viernes, 15 de noviembre de 2024

POEMAS DE SARA DE IBAÑEZ -SARA IGLESIAS CASADEI-



ISLA EN LA TIERRA

 

Al norte el frío y su jazmín quebrado.

Al este un ruiseñor lleno de espinas.

Al sur la rosa en sus aéreas minas,

y al oeste un camino ensimismado.

 

Al norte un ángel yace amordazado.

Al este el llanto ordena sus neblinas.

Al sur mi tierno haz de palmas finas,

y al oeste mi puerta y mi cuidado.

 

Pudo un vuelo de nube o de suspiro

trazar esta finísima frontera

que defiende sin mengua mi retiro.

 

Un lejano castigo de ola estalla

y muerde tus olvidos de extranjera,

mi isla seca en mitad de la batalla.

LA MUERTE

 

Sol amargo, agua amarga, amargo viento

y amarga sangre para siempre amarga.

Vencido y solo en carne y pensamiento,

y el sueño antiguo por tesoro y carga.

Quiso callado y solo y sin lamento

sorbo a sorbo agotar su fuente larga.

Miserable señor de su destino,

de espaldas a la aurora abrió el camino.

 

De espaldas a su Oriente y a su gloria,

y hueso adentro una centella vaga,

mordió el seco laurel de su victoria

y nunca fue curado de su llaga.

Terco aguijón de luto su memoria,

en toda miel ejercitó su plaga.

Y entre las brumas del silencio agrario

fue una lenta sonrisa su calvario.

 

Pero entre sus espigas y sus flores,

cuando la muerte le entreabrió las puertas

el guerrero de blancos y resplandores

dianas oyó por las borradas huertas.

¡Mi caballo!, gritó: y en los alcores

resonaron angélicos alertas.

¡Mi caballo! Montó el corcel sombrío,

y tendió su galope sobre el frío.

ISOTERMIA

 

Te supe un condenado otoño

al ras de las cortezas

en el sinuoso curso de meandros

 

Choque brutal de pupilas perplejas

vorágine apretando estupro con el cielo

acunándonos el vértigo Iniciados babilonios

 

te supe a media voz Con un deseo mágico

rozándonos tobillos los secretos más

profundos del pecado

 

Sabía que existías

que te extendías grave en severos firmamentos

que conjugabas hechizos y serpientes

 

Que mecías tu cuerpo entre sombras ajenas y neblina

que tu gula era salvaje

que te enviaba Belili el infernal

 

Me convenció tu juego irreverente

tu descarnada afrenta Tu azul arcano

tu ser de sorpresiva ráfaga encantador heraldo

 

Y pregunté mil cosas esa noche

Era otoño Contestabas de perfil

repasando obrajes de tu lengua por mis labios

 

Desbaratamos trágicas hipótesis empanadas ordalías

amable triunfó la rosa de los vientos

y mi mano fue a tu mano

 

Sentimos nos unía la línea el tiempo el color

Robando el paraíso lo trepamos entre estelas jeroglíficas

colmamos tabernáculos de Ishtar con corderos y un buey blanco

 

Ondulando recíprocos por una ciencia infusa

por una rara geometría acortando distancias de mortales

ufanos entre sables curvos propicia luna vino en cráteras

 

Tu calor era regresando del exilio

Incontenidas pasiones estallaban las arterias

Isotérmicos derruímos prologales muros del temor o la vergüenza

 

Aquella noche la primera Era otoño

Estación para gente de «savoir vivre» de «savoir faire»

Nosotros

 

Aquella vez se perdieron tus ojos en los míos

y yo sin detener el alma

logré despedazar a tu tristeza

 

 

LA PÁGINA VACÍA

 

A Stéphane Mallarmé

 

Como atrever esta impura

cerrazón de sangre y fuego,

esta urgencia de astro ciego

contra tu feroz blancura.

