miércoles, 28 de septiembre de 2016

POEMAS DE LORD BYRON


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Adiós


¡Adiós! si dicha se concede al hombre
de una plegaria en premio, ésta tu nombre
elevará hasta el trono del Señor. 
Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;
más que el lloro, exprimido, ya sangrante,
de ojos sin luz, tenaz remordimiento
esta palabra dice... ¡Adiós! ¡Adiós!

Secos están mis ojos, extinguida
mi voz, pero al dejarte, de mi vida
se adueña para siempre un gran dolor.
Aunque el pesar y la pasión torturan
mi corazón, quejarse no le es dado...
Yo sólo sé que en vano hemos amado...
Sólo puedo sentir... ¡Adiós! adiós.

Versión de Jorge Isaacs


Al cumplir mis 36 años

¡Calma, corazón, ten calma!
¿A qué lates, si no abates
ya ni alegras a otra alma?
¿A qué lates?

Mi vida, verde parral,
dio ya su fruto y su flor,
amarillea, otoñal,
sin amor.

Más no pongamos mal ceño!
¡No pensemos, no pensemos!
Démonos al alto empeño
que tenemos.

Mira: Armas, banderas, campo
de batalla, y la victoria,
y Grecia. ¿No vale un lampo
de esta gloria?

¡Despierta! A Hélade no toques,
Ya Hélade despierta está.
Invócate a ti. No invoques 
más allá

Viejo volcán enfriado
es mi llama; al firmamento
alza su ardor apagado.
¡Ah momento!

Temor y esperanza mueren.
Dolor y placer huyeron.
Ni me curan ni me hieren.
No son. Fueron.

¿A qué vivir, correr suerte,
si la juventud tu sien
ya no adorna? He aquí tu 
muerte.

Y está bien.
Tras tanta palabra dicha,
el silencio. Es lo mejor.
En el silencio ¿no hay dicha?
y hay valor.

Lo que tantos han hallado
buscar ahora para ti:
una tumba de soldado.
Y hela aquí.

Todo cansa todo pasa.
Una mirada hacia atrás,
y marchémonos a casa.
Allí hay paz.

Versión de Enrique Álvarez Bonilla




Camina bella, como la noche...


Camina bella, como la noche 
De climas despejados y de cielos estrellados,
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz 
Resplandece en su aspecto y en sus ojos, 
Enriquecida así por esa tierna luz 
Que el cielo niega al vulgar día. 

Una sombra de más, un rayo de menos,
Hubieran mermado la gracia inefable
Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro,
Donde dulces pensamientos expresan
Cuán pura, cuán adorable es su morada. 

Y en esa mejilla, y sobre esa frente, 
Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan 
Y hablan de días vividos con felicidad. 
Una mente en paz con todo, 
¡Un corazón con inocente amor!

Versión de F. Maristany



Canción del corsario


En su fondo mi alma lleva un tierno secreto
solitario y perdido, que yace reposado;
mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.


Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,
hay en su centro a modo de fúnebre velón,
pero su luz parece no haber brillado nunca:
ni alumbra ni combate mi negra situación.


¡No me olvides!... Si un día pasaras por mi tumba,
tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido...
La pena que mi pecho no arrostrara, la única,
es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.


escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras
-la virtud a los muertos no niega ese favor-;
dame... cuanto pedí. Dedícame una lágrima,
¡la sola recompensa en pago de tu amor!...

Versión de F. Maristany

Cuando nos separamos...


Cuando nos separamos 
en silencio y con lágrimas, 
con el corazón medio roto, 
para apartarnos por años,
tu mejilla se tornó pálida y fría
y tu beso aún más frío...
Aquella hora predijo
en verdad todo este dolor.
El rocío de la mañana
resbaló frío por mi frente
y fue como un anuncio 
de lo que ahora siento.

Tus juramentos se han roto
y tu fama ya es muy frágil;
cuando escucho tu nombre
comparto su vergüenza.
Cuando te nombran delante de mí,
un toque lúgubre llega a mi oído
y un estremecimiento me sacude.
¿Por qué te quise tanto?
Aquellos que te conocen bien
no saben que te conocí:
Por mucho, mucho tiempo
habré de arrepentirme de ti
tan hondamente, 
que no puedo expresarlo.

En secreto nos encontramos,
y en silencio me lamento
de que tu corazón pueda olvidar 
y tu espíritu engañarme.
Si llegara a encontrarte
tras largos años,
¿cómo habría de saludarte?
¡Con silencio y con lágrimas!

Versión de Arturo Rizzi



En un álbum


Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.

