(11 de junio de 1877, Londres, Reino Unido - 18 de noviembre de 1909, París, Francia)
Locusta
Nadie
enjugó sus lágrimas al calor de mi aliento
ni
empañó con sollozos la embriaguez de mi lecho:
preservo
a mis amantes del agraz del amor.
Destierro
de su frente la quemazón del día
y
ahuyento de sus párpados cerrados la alborada.
Sus
ojos no verán marchitarse las rosas.
Sólo
yo abro la puerta a noches sin mañana.
Conozco
estrofas de oro de sáficas cadencias
y
arrobo con miradas turbias y acordes lánguidos
a
quienes a la sombra de mis manos se aduermen.
Destilo
lentos cantos, turbadoras caricias
y
murmuro palabras prohibidas en lo oscuro.
Templo
la luz del sol, los aromas y ruidos.
Yo
soy la compasiva y solícita Amante.
Conozco
los secretos de divinos venenos
suavemente
insinuantes, dulces como traiciones,
voluptuosos
como un engaño elocuente.
Y
cuando, en la honda noche, un estertor se alarga
y
enlaza con la coda sublime de una pieza,
deshojo
una corona y sonrío a la Muerte,
que,
sumisa como una esclava enamorada,
mansamente
me sigue, impenetrable y grave.
Yo
sé cómo mezclarla con esencias de flores
y
escanciarla en las copas de oro de las Bacantes.
Desvanezco
el recuerdo importuno del sol
en
los ojos cansados de temen despertar
bajo
la cruel mirada de una pérfida amante.
Ofrezco
entre las palmas de mis manos el sueño…
sólo
yo abro la puerta a las noches sin mañana.
https://blogs.20minutos.es/poesia/2010/07/27/locusta-de-renee-vivien-1877-1909
ESPERA
En
esta estancia, ya sin confidencias,
nuestros
jazmines de ayer ya no aroman...
Solamente
para ti me he vestido,
para
ti sola he soltado mi pelo...
He
escogido joyas... ¿Te gustarán?
En
mi inquieto corazón estás tú...
¿Cómo
me verás? ¿Qué me dirás tú,
amiga,
al cruzar mi umbral al ocaso?
Habrá
lluvia de violetas y de algas
cruzando
el ventanal verde y violáceo...
Saboreo
la angustia de esperar
la
dicha que vendrá cuando anochezca.
Silente
espero la hora que he soñado...
La
noche con su manto oscuro y claro...
Mi
alma infinita esparcida en el aire...
Está
templado, y ha salido la luna.
PROFESIÓN DE FE
Abril
y el agua, la luna y el arcoiris:
amo
todo lo que cambia, engaña y huye.
Mi
risa es inconstante como el hado,
y
miente pues que soy hija de la noche.
Y
la noche ve en mí a su dulce hija,
me
hace venir a los dormidos bosques
y
me otorga el oído con que escucho,
como
en sueño hondo, pasos enemigos.
Siempre
fue para mí magna y clemente,
de
ella aprendí las sendas de la huida,
ella
amortigua el ruido de mis pasos
por
las sombras, como un recuerdo, dulces.
De
ella adquirí el desprecio por la prisa,
el
ojo esquivo, el santo horror al ruido...
SONETO A LA MUERTE
Espero,
¡oh Bienamada!, oh jovial virgen
que
alumbras con tu frente nuestra noche,
tu
himen con blanquez de una eterna ternura,
tu
abrazo de amor, hondo y sutil.
Llenarán
nuestro lecho flores trémulas
y
clamará la nupcial ebriedad
el
órgano, y como un lirio infecundo
tú
palidecerás entre las sombras.
La
paz de los altares arderá;
lágrimas
e incienso, epitalamios
y
oración se alzarán hasta nosotras.
Aunque
sea de día dormiremos
con
un sueño letárgico de esposos,
y
no temerá al alba nuestra noche.
