sábado, 9 de julio de 2016

Poemas de Marcos Silber


 (Buenos Aires, 1934)

Alegorías

Cuando escribo “ellos”
aparece el retrato de mi gente.
Si digo “derrota”
es porque nos cruzamos sin advertirnos.
Apunto “fuego”, para regresar
a la caverna donde recuperar mi sombra.
Copio “partidas” y se oye
el aullido negro de perros abandonados.
Subrayo “juego” y bajan colores
y más colores para batir a la niebla.
“Mesa” descubre un jardín de sublimes porcelanas.
“Sueño”, señala a la gigante bestia que baila feliz.
“Lilas”, se ofrecen para que las lleve al poema.
Cuando anoto “tranvía “acude el temblor
de una emoción de olas que no ceden.
“Abuelo” se presenta para que descubra
el desconocido rostro de su voz.
Y si dibujo el nombre de mi amada
será la rendición de los enemigos;
a saber: la soledad, la zozobra,
y la perversa lámpara
que me alumbra la puerta de salida. 


Escenas de la Muerte Cotidiana 

                                                                       Un solo golpe de carne cruda
                                                                   sobre el timbal de la calle.


Primer acto:      abre con gran alboroto.
                         Vecinos asombrados. Se alteran los niños,
                         los ancianos se alarman.
                         Es el gran revuelo, la gorda noticia.
                         Como si una ballena hubiera levantado vuelo.
Relator:            Es menos, mucho menos que eso.
                        Es la del 4º “c” que bajó por el aire.
                        Apurada que traía la congoja,
                        ansiosa la tristeza.
Segundo acto. Gran escándalo en el edificio.
                        Acaso el choque de los planetas.
Relator.           Es menos, mucho menos que eso.
                       Es la del 4º “c” que apuró su historia.
                       Hambrienta que traía la felicidad,
                       la soledad demasiado sola.
                       Suficiente para adivinarle los azotes, las tormentas.
                       Simple. Ningún enigma.
                       Simple. Nada de misterio.
Tercer acto:    Niños.
                       Se desplazan en silencio.
                       Espectros van. Vuelven ancianos.
Relator:          En unas horas se apagará la conmoción.
                       La misma historia se agotará en unas horas.
                       Y bajará por los aires.
                       También.


Viola Da Gamba 

Barroco dictó la historia
de modo que la figura del mundo
se miró a si misma y a espiar se puso
al musicante capitán Tobias Mum
que se daba a su viola para el placer de Dioses
y sombríos vecinos de su armoniosa soledad.
“Maldita sea esta perra vida”
sentenciaba el atribulado Tobias,
entre sorbo y sorbo del oscuro vino
en la “Taberna de los Abatidos”
y repetía el pálido Mum:
“pobre de mi pobre capitán”.
Barroco dictó la historia
y el mercenario generoso, el ordenador
de sagrados y miserables sonidos
-sin tantos bemoles-
bajo un olivo de sueños apuntó
los compases de su melodía más sublime
que a uno y otro tampoco conmovió
así que la cocina de Tobias
para siempre hirvió escasa fortuna, mucho padecer.
Pero no hay mal que dure cien compases
vale decir se murió el musicante capitán;
el dolor se alivió, se reposó el tormento
en un prolongado silencio de área final,
ese de decir, o mejor, susurrar:
“pobre de mi pobre Tobias pobre Mum pobre capitán”.


EL MURO


La palabra de él, primero.
Pero el muro.
La de ella, luego.
Pero el muro.
La nave enferma del tedio.
descargó sus bombas de profundidad
y uno y otro, aturdidos los corazones
y sin voces de oír.
se preguntan: qué ocurrió?
qué nos volvió extraños?
Qué nos puso a cada lado
a uno y a otro.




Mi querida lava los platos y canta.
Y nada de ello
va a torcer el curso de la historia.
La noticia del día refiere
catástrofes naturales y de las otras.
Recorro el paisaje de la casa;
los pastilleros celebratorios da cada aniversario
los libros que nos regaron la cabeza el corazón;
el tapiz de los gallos altivos;
la botella verde mas tenaz del esmeralda;
la botella azul del Nerudiano azul de metileno;
la alfombra tejida por el hijo del hijo
del remoto Persa;
las fotos de los amigos
y de los amigos que ya no.
La nuestra, con los dos, radiantes,
desde una juventud que no logró persistir;
el plato de la luz, el de alabastro
que partió de Kiev
con la bendición de los abuelos.
Mi querida lava los platos y canta.
Cierto, nada de ello
va a torcer el curso de la historia,
pero la hace más soportable;
En cuanto al amor por ella,
el que nace en sus manos, la recorre toda,
da vueltas al mundo y no se agota,
ese amor dicta este alboroto
este delicioso cosquilleo de felicidad.





El hueso sueña con su abrigo de carne
la carne añora la mano que la recorría
y cuando la nube del recuerdo
se detiene sobre el cielo del cuarto,
el temblor que buscó refugio en el mas adentro
pregunta por la sombra de uno y otro
pregunta a que historia se mudó ese amor
a que ceniza se retiró ese fuego.




T.V.


Acá estoy cariño, acabo de aparcar
y el carro que siempre soñaste espera por ti.
(Dice el de adentro de la pantalla)
Aquí estoy querida, acabo de perder mi empleo
y esta nueva derrota pregunta por vos.
(Dice el de afuera)
Bien, empaca tus cositas mi reina
y partamos; el vértigo nos aguarda la pasión.
(Dice el de adentro)
Bien, un fracaso soy un caballo muerto,
nada cabe esperar de mí
y tu silencio vale como el deceso del amor.
(Dice el de afuera)
La bella de la tanda publicitaria,
desde las perlas de su boca luminosa proclama
las nuevas sales de baño
“que lo harán definitivamente feliz”.







Un collar de caracoles
sobre la playa dorada de tu pecho. Apunto.
Al tiempo, los motores de la cabeza
no se detienen y apuntan también;
un alud aquí, un naufragio allá
el cuervo al acecho del pequeño hambreado;
ratas cavando los ojos del solo,
azotes de frío sobra la noche del paria,
cuchillos de miedo,
la catástrofe de cada día,
la zozobra mayor y menor de cada vez;
el desconsolado canto de la vecina,
mas la mano negra de la cegadora
que no cesa y no cesa.
Pero a pesar de, en el centro,
reinando sobre todo el centro,
contra toda enfermedad todo maleficio,
la luz renovada, el amanecer, el sol victorioso
de tu collar de caracoles
sobre la playa dorada de tu pecho.




LAMPARA DE MESA


Está vivo el faro de esta orilla
que le presta días incesantes
a la playa de mi escritorio.
Esta lámpara está viva
aunque se muestra fatigada
Cuando parpadea con los sobresaltos de mi pulso.
(Tanto temporal tanta ironía
tanta devoción tanto silencio)
Está viva
pero esa vacilación en su tarea...
Tal vez, se trate de los últimos ensayos
de la suya y mía escena final.



REPRESALIAS


El enano ríe y bebe su té
en la cabaña de la playa.
Cuando la risa apunta a los cielos
se detona la tormenta.
El enano ríe y bebe su té
y cuando agita la cuchara
- que mueve y remueve -
estalla la tempestad,
el motín en los salones del mar.
El enano ríe y bebe su té.



Gana el día en la noche
cuando el incendio en la casona vieja
( después llamada La arrasada”).
Nadie de la cercanía se atreve
a negar la leyenda de los aparecidos,
esos, como uno, los dos enlazados
entre la maleza del humo,
reunidos en un abrazo de pasional ceniza.
Derrotadores de la extinción
continúan el acople
la cierta historia de amor
el culebrón de verdad.



