LA DICHA
Un mesón a la vera del camino.
Recias partidas de baraja. El vaso
que ágil muchacha sonriendo colma.
Alegría. Verano.
Buen año hubo; a celebrarlo llega,
el rudo mocerío del contorno
– ojo vivaz, mano que aprieta al darse
busto de toro-
Vino que es prez de la región circula;
hirviente vino de aspereza grata,
sangre de dioses que al mortal ofreces,
tierra araucana.
Tiene la vivandera unos mohines
pícaros; luce un traje nuevo y blanco;
son de admirar sus insurgentes pechos;
tienta su garbo.
Burlas estallan. Luego, las guitarras
ensimisman de amor. Viene del prado
racha de aromas, de vigor, de fuerza.
Nervios en los cantos.
Aparte de los corros, un extraño.
Un ser que ambula sin destino cierta
la libertad llevando por esposa,
se está en silencio.
Se está en silencio y soledad. Observa
desde un rincón; más tarde a los labriegos
acércase cordial; algo les dice
y únese a ellos.
¡Gracia perfecta que te identifica
oh errante, con el sabio y el palurdo,
y te permite renovar alientos
junto al fértil arcano de los surcos.
Bebes a gusto con los labradores,
En alto el vino, el corazón en fiesta,
brindas al par que por sus fuertes vidas
por sus cosechas.
Un mesón a la vera del camino.
Recias partidas de baraja. El vaso
que ágil muchacha sonriendo colma.
Y la dicha al alcance de la mano.
UNA MUJER
En el tren en que viajo, sola, va una mujer.
Mira el campo desnudo. No es posible leer
en sus ojos (¿vivaces? ¿sin fulgor?); no los quita
de los llanos envueltos en tristeza infinita.
Como gran flor destacada la viajera. Es airosa
el vestido liviano le dibuja, graciosa,
la turgencia del seno. Mira el campo y levanta
con sensual movimiento la perfecta garganta.
Nadie existe a su lado – gentes, prisas ni ruidos-,
¿Es que están como en éxtasis de ilusión sus
sentidos
por la magia de amores que la absorben?
¿Verdores imagina en el yermo, trastornada de
amores?
¿A merced de sonámbulo fantasear sigue el vuelo
de aves que tienen cuna y horizonte en el anhelo?
Una que otra vivienda sola, aislada, perdida.
Luego en grupo aparecen, a otro ritmo de vida.
Cesa el férreo tumulto. La viajera ha llegado,
se incorpora y desciende. Miró atenta a su lado,
enredó unos instantes su mirar con el mío
agitándome entero como en un calosfrío.
Ay, no en vano buscaste la congoja de fuera;
en lo gris te encontrabas a ti misma, viajera.
Vi en tus ojos de mármol inmutables de ciego,
el dolor del boscaje que fue pasto del fuego.
EL NAUTA
Bogas y bogas. Llegas a veces a buen puerto,
-puerto sin hoscas trazas, rostros sin desamor-
y ¡a seguir! Brazo ardiente y a instantes casi yerto
va el nauta hacia una playa que ha visto en su
interior.
Remas, te cubra un cielo traslúcido o sombrío.
Un día tal vez alguien, de protegida faz,
halle entre los corales restos de tu navío,
y han de hablarle sus tablas de tu sueño tenaz.
Penetrado está todo lo que rozan tus manos
del ansia que domina las fibras de tu ser.
Bogas y bogas...caes y se alzan soberanos
bríos...¿un dios la égida presta a tu renacer?
En todo puerto nútrese la noche en tus arcanos,
y tu esperanza es parte de cada amanecer.
EL SONETO
A Piero de la Vigne
Siete centurias hace, bajo el cielo
de Suavia, Piero della Vigne, crea
un vaso que es altísima presea,
nacido de la gracia y del desvelo.
Crátera impar, de perfección modelo,
acoge zumo de emoción e idea,
ya de uvas de la vid que nos rodea,
ya de otra que no es del bajo suelo.
Catorce versos, y en tan breve trino
mucho del corazón o del miraje,
lo eterno de un instante o de un destino,
ningún torpe exabrupto en esa forma,
fluencia siempre, y dignidad por norma,
y entre humano rumor, lampo divino.
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