnudo.
Mar desnudo, impaciente, mirándose en
el cielo.
El cielo continuándose a sí mismo,
persiguiendo su azul sin encontrarlo
nunca definitivo, destilado.
Yo andaba por la arena demasiado
ligero,
demasiado dios trémulo para mis
soledades,
hijo del esperanto de todas las gargantas,
pródigo de miradas blancas, sin vuelo
fijo.
Se hacían las gaviotas, se deshacían las nubes
y tornaban las olas a embestir a la
orilla.
(Tanta batalla blanca de espumas
desatadas
era para cuajar en una sola concha, sin
imagen
de nieve ni sal pulida y dura.)
El viento henchía sus velas de un vigor invisible,
danzaba olvidadizo, despedido,
encontrado
y tú eras tú.
Yo aún no te había visto.
Hijo de mi presente —fresco niño de
olvido—
la sangre me traía noticias de las
manos.
Sabía dividir la vida de mi cuerpo como
el canto
en estrofas:
cabeza libre, hombros,
pecho,
muslos y piernas estrenadas.
Por dentro me iba una tristeza de
lejanas, de
extraviadas palomas,
de perdidas palabras más allá del
silencio,
hechas de alas en polvo de mariposas
y de rosas cenizas ausentes de la
noche...
Girasol en los sueños: aún no te había
visto.
Imán. Clavel vivido en detenido gesto.
Tú no eras tú.
Yo andaba, andaba, andaba
en un andar en andas más frágil que yo
mismo,
con una ingravidez transparente y
dormida
suelto de mis recuerdos, con el ombligo
al
viento...
Mi sombra iba a mi lado sin pies para
seguirme,
mi sombra se caía rota, inútil y magra;
como un pez sin espinas mi sombra iba a
mi
lado,
como un perro de sombras
tan pobre que ni un perro de sombras le
ladraba.
iYa es mucho siempre siempre, ya es demasiado
siempre, mi lámpara de arcilla!
iYa es mucho parecerme a mis pálidas
manos
y a mi frente clavada por un amor
inmenso,
frutecido de nombres, sin identificarse
con la luz que recortan las cosas
agriamente!
iYa es mucho unir los labios para que
no se
escape
y huya y se desvanezca
mi secreto de carne, mi secreto de
lágrimas,
mi beso entrecortado!
Iba yo. Tú venías,
aunque tu cuerpo bello reposara
tendido.
Tú avanzabas, amor, te empujaba el
destino,
como empuja a las velas el titánico
viento de
hombros
estremecidos.
Te empujaban la vida, y la tierra, y la
muerte
y unas manos que pueden más que
nosotros
mismos:
unas manos que pueden unirnos y
arrancarnos
y frotar nuestros ojos con el zumo de
anémonas...
La sal y el yodo eran; eran la sal y el alga;
eran, y nada más, yo te digo que eran
en el preciso instante de ser.
Porque antes de que el sol terminara su escena
y la noche moviera su tramoya de
sombras,
te vi al fin frente a frente,
seda y acero cables nos tendió la
mirada.
(Mis dedos sin moverse repasaban en
sueños
tus cabellos endrinos.)
Así anduvimos luego uno al lado del
otro,
y pude descubrir que era tu cuerpo
alegre
una cosa que crece como una llamarada
que
desafía al viento,
mástil, columna, torre, en ritmo de
estatura
y era la primavera inquieta de tu
sangre
una música presa en tus quemadas
carnes.
Luz de soles remotos,
perdidos en la noche morada de los
siglos,
venía a acrisolarse en tus ojos oblicuos,
rasgados levemente,
con esa indiferencia que levanta las
cejas.
Nadabas,
yo quería amarte con un pecho
parecido al del agua; que atravesaras
ágil,
fugaz, sin fatigarte. Tenías y aún las
tienes
las uñas ovaladas,
metal casi cristal en la garganta
que da su timbre fresco sin quebrarse.