BANCO DE PLAZA


Aparece (al frente del que mira)
cuando a las cuatro de la tarde
llegan las cuatro de la plaza;
puestas por un cielo que las desciende
para que sean las cuatro
del banco de la plaza.
La de un extremo (a la izquierda del que mira)
Sostiene: “plaza eran las de antes,
con esos verdes tanto mas luminosos.”
La otra dice: “Cuando joven yo corría y corría
recién ahora descubro los colores del viento.”
La que sigue se lamenta: “Los hijos, los hijos,
cuánta zozobra.”
La del otro extremo - la viuda del coronel –
(a la derecha del que mira) confiesa:
“Como me dejó sola, él,
que era todo un caballero?”




Comenzó malo el día.
Silencio de la querida, de los amigos
silencio, silencio del hijo
y del hijo del hijo. Silencio.
Pega sin guante la bruta soledad
y vuelve a pegar.
Malo comenzó el día.
Volvió a taparse el desagüe,
el vidrio de la cafetera estalló,
se trabó la llave,
no acude el verso auxiliador
y para colmo
la masa demoledora de la casona vecina
pasea un elefante ciego
por los cuartos de mi cabeza.
Blanco y negro el paisaje de la casa.
Todo blanco y negro.
“Que la tierra devuelva a los matados”.
No sé, nunca sabré porqué apunto ahora:
“Que la tierra devuelva a los matados”.


Sigue allí. La descalza de la túnica roja.
sigue allí. No se sabe cuando
entró en el paisaje y sigue allí.
Una lejanía su espalda contra todo;
su cara al mar, todo el mar.
Le soplo al oído:
“el agua, el agüita tuya,
cuál, donde, cuándo?”
Responde: “el agüita mía,
donde, cuándo, cuál?


ZAPATOS


Huérfanos. Uno y otro.
Dejados. Los dos.
Extraviados. Uno y otro
adentro de un aire indefenso.
Uno: “adonde se ha ido ahora nuestro inquilino?”
Otro: “no sé, no era su costumbre
andar descalzo...”



No llegará torero alguno
a las cinco en punto de la tarde;
menos aún, el Federico
ocupado con los cumplidos de su muerte.
Se enfiesta el aire
a las cinco en punto de la tarde
echándose el vestido de aire más precioso;
las cosas se acomodan del modo más súblime
y la mágica magia del deseo
desembarca todos sus encantos.
A las cinco en punto de la tarde
la enfermedad el miedo la zozobra se retiran,
los barullos del vecindario se cancelan.
Nada más se oirán sobre mi carne cruda
dos disparos
dos toques de Givenchi –para ella-
la mi única
la de la “Brutal Piedad”
que a las cinco en punto de la tarde
llamará a mi puerta.





1911


Lo veo.
Desde la borda del poema lo veo.
Catorce años tiene el que va a ser mi padre.
Viene en el “Arlanza”. No me ve.
No tiene rostro la tierra que lo espera.
Avanza la nave que muerde aguas de extraños idiomas.
No lee ni escribe el que va a ser mi padre.
Helado trae el dibujo de la letra.
Oigo el naufragio de sus vapores de adentro
y su silencio me da de garrotazos por la cabeza.
Grandotas tinieblas le bailan alrededor.
Duele el frío sobre la cubierta.
El muchachito no me ve pero me dicta:
“congoja”, apunte la palabra “congoja”, hijo,
y apunte “susto”, y no deje de apuntar “soledad”.
Una palabra de lana vuela hasta su cuello,
otra de abrigo desciende sobre sus hombros.
No lee ni escribe el que va a ser mi padre.
Respira un verde aire de consuelo
cuando me sueña escribiendo
en su sueño de más felicidad.
Y detiene el que será su forzado carro de labor
para dictarme: apunte, hijo,
la palabra “trabajo” y “techo” y “cama” apunte
y tambien “sopa de pollo
con sus flotantes monedas de oro”.
Lo veo. No me ve.
Le oigo: “tome mi mano, hijo,
guíela,
escríbamos”.




