Mirada con un gallo
La mirada mía
juega corriendo sobre el cerco de piedras.
No avanzó mucho,
y tropezó con las patas de un gallo.
Se aporreó en la albarrada,
se azotó abajo del gallo.
El gallo
la recogió con una de sus garras;
le insertó los guijarros de su garra;
la picoteó con el amarillento garfio de su
pico.
Él
me ha pisado la mirada.
No comprendo
por qué abanicó con sus alas
las piedrecitas que me insertara.
Después
ágilmente la limpió
con su roja mascada.
La mirada mía está muy feliz.
Se dispuso nuevamente a jugar corriendo
sobre el cerco.
Mas no pudo,
porque el gallo otra vez la atrapó con su
pico,
con su garra.
Luego
con gozo la encerró en el gallinero.
Papalote
El recuerdo
es un papalote.
Poco a poco le sueltas,
disfrutas su vuelo.
En lo más alto
se rompe el hilo de tu memoria
y te sientas a presenciar cómo lo posee la
distancia.
Pelota de voz
Al pozo no le gusta que le tires piedras.
Lastimas su quietud.
Ese juego no le agrada.
Si quieres jugar con él,
haz de tu voz una pelota,
arrójala.
Verás que te la devuelve.
La luna y el sol
La noche permitió a la luna conocer el
alba.
La luna nunca ha visto el despertar del
cielo
ni el placentero mecer de los ramajes.
Jamás ha escuchado el barullo de los pájaros
mañaneros.
Nunca ha oído cómo los gallos saludan a un
poblado.
Jamás ha admirado el sueño del rocío sobre
el zacatal,
sobre las pequeñas yerbas.
La luna quedó arrobada ante el alba
cuando sintió que algo gozosamente se le
encaramó en el cuerpo,
cuando sintió que algo con placer
acariciaba su piel.
Levantó la mirada
y vio al sol desparramar gratamente su
rojiza luz sobre ella;
vio también cómo el alba se dejó engullir
por el sol.
El sol contempló a la luna.
El sol tendió las nubes para que en ellas
se sentara la luna.
La luna entonces se quedó a dialogar
gratamente con el sol.
Miedo
Cómo ahuyentaríamos al miedo si no
existieran piedras.
Cómo lanzarles sillas
si también sienten miedo.
¿Hemos de sacarnos los ojos y
aventárselos?
¿Y si se los pone en las cuencas y nos
reconoce?
¡Cómo encomendar el alma
si huyó despavorida de nosotros!
Padre
Padre,
mira,
la araña teje su hamaca en tu cabeza.
¿Qué niño esbozó el vuelo de los pájaros
en tu frente?
Comiste a escondidas dulce de algodón.
Mira cómo te has batido los bigotes,
hasta las cejas te has tocado.
¿No quieres dormir?
Lo noto en tus párpados caídos encima de
tu mirada.
Padre,
dile a mamá que te lave la cabellera,
la frente,
los bigotes y las cejas.
Ve a dormir;
para que descansen tus párpados,
y salga tu mirada
a pasear como ayer.
El viento y la flor
El viento ha recogido la flor en el cuenco
de sus manos,
la está cuidando.
Vino la avispa y la besó en presencia del
viento;
también llegó la abeja y la besó en
presencia de la avispa.
Ni un instante más esperó el viento:
se olvidó de la flor.
La sangre se le agolpó en la cabeza;
enloqueció;
se desató su furia;
y se transformó en remolino.
Primeramente
tiró al suelo a la pequeña abeja;
en seguida
zarandeó una y otra vez a la pequeña
avispa.
Cesó el enojo del viento;
se sacude las manos;
ríe;
se siente muy soberbio;
se da vuelta para recoger nuevamente la
flor;
inmediatamente la risa se le va,
de inmediato desaparece su soberbia,
porque la flor yace en el suelo,
porque sus pétalos están rasgados,
porque el remolino la pisoteó.
Tomado de:
https://www.revistapalimpsesto.com/briceida-cuevas-poemas/
La casa
Muestra la casa sus costillas
humedecidas por el frío.
De sus cabellos de palma
gotean resquicios de alegrías.
En su rostro
ha cesado de aletear su mirada que
descansa en el
[marco carcomido de sus ventanas.
¿Cuándo la noche orinó sus muros?
Exhibe sus venas.
Adentro
una araña colecciona alas disecadas de
[cucarachas.
Los grillos
desovillan hilos de silencio.
Cada rincón desmenuza recuerdos.
Pero así,
aun así
de las manos tomadas con la albarrada
la casa juega a la ronda,
suda su polvo.
Hoy este día
Hoy este día
están adoloridas las rodillas de mi alma,
porque se arrodilló para expiar sus
culpas;
porque se hincó ante ti a recibir el golpe
del látigo
[de tu voz, señor;
porque se puso de hinojos a escarbar en tu
coraje un
[pedazo de tu entusiasmo;
porque se postró todo el día ante ti a
esparcir por entero
[su cariño.
Hoy este día
se desmorona mi alma.
Hoy este día
el dolor le ha tapado los ojos.
Hoy este día
le corta el pecho el filo de tu mirada.
Hoy este día
se distinta la roja llamarada de los
labios del sol,
porque declina con mi espíritu en el
poniente.
Mi nombre
Mi nombre,
pellejo disecado,
de boca en boca es mordido,
es masticado por los colmillos de la
gente.
Me he despojado del ropaje de mi nombre
así como la serpiente de su piel.
¿Por qué no llaman prostituta a la luna?
Ella acostumbra caminar por las noches,
acostumbra apostar su cuerpo,
acostumbra ocultar su vergüenza,
acostumbra sumergirse en la oscuridad
porque ya detesta su claridad.
Porque ella es una hermosa alimaña blanca.
Mi nombre
es chicle prohibido para los niños.
Mi nombre
ha sido pisoteado por el desprecio.
Ahora ya no tengo nombre.
Soy un duende que le revuelve la cabellera
al amor.
Noche de eclipse
Hija
mía,
préndete
los alfileres en la ropa,
ponte
la pantaleta roja,
bebe
del agua con que se lavó el metate
para
que mamá luna no deje su mancha
en el
cuerpo de tu retoño
cuando
te rasques.
Noche de eclipse.
Noche en que los perros tatuaron con sus
ladridos
[el silencio.
Noche de gemidos de caracoles.
Cuando la gente corría porque se habían
comido a
[mamá luna.
En la oscuridad
una mujer,
la más embarazada entre las embarazadas;
aquella que no se prendió alfileres,
aquella que no se puso la pantaleta roja
ni bebió del agua con que se lavó el
metate;
aquella que se rascó las pupilas para que
su retoño las tuviera
[más negras,
engulló a la luna,
y mientras todos buscaban a la luna con la
mirada en el cielo,
la mujer alumbraba al pueblo con la luz
que
[desparramaba su vientre.
Irás a la escuela
Y aquellas hormigas que reían,
cantaban, bailaban y jugaban a la ronda,
comenzaron a llorar. Había
nacido una hembra, quien les echaría agua
hirviendo
cuando aparecieran en la cocina.
Tu irás a la escuela.
No serás cabeza hueca.
Traspasarás el umbral de tu memoria
hasta adentrarte en tu propia casa
sin tener que tocar la puerta.
Y contemplándote en el rostro de tu semejante
descubrirás que desde tus pestañas,
flechas nocturnas prendidas en el corazón
de la tierra,
desciende tu sencillez
y asciende la grandeza de tu abolengo.
Tú irás a la escuela
y en el cuenco de las manos de tu
entendimiento
contendrás el escurrir del vientre de la
mujer de tu raza.
De su calcañal
descifrarás los jeroglíficos
escritos por el polvo, el sol y la
humedad.
Grandes los ojos de tu admiración
contemplarán sus senos desfallecientes
después de haber derramado vida sobre la
tierra.
Irás a la escuela
pero volverás a tu casa,
a tu cocina,
a pintar con achiote el vientre del
metate,
a que lama la lengua del tizne tu albo
fustán,
a inflar con tus pulmones el globo-flama,
a que jurguen tus ojos los delgados dedos
del humo,
a leer el chisporroteo en el revés del
comal,
a leer el crepitar del fuego.
Volverás a tu cocina
porque tu banqueta te espera.
Porque el fogón guarda en sus entrañas un
espejo.
Un espejo en el que estampada se halla tu
alma.
Un espejo que te invoca
con la voz de su resplandor.
Como caracol de tierra
I
Hay que cuidar el cordón umbilical cuando
se desprenda.
Que no se lo coma el gato.
Que no se lo coma el perro.
Que no se lo lleve el ratón.
Si se lo lleva el ratón
no lo menciones ante ella;
mastica su nombre con tu mudez,
porque su nombre
es “la aparición” que espanta a los
pequeñines,
quien les roe el sueño.
