miércoles, 4 de octubre de 2017

POEMAS DE PEDRO LASTRA

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 3 de marzo de 1932

POR QUÉ CORRÍA ÓSCAR HAHN OHISTORIAS VIVIDAS

Veo a Óscar Hahn corriendo desalado
por una calle de Madrid.
Se desplaza hacia el sur
en dirección a los rápidos rápidos
en busca de la perdida felicidad.
Antes de ser borrado por la muchedumbre
se detiene un instante y me grita
agitando una mano.
Nadie sabe quién es,
nadie sabe quién es,
amigo mío,
desconfía pues de las aguas rumorosas,
desconfía de este viernes
de fuego y ceniza:
sólo eres dueño de tu pasado.

MADRIGAL

En el sueño inventé para ti una canción,
tus ojos alejaban en ella a la muerte
y tus manos venían
a borrar el celaje de algunas estaciones
sombrías del amor,
un invierno muy frío en el sur.
Huyó de mí en el día la canción,
fue hacia ti
que eras la voz amada
de ese coro de sombras.

PRESENCIA DEL AMOR

El tiempo del amor es el presente
el presente que todo lo contiene
la aparición real de tu alma y tu cuerpo
lo ilusorio de ti
tu encantamiento
también tu lejanía
a veces sólo un nombre
y una voz que yo escucho claramente a mi lado
¿es un sueño es un pájaro o el rumor de una fuente?
y aunque estés o no estés
sueño y pájaro y fuente
has detenido el tiempo
como en la vieja escena
contada en una fábula.
Gran desdicha tu ausencia
que yo procuro en vano conjurar
como ves
con pobres artes de imaginación
la pequeña moneda que le es dada
al hombre solitario
que te hace vivir en su memoria
como a una gacela perdida en el bosque
y encontrada en la noche del regreso:
porque fuiste quien eres de una vez
en una hora
de esplendor no abolido.

RELECTURA DE ENRIQUE LIHN

Porque escribí estoy vivo.
E.L.
Pero yo que no escribo,
yo que casi no tengo ya palabra,
Enrique Lihn, amigo de los mejores días
(esos que no llegaron)
qué puedo hacer por fin
para encontrar el reino que sólo el sueño crea
con la palabra que no estuvo en el sueño:
los pájaros de antaño
o una muchacha junto al jazminero
en el centro del patio, si es que hubo ese patio
y no lo inventa el otro que soy al regresar cada mañana
mi enemigo mortal, el que habita en mi casa,
el que niega y se burla
de mis pequeñas trampas de tahúr obstinado
o de aspirante al cetro de los justos,
si es que hay justicia y justos
y diluvios, con su inmortal paloma
y todo eso.

PLINIO REVISITADO

Yo también, Cayo Plinio, me admiro como Ud.
cada día
de las grandes
y pequeñas costumbres de la naturaleza.
Tal vez si usted volviera,
Cayo Plinio,
vería nuevas cosas
y una sola costumbre,
porque la muerte sigue igual.

Al fin del día

     
  Pues nada habrá de ser
   lo que fue alguna vez,
  mi doble cotidiano
  y yo,
  que soy su sombra,
  habremos de mirar al dador de la vida
  diciéndole
  con la vieja y debida reverencia: 
  los que van a morir te saludan.
     

 Regreso del hijo pródigo

     
        a Marcelo Pellegrini
    

He olvidado los nombres
que fueron algún día
mi paisaje y mi llama
 y es en vano
que agite la memoria
sus manecillas herrumbradas.

Por los poetas perdidos

Nosotros disputamos a otro reino sus nombres
a otros dioses sus cuerpos siempre ardientes
que arrastraron los sueños, el amor, cuanto existe
más acá del abismo,
abrimos las ventanas de ese reino
y hablamos con la voz del hermano perdido,
nosotros, que hoy amamos las mismas criaturas,
las terribles, veloces criaturas del mundo.
 

Mano tendida

¿Quién te exilió de mí, o me exilié yo mismo
como de mi tierra?
Fue un día lobo, un día tigre fue
de oscuras madrigueras,
o acaso un día halcón,
ave de presa y no de cetrería
que te diera el alcance y te trajera
a mi mano tendida.

Se borraron las líneas de esa mano
esperándote.

Hoy vuelves a grabarlas
con un poco de sangre.

Leve canción

Mientras espero tu llegada
las aves sobrevuelan el jardín silencioso:
ellas también te esperan,
con sus alas dibujan tu figura
y te veo venir por un claro del bosque
junto al agua real
encantada por pájaros más veloces que el sueño.
 

Ya hablaremos de nuestra juventud

Ya hablaremos de nuestra juventud,
ya hablaremos después, muertos o vivos
con tanto tiempo encima,
con años fantasmales que no fueron los nuestros
y días que vinieron del mar y regresaron
a su profunda permanencia.
Ya hablaremos de nuestra juventud
casi olvidándola,
confundiendo las noches y sus nombres,
lo que nos fue quitado, la presencia
de una turbia batalla con los sueños.