Versión de Arturo Rizzi

  

Hubo un tiempo... ¿recuerdas?


Hubo un tiempo... ¿recuerdas? su memoria
Vivirá en nuestro pecho eternamente...
Ambos sentimos un cariño ardiente;
El mismo, ¡oh virgen! que me arrastra a ti.

¡Ay! desde el día en que por vez primera
Eterno amor mi labio te ha jurado,
Y pesares mi vida han desgarrado,
Pesares que no puedes tú sufrir;

Desde entonces el triste pensamiento
De tu olvido falaz en mi agonía:
Olvido de un amor todo armonía,
Fugitivo en su yerto corazón.

Y sin embargo, celestial consuelo
Llega a inundar mi espíritu agobiado,
Hoy que tu dulce voz ha despertado
Recuerdos, ¡ay! de un tiempo que pasó.

Aunque jamás tu corazón de hielo
Palpite en mi presencia estremecido,
Me es grato recordar que no has podido
Nunca olvidar nuestro primer amor.

Y si pretendes con tenaz empeño
Seguir indiferente tu camino...
Obedece la voz de tu destino
Que odiarme puedes; olvidarme, no.

Versión de Arturo Rizzi



La destrucción de Senaquerib


BAJARON los asirios como al redil el lobo :
brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura ;
sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,
como en tu onda azul, Galilea escondida.

Tal las ramas del bosque en el estío verde,
la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:
tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,
yacía marchitada la hueste, al otro día.

Pues voló entre las ráfagas el Ángel de la Muerte
y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:
los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron,
palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.

Y allí estaba el corcel, la nariz muy abierta,
mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:
al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,
fría como las gotas de las olas bravías.

Y allí estaba el jinete, contorsionado y pálido,
con rocío en la frente y herrumbre en la armadura,
y las tiendas calladas y solas las banderas,
levantadas las lanzas y el clarín silencioso.

Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan
y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos,
y el poder del Gentil, que no abatió la espada,
al mirarle el Señor se fundió como nieve.

Versión de Màrie Montand




La gacela salvaje


La gacela salvaje en montes de Judea
Puede brincar aún, alborozada,
puede abrevarse en esas aguas vivas
que en la sagrada tierra brotan siempre;
puede alzar el pie leve y con ardientes ojos
mirar, en un transporte de indómita alegría.

Pies ágiles también y ojos más encendidos
aquí tuvo Judea en otros tiempos,
y en el lugar del ya perdido gozo,
más bellos habitantes hubo un día.
Ondulan en el Líbano los cedros, mas se fueron
las hijas de Judea, aun más majestuosas.

Más bendita la palma de esos llanos
que de Israel la dispersada estirpe,
pues echa aquí raíces y se queda,
graciosa y solitaria:
ya su suelo natal no deja nunca
y no podrá vivir en otras tierras.

Mas nosotros vagamos, agostados,
para morir muy lejos:
donde están las cenizas de los padres
nunca descansarán nuestras cenizas;
ya ni un solo sillar le queda a nuestro templo
y en trono de Salem se ha sentado la Burla.

Versión de Màrie Montand


La partida


¡Todo acabó! La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.
Si pudiera ser hoy lo que antes era,
y mi frente abatida reclinar
en ese seno que por mí latiera,
quizá no abandonara esta ribera
y a la sola mujer que puedo amar.

Yo no he visto hace tiempo aquellos ojos
que fueron mi contento y mi pesar;
loa amo, a pesar de sus enojos,
pero abandono Albión, tierra de abrojos,
y a la sola mujer que puedo amar.
Y rompiendo las olas de los mares,
a tierra extraña, patria iré a buscar;
mas no hallaré consuelo a mis pesares,
y pensaré desde extranjeros lares
en la sola mujer que puedo amar.

Como una viuda tórtola doliente
mi corazón abandonado está,
porque en medio de la turba indiferente
jamás encuentro la mirada ardiente
de la sola mujer que puedo amar.
Jamás el infeliz halla consuelo
ausente del amor y la amistad,
y yo, proscrito en extranjero suelo,
remedio no hallaré para mi duelo
lejos de la mujer que puedo amar.


