lunes, 24 de octubre de 2016

POEMAS DE MARIA MERCEDES CARRANZA


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(24 de mayo de 1945, Bogotá - 11 de julio de 2003, Bogotá)


Extraños en la noche

Nadie mira a nadie de frente,
de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro, ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor; estas calles son el laberinto que he de andar y desandar: todos los pasos que al final serán mi vida. Grises las paredes, los árboles y de los habitantes el aire de la frente a los pies. A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno, un verde Patinir de laguna o río, y tras los cerros tal vez puede verse el sol. La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida; nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia pero también la costumbre irremplazable y el viento.

Bogotá, 1982



Poema del desamor

Ahora en la hora del desamor
Y sin la rosada levedad que da el deseo
Flotan sus pasos y sus gestos.

Las sonrisas sonámbulas, casi sin boca,
Aquellas palabras que no fueron posibles,
Las preguntas que sólo zumbaron como moscas
Y sus ojos, frío pedazo de carne azul.
Días perdidos en oficios de la imaginación,
Como las cartas mentales al amanecer
O el recuerdo preciso y casi cierto
De encuentros en duermevela que fueron con nadie.
Los sueños, siempre los sueños.

¡Qué sucia es la luz de esta hora, 
Qué turbia la memoria de lo poco que queda 
Y qué mezquino el inminente olvido!



Maldición

Te perseguiré por los siglos de los siglos.
No dejaré piedra sin remover
Ni mis ojos horizonte sin mirar.

Dondequiera que mi voz hable
Llegará sin perdón a tu oído
Y mis pasos estarán siempre
Dentro del laberinto que tracen los tuyos.

Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,
Resucitarán los muertos y volverán a morir
Y allí donde tú estés:
Polvo, luna, nada, te he de encontrar.



Cuando la viuda arrancó sus cabellos 




                            
 "Todos los que se abstuvieron votaron por mí"
                                                    Gabriel Antonio Goyeneche
                                                    Presidente de la República de Colombia

 
Debe decirse viuda y gloria inmarsecible. 
El colgar los cabellos de un árbol
da el tono de desespero bíblico
indispensable para llorar en coro.

Si se añade espadas cual centellas
puede pensarse en raudo, en fulgurante,
y si se dice esclavos habrá quien crea
que después de cantarlo todos seremos libres.
Pero no sólo eso: debe decir termópilas,
constelación de cíclopes y centauros,
para que nadie entienda, y trompas
victoriosas y pérfida salud. Todo ello
nimbado de lauros y de sangre y de expansivo
empuje y además muy brillante por estar
bajo el palio de un sol de libertad.
Y detrás de todo eso, lo que vemos
a diario, que se debe cantar en un himno
distinto de este, hecho para damas que toman
chocolate y para caballeros que juegan
golf los martes y se comen los mocos.

Métale cabeza


Cuando me paro a contemplar 
su estado y miro su cara 
sucia, pegochenta,
pienso, Palabra, que
ya es tiempo de que no pierda
más la que tanto ha perdido. Si
es cierto que alguien
dijo hágase
la Palabra y usted se hizo
mentirosa, puta, terca, es hora
de que se quite su maquillaje y
empiece a nombrar, no lo que es
de Dios ni lo que es
del César, sino lo que es nuestro
cada día. Hágase mortal
a cada paso, deje las rimas
y solfeos, gorgoritos y
gorjeos, melindres, embadurnes y
barnices y oiga atenta
esta canción: los pollitos dicen
píopíopío cuando tienen 
hambre, cuando tienen frío.


De Boyacá en los campos


Allí, sentado, de pie,
a caballo, en bronce, en mármol,
llovido por las gracias de las palomas
y llovido también por la lluvia,
en cada pueblo, en toda plaza,
cabildo y alcaldía estás tú.
Marchas militares con coroneles
que llevan y traen flores.
Discursos, poemas,
y en tus retratos el porte de un general
que más que charreteras
lucía un callo en cada nalga
de tanto cabalgar por estas tierras,
y más que un físico a lo galán de Hollywood
tenía el ademán mestizo de una batalla perdida.
Centenarios de tu primer diente y de tu última sonrisa.
Cofradías de damas adoradoras
y hasta guerras estallan
por disputarse un gesto tuyo.
Los niños te imitan
con el caballo de madera y la espada de mentira.
Te han llenado la boca de paja, Simón,
te han vuelto estatua,
medalla, estampilla
y hasta billete de banco.
Porque no todos los ríos van a dar a la mar,
algunos terminan en las academias,
en los pergaminos, en los marcos dorados:
lo que también es el morir.
Pero y si de pronto, y si quizás, y si a lo mejor,
y si acaso, y si talvez algún día te sacudes la lluvia,
los laureles y tanto polvo, quien quita.

