(10 de diciembre de 1920, Óblast de Vínnytsia, Ucrania - 9 de diciembre de 1977, Río de Janeiro, Estado de Río de Janeiro, Brasil)
DÁME TU MANO
Dame tu mano:
Voy a contarte ahora
cómo he entrado en lo inexpresivo
que siempre ha sido mi búsqueda ciega y secreta.
De cómo he entrado
en aquello que existe entre el número uno y el número dos,
de cómo he visto la línea de misterio y fuego,
y que es línea subrepticia.
Voy a contarte ahora
cómo he entrado en lo inexpresivo
que siempre ha sido mi búsqueda ciega y secreta.
De cómo he entrado
en aquello que existe entre el número uno y el número dos,
de cómo he visto la línea de misterio y fuego,
y que es línea subrepticia.
Entre dos notas
de música existe una nota,
entre dos hechos existe un hecho,
entre dos granos de arena por más juntos que estén
existe un intervalo de espacio,
existe un sentir que es entre el sentir
—en los intersticios de la materia primordial
está la línea de misterio y fuego
que es la respiración del mundo,
y la respiración continua del mundo
es aquello que oímos
y llamamos silencio.
entre dos hechos existe un hecho,
entre dos granos de arena por más juntos que estén
existe un intervalo de espacio,
existe un sentir que es entre el sentir
—en los intersticios de la materia primordial
está la línea de misterio y fuego
que es la respiración del mundo,
y la respiración continua del mundo
es aquello que oímos
y llamamos silencio.
amor
Una vez
hace mucho tiempo me encontré en una cola con un amigo y estábamos conversando
cuando él se espantó y me dijo: mira qué cosa rara.
Miré para
atrás y vi —en diagonal a nosotros— a un hombre que venía llevando a su
tranquilo perro con una correa. Sólo que no era un perro. Toda su actitud
era de perro y la del hombre era la de un hombre con su perro. Pero éste
no lo era. Tenía un hocico alargado de quien puede beber en una copa
profunda, cola larga pero dura —es cierto que podría ser tan sólo una
variante individual de la raza. Poco probable sin embargo.
Mi amigo
sostuvo la hipótesis del coatí. Pero le vi al bicho mucho andar de perro
para ser coatí. O se trataría del coatí más resignado y confundido que
nunca vi.
Mientras
tanto el hombre se iba acercando tranquilamente. Tranquilamente no. Había
cierta tensión en él. Era la calma de quien aceptó la lucha: su aire era
natural y desafiante. No era un excéntrico: era con valor que andaba en
público con su extraño bicho. Mi amigo sugirió la hipótesis de otro animal
del que en el momento no recordó el nombre. Pero nada me convencía. Sólo
más tarde entendí que mi confusión no era solamente mía: venía de ese
bicho que ya no sabía él mismo qué era, y no podía por lo tanto
transmitirme una imagen nítida.
Hasta que
el hombre pasó cerca. Sin una sonrisa, la espalda derecha, exponiéndose
altivamente; no, nunca fue fácil ser juzgado por la fila humana que exige
más y más. Fingía prescindir de admiración o piedad.
Pero cada
uno de nosotros reconoce el martirio de quien está protegiendo un sueño.
—¿Qué
bicho es ése? —le pregunté e intuitivamente mi tono fue suave para no
herirlo con mi curiosidad.
Le
pregunté qué bicho era aquél pero en la pregunta el tono tal vez
implicara: ¿por qué hace usted esto? ¿Qué necesidad es la que le hace
inventarse un perro? ¿Y por qué no un perro de verdad entonces? ¡Pues los
perros existen! ¿O usted no tuvo otro modo de poseer la gracia de ese
bicho más que con un collar? Pero usted tritura a una rosa si la aprieta
con excesivo cariño. Sé que el tono es una unidad indivisible por
palabras.
Pero
astillar el silencio en palabras es una de mis torpes maneras de amar el
silencio. Y es rompiendo el silencio como muchas veces he matado lo que
comprendo. Aunque —gloria a Dios— sé más de silencio que de
palabras. El hombre de corrido respondió con brevedad pero sin
aspereza.
Y era
realmente un coatí. Nos quedamos mirándonos. Ni mi amigo ni yo sonreímos.