Ausencia de la criatura

que su nacimiento espera,

de tu nieve prisionera

y de mis venas deudora,

en el revés de la aurora

y el no de la primavera.

 

 

LA PALABRA

 

De pronto el viento que movía

las vestiduras y las almas

borra en un sueño de ala inmóvil

su rumorosa torre de alas.

 

Cada mujer y cada hombre

sólo en su sola huella marcha,

y se ignoran secretamente

en el desnudo de la plaza.

 

Todos esperan, convocados

por un silencio de campanas;

todos esperan, sombra a sombra,

que por sus ojos hable el alba.

 

En cada gota de la sangre

preludia un mar de lenta escama,

y el peso antiguo de la nieve

las vigilantes lenguas cuaja.

 

Todos tiemblan y nada saben:

algo se triza, algo se alza.

Todos escuchan ateridos,

un rumor de médulas blancas.

 

¿Quién se detiene y es cruzado

por mil heridas destelladas?

¿Quién ha medido ya su muerte

sobre las losas de la plaza?

 

Bajo las piedras cristalinas

bellos demonios verdes braman,

y entre los árboles de humo

gemas agónicas estallan.

 

Las soledades se han quebrado:

Se llena el aire de ventanas.

Rechinan dientes en lo oscuro.

La miel de llanto se dispara.

 

Corren venenos amarillos

por las venas de los fantasmas.

Fuentes suicidas se clausuran,

y desiertos su arena mascan.

 

Se arrodillan vivos y muertos

en sus túnicas solidarias,

porque hay uno, entre todos uno,

que fue mordido de la llama.

 

Los dulces pies del alcanzado

lumbre en la tierra azul derraman.

La ciudad hunde sus raíces

en la tersa furia del alba.

 

Hasta esa boca mensajera

sube una flor desesperada.

Todo el jardín de Dios se encoge

tironeado por las entrañas.

 

Porque hay uno, entre todos uno,

glorioso pasto de la llaga.

Rey sin ventura. El inocente:

el que ha traído la palabra.

 

 

LIRAS
V

Voy a llorar sin prisa.

voy a llorar hasta olvidar el llanto

y lograr la sonrisa

sin cerrazón de espanto

que traspase mis huesos y mi canto.

Por el árbol inerme

que un corazón de pájaro calienta

y sin gemido duerme,

yal gran silencio enfrenta

sin esta altiva lengua cenicienta.

Por el cordero leve

de la pezuña tierna y belfo rosa;

por su vibrante nieve

que la tiniebla acosa

y al final de un relámpago reposa.

Por la hormiga azorada

que un bosque de cien hojas aprisiona;

por su pequeña nada

que al misterio no encona

y que la enorme muerte no perdona.

Por la nube que alcanza

los umbrales de un lirio sin semilla.

Lengua de la mudanza

sin éxtasis ni orilla,

que no sabe morirse de rodillas.

Por la hierba y el astro.

¿Cómo miden tus ojos, Dios oscuro?

Por el más leve rastro

de sombra contra el muro,

mi llanto ha abierto su cristal maduro.

Tomado de:

https://santosnegron.tripod.com/lasoledadylosestudios/id34.html

 

 

No puedo

 

No puedo cerrar mis puertas

ni clausurar mis ventanas:

he de salir al camino

donde el mundo gira y clama,

he de salir al camino

a ver la muerte que pasa.

 

He de salir a mirar

cómo crece y se derrama

sobre el planeta encogido

la desatinada raza

que quiebra su fuente y luego

llora la ausencia del agua.

 

He de salir a esperar

el turbión de las palabras

que sobre la tierra cruza

y en flor los cantos arrasa,

he de salir a escuchar

el fuego entre nieve y zarza.

 

No puedo cerrar las puertas

ni clausurar las ventanas,

el laúd en las rodillas

y de esfinges rodeada,

puliendo azules respuestas

a sus preguntas en llamas.

