(Inglaterra, 1795 - 1821)
ODA A UNA URNA GRIEGA
(Traducción de Julio Cortázar)
I.
Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te rondade dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?
II.
Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas, no para los sentidos, sino más exquisitas, tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!
III.
¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.
IV.
¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.
V.
¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.
ESTRELLA BRILLANTE
no en solitario esplendor colgada de lo alto de la noche
y mirando, con eternos párpados abiertos,
como de naturaleza paciente, un insomne Eremita,
las móviles aguas en su religiosa tarea
de pura ablución alrededor de tierra de humanas riberas,
o de contemplación de la recién suavemente caída máscara
de nieve de las montañas y páramos.
No, aún todavía constante, todavía inamovible,
recostada sobre el maduro corazón de mi bello amor,
para sentir para siempre su suave henchirse y caer,
despierto por siempre en una dulce inquietud
silencioso, silencioso para escuchar su tierno respirar,
y así vivir por siempre o si no, desvanecerme en la muerte.
Cuántos bardos embellecen los lapsos de tiempo!
¡Cuántos bardos embellecen los lapsos de tiempo!
Algunos de ellos fueron siempre el alimento
De mi deleitada fantasía: podría meditar tristemente
Sobre sus bondades, terrenas o sublimes:
Y a menudo, cuando me siento a rimar,
Se entrometerán en tropel delante de mi mente:
Pero sin confusión ni rudo trastorno
Por su función; es un grato repique.
Igual que los innumerables sonidos que guarda la tarde:
El canto de los pájaros, el murmullo de las hojas,
El rumor de los arroyos, la gran campana que se esfuerza por levantarse
Con sonido solemne, y otros miles más,
Que la distancia priva de reconocimiento,
Hacen grata música, y no salvaje algarabía.
¿Dónde hallar al poeta?
¿Dónde hallar al poeta? Nueve Musas,
Mostrádmelo, que pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
Como un igual se siente, aunque fuere el monarca
O el más pobre de toda la tropa de mendigos;
O es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
Entre el simio y Platón;
Es quien, a una con el pájaro,
Reyezuelo o bien águila, el camino descubre
Que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
El rugir del león, y nos diría
Lo que expresa aquella áspera garganta;
Y el bramido del tigre
Le llega articulado y se le adentra,
Como lengua materna, en el oído.
Escrito antes de releer "El rey Lear"
¡Romance de dorada lengua y laúd suave!
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina!
Deja tus melodías en este día crudo,
Cierra tu libro añoso y quédate callada.
¡Adiós! Pues que de nuevo la ya enconada pugna
Entre dolor de Infierno y apasionado limo,
Ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo
Esa dulzura amarga del fruto shakespeariano.
¡Poeta Rey! Y nubes vosotras, las de Albión,
Creadores de nuestro profundo, eterno tema:
Cuando cruzado hubiere el robledal antiguo,
No dejéis que divague por algún sueño inútil,
Y, consumido ya del Fuego, dadme nuevas
Alas de Fénix para mi vuelo deseado.
Escrito como repulsa de las supersticiones vulgares
Las campanas repican melancólicamente
Convocando a los fieles a nuevas oraciones,
A nuevas lobregueces, a espantosas angustias,
A escuchar el horrible sonido del sermón.
Sin duda que la mente del hombre está encerrada
En un oscuro hechizo, pues todos se separan
Del gozo junto al fuego, de los aires de la Lidia,
Del elevado diálogo con los que en gloria reinan.
Aún, aún repican, y sentiría un frío
Y una humedad de tumba si no fuera consciente
De que están extinguiéndose cual vela consumida,
De que son los gemidos que exhalan al perderse.
Esta viva mano
Esta viva mano hoy cálida y capaz
De ansioso estrechamiento, si estuviera fría
Y en el helado silencio de la tumba,
Tanto perseguiría tus días y helaría tus noches soñadas,
Que desearías que en tu propio corazón se secase la sangre
Para que en mis venas volviese a correr la roja vida,
Y así calmases la consciencia. Mírala, aquí está:
Hacia ti la extiendo.