EN LAS NOCHES FUTURAS
¡No!
En las noches futuras de rosas y de llamas,
misteriosas
como templos hindúes,
nadie
sabrá mi nombre, ni vosotras
repetiréis
mi verso, ¡oh bellas jóvenes!
Ninguna
de vosotras tendrá el dulce capricho
de
añorar el amor de una amiga imposible,
ni
pedirá ansiosamente, en voz baja,
el
beso irresistible de mis labios de amante.
Buscaréis
el amor, perfumadas y tiernas,
andando
hacia el futuro con pasos indecisos,
y
no habrá ya ninguna que se acuerde
más
de mí, que tanto os habría amado.
fuegoconnieve.blogspot.com/2008/01/cuatro-poemas-de-rene-vivien.html
Victoria
Dame
los besos tuyos amargos como lágrimas,
de
noche, cuando aquietan los pájaros sus vuelos.
Poseen
nuestras cópulas, largas y sin amor,
júbilo
de rapiña, crueldad de violaciones.
Tus
ojos reflejaron esplendor de tormenta...
¡Exhala
tu desprecio hasta en tu propio espasmo,
querida
mía, y ábreme con cólera tus labios!
Beberé
lentamente las hieles y el veneno.
Tiemblo
como un ladrón ante un botín insólito
en
la noche de fiebre que apaga tu mirada...
¡El
alma brusca y bárbara de los conquistadores
canta
en mi propio triunf
Lasitud
Me
dormiré esta noche con dulce y largo sueño.
Cerrad
los cortinajes, que no se abran las puertas.
No
dejéis, ante todo, que entre el sol. Y poned
En
torno a mí una noche saturada de rosas.
Posad
en la blancura mullida de la almohada
esas
flores mortuorias de perfume obsesivo.
Ponedlas
en mis manos, la frente, el corazón.
Esas
pálidas flores como de cera tibia.
Y
yo diré muy bajo: «Nada mío perdura.
Mi
alma reposa al fin. Tened piedad de ella.
Respetad
su descanso por toda eternidad».
Me
dormiré esta noche con la más bella muerte.
Que
se deshojen flores –blancos nardos y lirios–.
Que
se calle, en el umbral de las puertas cerradas,
el
eco persistente de los viejos sollozos.
¡Ah,
la noche infinita, empapada de rosas!
Torres de Burgos
Cubriéndose
a manera de sudario
con
sombras grises y hondas agonías,
graves
como el retrato de un abuelo,
las
torres seculares se alzan muertas.
Calles
y callejuelas
hormiguean
con ásperos espantos.
Las
casas, con tejados perforados,
viven
sepulcralmente.
Se
siente allí un impulso muy confuso:
la
incertidumbre cambia los caminos
de
la fecundidad hacia la muerte
y
de la podredumbre hacia la vida.
Llévame a ti, Venecia
Sin
amiga y sin libro, errante en las orillas
que
mustia el sol y acaricia la luna,
Venecia,
yo he de ser como una dogaresa
poseída
por el sueño de tus canales lúgubres.
Tú,
que sabes cuán fuertes pueden ser las tristezas
–porque
su voluntad triunfa sobre el instinto
y
poseen un rostro distinto que lastima–,
arrástrame,
Venecia, a tu honda agua marchita.
Y
cuenta a esos amantes vulgares del futuro
que
ya les he juzgado y que yo los desprecio.
Oh
tú, la solitaria, la altanera Venecia,
diles
que nos burlamos de su humana alegría.
Desdeñémosles:
son una turba insensata.
Ellos
no saboream el exquisito tedio
de
estar solos en medio de los hombres: a ellos
un
desorden carnal les mató el pensamiento.
Diles,
oh tú que flotas en las aguas
Fúnebre
como yo, fría y oscura,
diles
tú con mi voz de sombra y ya sin eco:
sólo
es bella la muerte en tus hondos canales.