 

Mucha sangre está corriendo

de las heridas cerradas,

mucha sangre está corriendo

por el ayer y el mañana,

y un gran ruido de torrente

viene a golpear en el alba.

 

Salgo al camino y escucho,

salgo a ver la luz turbada;

un cruel resuello de ahogado

sobre las bocas estalla,

y contra el cielo impasible

se pierde en nubes de escarcha.

 

Ni en el fondo de la noche

se detiene la ola amarga,

llena de niños que suben

con la sonrisa cortada,

ni en el fondo de la noche

queda una paloma en calma.

 

No puedo cerrar mis puertas

ni clausurar mis ventanas.

A mi diestra mano el sueño

mueve una iracunda espada

y echa rodando a mis pies

una rosa mutilada.

 

Tengo los brazos caídos

convicta de sombra y nada;

un olvidado perfume

muerde mis manos extrañas,

pero no puedo cerrar

las puertas y las ventanas,

y he de salir al camino

a ver la muerte que pasa.

 

 

Atalaya

 

(La batalla)

 

Sobre este muro frío me han dejado

con la sombra ceñida a la garganta

donde oprime sus brotes de tormenta

un canto vivo hasta quebrarse en ascuas.

Yo aquí mientras el sueño los despoja

y en sueños comen su mentida baya

para erguirse en las venas de la aurora

pábulo gris de su sonrisa vana;

yo aquí mientras los sabios inocentes

y los tranquilos de crujiente casa

durmiendo abajo, y aprendiendo el frío

de sus angostos mármoles descansan;

yo aquí volteado por el viento negro

que el olor de la noche desampara,

los cabellos fundidos en raíces

que van abriendo turbulentas lamas;

yo solo entre planetas condenados

que en busca de sus huesos se desmandan

—la edad del mundo en esta pobre sangre

que entre las quiebras de su historia clama–

yo aquí turbado por la paz bravía

que con sagaces témpanos me aplaca,

sintiendo entre las médulas ausentes

el duro frenesí de las espadas;

yo aquí velando, los desiertos ojos

quemado por el soplo de la nada,

las negras naves y los negros campos

vacíos de sus oros y sus lacras.

Yo aquí temblando en la vigilia ciega

rodeado por un sueño de cien alas,

vestido por mi llanto me arrodillo

mientras vuela mi sangre en nieve airada.

 

Sobre este muro frío me recobran.

Oigo el rumor de los medidos pasos.

Canta la noche en fuga por mi muerte,

y el alma sale de mi rostro blanco.

Tomado de:

https://desorbita.wordpress.com/2017/10/02/dos-poemas-de-sara-de-ibanez/

 

 

Quisiera abrir mis venas bajo los durazneros...

 

Quisiera abrir mis venas bajo los durazneros,

en aquel distraído verano de mi boca.

Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,

lenta rueda comida por agrias amapolas.

 

Yo te ignoraba fina colmena vigilante.

Río de mariposas naciendo en mi cintura.

Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,

y el viento que venía con máscara de uvas.

 

Yo no quise borrarme cuando no te miraba

pero me sostenías, fresca mano de olivo.

Estrella navegante no pude ver tu borda

pero me atravesaste como a un mar distraído.

 

Ahora te descubro, tan herido extranjero,

paraíso cortado, esfera de mi sangre.

Una hierba de hierro me atraviesa la cara...

Sólo ahora mis ojos desheredados se abren.

 

Ahora que no puedo derruir tu frontera

debajo de mi frente, detrás de mis palabras.

Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,

mi ciego corazón perdido en la manzana...

 

 

Soliloquios del soldado

 

II

Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,

en aquel distraído verano de mi boca.

Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,

lenta rueda comida por agrias amapolas.

 

Yo te ignoraba fina colmena vigilante.

Río de mariposas naciendo en mi cintura.

Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,

y el viento que venía con máscara de uvas.

 

Yo no quise borrarme cuando no te miraba

pero me sostenías, fresca mano de olivo.