Estrella brillante, si fuera constante como tú
Estrella brillante, si fuera constante como tú,
No en solitario esplendor colgada de lo alto de la noche
Y mirando, con eternos párpados abiertos,
Como de naturaleza paciente, un insomne eremita,
Las móviles aguas en su religiosa tarea
De pura ablución alrededor de tierra de humanas riberas,
O de contemplación de la recién suavemente caída máscara
De nieve de las montañas y páramos.
No, aún todavía constante, todavía inamovible,
Recostada sobre el maduro corazón de mi bello amor,
Para sentir para siempre su suave henchirse y caer,
Despierto por siempre en una dulce inquietud,
Silencioso, silencioso para escuchar su tierno respirar,
Y así vivir por siempre o si no, desvanecerme en la muerte.
Feliz es Inglaterra
¡Feliz es Inglaterra!
Ya me contentaría
No viendo más verdores que los suyos,
No sintiendo más brisas que las que soplan entre
Sus frondas confundidas con las leyendas grandes;
Pero nostalgia siento a veces; languidezco
Por los cielos de Italia; íntimamente gimo
Por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,
Para olvidar un poco el mundo y lo mundano.
Feliz es Inglaterra y dulces son sus hijas,
Sin artificio: bástame su encanto tan sencillo,
Sus blanquísimos brazos que ciñen en silencio;
Pero en deseos ardo a menudo de ver
Bellezas de mirada más honda, y de sus cantos,
Y de vagar con ellas por aguas del estío.
Meg Merrilies
La vieja Meg era gitana
Y vivía en el monte:
Era el brezo rojizo su lecho
Y al aire libre tuvo su morada.
Negras moras de zarza por manzanas tenía,
Por grosellas, simiente de retama;
Su vino era el rocío de blancas zarzarrosas,
Tumbas del camposanto eran sus libros.
Las ásperas quebradas por hermanas tenía
Y por hermanos los alerces:
Y sólo en compañía de su familia vasta,
Vivió como le plació.
Pasó sin desayuno más de alguna mañana
Y sin almuerzo más de un mediodía,
Y en vez de cenar, fijamente
Contemplaba la luna.
Mas todas las mañanas, con tierna madreselva
Sus guirnaldas tejía,
Y cada noche, el tejo de la hondonada oscura,
Cantando, entrelazaba.
Y con sus dedos viejos y morenos
Tejía esteras de junco,
Que daba a los labriegos
Al pasar por el monte.
Fue Meg bizarra como la reina Margarita,
Y como de amazona era su talla:
Llevó por capa el trozo de alguna manta roja,
Tocóse con un mísero sombrero.
Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso,
Pues murió ya hace tiempo.
Oda a la melancolía
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
Acónito buscando su vino embriagador;
No dejes que tu pálida frente sea besada
Por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
Ni dejes que polilla o escarabajo sean
Tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
Contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
Y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.
Pero cuando el acceso de atroz melancolía
Se cierna repentino, cual nube desde el cielo
Que cuida de las flores combadas por el sol
Y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
Enjuga tu tristeza en una rosa temprana
O en el salino arco iris de la ola marina
O en la hermosura esférica de las peonías;
O, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
Toma firme su mano, deja que en tanto truene
Y contempla, constante, sus ojos sin igual.
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
También con la alegría, cuya mano en sus labios
Siempre esboza un adiós; y con el placer doliente
Que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
Tiene su soberano numen Melancolía,
Aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa
Boca muerde la uva fatal de la alegría.
Esa alma probará su tristísimo poder
Y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.
Oda a un ruiseñor
1
Me duele el corazón y un pesado letargo
Aflige a mis sentidos, como si hubiera bebido
Cicuta o apurado un opiato hace sólo
Un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
Y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
Sino porque feliz me siento con tu dicha
Cuando, ligera dríade alada de los árboles,
En algún melodioso lugar de verdes hayas
E innumerables sombras
Brota en el estío tu canto enajenado.
2
¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado
En las profundas cuevas de la tierra
Que supiera a Flora y a la verde campiña,
Canciones provenzales, sol, danza y regocijo;
Oh, si una copa de caliente sur,
Llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
Ensartadas burbujas titilando en los bordes,
Purpúrea la boca: si pudiera beber
Y abandonar el mundo inadvertido
Y junto a ti perderme por el oscuro bosque!
