Años luz
Durante todo el verano los pájaros
carpinteros
martillaron nuestro conservatorio,
perforando el revestimiento de cedro
con inconsolables óvalos.
Dejaron entrar al viento.
Maltrecha, la casa se dobló.
Mi padre subió a una escalera,
embonó los aleros. No hubo diferencia.
Nada podía detenerlos.
Desde el asiento de la ventana de arriba
podía ver la oleada volcánica
de sus mejillas rojas trabajando,
trabajando.
Sabía cómo se sentía querer
perforar hasta llegar al centro de la
tierra,
túnel al Viejo Mundo.
Durante todo el verano envié cartas
a un continente tan distante
que me hizo pensar en las leyes de la
física—
el Pacífico se extiende,
su imposible testimonio
como los años luz, una curvatura
que no podría medir.
Sabía que yo estaba más lejos
que el tiempo, que cuando reingresara
a mi hemisferio
ya estaría transformada,
alejada por todo ese polvo lunar.
Afuera, el ruido de las aves como una
pistola de clavos.
El daño se propagó.
Para el otoño, mi acento cambió.
Vocales del Medio Oeste se deslizaron
silenciosas,
sustantivos se rizaron en mi boca.
Finalmente, llamamos a un hombre
que instalaba trampas, montando
un halcón falso en el tejado.
El día que el halcón llegó
miré a los pájaros carpinteros revolotear
aterrados
y luego alzar el vuelo, nervios
destrozados.
Entonces era invierno: la nieve se cernió,
y volaron al sur para siempre.
Esperé a sentir el cambio.
En todas partes los agujeros oscuros
crecieron.
Este paisaje ante mí
No está escrita, aunque ha vivido en la
violencia.
Primero la fábrica de pie, silenciosa como
un asilo.
Luego el aniquilador mallee con sus puños
rojos de flores
y la ceniza de la montaña arrastrándose
como una mancha sobre él.
Pruebas no tengo, pero te digo
hubo vitrales aquí una vez, prohibidos.
Emitieron un poco de luz rayada sobre las
mujeres.
Ahora en matorral y amarilla retama hago
frente a la historia
trenzada y destrenzada por rígidas manos
irlandesas.
La soga, la cuerda y la lana cardada son
descosidas.
como lo son sus rostros y sus nombres.
Londonderry, Cork, Galway, Kildare—
mientras pronuncio las palabras éstas son
succionadas
a un hemisferio en la oscuridad.
No me atreveré a decir
lo que es el sufrimiento o cómo se
infligió en este lugar.
A qué punto destroza a un cuerpo, decir no
puedo.
Pero esta mañana vi a un joven conejo
encorvado entre la maleza y la sombra.
Su cara lesionada, sus piernas demasiado
frágiles para pelear,
la sangre baya y costra rosa de su ojo.
Había contraído la enfermedad
deseaba un lugar tranquilo para morir
lo trajimos aquí.
Y tuvo suerte o tanta suerte como pudo,
hubo tiempo y luz, los halcones y los
perros.
Aún no se había escrito, seguía fuera de
la vista.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2016/06/sarah-holland-batt-tres-poemas/
Penélope en las tinieblas
Escucha, ya estoy cansada
de este cuento, ese
donde hacemos el papel de amantes suspirando
quienes sólo conocen imágenes
de ellos en otra vida,
nuestros corazones cerrados
como mejillones muertos,
en astuta oscuridad, que sella
ese núcleo amargo: tú y yo.
El cuento nos hace ver como sicópatas.
Pues en él nunca notamos
los cambios del mundo;
aguardamos en la ventana
como perros dementes
que la muerte gire la llave –
Si estuvieras muerto, yo sería feliz.
Podría anudar los años, apretarlos como puños.
Podría dormir.
Pero no estás muerto;
Simplemente olvidaste tu papel en el
cuento.