Estrella navegante no pude ver tu borda

pero me atravesaste como a un mar distraído.

 

Ahora te descubro, tan herido extranjero,

paraíso cortado, esfera de mi sangre.

Una hierba de hierro me atraviesa la cara...

Sólo ahora mis ojos desheredados se abren.

 

Ahora que no puedo derruir tu frontera

debajo de mi frente, detrás de mis palabras.

Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,

mi ciego corazón perdido en la manzana.

 

Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos

pisados por el humo, agujereando arañas,

duros estratos de algas con muertos veladores

que sin cesar devoran sus raicillas heladas.

 

Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas,

remolino de espadas, vómito de la muerte.

Voy asido a las crines de un caballo espinoso

que vuela con ciudades quemadas en el vientre.

 

Voy despierto, despierto y obediente a mis manos,

con un río de pólvora cuajado en el aliento,

ahora que estoy solo y enemigo del aire,

seco, desarraigado, desnudo, combatiendo.

 

 

Trino y uno
II

Después de tantos mares donde se deshojaron

en otoños de espuma los leves rostros muertos

y fueron como sombras de incendiados marfiles

a plegarse en el fondo de dormidos espejos,

aquel sol de violetas y oro decapitado

que invadió sordamente la raíz de tu pecho

y trepó hasta tus ojos con moradas espinas,

y hasta tu voz con ácidos aguijones de hielo.

 

Y aquel canto bruñido por las lluvias del polen

se llenó de nocturnas mariposas sin sueño,

y el viento que jugaba por los altos vitrales

y entre los mirtos tuvo su casa de gorjeos,

resquebrajó el crestado recinto de tu audacia

y fue huracán golpeando tus árboles desiertos.

 

Mientras se despeñaban los altivos jardines

en un rescoldo amargo de melodiosos ecos,

en las duras florestas las tórtolas morían

ahogadas por un aire de serafines negros,

y cerraban sus párpados los olorosos claves

sellados para siempre por ruiseñores ciegos,

a orillas de la fiesta en que el centauro abría

como un rosario vivo su galope en tu verso,

entre escorias de cisnes y escrituras del frío,

sobre las tenebrosas arenas del desvelo

tú solo, tú en la isla, con las manos desnudas,

sitiada por la noche tu garganta de fuego.

 

 

Tú, esperando mi sombra

 

Ahora que oyes tu sangre

me has oído.

Ahora que te has quedado dueño del universo,

la más desamparada criatura del tiempo.

 

Ahora que te has quedado

solo y solo.

En este instante puro para mirar la muerte

puede mi sombra amiga reconquistar tu frente.

 

¿Has buscado en el agua

mi sonrisa?

¿Te has inclinado a veces para tocar la tierra

donde el musgo defiende las flores más pequeñas?

 

¿Has mirado la nube

sin descanso?

¿Has tomado del viento las semillas secretas?

¿Has tocado las locas manos de la tormenta?

 

¿No me has reconocido?

Áyeme ahora:

mira en tu soledad una abeja dormida,

que elabora en el sueño su miel sin alegría.

 

 

Tú, has vuelto

 

Dame la mano ángel

sin heridas.

Piedra, dame tu esquivo corazón sin arrugas.

Nube, dame tu rostro de repentina fruta.

 

Hermanos, sostenedme

la alegría.

Temo que la ceniza me invada de repente.

Voy a caer sin sangre, van a volar mis sienes.

 

Pasas una larga rosa

por mis hombros.

Un mar adolescente me riza los cabellos.

Mis pies tocan apenas las cúpulas del viento.

 

Hermanos, rodeadme

porque temo

que mis ojos se alejen como trompos de niebla

o que sobre mi pecho se derrame la tierra.

 

Ángel sin duelo, dame

tu sonrisa.

Corroboradme hermanos para que yo no encuentre

sino andando a través de sus ojos a la muerte.

 

 

Tú, por mi pensamiento

 

¿Que se estiró la tierra

hasta el gemido?