Almuerzo


El cucharón alza su caldo de recuerdo
y pregunta por la abuela grande.
La cuchilla dentada se desliza
hasta la tibieza del pan
y pide por el hermano mayor.
Otros cubiertos se ofrecen amorosos
frente al sitio donde entonces madre y padre.
Los de postre
inquieren por el revuelo de los chicos.
Y acuden los aliviados de la vida
a las tres campanadas
del impalpable que dirá:
“Bien.
Estamos todos.
Podemos comenzar.”


Puesta en escena 


Llega la luz y se hace;
después de recordarse aparece la mesa;
la vajilla – la de las fiestas – se muestra
al cabo de un fogonazo de silencio.
El fuego del hogar se cita a si mismo,
y no se hace rogar.
Desde la oscuridad avanzan los abuelos
en retratos complacidos y sonrientes.
Entre bambalinas, tomados de las manos,
dos que se amaron y se aman,
esperan;
no entrarán todavía en escena,
aún debe llover.



FIVE O´CLOCK


No dejan de asistir. No faltan jamás.
Una vez entraron en la siesta
y ya son la siesta.
Las tías de siempre.
Por afuera del tiempo vienen del antes,
van al después.
Las evita la nieve.
El olvido las ignora.
Cuchichean, sonríen, acuerdan.
Nada asegura que estén vivas.
Tampoco importa.
A las five de cada día
la tetera levanta humos de tías
que cuentan y cuentan
primores del nuevo bordado,
y milagros sanadores de la tisana.

TRAVELLING: en el cuadro
la imagen avanza y retrocede.
Flota sobre ella una serena eternidad.


Secuencias o el regreso de Serguéi,
el vigía de Dios

En el primer cuadro (plano detalle) aparece
como vuelto, regresado de largo padecimiento
y grande asfixia, aunque pronto, se muestra espléndido,
encendido, total y uno con los jubilosos alzados;
en el segundo (plano conjunto) se le vé más radiante aún,
precioso de sol, al frente del Acorazado, derrotando
una a una las tormentas más furiosas de Octubre,
sin reposo, sin tregua para su cuantioso corazón.
En el siguiente (paneo) descubre su "Línea General"
hasta que proclama -con voz tan dulce como justa- 
"Que viva México" y que la luz sea en la noche
y que sea la noche más luminosa aún que la alta claridad
y que no deje de tronar como enojo de la vida
la caballería fantasmal de Nevski ,
sin apagarse -esta vez- entre los silencios del hielo.
Al fin -en el que va a ser el último cuadro-
(primerísimo primer plano) vuelve a surgir
terrible de Serguéi incontenible como Iván,
guiando el cochecito del bebé
que no abandona ni deja de empujar escaleras arriba
a la conquista de un nuevo Palacio de Invierno
donde lo aguarda Dios;
Dios aguarda a Serguéi,
nada más para besarle y besarle los ojos.



Disección


“La primera incisión, sobre la frente,
paralela a la línea del Ecuador,
con cuidado de no lastimar el soñar del sueño.
La segunda, llevar el bisturí como pincel de ángel,
conducirlo de una a otra apófisis mastoidea
pasando por el portal de la boca –con precaución-
de no rozarle siquiera una vocal a la palabra.
La siguiente,  sobre el arpa del torso
entre la quinta y la sexta intercostal,
por delante del timbal que cesó
guardando de no perturbar sus mareas de pasión.
La incisión contigua
trazarla con pudor de nave de seda
uniendo ambas espinas ilíacas antero-superiores,
evitando atormentar los recuerdos
en las terrazas de las carnes rojas del ardor.
A la altura del triángulo de Scarpa
detenerse  y beber el vino
para celebrar la vida que hubo.
(Una sola copa, hay que continuar)
ahora bien, sobre los muslos, nada;
no despertar las caricias que aún.
Más al sur
descender el acero por las laderas de las tibias
arribando a cada pie.  No más.
Hasta el inicio de la sombra.
Y no tentarse con ella,
no malograrle la esperanza.”