©
Aurora Luque / Ediciones Igitur 2007 [Estos textos se reproducen por cortesía
de www.edicionesigitur.com]
Rosas que se levantan
Mi
morena de ojos dorados, tu cuerpo de marfil, tu ámbar,
ha
dejado reflejos brillantes en la habitación,
sobre el jardín.
El
cielo claro de medianoche, bajo mis párpados cerrados,
todavía
brilla ... Estoy borracho de tantas rosas más rojas
que el vino.
Saliendo
de su jardín, las rosas me han seguido ...
Tomo
su breve aliento, respiro su vida.
Todos ellos están aquí.
Es
un milagro ... Las estrellas se han alzado,
apresuradamente,
a través de las amplias ventanas
donde se vierte el oro fundido.
Ahora,
entre las rosas y las estrellas,
tú,
aquí en mi habitación, aflojando tu túnica,
y tu desnudez brilla,
tu
mirada indecible descansa en mis ojos ...
Sin
estrellas y sin flores, sueño lo imposible
en la noche fría.
Tu extraño cabello
Reproducción
automática del siguiente video
Tu
pelo extraño, luz fría,
tiene
un brillo pálido y un matiz rubio;
Tu
mirada tiene el azul del éter y las olas;
Tu
vestido tiene el frío de la brisa y el bosque.
Ardo
la blancura de tus dedos con besos.
El
aire de la noche esparce el polvo de muchos mundos.
Aún
no lo sé, en el corazón de esas noches profundas,
Cómo
verte con la pasión de ayer.
La
luna te rozó con un resplandor inclinado ...
Fue
terrible, como un relámpago profético
Revelando
lo horrible debajo de tu belleza.
Vi,
como se ve una flor desvanecerse,
en
tu boca, como las auroras del verano,
la
sonrisa marchita de una vieja puta.
A una mujer
Tierno
a quien eres piedra y mortal a quien amas,
haciendo
de la actitud una emoción de poema,
oh
mujer cuya gracia infantil y suprema
triunfa
en el barro y las lágrimas y la sangre.
Sólo
amas la mano que lastima tu debilidad,
la
palabra que engaña y el beso que duele,
el
antiguo prejuicio que muere con nobleza
y
el deseo de un día que sonríe al pasar.
Ferocidad
pasiva, alma ligera y apacible,
para
atraerlo, es necesario que el gesto repele:
su
carne inerte llama, gruñendo, la sacudida
y
el esfuerzo sin la belleza del hombre triunfante.
Esclavo
de la casualidad, de las cosas y del tiempo,
para
ser ondulante, en quien nada de verdad permanece,
nunca
aceptas la pasión que llora
ni
el amor que languidece bajo la mirada de tu hijo.
El
bálsamo de lo banal y la composición de lo ficticio, lo
absurdo
de las leyes, la vanidad del vicio
y
el amante cuyo orgullo satisface su capricho,
basta
con su corazón sin sueños y sin esperanza.
Nunca
te enamores de un sueño,
con
un reflejo cuyo encanto exuberante se prolonga,
un
eco en el que la memoria se sumerge,
nunca
te pones pálido al acercarse la noche.
Renée
vivien, cenizas y polvos, 1902
Amazonas
La
amazona sonríe sobre las ruinas,
mientras
el sol, cansado de las luchas, se queda dormido.
El
placer del asesinato ha inflado su nariz: se
regocija,
extraño amor a la muerte.
Ella
ama a los amantes que le dan la embriaguez
de
su salvaje agonía y su orgullosa muerte,
y,
despreciando la miel de la caricia mona,
los
cortes sin horror no la satisfacen.
Su
deseo, fallando en alguna boca pálida, de
quien
sabe cómo arrancar el beso sin retorno, se
inclina
ardientemente sobre el espasmo supremo,
más
terrible y más hermoso que el espasmo del amor.
Renée
Vivien, Estudios y Preludios.
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