Mujeres más hermosas he encontrado,
mas no han hecho mi seno palpitar,
que el corazón ya estaba consagrado
a la fe de otro objeto idolatrado,
a la sola mujer que puedo amar.
Adiós, en fin. Oculto en mi retiro,
en el ausente nadie ha de pensar;
ni un solo recuerdo, ni un suspiro
me dará la mujer por quien deliro,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Comparando el pasado y el presente,
el corazón se rompe de pesar,
pero yo sufro con serena  frente
y mi pecho palpita eternamente
por la sola mujer que puedo amar.
Su nombre es un secreto de mi vida
que el mundo para siempre ignorará,
y la causa fatal de mi partida
la sabrá sólo la mujer querida,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

¡Adiós!..Quisiera verla... mas me acuerdo
que todo para siempre va a acabar;
la patria y el amor, todo lo pierdo...
pero llevo el dulcísimo recuerdo
de la sola mujer que puedo amar.
¡Todo acabó! La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Versión de Ismael Enrique Arciniegas



No volveremos a vagar


Así es, no volveremos a vagar 
Tan tarde en la noche, 
Aunque el corazón siga amando
Y la luna conserve el mismo brillo.

Pues así como la espada gasta su vaina,
Y el alma consume el pecho, 
Asimismo el corazón debe detenerse a respirar,
E incluso el amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar, 
Y los días vuelven demasiado pronto, 
Aún así no volveremos a vagar 
A la luz de la luna.



Sol del que triste vela...


¡Sol del que triste vela,
astro de cumbre fría,
cuyos trémulos rayos de la noche
para mostrar las sombras sólo brillan.
!Oh, cuánto te asemeja
de la pasada dicha
al pálido recuerdo, que del alma
sólo hace ver la soledad umbría!

Reflejo de una llama
oculta o extinguida,
llena la mente, pero no la enciende;
vive en el alma, pero no lo anima.
Descubre cual tú, sombras
que esmalta o acaricia,
y como a ti, tan sólo la contempla
el dolor mudo en férvida vigilia.


A la luna


¡Sol del que triste vela,
Astro de cumbre fría,
Cuyos trémulos rayos de noche
Para mostrar sombras sólo brillan!

¡Oh, cuánto se asemeja
De la pasada dicha
Al pálido recuerdo que del alma
Sólo hace ver la soledad sombría!

Reflejo de una llama
Oculta o ya extinguida,
Llena la mente pero no la enciende;
Vive en el alma pero no la anima.

Descubre, como tú, sombras
Que esmalta o acaricia
Y, como a ti, tan solo la contempla
El dolor mudo en ferviente vigilia.


Camina bella


Camina bella, como la noche
De climas despejados y de cielos estrellados,
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
Resplandece en su aspecto y en sus ojos,
Se reúne en su aspecto y en sus ojos:
Enriquecida así por esa tierna luz
Que el cielo niega al vulgar día.

Una sombra de más, un rayo de menos,
Hubieran mermado la gracia inefable
Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro,
Donde dulces pensamientos expresan
Qué pura, qué adorable es su morada.

Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
Son tan suaves, tan tranquilas y a la vez tan elocuentes
Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan
Y hablan de días vividos con felicidad.
Una mente en paz con todo,
¡Un corazón lleno de puro amor!



 