Sé que ya la paz no es mía:
te trajeron las olas
que venían ¿de dónde? que son inquietas
siempre;
que te vas ya por ellas o sobre las
arenas,
que el viento te conduce
como a un árbol que crece con musicales
hojas.
Sé que vives y alientas
con un alma distinta cada vez que
respiras.
Y yo con mi alma única, invariable y
segura,
con mi barbilla triste en la flor de
las manos,
con un libro entreabierto sobre las
piernas quietas,
te estoy queriendo más,
te estoy amando en sombras,
en una gran tristeza caída de las
nubes,
en una gran tristeza de remos
mutilados,
de carbón y cenizas sobre alas
derrotadas...
Te he alimentado tanto de mi luz sin estrías
que ya no puedo más con tu belleza
dentro,
que hiere mis entrañas y me rasga la
carne
como anzuelo que hiere la mejilla por
dentro.
Yo te doy a la vida entera del poema:
No me avergüenzo de mi gran fracaso,
que este limo oscuro de lágrimas sin
preces, naces
—dalia del aire— más desnuda que el mar
más abierta que el cielo;
más eterna que ese destino que empujaba
tu
presencia a la mía,
mi dolor a tu gozo.
¿Sabes?
Me iré mañana, me perderé bogando
en un barco de sombras,
entre moradas olas y cantos marineros,
bajo un silencio cósmico, grave y
fosforescente...
y entre mis labios tristes se mecerá tu
nombre
que no me servirá para llamarte
y lo pronuncio siempre para endulzar mi
sangre,
canción inútil siempre, inútil, siempre
inútil,
inútilmente siempre.
Los
pechos de la muerte me alimentan la vida.
EL SONETO SOMBRIO
Morimos y resurgimos inmutables
y gracias a este amor, demostramos
ser misteriosos.
John
Donne
Un solitario espejo, un dios caído,
una máscara presa en su agonía;
una paloma de melancolía.
(En la pared un lábaro vencido.)
¿Quién pone esa tiniebla en mi gemido?
¿Quién con la uña de su lezna fría
sobre mi corazón traza una estría
dejando en carne viva su latido?
¿No callará el lamento que me eriza?
¿No habrá quien apostrofe al firmamento
por dar tregua a esta lluvia de ceniza?
Dejad que
llore de remordimiento
mi roto arcángel en la luz plomiza.
¡Quizás se me haga familiar su acento!
ELEGIA TERCERA
A Manuel Navarro Luna
Me veo morir en muertes sucesivas,
en espiral de muerte inacabable
por espejos de muerte presidida.
De una muerte a otra muerte presurosa
teje una araña verdinegra y grave
hilos de muerte dulce y conmovida.
Llueve la muerte en diminutas muertes,
en ceniza dispersa y silenciosa.
Llueve la muerte en círculos de otoño,
llueve en maduras hojas desprendidas
Y llueve y llueve herida por el viento
en pequeñas agujas de amargura
y rotas amapolas sin destino.
A través de la niebla equivocada
adivino los labios que tenías,
el tacto musical que me acercabas,
los paisajes con humo de tu abrazo…
y en la fugaz herida del relámpago
se enciende para huir sin voz ni huellas
el armonioso nombre que esgrimías.
Lento deshielo y agua desolada
va río abajo, corazón adentro,
anhelosa de tumba la corriente
en que flotando como rama seca,
inútil tu memoria de luceros
busca en mi mar suicidio, pide olvido.
SONETOS SIN PALABRAS
Ya sólo soy la sombra de tu ausencia,
una oscura mitad que se acostumbra;
dulce granada abierta en la penumbra,
madura a tu rigor. Sorda existencia.
Desmayado vivir. Ciega obediencia
que la memoria de tu voz alumbra.
Pupila fiel; ojo que no vislumbra
su cielo. ¡Ángel caído a tu sentencia!
Desterrado de asombros y colores
beso mi cicatriz y la humedezco
en salobres cristales lloradores.
Me aclimato al olvido que padezco.
Y a los agudos garfios heridores
la inútil apagada carne ofrezco.
