martes, 5 de noviembre de 2024

POEMAS MAYAS DE BRICEIDA CUEVAS COB

 


Mirada con un gallo

La mirada mía

juega corriendo sobre el cerco de piedras.

No avanzó mucho,

y tropezó con las patas de un gallo.

Se aporreó en la albarrada,

se azotó abajo del gallo.

El gallo

la recogió con una de sus garras;

le insertó los guijarros de su garra;

la picoteó con el amarillento garfio de su pico.

Él

me ha pisado la mirada.

No comprendo

por qué abanicó con sus alas

las piedrecitas que me insertara.

Después

ágilmente la limpió

con su roja mascada.

La mirada mía está muy feliz.

Se dispuso nuevamente a jugar corriendo sobre el cerco.

Mas no pudo,

porque el gallo otra vez la atrapó con su pico,

con su garra.

Luego

con gozo la encerró en el gallinero.

 

 

Papalote

El recuerdo

es un papalote.

Poco a poco le sueltas,

disfrutas su vuelo.

En lo más alto

se rompe el hilo de tu memoria

y te sientas a presenciar cómo lo posee la distancia.

 

 

Pelota de voz

Al pozo no le gusta que le tires piedras.

Lastimas su quietud.

Ese juego no le agrada.

Si quieres jugar con él,

haz de tu voz una pelota,

arrójala.

Verás que te la devuelve.

 

 

La luna y el sol

La noche permitió a la luna conocer el alba.

La luna nunca ha visto el despertar del cielo

ni el placentero mecer de los ramajes.

Jamás ha escuchado el barullo de los pájaros mañaneros.

Nunca ha oído cómo los gallos saludan a un poblado.

Jamás ha admirado el sueño del rocío sobre el zacatal,

sobre las pequeñas yerbas.

La luna quedó arrobada ante el alba

cuando sintió que algo gozosamente se le encaramó en el cuerpo,

cuando sintió que algo con placer acariciaba su piel.

Levantó la mirada

y vio al sol desparramar gratamente su rojiza luz sobre ella;

vio también cómo el alba se dejó engullir por el sol.

El sol contempló a la luna.

El sol tendió las nubes para que en ellas se sentara la luna.

La luna entonces se quedó a dialogar gratamente con el sol.

 

 

Miedo

Cómo ahuyentaríamos al miedo si no existieran piedras.

Cómo lanzarles sillas

si también sienten miedo.

¿Hemos de sacarnos los ojos y aventárselos?

¿Y si se los pone en las cuencas y nos reconoce?

¡Cómo encomendar el alma

si huyó despavorida de nosotros!

 

 

Padre

Padre,

mira,

la araña teje su hamaca en tu cabeza.

¿Qué niño esbozó el vuelo de los pájaros en tu frente?

Comiste a escondidas dulce de algodón.

Mira cómo te has batido los bigotes,

hasta las cejas te has tocado.

¿No quieres dormir?

Lo noto en tus párpados caídos encima de tu mirada.

Padre,

dile a mamá que te lave la cabellera,

la frente,

los bigotes y las cejas.

Ve a dormir;

para que descansen tus párpados,

y salga tu mirada

a pasear como ayer.

 

 

El viento y la flor

El viento ha recogido la flor en el cuenco de sus manos,

la está cuidando.

Vino la avispa y la besó en presencia del viento;

también llegó la abeja y la besó en presencia de la avispa.

Ni un instante más esperó el viento:

se olvidó de la flor.

La sangre se le agolpó en la cabeza;

enloqueció;

se desató su furia;

y se transformó en remolino.

Primeramente

tiró al suelo a la pequeña abeja;

en seguida

zarandeó una y otra vez a la pequeña avispa.

Cesó el enojo del viento;

se sacude las manos;

ríe;

se siente muy soberbio;

se da vuelta para recoger nuevamente la flor;

inmediatamente la risa se le va,

de inmediato desaparece su soberbia,

porque la flor yace en el suelo,

porque sus pétalos están rasgados,

porque el remolino la pisoteó.

Tomado de:

https://www.revistapalimpsesto.com/briceida-cuevas-poemas/

 

 

La casa

Muestra la casa sus costillas

humedecidas por el frío.

De sus cabellos de palma

gotean resquicios de alegrías.

En su rostro

ha cesado de aletear su mirada que descansa en el

[marco carcomido de sus ventanas.

¿Cuándo la noche orinó sus muros?

Exhibe sus venas.

Adentro

una araña colecciona alas disecadas de

[cucarachas.

