viernes, 13 de diciembre de 2024

POEMAS DE HEINRICH HEINE



El caballero herido

 

El caballero herido

Muchas historias he oído;

ninguna, como ésta, cruel:

un hidalgo bien nacido

está de amor malherido,

y su dama le es infiel.

Por infiel y por traidora,

a la que insensato adora

debiera menospreciar;

cuál flaqueza infamadora

su propio dolor mirar.

Quisiera mover querella

gritando en la justa así:

«Amo a una hermosa doncella;

quien encuentre falta en ella,

salga y cierre contra mí».

Quizás todos callarían;

pero no su desazón:

y al fin sus armas tendrían

que herir, si luchar querían,

su mísero corazón

 

 

La barca

 

¡Carcajadas y canciones!

Los rayos del claro sol

Sobre las aguas derraman

Su sonriente fulgor:

Alegre barca las ondas

Mecen con su oscilación;

Con mis amigos mejores

Sentado en ella voy yo.

Choca la barca, deshecha

En mil trozos por el mar.

Eran malos nadadores

Mis amigos, por su mal,

Y en las rocas de la patria

Se vinieron a estrellar.

A mí a los bordes del Sena

Me llevó la tempestad.

Otra vez los mares cruzo

Sobre nueva embarcación:

Nuevos amigos contemplo

Girar a mi alrededor:

De extraños mares me arrulla

La melancólica voz.

¡Qué lejos está mi patria!

¡Qué triste mi corazón!

¡Canción nueva, y nuevas risas!

Silba el viento con afán:

Cruje herido el maderamen,

Que bate iracundo el mar.

Ya el postrer astro en el cielo

Extinguió su claridad.

¡Qué triste que está mi pecho!

¡Qué lejos mi patria está!

 

 

Cuestiones

 

A orillas del mar desierto,

Junto al piélago intranquilo,

Un joven lleno de dudas

Se detiene pensativo,

Y así a las ondas inquietas

Dice con aire sombrío:

- «Explicadme de la vida

El arcano no sabido,

Enigma que tantas frentes

Ardieron por descubrirlo;

Cabezas engalanadas

Con adornos pontificios,

Frentes con mitras hieráticas,

Con turbantes damasquinos,

Con birretes doctorales,

Con pelucas, con postizos

Cabellos, y tantas otras

Cabezas que el escondido

Enigma saber quisieron,

Decidme, yo os lo suplico:

¿Qué es el hombre? ¿de dónde viene?

¿Adónde va su camino?

¿Qué habita en el alto cielo

Tras los astros encendidos -»

El mar su canción eterna

Murmura triste y dormido;

Sopla el viento; huyen las nubes;

Los astros en el vacío

Fulguran indiferentes

Con sus resplandores fríos,

Y un demente una respuesta

Espera en tanto intranquilo.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-heinrich-heine/

 

 

Pon en mi pecho, niña, pon tu mano....

 

Pon en mi pecho, niña, pon tu mano.

¿No sientes dentro lúgubre inquietud?

Es que en el alma llevo un artesano

que se pasa clavando mi ataúd.

 

Trabaja sin descanso todo el día;

y en la noche trabaja sin cesar;

que acabes pronto, maestro, mi alma ansía,

y me dejes en calma descansar.

 

Versión de Vicente Huidobro

 

 

El emperador de la China

 

Mi padre fue un zoquete, templado y receloso;

Mas yo el champagne apuro, y sé un monarca ser.

¡Oh mágica bebida! yo descubrí gozoso,

Que cuando alegre libo el néctar espumoso,

La China se embriaga de gloria y de placer.

Cual tulipán precioso de púrpura manchado,

Mi imperio, flor de Oriente, se extiende aquí y allá.

A ser yo casi un hombre, ¡oh cielos! he llegado,

Y hasta mi esposa misma, mi esposa, en cinta está.

Y por doquier la dicha y la abundancia crece:

Se curan los enfermos, mitígase el dolor;

Y hasta Confucio, el sabio de corte, me parece

Que filosofa ahora con claridad mayor.

El negro pan del pueblo trocóse en pastaflora;

El pobre sus harapos por sedas cambió,

Y el mandarín, el sabio, legión abrumadora

De monos jubilados, recobran en buen hora

La varonil firmeza que de su cuerpo huyó.

Chinesca maravilla que desafía al cielo,

Ví de Pekín la iglesia severa terminar;

Los últimos judíos la buscan con anhelo,

Bautismo allí reciben, y por premiar su celo

Les voy del dragón negro la cuarta cruz a dar.

La revolucionaria idea se ha apagado,

Y - «Oh, no, ya no queremos tener constitución,

Hasta el mantschou más noble exclama entusiasmado

-Es al Kantschou, al schiago al que ama la nación,»

Me dicen los doctores: «no bebas,» mas yo bebo,

Y sorbo y sorbo apuro, cumpliendo mi deber;

Se trata de mis pueblos, a su salud me debo,

Y debo por su dicha beber y más beber.

Y un vaso, venga un vaso, un vaso todavía;

Yo mi salud a China daré con loco afán;

Mis chinos más felices se juzgan cada día,

Y bailan, mientras cantan, riendo de alegría:

«Heil dir in Siegerkranz, Retter des Vaterlands,» A¹

 

A¹ Ceñid la corona de vencedor, salvador de la patria.

 

 

El tambor mayor

 

¡Qué cambio! miradle, es el cansado,

Viejo tambor mayor:

Allá cuando el imperio florecía,

Rozagante y feliz se contempló.

Erguido, y en los labios la sonrisa,

Orgulloso movía su bastón;

Los galones de plata de su traje

Brillaban deslumbrantes ante el sol.