Sobran las palabras


Por traidora decidí hoy.
martes 24 de junio,
asesinar algunas palabras.
Amistad queda condenada
a la hoguera, por hereje;
la horca conviene
a Amor por ilegible;
no estaría mal el garrote vil,
por apóstata, para Solidaridad;
la guillotina como el rayo,
debe fulminar a Fraternidad;
Libertad morirá
lentamente y con dolor;
la tortura es su destino;
Igualdad merece la horca
por ser prostituta
del peor burdel;
Esperanza ha muerto ya;
Fe padecerá la cámara de gas;
el suplicio de Tántalo, por inhumana,
se lo dejo a la palabra Dios.
Fusilaré sin piedad a Civilización
por su barbarie;
cicuta beberá Felicidad.
Queda la palabra Yo. Para esa,
por triste, por su atroz soledad,
decreto la peor de las penas:
vivirá conmigo hasta 
el final.
***

La patria 


Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.
A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silba a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.
Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruina;
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo. 
En esta casa todos estamos enterrados vivos.
*** 

Una rosa para Dylan Thomas


“Murió tan extraña y trágicamente
como había vivido, preso de un caos
de palabras y pasiones sin freno... no
consiguió ser grande, pero fracasó 
genialmente....” 
D.T.  
Se dice: “no quiero salvarme”
y sus palabras tienen la insolencia
del que decide que todo está perdido.
Como guiado por una certeza deslumbrante
camina sin eludir su abismo;
de nada le sirven ya los engaños
para sobrevivir una o dos mañana más:
conocer otro cuerpo entre las sábanas destendidas
y derretirse pálido sobre él
o reencontrarse con las palabras
y hacerlas decir para mentirse
o ser el otro por el tiempo que dura
la lucidez del alcohol en la sangre.
En la oscuridad apretada de su corazón
allí donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha
decide jugar a ser su propio héroe:
nada tocará sus pasiones y sus sueños;
no envejecerá entre cuatro paredes
dócil a las prohibiciones y a los ritos.
Ni el poder ni el dinero ni la gloria
merecen un instante de la inocencia que lo consume;
no cortará la cuerda que lleva atada al cuello.
Le bastó la dosis exacta de alcool
para morir como mueren los grandes: 
por un sueño que sólo ellos se atreven a soñar.  

Canto 3Tamborales


         a Mario Rivero
     Bajo
el siseo sedoso
     del platanal
     alguien
sueña que vivió.


El silencio


— parece verde
—es verde
—¿es verde?
— sí, es verde
—verde
—¿te gusta el verde?
—me gusta el verde
—¿cualquier verde?
—no, el verde solamente
—¿por qué el verde?
— porque es verde
—¿y si no fuera verde?
—no, sólo me gusta el verde
—¿sólo el verde entonces?
—sí, solo el verde
—es lindo el verde
—sí, el verde es lindo
—claro el verde
—sí, el verde.



PATAS ARRIBA CON LA VIDA

Sé que voy a morir porque no amo ya nada.
Manuel Machado

Moriré mortal,
es decir habiendo pasado
por este mundo
sin romperlo ni mancharlo.
No inventé ningún vicio,
pero gocé de todas las virtudes:
arrendé mi alma
a la hipocresía: he traficado
con las palabras,
con los gestos, con el silencio;
cedí a la mentira:
he esperado la esperanza,
he amado el amor,
y hasta algún día pronuncié
la palabra Patria;
acepté el engaño:
he sido madre, ciudadana,
hija de familia, amiga,
compañera, amante.
Creí en la verdad:
dos y dos son cuatro,
María Mercedes debe nacer,
crecer, reproducirse y morir
y en esas estoy.
Soy un dechado del siglo XX.
Y cuando el miedo llega
me voy a ver televisión
para dialogar con mis mentiras.


BABEL Y USTED

Si las palabras no se arrugarán, si
fuera posible ponérselas cada mañana,
como una blusa o una falda, previo
uso del quitamanchas, el cepillo y la plancha.
Si no se pudieran pronunciar ya más
por lo brilladas y rodillonas.
Si, después de un largo viaje, se
botaran como la maleta, tan descosida,
tan llena de letreros y de mugre. Si no se
cansaran, si fuera normal y corriente
someterlas a chequeo médico cada año,
con diagnósticos y exámenes de laboratorio,
vitaminas y reconstituyentes y hasta
menjurjes para la anemia. Si las
palabras hicieran sindicato en defensa
de sus fueros más legítimos y reclamaran
indemnizaciones por abuso de confianza
a aquellos que las tratan como a violín
prestado. Si algún día hicieran huelga,
¿qué opina usted, García?


