lunes, 9 de diciembre de 2024

POEMAS DE ELLEN BASS

 


Me encanta cómo los hombres se quiebran

 

Me encanta cómo los hombres se quiebran

 

cuando sus esposas los abandonan,

 

sus envoltorios retrayéndose como la cáscara

 

partida de las castañas tostadas, exponiendo

 

la carne dulce y cremosa. Te llaman

 

y descargan sus corazones del mismo modo en que una mujer

 

se saca sus joyas, los pendientes

 

pesados, el lazo rígido del vestido y el corset,

 

y se desliza dentro de un kimono suelto.

 

Es como si ustedes dos se hubieran tomado unas medidas

 

de un muy buen whisky escocés y la nieve cayera

 

en el cono iluminado bajo el poste de luz

 

copos grandes y lentos que bajan flotando en el brillo opalescente.

 

Te cuentan de todo el dolor contenido en sus pechos,

 

sus pitos decepcionados, sus manos vacías.

 

Mientras examinan cuidadosamente las traiciones y arrepentimientos,

 

la consciencia shockeante de cuánto se esforzaron,

 

el modo en que se bancaron el yugo

 

con una buena fe tan estúpida,

 

se vuelven cada vez más jóvenes. Lloran con la inconsciencia de los niños.

 

Cuando te abrazan, se pegan.

 

Como alguien que necesitó anteojos mucho tiempo

 

y finalmente los consiguió- miran alrededor

 

solamente por el placer de mirar: el detalle,

 

los bordes filosos de lo que el mundo tiene para ofrecer.

 

Y cuando se enamoran de nuevo, sólo mejora.

 

Sus corazones están todos rellenos como eclairs

 

y la crema desborda al tocarlos.

 

La aman, te aman a vos, aman a todos.

 

Sacan todas las penas y dichas con olor a humedad

 

del sótano donde las empujaron a la fuerza

 

junto a los guantes de nieve y las colecciones de monedas. Te cuentan cosas

 

que nunca le contaron a nadie.

 

Frescos de amarla, vienen brillando

 

como almas deslizándose en los cuerpos

 

de los bebés que están a punto de nacer.

 

Entonces pasa un año. O dos.

 

Como huesos rotos, vuelven a soldarse.

 

Crecen como pastos y arbustos y árboles

 

después de un incendio forestal, cubriendo la tierra calcinada.

Tomado de:

https://eternacadencia.com.ar/nota/tres-poemas-de-ellen-bass/3089

 

 

Matrimonio

 

Cuando finalmente, después de estar muy enfermo, recuestes

 

la extensión de tu cuerpo sobre el mío, ¿no es

 

como los estratos de la tierra, la presión

 

del tiempo en la arena, barro, pedacitos de caracoles,

 

todos

 

los años, despertarse incontables veces, dormir,

 

noches sin dormir, peleas, mañanas ordinarias

 

donde hablamos de nada, y caídas

 

breves y feroces, y el silencio

 

inconsciente de los animales que se rozan, el agua

 

moviéndose, viento, el hielo que se lleva los minutos, hojas

 

detrás de los minerales que vuelven el sedimento piedra?

 

Cómo aguantar el peso, con cada

 

parte de los huesos presionando. Y entonces, cómo

 

aguantar

 

cuando el peso se fue, como una mujer

 

cuyo cuello fue enrollado en cobre

 

no puede después sostenerlo solo. El amor

 

es un bálsamo, pero también un sello. Nos estrecha

 

como el pelaje de un conejo al conejo.

 

Cuando lo despellejás, agarrando desde el borde

 

la piel abierta, separando las membranas brillantes

 

y transparentes, el cuerpo está tibio y blando. Si pudieras,

 

te introducirías dentro de esa piel húmeda y resbaladiza

 

y la llevarías en tu espalda. Esto no es

 

limpio ni blanco ni tiene encajes como un casamiento,

 

y tampoco es la efervescencia luminosa del champagne

 

volcándose sobre el cuello de la botella. Esta unión

 

visceral y de sangre que es el amor, pero

 

más allá del amor. Más allá del encanto y de la delicia

 

de la forma en que vos en vos mismo estás más allá del

 

encanto y de la delicia.