NOCTURNO Y ELEGIA
Si pregunta por mí, traza en el suelo
una cruz de silencio y de ceniza
sobre el impuro nombre que padezco.
Si pegunta por mí, di que me he muerto
y que me pudro bajo las hormigas.
Dile que soy la rama de un naranjo,
la sencilla veleta de una torre.
No le digas que lloro todavía
acariciando el hueco de su ausencia
donde su ciega estatua quedó impresa
siempre al acecho de que el cuerpo vuelva.
La carne es un laurel que canta y sufre
y yo en vano esperé bajo su sombra.
Ya es tarde. Soy un mudo pececillo.
Si pregunta por mí dale estos ojos,
estas grises palabras, estos dedos;
y la gota de sangre en el pañuelo.
Dile que me he perdido, que me he vuelto
una oscura perdiz, un falso anillo
a una orilla de juncos olvidados:
dile que voy del azafrán al lirio.
Dile que quise perpetuar sus labios,
habitar el palacio de su frente.
Navegar una noche en sus cabellos.
Aprender el color de sus pupilas
y apagarse en su pecho suavemente,
nocturnamente hundido, aletargado
en un rumor de venas y sordina.
Ahora no puedo ver aunque suplique
el cuerpo que vestí de mi cariño.
Me he vuelto una rosada caracola,
me quedé fijo, roto, desprendido.
Y si dudáis de mí creed al viento,
mirad al norte, preguntad al cielo.
Y os dirán si os espero o si anochezco.
¡Ah! Si pregunta dile lo que sabes.
De mí hablarán un día los olivos
cuando yo sea el ojo de la luna,
impar sobre la frente de la noche,
adivinando conchas de la arena,
el ruiseñor suspenso de un lucero
y el hipnótico amor de las mareas.
Es verdad que estoy triste, pero tengo
sembrada una sonrisa en el tomillo,
otra sonrisa la escondí en Saturno
y he perdido la otra no sé dónde.
Mejor será que espere a medianoche,
al extraviado olor de los jazmines,
y a la vigilia del tejado, fría.
No me recuerdes su entregada sangre
ni que yo puse espinas y gusanos
a morder su amistad de nube y brisa.
No soy el ogro que escupió en agua
ni el que un cansado amor paga en
monedas.
¡No soy el que frecuenta aquella casa
presidida por una sanguijuela!
(Allí se va con un ramo de lirios
a que lo estruje un ángel de alas
turbias.)
No soy el que traiciona a las palomas,
a los niños, a las constelaciones…
Soy una verde voz desamparada
que su inocencia busca y solicita
con dulce silbo de pastor herido.
Soy un árbol, la punta de una aguja,
un alto gesto ecuestre en equilibrio;
la golondrina en cruz, el aceitado
vuelo de un búho, el susto de una
ardilla.
Soy todo, menos eso que dibuja
un índice con cieno en las paredes
de los burdeles y los cementerios.
Todo, menos aquello que se oculta
bajo una seca máscara de esparto.
Todo, menos la carne que procura
voluptuosos anillos de serpiente
ciñendo en espiral viscosa y lenta.
Soy lo que me destines, lo que inventes
para enterrar mi llanto en la neblina.
Si pregunta por mí, dile que habito
en la hoja del acanto y de la acacia.
O dile, si prefieres, que me he muerto.
Dale el suspiro mío, mi
pañuelo;
mi fantasma en la nave del espejo.
Tal vez me llore en el laurel o busque
mi recuerdo en la forma de una
estrella.
Fuente de la India
No lloréis, más, delfines de la
fuente
sobre la
taza gris de piedra vieja.
No mojéis más del musgo la madeja
oscura, verdinegra y persistente.
Haced de cauda y cauda sonriente
la agraciada corola en que el sol
deja
la última gota de su miel bermeja
cuando se acuesta herido en el
poniente.
Dejad a los golosos pececillos
apresurar doradas cabriolas
o dibujar efímeros anillos.
Y a las estrellas reflejadas no las
borréis cuando traducen de los
grillos
el coro en mudas, luminosas violas.
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