POEMA DE LOS HADOS

Soy hija de Benito Mussolini
y de alguna actriz de los años 40
que cantaba la “Giovinezza”.
Hiroshima encendió el cielo
el día de mi nacimiento y a mi cuna
llegaron, Hados implacables,
un hombre con muchas páginas acariciadas
donde yacían versos de amor y de muerte;
la voz furiosa de Pablo Neruda;
bajo su corona de ceniza, Wilde
bello y maldito,
habló del esplendor de la Vida
y de la seducción fatal de la Derrota;
alguien grito “muera la inteligencia”,
pero en ese mismo instante Albert Camus
decía palabras
que eran de acero y de luz;
la Pasión ardía en la frente de Mishima;
una desconocida sombra o máscara,
puso en mi corazón el Paraíso Perdido
y un verso;
“par delicatesse j’ai perdu ma vie”.
Caía la lluvia triste de Vallejo
se apagaba en el viento la llama de Porfirio;
en el aire el furor de las balas
que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaban
con los cañones de “Casablanca”
y las palabras de su canción melancólica:

“El tiempo pasa,
un beso no es más que un beso...”

Así me fue entregado el mundo.
Esas cosas de horror, música y alma
han cifrado mis días y mis sueños.



CANCIÓN DE DOMINGO

Es inútil escoger otro camino,
decidir entre esta palabra herida y el bostezo,
atravesar la puerta tras la cual te vas a perder
o seguir de largo como cualquier olvido.
Es inútil rociar raíces
que sean quimeras, árboles o cicatrices,
cambiar de papel y de escenario,
ser arco, cuerda, puta o sombra,
nombrar y no nombrar, decidirse por las estrellas.
Es inútil llevar prisa y adivinar
porque no hay tiempo para ver
o demorarse la vida entera
en conocer tu rostro en el espejo.
Los lirios, el cemento, esos ojos zarcos,
las nubes que pasan, el olor de un cuerpo,
la silla que recibe la luz oblicua de la tarde,
todo el aire que bebes, toda risa o domingo,
todo te lleva indiferente y fatal hacia tu muerte.



BOGOTÁ, 1982

Nadie mira a nadie de frente,
de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro,
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor;
estas calles son el laberinto donde he de andar y desandar
todos los pasos que al final serán mi vida.
Grises las paredes, los árboles
y de los habitantes el aire de la frente a los pies.
A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno,
un verde Patinir de laguna o río,
y tras los cerros tal vez puede verse el sol.
La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida;
nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia
pero también la costumbre irremplazable y el viento.



ELEGIA


Caminaba mirando el cielo
y me fui de narices.
Ahora echo sangre por todas partes:
las rodillas, el aire, los recuerdos:
mi falda se desgarró
y perdí los aretes, la razón.
¿No hay en el alma
una manera otra
de vivir un desamor?


MUESTRA LAS VIRTUDES DEL AMOR VEREADERO Y CONFIESA AL AMADO LOS AFECTOS VARIOS DE SU CORAZÕN


Hoy pienso especialmente en ti
y veo que ese amor carece de desmayos,
de ojos aterciopelados
y demàs gestos admirables.
Ese amor no se hace como la primavera
a punta de capullos
y gorjeos. Se hace cada dìa
con el cepillo de dientes por la mañana,
el pescado frito en la cocina
y los sudores por la noche.
Se vive poco a poco ese amor
entre tanto plato sucio, detràs del cotidiano
montòn de ropa para planchar,
con gritos de niños y cuenta de mercado,
las cremas en la cara
y los bombillos que no funcionan.
Y otra cosa: cada tarde te quiero màs.


LAS MANOS AMADAS


Manos sabias:
dedos que han oído
y en la oscuridad han visto.
Manos que llevan en su memoria
carnes destruidas ya por el olvido
y en las uñas
ese vago temor a la barbarie.
Manos que van de palabra
a labio, a instante
en que los dedos desordenan
infiernos y gestos y venas.
Piel cómplice o mezcla de sangres
cuando roza el centro de suave paloma.
Manos que también dicen adiós.


SOLO ANTE EL PELIGRO


Para hablar de ti no sirve un poema.
Tal vez una vieja canción del Oeste,
Una canción que diga de aquel hombre solo
Que va por el mundo
Jugando a los vaqueros. Una canción
Que recuerde las ciudades
Que el hombre lleva en la memoria,
Donde siempre hubo un duelo,
Un bar y una mujer. Una canción
Que hable de los largos caminos
Que nunca acaban
Y el hombre en su caballo
Hacia cualquier parte.
Nadie sabe su nombre porque así
Lo quiso él, aunque, con frecuencia,
En las noches luminosas
El hombre eche de menos una palabra
Tierna y tal vez llore.
Una canción que diga de la mujer
Que en cada pueblo deja,
Sentada en la barra de una cantina,
Recordando al hombre
Y sus borracheras de matón
Y sus agresivos momentos de soledad
Y sus monólogos agrios con fantasmas
Y su tierna intimidad al amanecer
Y su incontenible ansiedad
Por sentir el pie en el estribo, nuevamente.
Una canción que hable de ti, Juan.