¿Que fue el cielo sonando sus campanas azules

desde el pálido sueño a la sangre que sufre?

 

¿Que se ha cruzado un río,

llanto y llanto?

¿Que se han cruzado veinte galopes de cristales,

con sus veinte misterios llenos de claridades?

 

¿Que se alzó la montaña

poderosa?

¿Que alargó el alto hielo su selva inmaculada?

¿Que las rocas crecieron para tapar tu cara?

 

¿Que el viento se hizo espeso

como piedra,

como una inmensa rueda de vidrio turbulento

girando entre tus sienes y el rumor de mis besos?

 

¿Que el espacio se burla

de mis ojos?

¡Ah, no! Yo sé el camino para poder hallarte.

La muerte me ha mirado caminar por sus valles.

 

 

Visiones 
XVIII

Las madres allí están, desde allí miran

las polvorientas, las hundidas madres,

secas fuentes del hijo,

los vientres desfondados,

los arrugados muslos como perlas marchitas,

largos lirios quemados por las lágrimas

en un aire que gime como los moribundos,

aire que huele a la perdida sangre

en que los hijos nadan

antes de entrar en el combate de oro,

cuando estrenen su casa de temblores

vistiendo el tenebroso

ropaje del perfecto paraíso.

Sollozan con un torpe sollozo de ceniza

mirando siempre

hacia un remoto cielo de agrias lluvias,

hacia las sementeras del otoño

donde los ojos de los hijos caen.

Allí crujen y oran y se aprietan

como gavilla de ángeles sin sueño

de sol a sol de tiempo sumergido

donde giran los hijos arrancados,

sombras de sal, recónditos caolines;

los que se hundieron bajo las violetas

funerales del humo,

los que tragaron el desierto en llagas,

perdidos en los dédalos del átomo

y en sulfúreas galaxias divididos;

los que yacen detrás dela sonrisa

guardada para el día del retorno.

ellos duermen mecidos y anudados

por la ráfaga de ojos vigilantes,

los siemprevivos que en la sombra bullen,

las maternas semillas del castigo,

huevos atroces de la primavera

final, cuevas del rayo.

Allí están sin dormirse,

sin derrumbarse nunca, en el aliado

corazón de la noche, y allí esperan.

A sus pies, con herido centelleo

pasa bramando el río de la leche,

aúlla la encelada torrentera,

y corre, corre, corre,

ahíta de cabezas de verdugos,

por la tiniebla sorda

buscando entre gargantas

escarpadas los deltas del infierno.

 

 

Isla en la luz

 

Se abrasó la paloma en su blancura.

Murió la corza entre la hierba fría.

Murió la flor sin nombre todavía

y el fino lobo de inocencia oscura.

 

Murió el ojo del pez en la onda dura.

Murió el agua acosada por el día.

Murió la perla en su lujosa umbría.

Cayó el olivo y la manzana pura.

 

De azúcares de ala y blancas piedras

suben los arrecifes cegadores

en invasión de lujuriosas hiedras.

 

Cementerio de angélicos desiertos:

guarda entre tus dormidos pobladores

sitio también para mis ojos muertos.

 

Pudo un vuelo de nube o de suspiro

trazar esta finísima frontera

que defiende sin mengua mi retiro.

 

Un lejano castigo de ola estalla

y muerde tus olvidos de extranjera,

mi isla seca en mitad de la batalla.