 

Esta es la carne pelada del amor, los callejones y el vidrio

 

roto del amor, los pétalos arrancados de las ramas del

 

amor,

 

el llanto mareado y ronco, el hambre empecinada.

 

 

Todos los platos del menú

En un poema no importa

si la casa está sucia. El polvo

avanzando sobre las fotos como un amor

sofocante. La arena volcada de la zapatilla de un chico,

los granos facetados que se diseminan

por la alfombra esmeralda

como las estrellas y los planetas de un pequeño

sistema solar. El Monopoly

apretado contra Dostoyevsky.

Un sticker brillante que dice “the ceiling”,

etiquetando el techo

que quedó de un verano en el que un sobrino

estudió inglés.

 

El moho en el pan de la heladera

es tan interesante como el liquen en un roble

sus cabellos minúsculos como la pelusa

en la cabeza de un bebé, sus azules

delicados y sus verdes primaverales,

su plétora de esporas,

continentes repletos de criaturas

deslumbrando nuestras palmas.

 

En un poema, la vida y la muerte son iguales.

Aceptamos a una niña, aplastada

como piedritas debajo de una rueda.

Y a su abuelo frente a la tumba abierta

estrujando su remerita azul contra la cara.

Le damos la bienvenida al bebé nacido al alba,

la madre desnuda, en cuclillas,

pujando frente al ventanal

justo cuando ruge el camión de basura

y los hombres bajan de un salto, vaciando ruidosamente

los tachos metálicos dentro de sus fauces.

 

En un poema, no nos importa si te contrataron

o te despidieron, si perdiste o encontraste el amor,

si seguís tomando o dejaste.

No tenés que ejercitarte

o perdonar. Estamos hambrientos.

Vamos a pedir todos los platos del menú.

 

En los poemas la alegría y el dolor son amigos.

Se acuestan juntos, se

manosean, los dedos

hinchados dentro de las bocas,

los pezones irritados prendidos fuego, sus sexos

encastrados perfectamente como el día y la noche.

Se arquean sobre nosotros, relucen y corcovean,

son las puertas por donde entramos a nuestras vidas.

 

 

Poema a mi sexo a los cincuenta y uno

Cuando me ducho

y después, mientras me seco

con la toalla de algodón

me encanta cómo se siente

mi vulva, los labios exteriores, gruesos,

y los de adentro, impecables,

que encajan perfectamente

como dos manos que rezan. Me gusta

sentir la hendidura resbaladiza

y la hinchazón leve que empieza

con este manoseo casual.

Tan ansiosa, dispuesta como un cachorrito.

De joven nunca

me hubiera imaginado esto

al mirar a mujeres como yo,

mi cintura gruesa como un budín,

mi culo que una vez voló alto

como un barrilete, ahora cuelga como

un sweater olvidado bajo la lluvia,

la piel cayendo, no solo la papada

o los banderines que flamean

bajo los brazos, sino por todos lados,

despegándose de los huesos como

pollo hervido. Y solamente

va a empeorar. Pero esa ciruela

carnosa está siempre animada. Y nueva.

Un globo tirante que brilla

en un viejo árbol de frutas.

 

 

La felicidad después del dolor

Ningún día era bueno, pero algunos eran peores.

Llegué hasta mi puerta —pedí ayuda,

te dicen siempre— y entonces tuve que hacer pis.

Dos pasos hacia el baño. Pero,

¿qué importaba hacer pis? Me deslicé hasta el suelo

como un abrigo que cae. Y desplomada ahí,

en el borde de la alfombra deshilachada,

catalogué lo peor

que podría pasarle a una madre. Esto

—mi hija vaciando el botiquín, dibujando el borde

del lavamanos con cilindros de plástico, su vida

suspendida en ámbar transparente—

era la tercera cosa.

 

Y entonces los años pasan. Y estás haciendo albóndigas.

Justo como le gustan a tu familia.

Un poco de pan rallado. Un poco de harina de matzá.

