domingo, 30 de octubre de 2016

POEMAS DE AURELIO ARTURO


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(22 de febrero de 1906, La Unión - 23 de noviembre de 1974, Bogotá)


Arrullo


La noche está muy atareada 
en mecer una por una, 
tantas hojas. 
Y las hojas no se duermen 
todas. 

Si le ayudan las estrellas, 
cómo tiembla y tintinea la infinita 
comba eterna. 

¿Pero quién dormirá a tantas, 
tantas, 
si ya va subiendo el día 
por el río? 

(¿Dónde canta este país 
de las hojas 
y este arrullo de la noche 
honda?). 

Por el lado del río 
vienen los días 
de bozo dorado, 
vienen las noches 
de fino labio. 

(¿Dónde el bello país de los ríos 
que abre caminos 
al viento claro 
y al canto?) 

La noche está muy atareada 
en mecer una por una, 
tantas hojas. 
Y las hojas no se duermen 
todas. 

Si le ayudan las estrellas...
Pero hay unas más ocultas, 
pero hay unas hojas, unas 
que entrarán nunca en la noche, 
nunca. 

(¿Dónde catan este país 
de las hojas, 
y este arrullo de la noche 
honda?) 

 



Canción de amor y soledad


Como en el áureo dátil de solitaria palma,
orillas de mi predio todo el valle resuena,
tú en mi corazón, dátil amargo, tiemblas
y te inclinas desnuda, sollozo y carne trémula.

De palma en que acongojase con vago son el viento,
dátil fiel donde todos los horizontes suenan,
mi corazón es una carne tuya, tu carne,
cantando entre distancias y entre nieblas.

Tuyo es el viento y el rumor, dorados,
tuyo el canto en la noche sin palmeras,
tuyo el trémolo al fondo de los huesos,
y el palpitar oscuro de mis venas.

El país que en tus ojos vive entre parpadeos,
canta en mí con su largo sollozar innegable,
rumora en mí, y el ansia de tu boca madura,
y rumoran sin fin los valles de tu carne.
Oscura tú, y entre tu luz sin tregua,
eres un son tan hondo, tan hondo y dolorido.

Dátil maduro, dátil amargo, escucha
mi corazón al filo del viento, tu gemido,
tu gemido gozoso, tu olor de flor abierta.
Mecido en ti, lleno de ti se escucha,
y da al viento ceniza de sus gritos.




Canción de hadas


Hadas divinas hadas!
Creer en las hadas
en las rosadas, felices noches estivales,
y también en esas noches extrañas
cuando entre abismos de sombras en el silencio
del silencio
se encuentra de súbito una líquida palabra melodiosa
como una fresca agua recóndita, un agua
de dulce mirada.
¿No creer ya en las hadas?
Pero entonces... Yo creo, ciertamente,
que mi antigua haya era una reina de hadas,
y lo supe cuando en el cielo de su mirada
subían rosas ardientes y cuando su palabra
quemó mi piel sin dejar señales,
y porque en su corpiño, bajo las sedas
le palpitaban palomas blancas.

* * * 
Ahora el silencio
un silencio duro, sin manantiales,
sin retamas, sin frescura,
un silencio que persiste y se ahonda
aun detrás del estrépito
de las ciudades que se derrumban.
Y las hadas se pudren en los estanques muertos
entre algas y hojas secas
y malezas,
o se han transformado en trajes de seda
abandonados en viejos armarios que se quejan,
trajes que lucieron ciñéndose a la locura de las da
entre luces y músicas.




Canción de hojas y lejanías 


Eran las hojas, las murmurantes hojas, 
la frescura, el rebrillo innumerable, 
Eran las verdes hojas  -la célula viva, 
el instante imperecedero del paisaje-     
eran las verdes hojas que acercan en su murmullo, 
las lejanías sonoras como cordajes, 
las finas, las desnudas hojas oscilantes. 

Las hojas y el viento. 
Hojas con marino ritmo ondulaban, 
hojas con finas voces 
hablando a un mismo tiempo, y que no eran 
tantas sino una sola, palpitante 
en mil espejos de aire, inacabable 
hoja húmeda en luces, 
reina del horizonte, ágil 
avecilla saltante, picoteante por todos 
los aros del horizonte, los aros cintilantes. 

Las hojas, las bandadas de hojas, 
al borde del azul, a la orilla del vuelo. 

Eran las hojas y las murmurantes lejanías, 
las hojas y las lejanías llenas de hablas, 
las lejanías que el viento tañe como cuerdas: 
oh pentagrama, pentagrama de lejanías 
donde hojas son notas que el viento interpreta. 

En las hojas rumoraban bellos países y sus nubes. 
En las hojas murmuraban lejanías de países remotos, 
rumoraban como lluvias de verdeante alborozo, 
reían, reían lluvias de hablas clarísimas 
como aguas, hablas alegres de hadas, vocales de gozo. 

Y las lejanías tenían rumores de frondas sucesivas, 
las lejanías oían, oían lluvias que narran leyendas, 
oían lluvias antiguas. Y el viento 
traía las lejanías como trae una hoja.



Canción de la distancia


Mirarás un país turbio entre mis ojos,
mirarás mis pobres manos rudas,
mirarás la sangre oscura de mis labios:
todo es en mí una desnudez tuya.

Venía por arbolados la voz dulce
como acercando un bosque húmedo y fresco,
y una estrella caía duramente,
fija, la antigua cicatriz de un beso.

De arena parecían los cielos, y volvía
poseso del rumor que cual dos alas
me ciñó en una ronda inacabable,
me ciñó al fin la flor de tu palabra.

¿Qué rojea en la noche sino el puro
labio tuyo? y corazón, estrella y sueño,
mueve un solo vaivén que lejos fluye,
turbio como distancia y como ruego.

Tu desnudez verás en mis ojos absortos,
mirarás mi horizonte que roe una fogata,
tú, que no serás nunca sino masa de llamas,
en mi honda noche de árboles, callada.

Desnudo en mi fervor y tú en tu sangre,
es más que seda suave este silencio,
en esta noche ancha en que germina
todo y palpita todo, aromas y luceros.

Volver cuando anoche en canto y frondas
y rumia el viento que lo aleja todo:
ya no veré sino una palma muda
y el cielo, un áureo torbellino, en torno.

Volver, los cielos parecían de arena,
ha mucho, hace un instante, ha mucho tiempo;
y nadie ha de quitarme esta noche en que fuiste
larga y desnuda carne vestida de mi aliento.

Volver la senda turbia oyendo al viento
rumiar lejos, muy lejos, de los días.
Por mi canción conocerás mi valle,
su hondura en mi sollozo has de medirla.




Canción de la noche callada


En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.

Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.

Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles,
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.

En medio de una noche con rumor de floresta
como el ruido levísimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.

Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes
yo amé un país y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un país que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.

Yo amé un país y de él traje una estrella
que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.

En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya son de luz, eternas...

Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?,
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?



Canción del ayer


Un largo, un oscuro salón rumoroso 
cuyos confines parecían perderse en otra edad balsámica. 
Recuerdo como tres antorchas áureas nuestras cabezas 
                                                                              inclinadas 
sobre aquel libro viejo que rumoraba profundamente en 
                                                                                la noche. 

Y la noche golpeaba con leves nudillos en la puerta de 
                                                                                      roble. 
Y en los rincones tantas imágenes bellas, tanto camino 
soleado, bajo una leve capa de sombra luciente como 
                                                                            terciopelo. 
La voz de Saúl me era una barca melodiosa. 
Pero yo prefería el silencio, el silencio de rosas y plumas, 
de Vicente, el menor, que era como un ángel 
que hubiese escondido su par de alas en un profundo 
                                                                                  armario. 

Mas, ¿quién era esa alta, trémula mujer en el salón 
                                                                                profundo? 
¿Quién la bella criatura en nuestros sueños profusos? 
¿Quizá la esbelta beldad por quien cantaba nuestra sangre? 
¿O así, tan joven, de luz y silencio, nuestra madre? 

O acaso, acaso esa mujer era la misma música, 
la desnuda música avanzando desde el piano, 
avanzando por el largo, por el oscuro salón como en un 
                                                                                       sueño. 


(A ti lejano Esteban, que bebiste mi vino, 
te lo quiero contar, te lo cuento en humanas, míseras 
                                                                            palabras: 
Cuando estás en la sombra. Cuando tus sueños bajan 
de una estrella a otra hasta tu lecho, 
y entre tus propios sueños eres humo de incienso, 
quizá entonces comprendas, quizá sientas, 
por qué en mi voz y en mi palabra hay niebla). 


Un largo, un oscuro salón, tal vez la infancia. 
Leíamos los tres y escuchábamos el rumor de la vida, 
en la noche tibia, destrenzada, en la noche 
con brisas del bosque. Y el grande, oscuro piano, 
llenaba de ángeles de música toda la vieja casa. 


 



Canción del niño que soñaba


Ésta es la canción del niño que soñaba
caminando por el salón penumbroso
de brisa lenta que estremecía sus pequeñas alas,
y oía, afuera, entre los árboles las arpas de la noche,
y voces ¿por qué tantas voces en el silencio?

Y cuando ya en el lecho su estrella descendía
y se quedaba temblando en un rincón como un sollozo,
el niño salía por la ventana como un pajarillo
pero su cuerpo muerto se estremecía en el sueño.

Y subía a las montañas y a la nieve lunar de las montañas.
Veía landas sin luna, desiertos acuáticos
y por fin hacia el final de las sombras,
una ciudad desierta, iluminada
y como en un relato de magnificencia y catástrofes,
por las calles un solemne cortejo: un asno
paso a paso y sobre su lomo entrañas humanas,
entrañas: gruesos rubíes y topacios.

Y termina la canción porque el gallo canta
y el sueño despierta el pequeño cadáver,
y llega el alba sobre sus yeguas blancas.




 


Canción del viento


Toda la noche
sentí que el viento hablaba,
sin palabras.

Oscuras canciones del viento
que remueven noches y días que yacen 
bajo la nieve de muchas lunas, 
oh lunas desoladas,
lunas de espejos vacíos, inmensos,
lunas de hierbas y aguas estancadas, 
lunas de aire tan puras y delgadas, 
que una sola palabra
las destrozó en bandadas de palomas muertas.

La canción del viento desgarra
orlas de soles y bosques,
y allí, en ellas, hermosas muchachas ríen en el agua,
y traen en sus brazos
ramas y cortezas de días de oro
y hojas de luz naciente. 

Días antiguos,
de sol y alas,
y de viento en las ramas,
cada hoja una sílaba,
la sombra de una palabra,
palabras secretas
de fragancia y penumbra.

Pero las noches entonces son más dulces,
y mi amiga esconde las estrellas más puras
en su ternura,
y las cubre con su aliento
y con la sombra de sus cabellos,
contra su mejilla.
El viento evoca sin memoria.
Canción oscura, entrecortada.
Flor de ruina y ceniza,
de vibraciones metálicas,
durante toda la noche que envejece
de soledad y espera.

El viento ronda la casa, hablando
sin palabras,
ciego, a tientas,
y en la memoria, en el desvelo,
rostros suaves que se inclinan
y pies rosados sobre el césped de otros días,
y otro día y otra noche,
en la canción del viento que habla
sin palabras.




Canciones


Cántame tus canciones,
tus esbeltas, desnudas canciones,
esas que se visten de menudas hojas verdes
y hojas rojas,
y hojas verdidoradas,
con cortezas resinosas
y pequeñas piedras pulidas por el agua.

Cántame tus canciones:
las de los delgados cielos azules,
de las nubes azules,
de las montañas azules.

Y las otras:
las de las aguas hechizadas
que se precipitan gritando por las rocas,
y aquellas en las que bandadas de alondras
levantan la mañana.

Y la canción de los hermosos caballos,
en la que se enumeran los caballos por sus colores,
y sus nombres
y sus orígenes y linajes.

Y la canción de los pájaros, las aves
que se nombran según sus plumajes
y sus vuelos y sus melodías.

Y la canción de las lluvias,
de las lluvias inmemoriales. Y de las otras,
las frívolas y danzarinas.

Y la honda canción de las noches
que hablan doradas palabras
que rebrillan por instantes,
las pacientes noches de larga memoria.





Clima


Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.

Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en todo, son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.

El viento fiel que mece mi poema,
el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.

Yo soy la voz que al viento dio canciones
puras en el oeste de mis nubes;
mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes múltiples.

Y en mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.

La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.

Este verde poema, hoja por hoja
lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos,
este poema es el país del viento.

Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,
árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y los días.

Dance el viento y las verdes lontananzas
me llamen con recónditos rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas mis canciones.




Interludio


Desde el lecho por la mañana soñando despierto,
a través de las horas del día, oro o niebla,
errante por la ciudad o ante la mesa de trabajo,
¿a dónde mis pensamientos en reverente curva?

Oyéndote desde lejos, aun de extremo a extremo,
oyéndote como una lluvia invisible, un rocío.
Sintiéndote en tus últimas palabras, alta,
siempre al fondo de mis actos, de mis signos cordiales,
de mis gestos, mis silencios, mis palabras y pausas.

A través de las horas del día, de la noche
-la noche avara pagando el día moneda a moneda-
en los días que uno tras otro son la vida, la vida
con tus palabras, alta, tus palabras, llenas de rocío,
oh tú que recoges en tu mano la pradera de mariposas.

Desde el lecho por la mañana, a través de las horas,
melodía, casi una luz que nunca es súbita,
con tu ademán gentil, con tu gracia amorosa,
oh tú que recoges en tus hombros un cielo de palomas.



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