Éste era el tono y ésta era la intuición. Nos quedamos mirando. Era
un coatí que se creía perro. A veces con sus gestos de perro detenía la
marcha para oler cosas —lo que tensaba la correa y detenía al dueño en la
usual sincronización de hombre y perro. Me quedé mirando a aquel coatí que
no sabía quién era.
Imagino:
si el hombre lo lleva a jugar a la plaza, hay un momento en que el coatí
se intimida todo: “Pero santo Dios, ¿por qué los perros me miran tanto y
me ladran con tanta ferocidad?”
Imagino
también que después de un perfecto día de perro el coatí se
diga melancólico mirando las estrellas: “¿Qué me pasa al final? ¿Qué me
falta? Soy tan feliz como cualquier perro, ¿por qué entonces este vacío y
esta nostalgia? ¿Qué ansia es ésta, como si yo sólo amara lo que no
conozco?”.
Y el
hombre —el único que podría librarlo de la pregunta— ese hombre nunca le
dirá quién es para no perderlo para siempre. Pienso también en la
inminencia de odio que hay en el coatí. Él siente amor y gratitud por el
hombre. Pero por dentro no hay manera de que la verdad deje de existir: y
el coatí no percibe que lo odia sólo porque está vitalmente confundido.
¿Pero si
al coatí le fuera súbitamente revelado el misterio de su verdadera
naturaleza? Me estremezco al pensar en el fatal destino que hiciera que
este coatí se encontrara con otro coatí, y en éste se reconociera, al
pensar en ese instante en que sentiría el más feliz pudor que se
nos concede: yo… nosotros… Bien sé que tendría derecho cuando
deseara matar al hombre con su odio por lo peor que un ser le puede hacer
a otro: adulterarle la esencia a fin de usarlo. Estoy con el bicho y tomo
partido por las víctimas del mal amor.
Pero le
imploro al coatí que perdone al hombre y que lo perdone con mucho amor.
Antes de abandonarlo.
A media voz
la lentitud es
belleza
copio estas líneas ajenas
respiro
acepto la luz
bajo el aire ralo de noviembre
bajo la hierba
sin color
bajo el cielo cascado
y gris
acepto el duelo y la fiesta
no he llegado
no llegaré jamás
en el centro de todo
esta el poema intacto
sol ineludible
noche sin volver la cabeza
merodeo su luz
su sombra animal
de palabras
husmeo su esplendor
su huella
sus restos
todo para decir
que alguna vez
estuve atenta
desarmada
sola casi
en la muerte
casi en el fuego
copio estas líneas ajenas
respiro
acepto la luz
bajo el aire ralo de noviembre
bajo la hierba
sin color
bajo el cielo cascado
y gris
acepto el duelo y la fiesta
no he llegado
no llegaré jamás
en el centro de todo
esta el poema intacto
sol ineludible
noche sin volver la cabeza
merodeo su luz
su sombra animal
de palabras
husmeo su esplendor
su huella
sus restos
todo para decir
que alguna vez
estuve atenta
desarmada
sola casi
en la muerte
casi en el fuego
Poema
Mi vida no tiene más remedio
Estaré engañándome diciendo que
Todavía es posible el futuro que soñé
Tengo absoluta certeza que
Nada de lo que aprendí fue en vano
Siento dentro de mí que
Tener un sueño no significa nada
No podría decir jamás que
Mi futuro puede ser brillante
Siento cada vez más que
Ya no tengo esperanza
Y jamás volveré a mentir que
La vida es una gran fiesta
Hoy reconozco que es verdad que
Vivir es no dejarse llevar por la ilusión…
Estaré engañándome diciendo que
Todavía es posible el futuro que soñé
Tengo absoluta certeza que
Nada de lo que aprendí fue en vano
Siento dentro de mí que
Tener un sueño no significa nada
No podría decir jamás que
Mi futuro puede ser brillante
Siento cada vez más que
Ya no tengo esperanza
Y jamás volveré a mentir que
La vida es una gran fiesta
Hoy reconozco que es verdad que
Vivir es no dejarse llevar por la ilusión…
"A media voz" es de Blanca Varela.
ResponderBorrarAsí es. Grave error de quién recopiló estos poemas.
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