(10 de diciembre de 1928, Závažná Poruba, Eslovaquia - Fecha de la muerte: 11 de enero de 2009, Bratislava, Eslovaquia)
CAMPANAS
Dedicado a Paco Peco
También tú oyes de vez en cuando
a la muerte chasquear el seco látigo.
E intentas adivinar si está lejos
o cerca de la tumba.
Suena la campana de tu patria.
Un molde. Ira y amor
fundieron en él tu figura.
Fuente memoria. A tientas
sacias tu sed y, ya que refleja,
lentamente lees en la superficie
tu propia cara. Observas, te limpias el sudor
y te lavas la suciedad, lo oscuro de la arcilla
que no has dado y que te han robado.
Y así le pides a la patria muerta:
Sé paciente, aguanta ahí debajo.
Y acompáñanos en estos duros tiempos.
Como las madres en silencio mueven los labios
cuando el niño dice unos versos.
PEQUEÑOS CAMPOS EN LAS MONTAÑAS
Mi pequeño campesino de la infancia contado por la ventisca,
¿qué ha quedado de nosotros?
Dime qué ha pasado.
Ha quedado poco y menos aún. Poco:
una sombra, un árbol arrancado, un anillo roto.
Y aquí se ha conservado todavía.
Aquí, arrojado a las piedras.
Aquí, que hace falta demasiado sudor.
Y también demasiada fidelidad
a la pobreza llena de agujeros. Nada para el cliente.
Sólo para el hombre que era silencio, como un liquen,
hasta de piedra sabe moler una pizca de harina
y le basta.
Se humilla el último
quien conoce el valor de la humildad
y el centimo de la alabanza.
A la montaña
huyó otra vez el rebelde. Pero a acabar sus días. Solo.
Pequeños campos. Cintas en la corona.
Paz a nosotros.
ORACIÓN POR ESLOVAQUIA
Conozco
un nido.
Lo quiero mucho.
En él, como en una red de Dios,
hay muchos papás y mamás
y muchos, muchos niños.
Lo quiero mucho.
En él, como en una red de Dios,
hay muchos papás y mamás
y muchos, muchos niños.
Fue el Señor quien lo anidó
y decidió sin dudar
quién estaba destinado
a vivir en ese hogar,
quién podría abrir su puerta
y cerrarla con llave
y, como pan, cortar la tierra
regalada del Padre.
y decidió sin dudar
quién estaba destinado
a vivir en ese hogar,
quién podría abrir su puerta
y cerrarla con llave
y, como pan, cortar la tierra
regalada del Padre.
Conozco un nido.
Lo quiero mucho.
Día y noche me da calor.
Es la tierna voz de mamás
y de los papás el sudor.
Lo quiero mucho.
Día y noche me da calor.
Es la tierna voz de mamás
y de los papás el sudor.
Tú, Señor mío, guárdalo.
Vigila en cada momento.
Al menos tú, Grande, cúidalo,
si tan pequeño lo has creado.
Vigila en cada momento.
Al menos tú, Grande, cúidalo,
si tan pequeño lo has creado.
PALABRAS
A F. Halas
Sólo escaleras del templo. Sólo escaleras del templo son las palabras. Tú, mi lotería, mi azar de cada día. Abismo de la lengua materna, siempre pérfido, tú que te cierras de nuevo después de cada apertura, sólo escaleras del templo, sólo escaleras del templo son las palabras. Muy por encima de ellas está el silencio. En su umbral, poeta, está sentada la verdad. (Tal vez en su cuenco, con la moneda de una lágrima, haré sonar a veces lo que no he expresado.) Ah, la palabra, un atado bajo la cabeza. He visto a los poetas sobre la hondura terrible del silencio. Por un frágil puente de palabras iban con el poema hacia la grandeza. Sollozando de miedo. ÁRBOL EN INVIERNO
Desnudo y ofendido,
como si en este momento caminase hacia el patíbulo, está erguido y deja pasar todo por fuera. El viento y la lluvia. Como agua por el plumaje resbalan por él los días, y no abre a nadie la puerta el callado exiliado. Sólo dentro, tras la persiana, junto a la blanca vela del líber, vive lo suyo, lee los días. Y ni la sombra, ni siquiera una sombra en la cortina lo traiciona, sentado tan en silencio. LOS NIÑOS
A la par con ellos, hermanos menores de
los animales.
Saben aún lo que nosotros ya no sabemos. Sólo agua pura y transparente beben, soplan la mota de polvo y escupen la suciedad. Las cabecitas en la hierba, tendidos las más de las veces, como a un enfermo escuchan al mundo. Qué es lo que les dice, eso nunca lo revelan. Lo llevan bajo la camisita igual que las manzanas del árbol del vecino. Poco a poco comienzan a entristecerse. Adivinan el día en que de cada uno se marcha el principito a caballo, llevándose el cetro y la manzana. Y en realidad eso es el fin. Lo que viene después ya se repite. Desde el principio dado a medida del hombre. Esa posición fuera de juego. Y el cansancio. Y la angustia. |
EL
GIRAR DEL LINO
Como niños a la carrera adelantamos, sin presentir.
Los destinos de las cosas, los hechos que serán:
todo está en nosotros.
Está el fuego en el pedernal,
en la semilla el árbol
y en el árbol la cuna
o el féretro.
¿Oyes?
Lo que es, ya fue hace tiempo.
Y aquello que será, ya fue también.
En la ladera estival antiquísimos gestos,
llenos de sentido, hacen girar el lino
y dibujan un mantel.
Y el hombre camina, los ojos de par en par,
y no ve. Y no oye la gota
que advierte del diluvio.
Todo está en nosotros.
Y todo lo futuro
nos cae como una piedra en la cabeza.
EN
BUSCA DEL CUADRO
Grave
como el golpe del pincel de Van Gogh
es el paso de la primavera en nuestros montes.
El pintor pelirrojo
con melena de hierba del año pasado
se bambolea friolero
por el prado, aún con piel de gallina de la helada.
(Nunca se acordará de otro.)
Con el grueso pincel prueba el tono.
Pero en vano.
Y lo tacha con el camino.
Al pie de ello, abajo,
dibuja el paisaje a lápiz.
EL PAN NUESTRO
Solía alabar,
hombre,
que no te llegaba a la cintura.
O, como mucho, a los hombros.
Así solía verte
desde siempre dentro de él:
erguido
te movías tras la guadaña
y tu cabeza húmeda
flotaba sobre él como en las aguas
un bajel real.
Y tú eres pan y sólo pan.
Muy hondo dentro de él.
Sin embargo, aquí y allá,
un tímido grito en ti se resiste
a estar bajo las aguas,
pide tomar aliento,
escupir el mar como las ballenas.
Y desciendes de nuevo.
Desde entonces
me entristezco
cuando al limpiar pescados
cojo en la mano un frágil globito
parecido a un reloj de arena.
Y veo el alma humana.
Y ES
LA VERDAD
Sí que hubo visitas para una sola vida.
Sí que las hubo:
estuvieron el hambre y la perra-muerte,
y detrás del cercado la miseria
caminaba en el sitio, aguardaba en su escondrijo
quién sería el próximo en confundirse
y en beber un vaso más
de tragedia,
y de noche, bajo el piso,
la inquietud roía en silencio, igual que los ratones.
Pero pregúntales a ellos:
¿Quién iba a visitaros?
Entonces, cuando el aliento les quita ya el pan de la frase,
tapando todo lo malo,
dirán así:
Venía a vernos la tierra y nos traía flores.
Y es la verdad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario