Me encanta cómo los hombres se quiebran
Me encanta cómo los hombres se quiebran
cuando sus esposas los abandonan,
sus envoltorios retrayéndose como la cáscara
partida de las castañas tostadas, exponiendo
la carne dulce y cremosa. Te llaman
y descargan sus corazones del mismo modo en que
una mujer
se saca sus joyas, los pendientes
pesados, el lazo rígido del vestido y el corset,
y se desliza dentro de un kimono suelto.
Es como si ustedes dos se hubieran tomado unas
medidas
de un muy buen whisky escocés y la nieve cayera
en el cono iluminado bajo el poste de luz
copos grandes y lentos que bajan flotando en el
brillo opalescente.
Te cuentan de todo el dolor contenido en sus
pechos,
sus pitos decepcionados, sus manos vacías.
Mientras examinan cuidadosamente las traiciones y
arrepentimientos,
la consciencia shockeante de cuánto se esforzaron,
el modo en que se bancaron el yugo
con una buena fe tan estúpida,
se vuelven cada vez más jóvenes. Lloran con la
inconsciencia de los niños.
Cuando te abrazan, se pegan.
Como alguien que necesitó anteojos mucho tiempo
y finalmente los consiguió- miran alrededor
solamente por el placer de mirar: el detalle,
los bordes filosos de lo que el mundo tiene para
ofrecer.
Y cuando se enamoran de nuevo, sólo mejora.
Sus corazones están todos rellenos como eclairs
y la crema desborda al tocarlos.
La aman, te aman a vos, aman a todos.
Sacan todas las penas y dichas con olor a humedad
del sótano donde las empujaron a la fuerza
junto a los guantes de nieve y las colecciones de
monedas. Te cuentan cosas
que nunca le contaron a nadie.
Frescos de amarla, vienen brillando
como almas deslizándose en los cuerpos
de los bebés que están a punto de nacer.
Entonces pasa un año. O dos.
Como huesos rotos, vuelven a soldarse.
Crecen como pastos y arbustos y árboles
después de un incendio forestal, cubriendo la
tierra calcinada.
Tomado de:
https://eternacadencia.com.ar/nota/tres-poemas-de-ellen-bass/3089
Matrimonio
Cuando finalmente, después de estar muy enfermo,
recuestes
la extensión de tu cuerpo sobre el mío, ¿no es
como los estratos de la tierra, la presión
del tiempo en la arena, barro, pedacitos de
caracoles,
todos
los años, despertarse incontables veces, dormir,
noches sin dormir, peleas, mañanas ordinarias
donde hablamos de nada, y caídas
breves y feroces, y el silencio
inconsciente de los animales que se rozan, el agua
moviéndose, viento, el hielo que se lleva los
minutos, hojas
detrás de los minerales que vuelven el sedimento
piedra?
Cómo aguantar el peso, con cada
parte de los huesos presionando. Y entonces, cómo
aguantar
cuando el peso se fue, como una mujer
cuyo cuello fue enrollado en cobre
no puede después sostenerlo solo. El amor
es un bálsamo, pero también un sello. Nos estrecha
como el pelaje de un conejo al conejo.
Cuando lo despellejás, agarrando desde el borde
la piel abierta, separando las membranas
brillantes
y transparentes, el cuerpo está tibio y blando. Si
pudieras,
te introducirías dentro de esa piel húmeda y
resbaladiza
y la llevarías en tu espalda. Esto no es
limpio ni blanco ni tiene encajes como un
casamiento,
y tampoco es la efervescencia luminosa del
champagne
volcándose sobre el cuello de la botella. Esta
unión
visceral y de sangre que es el amor, pero
más allá del amor. Más allá del encanto y de la
delicia
de la forma en que vos en vos mismo estás más allá
del
encanto y de la delicia.
Esta es la carne pelada del amor, los callejones y
el vidrio
roto del amor, los pétalos arrancados de las ramas
del
amor,
el llanto mareado y ronco, el hambre empecinada.
Todos los platos del menú
En un poema no importa
si la casa está sucia. El polvo
avanzando sobre las fotos como un amor
sofocante. La arena volcada de la zapatilla de un
chico,
los granos facetados que se diseminan
por la alfombra esmeralda
como las estrellas y los planetas de un pequeño
sistema solar. El Monopoly
apretado contra Dostoyevsky.
Un sticker brillante que dice “the ceiling”,
etiquetando el techo
que quedó de un verano en el que un sobrino
estudió inglés.
El moho en el pan de la heladera
es tan interesante como el liquen en un roble
sus cabellos minúsculos como la pelusa
en la cabeza de un bebé, sus azules
delicados y sus verdes primaverales,
su plétora de esporas,
continentes repletos de criaturas
deslumbrando nuestras palmas.
En un poema, la vida y la muerte son iguales.
Aceptamos a una niña, aplastada
como piedritas debajo de una rueda.
Y a su abuelo frente a la tumba abierta
estrujando su remerita azul contra la cara.
Le damos la bienvenida al bebé nacido al alba,
la madre desnuda, en cuclillas,
pujando frente al ventanal
justo cuando ruge el camión de basura
y los hombres bajan de un salto, vaciando
ruidosamente
los tachos metálicos dentro de sus fauces.
En un poema, no nos importa si te contrataron
o te despidieron, si perdiste o encontraste el
amor,
si seguís tomando o dejaste.
No tenés que ejercitarte
o perdonar. Estamos hambrientos.
Vamos a pedir todos los platos del menú.
En los poemas la alegría y el dolor son amigos.
Se acuestan juntos, se
manosean, los dedos
hinchados dentro de las bocas,
los pezones irritados prendidos fuego, sus sexos
encastrados perfectamente como el día y la noche.