Cuando entraba en aldeas y en ciudad

Entre alegres redobles de tambor,

De niñas y mujeres se agitaba,

Cual eco del redoble, el corazón.

Llegar, ver y vencer fue su destino,

Cual el del nuevo César, su señor;

Y el llanto de las rubias alemanas

Su rizado bigote humedeció.

Preciso era sufrirlo; en cada tierra

Que la planta del César dominó,

Los hombres el Monarca sojuzgaba,

Las mujeres hermosas el tambor.

Pacientes, cual encinas alemanas,

Mucho tiempo sufrimos tal baldón;

Licencia al fin para librar la patria

Nos dio nuestro legítimo señor.

Cuál del circo en la arena el bravo toro,

Erguimos nuestros cuernos con furor,

Y los cantos de Koerner entonando,

Del francés sacudimos la opresión.

¡Canto terrible! sí; de horrible modo

En los oídos del francés sonó;

Y de espanto el espíritu invadido

Huyeron el monarca y el tambor.

El precio, al fin, un día hallaron ambos

De su vida satánica y feroz,

Y en manos del inglés, vencido y triste,

Prisionero cayó Napoleón.

De Santa Elena en el peñón desierto,

Sufrió martirio, y penas y dolor;

Tras sufrimientos largos é indecibles,

De un cáncer del estómago espiró.

Destituido, y sin amparo y viejo,

La misma fue la suerte del tambor;

Por no morir de hambre, el desdichado

En nuestro hotel como criado entró.

Él la sartén calienta, el piso lava;

Y conduciendo el agua, en su dolor

Sube con frente gris y vacilante

La escalera, escalón tras escalón.

Cuando mi buen amigo Federico

A visitarme va, su buen humor

No se priva del goce de reírse,

A costa del rendido gigantón.

¡Oh, déjate de bromas, Federico!

No es digna de un germano la misión

De abrumar con sonrisas los caídos,

Con mofas y con burlas el dolor.

Tratar debes, amigo, tales gentes

Con más respeto y más circunspección.

¡Por parte de tu madre, padre tuvo

Acaso sea el mísero tambor!

 

 

¡Estad tranquilos!

 

De Bruto con el sueño dormimos confiados;

Mas despertó, y a César hirió con su puñal;

Que los romanos eran malsines desalmados,

Insignes tiranófagos sin ley y sin piedad.

No vive entre nosotros romano peligroso;

Fumamos buen tabaco; tocó a cada nación

Una grandeza; Suavia, es el país dichoso

Que la mejor morcilla a fabricar llegó.

Nosotros somos probos, germanos que dormimos

Con sueño sano y dulce, con sueño sin doblez;

Al despertar es cierto que a veces sed sentimos,

Mas nunca de la sangre de nuestros reyes es.

Como la vieja encina, como el añoso tilo,

Nosotros somos fieles y fieros a la par:

Del tilo y las encinas en el país tranquilo,

Seguramente un Bruto no nacerá jamás.

Y si es que por acaso un Bruto aquí naciera,

En vano, en vano, un César buscar pudiera aquí;

En cambio, tenemos, en vez de su alma fiera,

Pasteles con especias, que no hay más que pedir.

Reyes y reyezuelos, que altivos se presentan

(No es una cifra enorme), tenemos treinta y seis.

Estrellas protectoras sobre su pecho ostentan:

De marzo por los Idus no tienen que temer.

Y padres les decimos, y patria apellidamos

A este país honrado, que como herencia real

Fue a nuestros reales padres: también idolatramos

Las berzas con salchichas, magnífico manjar.

Cuando a los tales padres hallamos distraídos,

Nuestros sombreros ruedan ante sus reales pies:

No es la Alemania inmunda caverna de bandidos;

Romanos tiranófagos jamás podremos ser.

Cebamos nuestros reyes, mas no los devoramos

No es nuestra ley pagana, cristiano es nuestro afán

Nuestro sabroso pato por San Martín matamos,

Y lleno de castañas a nuestro vientre va.

 

 

Insomnio

 

Cuando de noche pienso en Alemania,

No desciende a mis párpados el sueño;

Mis ojos no se cierran, mas los mojan

Mis lágrimas de fuego.

El tiempo va pasando; ya doce años

Desde que vi a mi madre trascurrieron;

Con la ausencia se acrecen cada día

Mi pena y mis deseos.

Aumentan mis deseos y mis penas;

De extraño hechizo preso,

A todas horas en mi mente viene

La viejecita, que conserve el cielo.

La pobre vieja me idolatra tanto,

Que hasta en sus cartas veo

Cómo su mano tiembla, y cuál se agita

Su corazón de madre allá en su pecho.

No se escapa mi madre de mi mente;

Doce años trascurrieron,

Doce años de dolor huyeron tardos,

Después que la estreché contra mi pecho.

Será eterna Alemania,

Es país de robusto y sano cuerpo:

Con sus fuertes encinas, con sus tilos,

Siempre podré encontrar su amado suelo.

Si allí mi pobre madre no viviera,

No suspirara por volver mi pecho.

No morirá Alemania, mas mi madre

Puede volar al cielo.

¡Cuántos, después que abandoné mi patria,

Besó la muerte con su helado beso!

¡Sangre derrama triste

Mi pobre corazón cuando los cuento!

Y es preciso contarlos; con el número

Aumenta mi dolor, y que los muertos,

Fríos y tristes ruedan,

Creo ¡gran Dios! sobre mi herido pecho.

¡Dios de bondad! por mi balcón penetra

Del sol de Francia el resplandor sereno;

Mi esposa llega, y su sonrisa aleja

Mis patrios melancólicos recuerdos.

Tomado de:

http://amediavoz.com/heine.htm

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