Los grillos

desovillan hilos de silencio.

Cada rincón desmenuza recuerdos.

Pero así,

aun así

de las manos tomadas con la albarrada

la casa juega a la ronda,

suda su polvo.

 

 

Hoy este día

Hoy este día

están adoloridas las rodillas de mi alma,

porque se arrodilló para expiar sus culpas;

porque se hincó ante ti a recibir el golpe del látigo

[de tu voz, señor;

porque se puso de hinojos a escarbar en tu coraje un

[pedazo de tu entusiasmo;

porque se postró todo el día ante ti a esparcir por entero

[su cariño.

Hoy este día

se desmorona mi alma.

Hoy este día

el dolor le ha tapado los ojos.

Hoy este día

le corta el pecho el filo de tu mirada.

Hoy este día

se distinta la roja llamarada de los labios del sol,

porque declina con mi espíritu en el poniente.

 

 

Mi nombre

Mi nombre,

pellejo disecado,

de boca en boca es mordido,

es masticado por los colmillos de la gente.

Me he despojado del ropaje de mi nombre

así como la serpiente de su piel.

¿Por qué no llaman prostituta a la luna?

Ella acostumbra caminar por las noches,

acostumbra apostar su cuerpo,

acostumbra ocultar su vergüenza,

acostumbra sumergirse en la oscuridad

porque ya detesta su claridad.

Porque ella es una hermosa alimaña blanca.

Mi nombre

es chicle prohibido para los niños.

Mi nombre

ha sido pisoteado por el desprecio.

Ahora ya no tengo nombre.

Soy un duende que le revuelve la cabellera al amor.

 

 

Noche de eclipse

Hija mía,

préndete los alfileres en la ropa,

ponte la pantaleta roja,

bebe del agua con que se lavó el metate

para que mamá luna no deje su mancha

en el cuerpo de tu retoño

cuando te rasques.

Noche de eclipse.

Noche en que los perros tatuaron con sus ladridos

[el silencio.

Noche de gemidos de caracoles.

Cuando la gente corría porque se habían comido a

[mamá luna.

En la oscuridad

una mujer,

la más embarazada entre las embarazadas;

aquella que no se prendió alfileres,

aquella que no se puso la pantaleta roja

ni bebió del agua con que se lavó el metate;

aquella que se rascó las pupilas para que su retoño las tuviera

[más negras,

engulló a la luna,

y mientras todos buscaban a la luna con la mirada en el cielo,

la mujer alumbraba al pueblo con la luz que

[desparramaba su vientre.

 

 

Irás a la escuela

Y aquellas hormigas que reían,

cantaban, bailaban y jugaban a la ronda,

comenzaron a llorar. Había

nacido una hembra, quien les echaría agua hirviendo

cuando aparecieran en la cocina.

Tu irás a la escuela.

No serás cabeza hueca.

Traspasarás el umbral de tu memoria

hasta adentrarte en tu propia casa

sin tener que tocar la puerta.

Y contemplándote en el rostro de tu semejante

descubrirás que desde tus pestañas,

flechas nocturnas prendidas en el corazón de la tierra,

desciende tu sencillez

y asciende la grandeza de tu abolengo.

Tú irás a la escuela

y en el cuenco de las manos de tu entendimiento

contendrás el escurrir del vientre de la mujer de tu raza.

De su calcañal

descifrarás los jeroglíficos

escritos por el polvo, el sol y la humedad.

Grandes los ojos de tu admiración

contemplarán sus senos desfallecientes

después de haber derramado vida sobre la tierra.

Irás a la escuela

pero volverás a tu casa,

a tu cocina,

a pintar con achiote el vientre del metate,

a que lama la lengua del tizne tu albo fustán,

a inflar con tus pulmones el globo-flama,

a que jurguen tus ojos los delgados dedos del humo,

a leer el chisporroteo en el revés del comal,

a leer el crepitar del fuego.

Volverás a tu cocina

porque tu banqueta te espera.

Porque el fogón guarda en sus entrañas un espejo.

Un espejo en el que estampada se halla tu alma.

Un espejo que te invoca

con la voz de su resplandor.

 

 

Como caracol de tierra

I

Hay que cuidar el cordón umbilical cuando se desprenda.

Que no se lo coma el gato.

Que no se lo coma el perro.

Que no se lo lleve el ratón.

Si se lo lleva el ratón

no lo menciones ante ella;

mastica su nombre con tu mudez,

porque su nombre

es “la aparición” que espanta a los pequeñines,

quien les roe el sueño.

Hay que cuidar el cordón umbilical.

Enterrarlo en las vísceras del fogón.

 

II

Hay que envolverla con su pañal,

arroparla,

como caracol de tierra.

No la mire la mujer de la sangre despierta,

aquella sangre despierta que festeja su descenso

[sobre las ingles.

No la vea la mujer del vientre crecido.

Asustará su ombligo.

Le hará escurrir cintillos rojos,

y por la noche

mientras gotea la voz de los grillos remojando

[tu somnolencia,

ella con su quejido alzará su ombligo.

Hay que envolverla con su pañal,

prenderle en la ropa hojas de limón.

Arroparla,

proteger su inocencia.

 

III

Que no la vea el ojo travieso del pozo.

Él se posesiona de las primeras voces de los niños.

Que no la vea.

Su habla aún no se acostumbra a sus labios.

Él busca voz nueva para triturar su silencio.

Se halla harto de su mudez;

mudez que se desquebraja y se convierte en murciélago.

Que no la vea el pozo,

que no le guiñe su único ojo

porque él dará a cambio

las despedazadas palabras del eco que se golpean

[en las paredes de las casas viejas.

Que no la vea.

Y si la mira,

sostenla del pecho con tu rebozo,

que camine nueve vueltas alrededor del pozo

pidiéndole a gritos y llanto

que le devuelva la voz.

 

 

La luna y el sol

La noche permitió a la luna conocer el alba.

La luna nunca ha visto el despertar del cielo

ni el placentero mecer de los ramajes.

Jamás ha escuchado el barullo de los pájaros mañaneros.

Nunca ha oído cómo los gallos saludan a un poblado.

Jamás ha admirado el sueño del rocío sobre el zacatal,

sobre las pequeñas yerbas.

La luna quedó arrobada ante el alba

cuando sintió que algo gozosamente se le encaramó en el cuerpo,

cuando sintió que algo con placer acariciaba su piel.

Levantó la mirada

y vio al sol desparramar gratamente su rojiza luz sobre ella;

vio también cómo el alba se dejó engullir por el sol.

El sol contempló a la luna.

El sol tendió las nubes para que en ellas se sentara la luna.

La luna entonces se quedó a dialogar gratamente con el sol.

Tomado de:

https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/37201/letras_cdi_dobladillo_ropa.pdf

 

 

IV

Negro,

Blanco,

Amarillo,

café,

pinto.

Perro común,

perro extranjero.

Tienen un mismo corazón.

Pero tú

sólo le compras comida al perro de casta.

Pero tú

hasta lo sacas a pasear por la plaza.

Entonces tú

pateas al perro común con desprecio.

crees que anda tras de ti por el hueso que no le tiras.

No sabes que este perro

es la muerte que anda tras de tus huesos.

 

 

V

Dicen que el perro aúlla cuando mira al diablo.

 

El miedo insulta,

tira piedras en la oscuridad.

La noche aúlla.

El miedo dispara en la oscuridad,

el aullido se destroza con el vientre de la noche.

Este

es un hombre aterrorizado por el rojo fuego de unos ojos en la oscuridad.

El otro,

un perro que le cuenta su penar a las estrellas.

 

 

VI

¿Quién es el que estira la tortilla dura con la mano izquierda

y luego

saca la mano derecha para golpear?

 

Perro que no abandonas a tu dueño,

perro que no muerdes a tu señor,

perro que amas a tu amo:

préstale tu lengua al hombre,

para que también le escurra la baba,

moje la tierra,

y siembre, como tú, la comprensión de la existencia.

Préstale tus ojos al hombre,

para que mire con tu tristeza.

Préstale tu cola al hombre,

para que la mueva con alegría,

cuando lo llamen: KS, KS, KS;

para que la guarde entre sus pies con tu vergüenza,

cuando le digan: B’J, B’J, B’J;

préstale tu nariz

para que husmee la bondad que sólo existe en las manos del niño.

En fin,

préstale tus colmillos

para que se muerda la conciencia.

 

 

IX

Quedó preñada la perra.

Tuvo a sus crías.

Parió perritos comunes,

perritos que fueron esparcidos por todo el pueblo.

Y se dedicó la madre perra a aullar por los callejones todas las noches.

Enrojecieron sus ojos,

y fue perseguida,

quizá pensaron que ya tenía la rabia,

sin embargo,

ella murió sabiendo que la gente era la que había enloquecido.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/65_66/cuevas.html

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