3
Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar
Que entre las hojas tú nunca has conocido
La inquietud, el cansancio y la fiebre
Aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan
Y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
Donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
Donde aún el pensamiento se llena de tristeza
Y de desesperanzas, donde ni la Belleza
Puede salvaguardar sus luminosos ojos
Por los que el nuevo amor perece sin mañana.
4
¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco
Sino unas invisibles y poéticas alas;
Aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡Ya estoy contigo! Suave es la noche
Y tal vez en su trono aparezca la luna
Circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
Desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
El oscuro verdor y veredas de musgo.
5
No puedo ver qué flores hay a mis pies
Ni el blando incienso suspendido en las ramas,
Pero en la embalsamada oscuridad presiento
Cada uno de los dones con los que la estación
Dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura:
Pastoril eglantina y blanco espino,
Violetas marcesibles recubiertas de hojas
Y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
La rosa del almizcle rociada de vino,
Morada rumorosa de moscas en verano.
6
A oscuras escucho. Y en más de una ocasión
He amado el alivio que depara la muerte
Invocándola con ternura en versos meditados
Para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
Dejar de existir sin pena a medianoche
¡Mientras se te derrama afuera el alma
En semejante éxtasis! Seguiría tu canto
Y te habría escuchado yo en vano:
A tu réquiem conviene un pedazo de tierra.
7
¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
Fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
Tal vez fuera este mismo canto el que una senda
Encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
Enferma de añoranza, se sumía en el llanto
Rodeada de trigos extranjeros,
La misma que otras veces ha encantado mágicas
Ventanas que se abren a peligrosos mares
En prodigiosas tierras ya olvidadas.
8
¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra
Me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La Fantasía no consigue engañarnos
Tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece
Al pasar por los prados vecinos, el tranquilo
Arroyo y la colina; ahora es enterrado
En los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?
Oda al otoño
Estación de las nieblas y fecundas sazones,
Colaboradora íntima de un sol que ya madura,
Conspirando con él cómo llenar de fruto
Y bendecir las viñas que corren por las bardas,
Encorvar con manzanas los árboles del huerto
Y colmar todo fruto de madurez profunda;
La calabaza hinchas y engordas avellanas
Con un dulce interior; haces brotar tardías
Y numerosas flores hasta que las abejas
Los días calurosos creen interminables
Pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.
¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
Sentada con descuido en un granero
Aventado el cabello dulcemente,
O en surco no segado sumida en hondo sueño
Aspirando amapolas, mientras tu hoz
Respeta la próxima gavilla de entrelazadas flores;
O te mantienes firme como una espigadora
Cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
O al lado de un lagar con paciente mirada
Ves rezumar la última sidra hora tras hora.
¿En dónde con sus cantos está la primavera?
No pienses más en ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
Y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,
Cual lastimero coro los mosquitos se quejan
En los sauces del río, alzados, descendiendo
Conforme el leve viento se reaviva o muere;
Y los corderos balan allá por las colinas,
Los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
Con dulce voz de tiple silba en alguna huerta
Y trinan por los cielos bandos de golondrinas.
Para ti, que has sentido en tu rostro el invierno
Para ti, que has sentido en tu rostro el invierno,
Y que has visto las nubes de nieve entre la niebla
Y copas de olmos negros entre estrellas heladas,
Será la primavera un tiempo de cosecha.
Para ti, que has tenido como libro la luz
De la sombra suprema con la que te nutrías
Una noche tras otra cuando no estaba Febo,
Será la primavera una triple mañana.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
Y sin embargo el canto me brota con pasión.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
Pero la tarde escucha. Aquél que se entristece
Pensando en la indolencia no puede estar ocioso,
Y despierto se encuentra quien se crea dormido.
¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz dirá
¿Por qué reí esta noche? Ninguna voz dirá:
Ni Dios ni Demonio de severa respuesta,
Se dignan a contestar desde Cielo o Infierno.