Oda al amor


Una tarde que ya nunca olvidarás
llega a tu casa y se sienta a la mesa.
Poco a poco tendrá un lugar en cada habitación,
en las paredes y los muebles estarán sus huellas,
destenderá tu cama y ahuecará la almohada.
Los libros de la biblioteca, precioso tejido de años,
se acomodarán a su gusto y semejanza,
cambiarán de lugar las fotos
Otros ojos mirarán tus costumbres,
tu ir y venir entre paredes y abrazos
y serán distintos los ruidos cotidianos y los olores.
Cualquier tarde que ya nunca olvidarás
el que desbarató tu casa y habitó tus cosas
saldrá por la puerta sin decir adiós.
Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa,
reacomodar los muebles, limpiar las paredes,
cambiar las cerraduras, romper los retratos,
barrerlo todo y seguir viviendo.



18 DE AGOSTO DE 1989


"Vi estallar en los cielos el relámpago, el nombre
que divide la tarde, las rescas airadas,
el alba como un pueblo de palomas borradas
y acaso vi en todo esto lo que cree ver el hombre".

Arthur Rimbaud
Este hombre va a morir
hoy es el último día de sus años.
Amanece tras los cerros un sol frío:
el amanecer nunca más alumbrará su carne.
Como siempre, entre sus cuatro paredes
desayuna, conversa, viste su traje;
no piensa en el pasado, aún liviano y todo víspera,
en los gestos, hechos y palabras de su vida
que mañana serán distintos en el bronce y en los himnos,
porque este hombre no sabe que hoy va a morir.

En su corazón de piedra
el asesino afila los cuchillos.
Este hombre va a morir,
hoy es la última mañana de sus horas.
Por sus ojos de fría carne azul
solo pasan idiomas y horizontes
para ciertas cosas que los otros sueñan:
la urgencia del pan y de la sal,
la flor abierta del abrazo, la sangre
invisible y contenida en su caracol de venas.
Ahora conversa por teléfono, escribe un discurso.
En el libro de apuntes lo atropellan
con letra afanada y resbalosa
los nombres y las citas de ese día,
porque este hombre no sabe que hoy va a morir.
El asesino esconde la cara siempre
para que el sol no le escupa sus gargajos de fuego.
Este hombre va a morir,
hoy es el último mediodía de sus años.
Con la frente en el abismo sin saberlo
estrecha manos, almuerza, pregunta la hora.
Sus pasos que ha dirigido otras veces al amor
y a asuntos más rutinarios como el olvido
o la toalla azul después del baño,
que lo han llevado a conocer la gloria
en la algarabía elemental de las multitudes,
sus pasos pueden ser contados ya
porque este hombre camina hacia la muerte.
El asesino: humores de momia, hiel de alacrán,
heces de ahorcado, sangre de Satán.
Este hombre va a morir,
hoy es la última tarde de sus días.
Se prepara sin saberlo para el ritual:
con la voz fingida en la memoria,
que casi oye ya entre las caras como olas,
repasa las palabras de la arenga:
pan verde, lagos de luz, verde y labios.
Frente al espejo rehace el nudo de la corbata,
cepilla otra vez sus dientes
y con los dedos recorre las alas amarillas del bigote.
Entonces las banderas y las manos y las voces,
la lluvia roja de papel picado,
la hora y el minuto y el segundo.
El asesino danza la Danza de la Muerte:
un paso adelante, una bala al corazón,
un paso atrás, una bala en el estómago.
Cae el cuerpo, cae la sangre, caen los sueños.
Acaso este hombre entrevé como en duermevela
que se ha desviado el curso de sus días,
los azares, las batallas, las páginas que no fueron,
acaso en un horizonte imposible recuerda
una cara o voz o música.

Todas las lenguas de la tierra maldicen al asesino.

El oficio de vivir



He aquí que llego a la vejez
y nadie ni nada
me ha podido decir
para qué sirvo.
Sume usted
oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones:
la cosa no es conmigo.
No es que me aburra,
es que no sirvo para nada.
Ensayo profesiones,
que van desde cocinera, madre y poeta
hasta contabilista de estrellas.
De repente quisiera ser cebolla
para olvidar obligaciones
o árbol para cumplir con todas ellas.
Sin embargo lo más fácil
es que confiese la verdad.
Sirvo para oficios desuetos:
Espíritu Santo, dama de compañia, Estatua
de la Libertad, Archipreste de Hita.
No sirvo para nada.

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