Estás en una isla remota,
persiguiendo sirenas. Dime, Odiseo –
cuando ellas cantan
¿lo hacen como yo?
En el imperio despojado del mañana
bajo hasta la costa
y observo a pescadores en la matanza.
Seguramente nunca los viste,
sus manos en lo profundo de lo plateado
como alguna muestra de piedad –
El cráneo de una Galah
Lo encuentro en un campo de plumas, cresta
rosada,
nudillo limpio hasta los huesos por el
viento,
pálida
mohawk montada sobre roca.
Me agacho. Vaciadas están
las dos cuencas de su cabeza, dos planetas
imaginarios
llenos de sol, asilándose en uno
un milpiés enroscado, hábil y oscuro
hipnotista.
Ya pulido, se enrolla en espiral
como una fósil serpiente de Santa Hilda
esas que estudiamos en el vitral de la
capilla del colegio.
Tal si el ojo pudiera enterrarse
luego desenrollar una antena hacia afuera,
como un helecho.
Volteo el cráneo sobre mi palma como a un
guijarro—
no se queda quieto. Sin embargo, todo está
inmóvil:
los pastos se agarran, el mundo ya no se
inclina.
Incluso la triste postura del matorral
crece;
su mente está vacía. Sólo este cráneo
sobrevivirá al verano, un pensamiento se
interrumpe,
y yo lo verá cada día que pase
y me detendré, donde el aire afila sus
dientes
contra el hueso, donde la mente se recuerde
ella misma
como una concha, y lloraré por lo que una
vez
fue mundo: un ojo rodó hacia la luna del
alba,
el otro se sumergió en la tierra.
Tomado de:
https://www.scribd.com/document/701790624/Holland-Batt-Sara-Poemas
Poema de amor
Una ventana abierta
al mediterráneo.
media tarde.
Yates
escorados
en una luz salmón.
Una vela verde
se deshoja
en la distancia.
La brisa salada
delibera
qué hará después.
Y el lujo
de regresar
a la habitación
Tomado de:
https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/poesia/20180629/peligros/318719727_0.html
Talasografía
He conocido estos estuarios...
los canales y cauces, los remansos
que fluyen y se arremolinan hacia el
Pacífico,
He desnatado esa mezcla fangosa,
Sentí el pinchazo en la garganta
donde la sal del aire es la sal de la
costa,
He apuntado donde la marea está
incompleta:
Sin rodillos ni disyuntores,
sólo un reflujo que mece a los caminantes
Un torrente de plata, el golpe del mazo de
un salmonete
En la noche, los cangrejos de lodo se
codean
hacia abajo bajo losas de hormigón de
rampas para embarcaciones —
He acechado donde las garzas se posan
sobre zancos y lanzas
peces carnada en tardes verdes,
Lanzar trampas para cangrejos en anatemas
sueltos
para ver cómo se propagaba el sonar negro,
Arrastreros de camarones con orugas en
aguas anchas
Arrastrándose de regreso en el amanecer
lavanda
Luego se sentó en el borde del
embarcadero.
y se quitó esos caparazones de tigre,
arrojaron las cabezas succionadas de nuevo
a la oscuridad,
cáscara de mejillón aplastada bajo los
pies
para la quemadura de quitina afilada,
pisó donde las mantarrayas se revuelcan y
holgazanean,
moviendo sus púas, esperando atacar.
He pasado la mitad de mi vida en marea
baja.
noches donde no he sabido
Si me estoy contrayendo o arrastrando de
nuevo,
donde el movimiento del agua
es el movimiento de mi mente
idas y venidas interminables
de sonidos y estrechos, esos puntos de
entrada
A mis dos continentes —y a mi historia—
es la historia de las corrientes: un canal
lo suficientemente pequeño
atrapar una infancia en su red,
agua lo suficientemente vasta para dividir
una vida.
Tomado de:
https://www.poetryfoundation.org/poetrymagazine/poems/89002/thalassography
No hay comentarios.:
Publicar un comentario