Se arquean sobre nosotros, relucen y corcovean,
son las puertas por donde entramos a nuestras
vidas.
Poema a mi sexo a los cincuenta y uno
Cuando me ducho
y después, mientras me seco
con la toalla de algodón
me encanta cómo se siente
mi vulva, los labios exteriores, gruesos,
y los de adentro, impecables,
que encajan perfectamente
como dos manos que rezan. Me gusta
sentir la hendidura resbaladiza
y la hinchazón leve que empieza
con este manoseo casual.
Tan ansiosa, dispuesta como un cachorrito.
De joven nunca
me hubiera imaginado esto
al mirar a mujeres como yo,
mi cintura gruesa como un budín,
mi culo que una vez voló alto
como un barrilete, ahora cuelga como
un sweater olvidado bajo la lluvia,
la piel cayendo, no solo la papada
o los banderines que flamean
bajo los brazos, sino por todos lados,
despegándose de los huesos como
pollo hervido. Y solamente
va a empeorar. Pero esa ciruela
carnosa está siempre animada. Y nueva.
Un globo tirante que brilla
en un viejo árbol de frutas.
La felicidad después del dolor
Ningún día era bueno, pero algunos eran peores.
Llegué hasta mi puerta —pedí ayuda,
te dicen siempre— y entonces tuve que hacer pis.
Dos pasos hacia el baño. Pero,
¿qué importaba hacer pis? Me deslicé hasta el
suelo
como un abrigo que cae. Y desplomada ahí,
en el borde de la alfombra deshilachada,
catalogué lo peor
que podría pasarle a una madre. Esto
—mi hija vaciando el botiquín, dibujando el borde
del lavamanos con cilindros de plástico, su vida
suspendida en ámbar transparente—
era la tercera cosa.
Y entonces los años pasan. Y estás haciendo
albóndigas.
Justo como le gustan a tu familia.
Un poco de pan rallado. Un poco de harina de
matzá.
Sin huevo. Un chorrito de jerez.
Las estás dorando en una sartén. Diana Krall
cantando
“Peel Me a Grape”. Y estás feliz.
Te vuelve loca el presente
cada momento redondo y separado
como una gota de lluvia
reflejando el mundo en su piel curva.
Sucede. Nuestros problemas, familiares
como la pintura descascarada en el pasillo
de atrás, la mancha en el sillón
donde vomitó el gato.
Vivimos con todo este conocimiento inaguantable,
el agujero en la capa de ozono, la bomba atómica,
y ahora mismo hay padres corriendo
con niños en brazos a través de fronteras
cubiertas de alambres de púa.
Después de llorar, doblamos el diario
y llevamos a nuestros hijos a la escuela.
¿Cómo somos capaces? ¿De dónde sacamos
las ganas de preparar otra vez la cena? Apretando
la mezcla fría a través de mis dedos, moldeándola
para hacer las tartas. ¿Cómo hace el amor para
seguir
hinchándose en las cavidades de nuestros cuerpos
frágiles,
cómo hacen estas cáscaras para sostener tanto
placer
carcomido en su piel reseca y partida?
Inclino la olla, el agua con aceite cae de golpe
y el vapor sube. Todo lo que perdí
se arremolina a mi alrededor.
Con mis palmas junto la bruma.
Tomado de:
Para mi hija en su cumpleaños número 21
Cuando te acostaron en la curva
de mis brazos como un ramo de flores y miré
dentro de tus ojos, pedacitos oscuros de cielo
nocturno,
pensé, obvio que esta sos vos,
como una persona que nunca vio el mar
lo puede reconocer al instante.
Te sacaron de mí como un corcho
y todo el amor rebalsó. Te adoré
con la pasión derrochada de la primavera
que dispara verde por cada poro.
Vos me excavaste como un pozo de agua. Prendiste
la madera muerta de mi corazón. Me clavaste
a la tierra con las puntas de las estrellas.
Estaba segura de que este tipo de amor iba a ser
suficiente. Pensé que yo era tu madre.
Cómo iba a saber que una y otra vez
Ibas a rajar el cielo como un relámpago,
Iluminando todos mis miedos, mis debilidades, mis
pecados.
Es enorme la carga que esta carne
debe aprender a soportar, como las mulas del amor.
Tomado de:
Si supieras
caídas de enero
¿Qué pasaría si supieras que serías el último
en tocar a alguien?
Si, por
ejemplo, estuvieras sacando entradas
de teatro, las estuvieras rompiendo y
devolviendo los talones rotos,
tal vez tendrías cuidado de tocar esa palma,
de rozar con las yemas de los dedos
el pliegue de la línea de la vida.
Cuando un hombre arrastra
demasiado despacio su maleta con ruedas por el
aeropuerto, cuando
el coche que va delante de mí no hace señales,
cuando el dependiente de la farmacia
no me da las gracias, no recuerdo
que se vayan a morir.
Una amiga me dijo que había estado con su tía.
Acababan de almorzar y el camarero,
un joven gay de ojos negros color ciruela,
bromeó mientras servía el café y besó
la mejilla empolvada de su tía cuando se fueron.
Luego caminaron media cuadra y su tía
cayó muerta en la acera.
¿Hasta dónde
debe llegar la espuma del dragón? ¿Hasta dónde
debe abrirse la grieta del cielo?
¿Qué aspecto tendrían las personas
si pudiéramos verlas tal como son,
empapadas en miel, aguijoneadas e hinchadas,
temerarias, atrapadas en el tiempo?
Tomado de:
https://janicefalls.wordpress.com/2022/04/27/if-you-knew-by-ellen-bass/
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