Hablaremos sentados en los parques
como veinte años antes, como treinta años antes,
indignados del mundo,
sin recordar palabra, quiénes fuimos,
dónde creció el amor,
en qué vagas ciudades habitamos.
 
 

Balada para una historia secreta

Miras por la ventana un paisaje de invierno
y la maligna lluvia te destruye
porque eres la ausencia.

Estabas y no eras,
hablabas y el silencio:
nunca eres más bella que cuando sé que eres
la que no está conmigo.
No encuentro en la memoria
un nombre que te deje a mi lado, un instante,
un nombre que me salve de verte así, creada
por la palabra ausencia.

Y por eso la lluvia, y por eso el silencio
y la fuga que eres, y el vacío y el vértigo
que eres
cuando la ausencia toma tu figura.

Madrigal

En el sueño inventé para ti una canción,
tus ojos alejaban en ella a la muerte
y tus manos venían
a borrar el celaje de algunas estaciones
sombrías del amor,
un invierno muy frío en el sur.
Huyó de mí en el día la canción,
fue hacia ti
que eras la voz amada
de ese coro de sombras.

Presencia del amor

El tiempo del amor es el presente
el presente que todo lo contiene
la aparición real de tu alma y tu cuerpo
lo ilusorio de ti
tu encantamiento
también tu lejanía
a veces sólo un nombre
y una voz que yo escucho claramente a mi lado
¿es un sueño es un pájaro o el rumor de una fuente?
y aunque estés o no estés
sueño y pájaro y fuente
has detenido el tiempo
como en la vieja escena
contada en una fábula.
Gran desdicha tu ausencia
que yo procuro en vano conjurar
como ves
con pobres artes de imaginación
la pequeña moneda que le es dada
al hombre solitario
que te hace vivir en su memoria
como a una gacela perdida en el bosque
y encontrada en la noche del regreso:
porque fuiste quien eres de una vez
en una hora
de esplendor no abolido.

Relectura de Enrique Lihn

Porque escribí estoy vivo.
E.L.
Pero yo que no escribo,
yo que casi no tengo ya palabra,
Enrique Lihn, amigo de los mejores días
(esos que no llegaron)
qué puedo hacer por fin
para encontrar el reino que sólo el sueño crea
con la palabra que no estuvo en el sueño:
los pájaros de antaño
o una muchacha junto al jazminero
en el centro del patio, si es que hubo ese patio
y no lo inventa el otro que soy al regresar cada mañana
mi enemigo mortal, el que habita en mi casa,
el que niega y se burla
de mis pequeñas trampas de tahúr obstinado
o de aspirante al cetro de los justos,
si es que hay justicia y justos
y diluvios, con su inmortal paloma
y todo eso.

Plinio revisitado

Yo también, Cayo Plinio, me admiro como Ud.
cada día
de las grandes
y pequeñas costumbres de la naturaleza.
Tal vez si usted volviera,
Cayo Plinio,
vería nuevas cosas
y una sola costumbre,
porque la muerte sigue igual.

Al fin del día

    
Pues nada habrá de ser
lo que fue alguna vez,
mi doble cotidiano
y yo,
que soy su sombra,
habremos de mirar al dador de la vida
diciéndole
con la vieja y debida reverencia:
los que van a morir te saludan.
    


Regreso del hijo pródigo

    
        a Marcelo Pellegrini
    
He olvidado los nombres
que fueron algún día
mi paisaje y mi llama
y es en vano
que agite la memoria
sus manecillas herrumbradas.


Datos personales


Mi patria es un país extranjero, en el Sur,
en el que vive una parte de mí
y sobrevive una imagen.
Hace tiempo, el país fue invadido
por fuerzas extrañas
que aún siento venir en las noches
a poblar otra vez mis pesadillas.
Yo vivo también en un país extranjero
en el cual me dedico
a inocentes e inútiles tareas,
y en el que seguramente moriré
a la hora señalada,
como suele ocurrirle a la gente
en lo que llaman su propio país
o su país ajeno, pues no hay sino distancias
mayores o menores de frontera a frontera,
con líneas divisorias que uno mismo dibuja.
A veces yo recuerdo el país en que nací
y veo como siempre
sucesivos fantasmas
entre los cuales fui uno más, por un tiempo
que me parece muy largo y muy rápido,
ahora reducido a simples años luz en la memoria
de una tarde en un parque,
una conversación en un bar o en la esquina
de una calle cualquiera
por la que pasan sombras de pájaros,
voces indescifrables.
 En tales ensoñaciones se van uno a uno mis días,
sin hacer nada que me encomiende a la posteridad.