Hay que cuidar el cordón umbilical.
Enterrarlo en las vísceras del fogón.
II
Hay que envolverla con su pañal,
arroparla,
como caracol de tierra.
No la mire la mujer de la sangre
despierta,
aquella sangre despierta que festeja su
descenso
[sobre las ingles.
No la vea la mujer del vientre crecido.
Asustará su ombligo.
Le hará escurrir cintillos rojos,
y por la noche
mientras gotea la voz de los grillos
remojando
[tu somnolencia,
ella con su quejido alzará su ombligo.
Hay que envolverla con su pañal,
prenderle en la ropa hojas de limón.
Arroparla,
proteger su inocencia.
III
Que no la vea el ojo travieso del pozo.
Él se posesiona de las primeras voces de
los niños.
Que no la vea.
Su habla aún no se acostumbra a sus
labios.
Él busca voz nueva para triturar su
silencio.
Se halla harto de su mudez;
mudez que se desquebraja y se convierte en
murciélago.
Que no la vea el pozo,
que no le guiñe su único ojo
porque él dará a cambio
las despedazadas palabras del eco que se
golpean
[en las paredes de las casas viejas.
Que no la vea.
Y si la mira,
sostenla del pecho con tu rebozo,
que camine nueve vueltas alrededor del
pozo
pidiéndole a gritos y llanto
que le devuelva la voz.
La luna y el sol
La noche permitió a la luna conocer el
alba.
La luna nunca ha visto el despertar del
cielo
ni el placentero mecer de los ramajes.
Jamás ha escuchado el barullo de los
pájaros mañaneros.
Nunca ha oído cómo los gallos saludan a un
poblado.
Jamás ha admirado el sueño del rocío sobre
el zacatal,
sobre las pequeñas yerbas.
La luna quedó arrobada ante el alba
cuando sintió que algo gozosamente se le
encaramó en el cuerpo,
cuando sintió que algo con placer
acariciaba su piel.
Levantó la mirada
y vio al sol desparramar gratamente su
rojiza luz sobre ella;
vio también cómo el alba se dejó engullir
por el sol.
El sol contempló a la luna.
El sol tendió las nubes para que en ellas
se sentara la luna.
La luna entonces se quedó a dialogar
gratamente con el sol.
Tomado de:
https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/37201/letras_cdi_dobladillo_ropa.pdf
IV
Negro,
Blanco,
Amarillo,
café,
pinto.
Perro común,
perro extranjero.
Tienen un mismo corazón.
Pero tú
sólo le compras comida al perro de casta.
Pero tú
hasta lo sacas a pasear por la plaza.
Entonces tú
pateas al perro común con desprecio.
Tú
crees que anda tras de ti por el hueso que
no le tiras.
No sabes que este perro
es la muerte que anda tras de tus huesos.
V
Dicen que el perro aúlla cuando mira al
diablo.
El miedo insulta,
tira piedras en la oscuridad.
La noche aúlla.
El miedo dispara en la oscuridad,
el aullido se destroza con el vientre de
la noche.
Este
es un hombre aterrorizado por el rojo
fuego de unos ojos en la oscuridad.
El otro,
un perro que le cuenta su penar a las
estrellas.
VI
¿Quién es el que estira la tortilla dura
con la mano izquierda
y luego
saca la mano derecha para golpear?
Perro que no abandonas a tu dueño,
perro que no muerdes a tu señor,
perro que amas a tu amo:
préstale tu lengua al hombre,
para que también le escurra la baba,
moje la tierra,
y siembre, como tú, la comprensión de la
existencia.
Préstale tus ojos al hombre,
para que mire con tu tristeza.
Préstale tu cola al hombre,
para que la mueva con alegría,
cuando lo llamen: KS, KS, KS;
para que la guarde entre sus pies con tu
vergüenza,
cuando le digan: B’J, B’J, B’J;
préstale tu nariz
para que husmee la bondad que sólo existe
en las manos del niño.
En fin,
préstale tus colmillos
para que se muerda la conciencia.
IX
Quedó preñada la perra.
Tuvo a sus crías.
Parió perritos comunes,
perritos que fueron esparcidos por todo el
pueblo.
Y se dedicó la madre perra a aullar por
los callejones todas las noches.
Enrojecieron sus ojos,
y fue perseguida,
quizá pensaron que ya tenía la rabia,
sin embargo,
ella murió sabiendo que la gente era la
que había enloquecido.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/65_66/cuevas.html
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