Así, a mi humano corazón me vuelvo enseguida:
-¡Corazón! Tú y yo estamos aquí tristes y solos;
¡Díme, por qué me reí! ¡Oh, dolor mortal!
¡Oh, Oscuridad! ¡Oscuridad! Siempre he de quejarme,
Para preguntar al Cielo, y al Infierno,y al Corazón en vano.
¿Por qué me reí? Conozco ese lado del ser,
Mi fantasía hasta su máxima felicidad se extiende;
Ahora podría cesar en esta auténtica media noche,
Y las llamativas insignias del mundo, ver en añicos.
Poesía, Fama y Belleza, son de hecho intensas,
Pero la Muerte lo es más: La Muerte es el mayor premio de la Vida.
A quien en la ciudad estuvo largo tiempo...
A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde, fatigado, en la blanda yacija
de la hierba ondulante y lee una acabada,
una gentil historia de amor y languidez?
Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído
la voz de Filomela, y acechando sus ojos
la fúlgida carrera de una pequeña nube,
lamenta el deslizarse del presuroso día,
desvanecido como la lágrima de un ángel
que cae por el éter claro, calladamente.
Versión de Màrie Montand
A Reynolds
¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrádmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el más pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león, y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el oído.
Versión de Màrie Montand
A Reynolds 2
«Me inspiró estos pensamientos, mi Querido Reynolds, la belleza matinal, Que incitaba al ocio.
No había leido ningún libro, y la mañana me daba razón. En nada pensaba sino en la mafiana,
y el Tordo afirmaba mi acierto, pareciendo decir...» (Carta a Reynolds, febrero 1818)
¡Tú, a cuyo rostro el viento de invierno se ha acercado
y que has visto las nubes de nieve entre la bruma
y entre heladas estrellas, olmos de negras cimas!
Para ti, primavera será tiempo de mieses.
Tú, que por libro único has tenido la luz
de supremas tinieblas con que te alimentaste,
noche tras noche, cuando lejano estaba Febo:
te será primavera una triple mañana.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo y mis canciones con el calor me brotan.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo, mas la tarde me escucha. Quien se apene
pensando en la indolencia, nunca será un ocioso,
y muy despierto está quien se crea dormido.
Versión de Màrie Montand
Al ver los mármoles de Elgin
Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa,
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
de decreto divino que anuncia que soy presa
de mi fin, como un águila herida mira al cielo.
Pero es un delicado murmullo este lamento
por no tener conmigo una nube, acaso un viento
que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo.
Estas borrosas glorias que imagina la mente
prestan al corazón un territorio escondido
y un extraño dolor cuyo prodigio silente
mezcla la helénica grandeza con el sonido
del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente,
con el solo la sombra de un ser desconocido.
Bien venida alegría, bienvenido pesar
Bien venida alegría, bien venido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa...
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!
Musas resplandecientes, musas pálidas,
de vuestro rostro alzad el velo,
que pueda veros y que escriba
sobre el día y la noche
a un tiempo; que se apague
mi sed de dulces penas;
ramas de tejo sean mi refugio,
entrelazadas con el mirto nuevo,
y pinos y limeros florecidos,
y mi lecho la hierba de una fosa.
Versión de Màrie Montand
Canción de Folly
¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos.
Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso,
y no sean sus dientes la perla más preciosa;
sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean
más largas que la antena menuda de una mosca
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,
pero sí muchas pecas. ¡Ah! Una nodriza loca,
porque anduviera pronto la pequeñuela, puede
haber curvado un par de piernas de Diana
y torcido el marfil de una nuca de Juno.
Versión de Màrie Montand
Canción de la margarita
Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera
ocultarse igualmente en una nube.
Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-
es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.
Miro por los lugares donde no osara nadie
y se fijan mis ojos donde nadie los fija,
y si la noche viene,
me cantan los corderos una canción de cuna.
Versión de Màrie Montand
Escrito antes de releer «El Rey Lear»
¡Romance de dorada lengua y laúd suave!
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina!
Tus melodías deja en este día crudo,
cierra tu libro añoso y quédate callada.
¡Adiós! Pues que, de nuevo, ya la enconada pugna
entre dolor de Infierno y apasionado limo,
ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo
esa dulzura amarga del fruto shakespiriano.