El corsario


Del negro abismo de la mar profunda
Sobre las pardas ondas turbulentas,
Son nuestros pensamientos como él, grandes;
Es nuestro corazón libre, cual ellas.
Do blanda brisa halagadora expire,
Do gruesas olas espumando inquietas
Su furor quiebren en inmóvil roca,
Hed nuestro hogar y nuestro imperio. En esa
No medida extensión, de playa a playa,
Todo se humilla a nuestra roja enseña.
Lo mismo que en la lucha en el reposo
Agitada y feliz nuestra existencia,
Hoy en el riesgo, en el festín mañana,
Brinda a nuestra ansiedad delicias nuevas.
¿Quién describir pudiera nuestros goces?
¡Oh!, no eres tú, que la molicie enerva,
Siervo de los deleites, que temblaras
De las montañas de olas en la incierta,
Móvil cumbre; ni tú, noble orgulloso,
Del hastío sumido en la indolencia,
A quien ya el sueño bienhechor no halaga,
A quien ya los placeres no deleitan.
Sólo el infatigable peregrino
De esos caminos líquidos sin huellas,
Cuyo audaz corazón, templado al riesgo,
Al sordo rebramar de la tormenta
Palpitando arrogante, hasta la fiebre
Del delirio frenético en sus venas
Sintiese hervir la sangre enardecida,
Nuestros rudos placeres comprendiera.
Do el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria,
Y sólo por luchar la lucha anhela
El pirata feliz, rey de los mares.
Cuando ya el débil desmayado tiembla,
Se conmueve él, apenas... se conmueve
Al sentir que en su pecho se despierta
Osada la esperanza, que atrevida
Su corazón para el peligro templa.
¿Qué es a nosotros la temida muerte
Como el rival odioso también muera?
¡Qué es la muerte! La muerte es el reposo...
Cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea!
Serenos aguardémosla. Apuremos
La vida de la vida, y después venga
Fiebre traidora o descubierto acero
Implacable a romper su débil hebra.
Cobardes otros, de vejez avaros,
Revuélquense en el lecho que envenena
Dolencia inmunda, y el impuro ambiente
Con flaco pecho aspiren y fallezcan
Luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
Fúnebre lecho de agonía lenta;
¡Césped fresco es mejor...! Y mientras su alma
Sollozo tras sollozo tarda quiebra
Los nudos de la vida, de un impulso
Sus ligaduras rompe y se liberta
Osado nuestro espíritu. Sus restos
Del blanco mármol de su tumba estrecha,
Grabado por el mismo que su muerte
Hipócrita anhelaba, se envanezcan:
Cuando sepulte el mar nuestro cadáver
Le bastará una lágrima sincera,
¡Una lágrima sola! Henchido el vaso
Del alegre festín en la ancha mesa
Honra de nuestros bravos la memoria.
Corto epitafio su valor celebra
Cuando en el día augusto del peligro,
Al repartir el vencedor la presa,
Recuerdo de dolor su frente anubla
Y con voz ronca que insegura tiembla:
"¡Cuán felices, exclama, nuestra dicha
Los valientes que han muerto compartieran!"
Así grito salvaje en sordo acento
Repite el eco en las cortadas peñas
Del islote escarpado del Corsario,
Do del vivac se apagan las hogueras;
Y en alegre cantar sus agrias notas
De los piratas al oído suenan.
En pintorescos grupos esparcidos
De fresca playa en la dorada arena,
Aguzan unos sus puñales; otros
Alegres ríen, bulliciosos juegan,
O sus fieles alfanjes desnudando
Indiferentes, sin afán, contemplan
La sangre que los mancha. Precavidos
Otros, con mano previsora pliegan
Las anchas velas del bajel osado,
O el negro flanco recomponen; mientras
Pensativos algunos por la orilla,
De las olas al son, lentos pasean.
A quien aguija de inquietud oculta
El afán incesante, allá en las quiebras
De las ásperas rocas, lazos tiende
A las marinas aves, o al sol seca
La red humedecida; y en la mancha
Que del mar en los límites blanquea,
Con los ojos de la ávida esperanza
Del incauto bajel mira las velas.
De cien noches de horror y de combate
Los lances con placer todos recuerdan.
Y de luchar ansiosos se preguntan:
"¿En dónde buscaremos nuevas presas?"
¿Dónde? ¿Qué les importa? Ya lo sabe,
Y basta, el capitán. Fiel obediencia
Es su único deber: saben que nunca
Les faltará el botín, y más no anhelan.
¿Y quién es ese capitán? Su nombre
Pronuncian en voz baja y lo respetan
Cuantos habitan las hermosas playas
Que aquellas olas complacidas besan:
Y más no saben, ni saber más quieren
Les basta un gesto, una mirada. Apenas
Oyen su voz. De sus banquetes rudos
No anima el regocijo su presencia.
Mas, ¿cómo ante la gloria de sus triunfos
Acusar sus desdenes? Jamás llenan
Para él la roja copa: indiferente
La mira y a sus labios no la acerca;
Y es su sobrio manjar, que desdeñara
El más grosero de su banda, y fue
A ermitaño frugal ración escasa,
Secas raíces de silvestres yerbas,
Rústico pan y los jugosos frutos
Que brinda el árbol en sus ramas tiernas.
El impuro placer de los sentidos
Desdeñoso su espíritu desprecia,
¿Será que su energía no domada
De esa abstinencia misma se alimenta?
"Pronto a la mar". -Y el mar surcan sus naves.
"A aquella playa el rumbo". -Y allá vuelan.
"¡Sus!, ¡a las armas!". -¡Y el botín es suyo!
Así a su voz, que imperativa ordena,
Sigue la acción; y todos obedecen,
Y su oculta intención nadie penetra.
Si suena escrutadora una palabra,
Una mirada de desprecio muestra
De su temida indignación un rayo:
No sabe dar su orgullo otra respuesta (...)




Estancias a un aire indostático



¡Oh tú, mi triste y solitaria almohada!,
Tráeme dulces sueños para preservar mi corazón del quebranto,
A cambio de las lágrimas que sobre ti derramé despierto;
No me dejes morir hasta que vuelva sobre esas olas.

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