Noticias de Roque Dalton


A Rigas Kappatos

Yo digo Roque, Roque,
y empieza esta función como en un cine continuado:
en el cuarto oscuro de la memoria
Roque va revelándose a sí mismo,
se despliega en una larga cinta,
cambia de traje, cambia
de maquillaje (yo creo que no lo necesita).
Roque actúa para sus amigos
en los numerosos teatros de los recuerdos que los constituyen
y en los que Roque se establece
en un escenario giratorio:
a cada cual su escena, su diálogo con Roque.
Y esto puede ocurrir en Santiago de Chile,
año cincuenta y nueve por ejemplo:
un recital con jóvenes poetas.
Yo aparezco por ahí, en un rincón
mirando en dirección a Roque.
Y luego será en Praga, la visita
al Cementerio Judío. Roque un guía
posesionado de su papel, que descifra
esas enmarañadas inscripciones y lee
para su amigo viajero,
de paso en la ciudad, lo que le dicta
la inspiración del momento.
Aquí Roque improvisa, esto es obvio,
como lo hará más tarde en la Sinagoga,
traduciendo un minucioso informe sobre el Golem
y el Gran Rabino Löew:
-Esta vaina no la entendí muy bien.
-¿Cómo dice, cómo dice, qué es eso de la vaina?
y la mujer te mira seriamente.
-Nada, nada, que me interesa mucho lo que hacía el Rabino.
Y era cierto que te interesaba,
pero cómo ibas a decirlo de otro modo,
Roque de Centroamérica.
Y entonces una escena en movimiento, en un bus
por la avenida Providencia abajo,
año setenta y dos,
con algunos papeles en la mano.
Y ese bus sigue y sigue, y se detiene
a la entrada de la Sinagoga.
Desde ahí nos desplazamos hacia el Cementerio Judío.

Yo trato de leer lo que leíamos,
ahora ya sin Roque y por lo mismo
sin entender absolutamente nada.


Noticias del maestro Ricardo Latcham, muerto en La Habana


«Esto no es un Poema es un ejemplo que pasó...»
EDUARDO ANGUITA

En estos meses en que yo me acerco
hasta casi tocar toda su edad,
pienso cuánto me hubiera gustado
ayer
o hace unas tardes
conversar con Ud. sobre nuestros asuntos,
sobre los raros libros
que encontró en sus andanzas:
Picón Salas hablaba
de su memoria oceánica, que sabía guardar
todos los pormenores,
de capítulo a página,
como hacen los amantes al relatar su historia
desdichada o feliz:
Ud., el enamorado de los libros,
el amigo, el protegido por ellos.

Vuelvo a un día invernal en su biblioteca,
en la que Ud. negaba con fervor y con fe
la existencia del calor y del frío,
y ahora entiendo que Ud. vivía en ella
realmente
su tierra prometida:
Alfonso Calderón y Óscar Hahn son testigos,
y no me dejarían mentir.

Pero su biblioteca desapareció
en el año de nuestra mala sombra,
y de esa lluvia ácida
no escapó ni el lugar en que Ud.la dejó.
Y nosotros, los encargados de conservarla
para quienes llegaran después,
nos dispersamos también como páginas arrancadas y rotas,
lo que fue igual a desaparecer.

Yo me sorprendo a veces repitiendo algún gesto,
alguna de sus frases:
-leído y anotado,
oigan esto:
y así leo y anoto,
y continúo oyendo sus historias,
viendo cómo levanta su torre de palabras
con fantasmas y todo,
y esas demoliciones instantáneas
de los que Ud. llamaba
«los hombres de la cáscara amarga».
Jorge Guzmán dijo una vez al salir de una clase
que Ud. podía arruinar la reputación de Pericles
si se proponía tal cosa,
y a Ud. le pareció una buena idea,
aunque algo exagerada, cuando se la contamos.

Nadie pensaba que Ud. se detendría,
con alguna brusquedad, al llegar a La Habana
en el verano del sesenta y cinco
(a Ud. no lo imaginábamos ni siquiera dormido),
pero eso ocurrió,
contrariando las leyes de su Itinerario de la inquietud.
Y recuerdo muy bien aquel día de enero
en que yo me sentí un poco huérfano,
y eso fue lo que dije
al despedirlo en nombre de sus viejos alumnos,
y lo que contradije en la línea siguiente
porque íbamos a recurrir a su memoria
para animarnos a vivir.
Lo hago aquí a mi manera
y ya sé que no va con su genio
porque me acerco a su edad
habiendo mirado el mundo mucho menos,
y escribiendo menos aún, y no lo que Ud. esperaba.

Todo es cuestión de tiempo, como se dice,
para encontrarlo a Ud., también como se dice,
a la vuelta de la esquina. Entonces
el discípulo y el maestro
seguirán dialogando:
yo igualaré su edad,

aunque no sus saberes de este mundo y del otro.

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