 

 

Isotermia

 

Te supe un condenado otoño

al ras de las cortezas

en el sinuoso curso de meandros

 

Choque brutal de pupilas perplejas

vorágine apretando estupro con el cielo

acunándonos el vértigo Iniciados babilonios

 

te supe a media voz Con un deseo mágico

rozándonos tobillos los secretos más

profundos del pecado

 

Sabía que existías

que te extendías grave en severos firmamentos

que conjugabas hechizos y serpientes

 

Que mecías tu cuerpo entre sombras ajenas y neblina

que tu gula era salvaje

que te enviaba Belili el infernal

 

Me convenció tu juego irreverente

tu descarnada afrenta Tu azul arcano

tu ser de sorpresiva ráfaga encantador heraldo

 

Y pregunté mil cosas esa noche

Era otoño Contestabas de perfil

repasando obrajes de tu lengua por mis labios

 

Desbaratamos trágicas hipótesis empanadas ordalías

amable triunfó la rosa de los vientos

y mi mano fue a tu mano

 

Sentimos nos unía la línea el tiempo el color

Robando el paraíso lo trepamos entre estelas jeroglíficas

colmamos tabernáculos de Ishtar con corderos y un buey blanco

 

Ondulando recíprocos por una ciencia infusa

por una rara geometría acortando distancias de mortales

ufanos entre sables curvos propicia luna vino en cráteras

 

Tu calor era regresando del exilio

Incontenidas pasiones estallaban las arterias

Isotérmicos derruimos prologales muros del temor o la vergüenza

 

Aquella noche la primera Era otoño

Estación para gente de «savoir vivre» de «savoir faire»

Nosotros

 

Aquella vez se perdieron tus ojos en los míos

y yo sin detener el alma

logré despedazar a tu tristeza

Tomado de:

http://amediavoz.com/ibanez.htm

 

 

No puedo cerrar mis puertas…

No puedo cerrar mis puertas

ni clausurar mis ventanas:

he de salir al camino

donde el mundo gira y clama,

he de salir al camino

a ver la muerte que pasa.

 

He de salir a mirar

cómo crece y se derrama

sobre el planeta encogido

la desatinada raza

que quiebra su fuente y luego

llora la ausencia del agua.

 

He de salir a esperar

el turbión de las palabras

que sobre la tierra cruza

y en flor los cantos arrasa,

he de salir a escuchar

el fuego entre nieve y zarza.

 

No puedo cerrar las puertas

ni clausurar las ventanas,

el laúd en las rodillas

y de esfinges rodeada,

puliendo azules respuestas

a sus preguntas en llamas.

 

Mucha sangre está corriendo

de las heridas cerradas,

mucha sangre está corriendo

por el ayer y el mañana,

y un gran ruido de torrente

viene a golpear en el alba.

 

Salgo al camino y escucho,

salgo a ver la luz turbada;

un cruel resuello de ahogado

sobre las bocas estalla,

y contra el cielo impasible

se pierde en nubes de escarcha.

 

Ni en el fondo de la noche

se detiene la ola amarga,

llena de niños que suben

con la sonrisa cortada,

ni en el fondo de la noche

queda una paloma en calma.

 

No puedo cerrar mis puertas

ni clausurar mis ventanas.

A mi diestra mano el sueño

mueve una iracunda espada

y echa rodando a mis pies

una rosa mutilada.

 

Tengo los brazos caídos

convicta de sombra y nada;

un olvidado perfume

muerde mis manos extrañas,

pero no puedo cerrar

las puertas y las ventanas,

y he de salir al camino

a ver la muerte que pasa.

 

 

Combate imposible

Con astuta cabeza de zafiro,

bloque de piedra fría y transparente,

inmóvil, la mandíbula sellada,

linda con la tiniebla el monstruo leve.

 

Mientras el polvo en que se duele el mundo

curva su flor, su lágrima troquela,

y entre los tersos cánticos del día

sordas espadas con su vuelo templa.

 

Ah, nunca, nunca, la terrible escama

su fuego amargo torcerá en la lucha,

ni se abrirá para tragar mi cuerpo

la boca acrisolada por la espuma.

 

Aquí jadeo hasta acabar la sangre

clavada en la canción mi lanza triste,

hasta que el fruto de su viejo vientre

lance al estrago la materna esfinge.

Tomado de:

https://poesiauniversalblog.com/category/sara-de-ibanez/

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