Sin huevo. Un chorrito de jerez.

Las estás dorando en una sartén. Diana Krall cantando

“Peel Me a Grape”. Y estás feliz.

Te vuelve loca el presente

cada momento redondo y separado

como una gota de lluvia

reflejando el mundo en su piel curva.

 

Sucede. Nuestros problemas, familiares

como la pintura descascarada en el pasillo

de atrás, la mancha en el sillón

donde vomitó el gato.

Vivimos con todo este conocimiento inaguantable,

el agujero en la capa de ozono, la bomba atómica,

y ahora mismo hay padres corriendo

con niños en brazos a través de fronteras

cubiertas de alambres de púa.

Después de llorar, doblamos el diario

y llevamos a nuestros hijos a la escuela.

 

¿Cómo somos capaces? ¿De dónde sacamos

las ganas de preparar otra vez la cena? Apretando

la mezcla fría a través de mis dedos, moldeándola

para hacer las tartas. ¿Cómo hace el amor para seguir

hinchándose en las cavidades de nuestros cuerpos frágiles,

cómo hacen estas cáscaras para sostener tanto placer

carcomido en su piel reseca y partida?

 

Inclino la olla, el agua con aceite cae de golpe

y el vapor sube. Todo lo que perdí

se arremolina a mi alrededor.

Con mis palmas junto la bruma.

Tomado de:

https://opcitpoesia.com/ellen-bas-todos-los-platos-del-menu-traduccion-daniela-ema-aguinsky-valentino-cappelloni/

 

 

Para mi hija en su cumpleaños número 21

 

Cuando te acostaron en la curva

 

de mis brazos como un ramo de flores y miré

 

dentro de tus ojos, pedacitos oscuros de cielo nocturno,

 

pensé, obvio que esta sos vos,

 

como una persona que nunca vio el mar

 

lo puede reconocer al instante.

 

Te sacaron de mí como un corcho

 

y todo el amor rebalsó. Te adoré

 

con la pasión derrochada de la primavera

 

que dispara verde por cada poro.

 

Vos me excavaste como un pozo de agua. Prendiste

 

la madera muerta de mi corazón. Me clavaste

 

a la tierra con las puntas de las estrellas.

 

Estaba segura de que este tipo de amor iba a ser

 

suficiente. Pensé que yo era tu madre.

 

Cómo iba a saber que una y otra vez

 

Ibas a rajar el cielo como un relámpago,

 

Iluminando todos mis miedos, mis debilidades, mis pecados.

 

Es enorme la carga que esta carne

 

debe aprender a soportar, como las mulas del amor.

Tomado de:

https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/reflexion-sobre-ser-madre-por-manuela-gomez-KB17340956

 

 

Si supieras

caídas de enero

¿Qué pasaría si supieras que serías el último

en tocar a alguien?

Si, ​​por ejemplo, estuvieras sacando entradas

de teatro, las estuvieras rompiendo y

devolviendo los talones rotos,

tal vez tendrías cuidado de tocar esa palma,

de rozar con las yemas de los dedos

el pliegue de la línea de la vida.

 

Cuando un hombre arrastra

demasiado despacio su maleta con ruedas por el aeropuerto, cuando

el coche que va delante de mí no hace señales,

cuando el dependiente de la farmacia

no me da las gracias, no recuerdo

que se vayan a morir.

 

Una amiga me dijo que había estado con su tía.

Acababan de almorzar y el camarero,

un joven gay de ojos negros color ciruela,

bromeó mientras servía el café y besó

la mejilla empolvada de su tía cuando se fueron.

Luego caminaron media cuadra y su tía

cayó muerta en la acera.

 

¿Hasta dónde

debe llegar la espuma del dragón? ¿Hasta dónde

debe abrirse la grieta del cielo?

¿Qué aspecto tendrían las personas

si pudiéramos verlas tal como son,

empapadas en miel, aguijoneadas e hinchadas,

temerarias, atrapadas en el tiempo?

Tomado de:

https://janicefalls.wordpress.com/2022/04/27/if-you-knew-by-ellen-bass/

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