HERMANAS


En el jardín. Son las cinco.
El té llega y se detiene
en el centro de la tarde.
La vajilla respira tristezas de un humo 
que se levanta, da la vuelta al mundo
y regresa para su tarea de mañana.
Elvirita, la anciana mayor, 
peinado rosario manos – toda anciana-
cierra los ojos para oírse:
“Cuando éramos chicas el cielo era más azul”.
Ricarda, la anciana menor
peinado rosario manos – toda anciana-
cierra los ojos para oírse:
“Si hubiéramos tenido hijos 
no nos moriríamos del todo.”
 
EMERGENCIAS
Si se repite la quemazón,
si vuelve la hoguera
a golpearme los portales del pecho,
telefonear a “urgencias”
y llamar a las amadas
conocedoras como nadie
el camino más corto hacia el desarreglado.
Si persiste el siniestro
avisar al hijo mío o a los compañeros
(esos expertos en incendios)
Y si no ceden los azotes
convocar a la invisible mía mamá
siempre lista para el socorro.
Si se repite la quemazón,
si vuelve la hoguera
a golpearme los portales del pecho,
debe saberse: este sujeto no se retira,
no claudica el insaciable fogonero de la palabra.
Debe saberse,
la Pasionaria de mi adentro
manda resistir.
La cegadora no pasará.
 
ESCENA
Adentro de la habitación de una casa
de adentro del mundo
un hombre se clava se congela
en una  prisión sin tiempo,
hechizado por la imagen   postal   cuadro
de su amada, desnuda, que duerme.
Afuera nada sucederá digno de ser contado,
y el sueño, los trabajos, la pasión
harán lo suyo y nadie lo recordará.
El hombre mira.
Ella no sabe que se deja mirar.
Los ojos de todo, del agua, del fuego,
del aquí y del allá
se citan en el hombre que mira
y siente que allí
es el centro de la casa el centro del mundo;
y que entre ese instante y el que sigue
son el dar y el tomar invencibles
de una cinta sin fin.
(Todo llamado de afuera resultará vano)
Reposada la escena.
Gloriosos se los ve. Colosales.
Así, de esa manera, apacible.
Con uno que mira
y otro que se deja mirar
 
RECUERDO  DEL  PRESENTE
Repentino el rápido de la madrugada;
rayo frío con luz de sol al frente de su frente
cruza la estación de mi noche.
Muda la fierrería de película muda,
asusta el grandote que se viene.
Me busca, me alcanza, me atraviesa.
Una sola pasajera -mi amada-
No se detiene la formación. Nadie baja.
Me pierdo se pierde me quedo se aleja.
Mañana y en el mañana de mañana
se repetirá la escena.
Asaltará la estación de mi noche
el rápido de la madrugada
con pasajera única -mi amada-
la partícipe necesaria
con la que juntos reímos y lloramos
y apuntamos:
“lo que mata es la esperanza”
y apuntamos:
“más que el amor cuenta la complicidad”...
 
YO SEÑOR
sí señor
no señor
¿pues entonces quién lo tiene?...
Al gran árbol se le perdió el viento
y dice que la hoja lo tiene.
A la gran sed se le perdió un desierto
y dice que la boca lo tiene.
A la gran sola se le perdió un sueño
y dice que el príncipe azul lo tiene.
Al gran laberinto se le perdió la escena
y dice que el olvido la tiene.
A la gran parra se le perdió un poeta
y dice que el vino lo tiene.
A la grande hambruna se le perdió un desvelado
y dice que la revolución lo tiene.
Al gran amor se le perdió el encuentro
y dice que ni uno ni otro lo tiene.
A mi largo andar se le perdió la vida
y no se sabe no sé quién la tiene.

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