¡Poeta Rey! Y nubes, vosotras, las de Albión,
creadores de nuestro profundo, eterno tema:
cuando cruzado hubiere el robledal antiguo,
no dejéis que divague por algún sueño inútil,
y, consumido ya del Fuego, dadme nuevas
alas de Fénix para mi vuelo deseado.
Versión de Màrie Montand
Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría...
¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría
no viendo más verdores que los suyos,
no sintiendo más brisas que las que soplan entre
sus frondas confundidas con las leyendas grandes;
pero nostalgia siento, a veces; languidezco
por los cielos de Italia; íntimamente gimo
por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,
para olvidar un poco lo mundano y el mundo.
Feliz es Ingtaterra y dulces son sus hijas,
sin artificio: bástame su encanto tan sencillo,
sus blanquísimos brazos, que ciñen en silencio;
pero en deseos ardo, a menudo, de ver
bellezas de mirada más honda, y de sus cantos,
y de vagar con ellas por aguas del estío.
Versión de Màrie Montand
Historia en versos
Lo hermoso es alegría para siempre:
su encanto se acrecienta y nunca vuelve
a la nada, nos guarda un silencioso
refugio inexpugnable y un reposo
lleno de alientos, sueños, apetitos.
Por eso cada día nos ceñimos
guirnaldas que nos unan a la tierra,
pese a nuestro desánimo y la ausencia
de almas nobles, al día oscurecido,
a todos los impávidos caminos
que recorremos; cierto, pese a esto,
alguna forma hermosa quita el velo
de nuestro temple oscuro: talla luna,
el sol, los árboles que dan penumbra
al ganado, o tales los narcisos
con su universo húmedo o los ríos
que construyen su fresco entablamento
contra el ardiente estío; o el helecho
rociado con aroma de las rosas.
Y tales son también las pavorosas
formas que atribuimos a los muertos,
historias que escuchamos o leemos
como una fuente eterna cuyas aguas
del borde de los cielos nos llegaran.
Y no sentimos a estos seres sólo
por breve lapso; no, sino que como
los árboles de un templo pronto aúnan
su ser al templo mismo, así la luna,
la poesía y sus glorias infinitas
cual una luz alegre nos hechizan
el alma y nos seducen con tal fuerza
que, haya sombra o luz sobre la tierra,
si no nos acompañan somos muertos.
Así, con alegría, yo refiero
la historia de Endimión (...)
Versión de Gabriel Insuasti
La caída de Hiperión (Sueño)
Tienen los locos sueños donde traman
elíseos de una secta. Y el salvaje
vislumbra desde el sueño más profundo
lo celestial. Es lástima que no hayan
transcrito en una hoja o en vitela
las sombras de esa lengua melodiosa
y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.
Pues sólo la Poesía dice el sueño,
con hermosas palabras salvar puede
a la Imaginación del negro encanto
y el mudo sortilegio. ¿Quién que vive
dirá: "no eres poeta si no escribes
tus sueños"? Pues todo aquel que tenga alma
tendrá también visiones y hablará
de ellas si en su lengua es bien criado.
Si el sueño que propongo lo es de un loco
o un poeta tan sólo se sabrá
cuando mi mano repose en la tumba.
Soñé que en un lugar estaba donde
palmera, haya, mirto, sicomoro
y plátano y laurel formaban bóvedas
cerca de manantiales cuya voz
refrescaba mi oído y donde el tacto
de un perfume me hablaba de las rosas.
Vi un árbol de boscaje recubierto
por parras, campanillas, grandes flores (...)
Versión de Gabriel Insuasti
La paloma
Una paloma tuve muy dulce, pero un día
se murió. Y he pensado que murió de tristeza.
¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataba un hilo
de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo.
¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos?
¿Por qué dejarme, pájaro tan dulce? ¿Por qué? Dime.
Muy solito vivías en el árbol del bosque:
¿Por qué, gracioso pájaro, no viviste conmigo?
Te besaba a menudo, te di guisantes dulces:
¿Por qué no vivirías como en el árbol verde?
Versión de Màrie Montand
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