lunes, 11 de mayo de 2015

SOBRE EL CONCEPTO "ARTE CONTEMPORANEO" por Lucas Ospina



El concepto “arte contemporáneo” puede ser explicado a partir de su utilidad: es una dupla de palabras que crea, de forma inmediata y mágica, un nicho de mercado. Algo parecido a lo que ocurre con el concepto de “arte latinoamericano”, una conjunción tan arbitraria como “matemática latinoamericana”. Por qué no mejor “arte atemporáneo”, porque “arte contemporáneo”, ¿contemporáneo de quién?, ¿de Van Gogh?, ¿de Botero?, ¿de nosotros? “Arte contemporáneo” sería entonces una suerte de franquicia con proveedores que se encargan de darle a un conjunto de piezas y actitudes un sentido de especialización, pertenencia y actualidad en miras a certificar un producto segmentado (no vaya a ser que a alguien le metan gato por liebre y le hagan pasar algo “moderno” por “contemporáneo”).
Ser parte de lo “contemporáneo” soluciona la crisis incesante de identidad que genera la imposibilidad de definirse a partir de una palabra dúctil, amplia y sobre la que jamás habrá consenso: “arte”. Esto es más que evidente en la práctica de muchos de los bancos y gobiernos que coleccionan y promocionan el “arte contemporáneo” como una manera de mostrar que estas instituciones, tan atentas a las últimas tendencias económicas y sociales, también están al tanto del arte que se produce en la actualidad. Es así como los que están a la vanguardia del mundo de las cifras crean la ilusión de que también están a la vanguardia de la estética (poco importa si no entienden lo que coleccionan o promueven, o si las adquisiciones e iniciativas que incentivan critican los mismos valores que los banqueros y funcionarios encarnan y autoperpetúan, o si la especulación con el arte es solo una exageración de la especulación que se hace en otros mercados).
El concepto “arte contemporáneo” también ayuda a que cada actor pueda identificarse por acción o por reacción y definirse como persona: algunos de los que se pensaban “modernos”, y que pasaron más de la mitad de su vida en el siglo xx, se sentirán excluidos, retrasados y harán todo lo posible por actualizarse; otros, con un sentimiento reaccionario, dirán que “todo tiempo pasado fue mejor” y que lo hecho bajo esta categoría es solo una chapuza. Y los “contemporáneos”, todos aquellos que se agrupan bajo la franquicia del “arte contemporáneo”, sentirán que han superado a los “modernos” y que el solo hecho de ser conscientes de esta superación los pone en el camino del progreso porque el que es “contemporáneo” sí progresa, va más allá que sus antecesores y, para dar muestra de ese progreso, se inventa categorías –más modernas– que lo hagan ver más “contemporáneo” dentro de lo “contemporáneo”: posmoderno, ultramoderno, decoloniales, relacionales, intermediales, transpolíticos y un largo etcétera que se genera cada vez que algún nuevo pensador acuña o rescata un concepto que provee un engrudo teórico pegajoso que logra darle cohesión a un grupo de actores “contemporáneos” y al uso que le quieren dar al arte.
También sería bueno aclarar que no se trata de un asunto de técnicas, materiales y propuestas, de que si el artista pinta al óleo un frutero loco entonces es “arte moderno” y si expone el frutero, lo deja podrir en la sala y luego se unta y se come la fruta y la vomita en las paredes blancas del museo entonces sí, sí, sí, ¡es “arte contemporáneo”! O de que si hace algo de mal gusto es moderno pero si da muestras de conciencia sobre el mal gusto, es ironía, ergo, es “arte contemporáneo”. Este tipo de maneras de pensar el arte y lo contemporáneo, por más tradicionales o transgresoras que parezcan, continúan encerradas, o buscan constantemente un encierro como el de la animalidad de ese aforismo de Kafka donde hay un pájaro que vuela alrededor del mundo en busca de su jaula, en este caso, una “jaula contemporánea”. 


A pesar de que entre historiadores y teóricos existe un consenso que afirma que hoy en día no hay vanguardias, esta actitud progresista y categórica parece que quisiera determinar al “arte contemporáneo” como lo último en vanguardias.
“No traten de ser contemporáneos: es lo único que no podrán dejar de ser”, recomendaba a los artistas jóvenes Salvador Dalí, un artista contemporáneo y loco, o que se hacía el contemporáneo y el loco a conveniencia.
Hay una frase de Nicholas Ray que se puede ajustar a esto de sumarles adjetivos a palabras que ya deberían ser fértiles en sí mismas (Ray gustaba de hacer películas de género, pero alterando el género, usando las categorías, pero burlándolas; por ejemplo, hizo una de vaqueros, Johhny Guitar, en la que el duelo final se da, no entre hombres sino entre dos mujeres). Decía Ray: “El término ‘cine experimental’ es como ‘agricultura orgánica’ o ‘democracia participativa’: la única razón por la que necesitamos el adjetivo es porque algo está mal con el sujeto”.

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