miércoles, 30 de diciembre de 2015

POEMAS DE ANDRÉS BELLO



LA AGRICULTURA DE LA ZONA TÓRRIDA


¡Salve, fecunda zona,
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aromas mil al viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al múrice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre de zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando suave
humo en espiras vagorosas huya,
solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
el arbusto sabeo
y el perfume le das, que en los festines
la fiebre insana templará a Lieo.
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón despliega al aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti ls fresca parcha
en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores;
y para ti el maíz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concibió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo;
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo;
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava;
crece veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta prole en torno le sucede.
Mas ¡oh! ¡si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno.
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh! ¡si al falaz rüido
la dicha al fin supiese verdadera
anteponer, que del umbral le llama
del labrador sencillo,
lejos del necio y vano
fasto, el mentido brillo,
el ocio pestilente ciudadano!
¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia,
al ciudadano abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,
o al patriotismo la desidia enerva;
do el lujo las costumbres atosiga,
y combaten los vicios
la incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
mas la salud estraga en el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte; crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierra virgen, y al delito espuela
es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que fundan y sustentan los estados?
¿De la algazara del festín beodo,
o de los coros de liviana danza
la dura juventud saldrá, modesta,
orgullo de la patria, y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
de la severa ley regir el freno;
brillar en torno aceros homicidas
en la dudosa lid verá sereno;
o animoso hará frente al genio altivo
del engreído mando en la tribuna,
aquel que ya en la cuna
durmió al arrullo del cantar lascivo
que riza el pelo, y se unge, y se atavía
con femenil esmero,
y en indolente ociosidad el día,
o en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
las artes de la paz y de la guerra;
antes fio las riendas del estado
a la mano robusta
que tostó el sol y encalleció el arado;
y bajo el techo humoso campesino
los hijos educó, que el conjurado
mundo allanaron al valor latino.
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores
habéis nacido de la tierra hermosa,
en que reseña hacer de sus favores,
como para ganaros y atraeros,
quiso Naturaleza bondadosa!
romped el duro encanto
que os tiene entre murallas prisioneros.
El vulgo de las artes laborioso,
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia; en él gozaos.
¿Amáis la libertad? El campo habita
no allá donde el magnate
entre armados satélites se mueve,
y de la moda universal señora,
va la razón al triunfal carro atada,
y a la fortuna la insensata plebe,
y el noble al aura popular adora.
¿O a la virtud amáis? ¡Ah que el retiro,
la solitaria calma
en que, juez de sí misma, pasa el alma
a las acciones, muestra
es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
felicidad, cuanta es al hombre dada
y a su terreno asiento, en que vecina
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! Siempre
donde halaga la flor, punza la espina?
Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;
la cama que mullida le preparan
el contento, el trabajo, el aire puro;
y el sabor de los fáciles manjares,
que dispendiosa gula no le aceda;
y el asilo seguro
de sus patrios hogares
que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
que vuelve al cuerpo laso
el perdido vigor, que a la enojosa
vejez retarda el paso.
Y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
de amor la llama, que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
que de extranjero ornato
y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón escucha indiferente
el lenguaje inocente
que los afectos sin disfraz expresa,
y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
la risa se compone, el paso, el gesto;
ni falta allí carmín al rostro honesto
que la modestia y la salud colora,
ni la mirada que lanzó al soslayo
tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis que forme
más venturosos lazos himeneo,
do el interés barata,
tirano del deseo,
ajena mano y fe por nombre o plata,
que do conforme gusto, edad conforme,
y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
el desacostumbrado yugo torne
del arte humana y le tribute esclavo.
Del obstrüido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intricado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare;
aquí el vergel, allá la huerta ría…
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
nodriza de las gentes, la caterva
servil armada va de corvas hoces.
Mírola ya que invade la espesura
de la floresta opaca; oigo las voces,
siento el rumor confuso; el hierro suena,
los golpes el lejano
eco redobla; gime el ceibo anciano,
que a numerosa tropa
largo tiempo fatiga;
batido de cien hachas, se estremece,
estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
deja la prole implume
el ave, y otro bosque no sabido
de los humanos va a buscar doliente…
¿Qué miro? Alto torrente
de sonora llama
corre, y sobre las áridas rüinas
de la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama
y el humo en negro remolino sube,
aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan: monumento
de la dicha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas montaraces
sucede ya el fructífero plantío
en muestra ufana de ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos hurta el día;
ya la primera flor devuelve el seno,
bello a la vista, alegre a la esperanza:
a la esperanza, que riendo enjuga
del fatigado agricultor la frente,
y allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos almacenes.
¡Buen Dios! No en vano sude,
mas a merced y a compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora,
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
tantos años de fiera
devastación y militar insulto,
aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
halle a tus ojos gracia; no el risueño
porvenir que las penas le aligera,
cual de dorado sueño
visión falaz. Desvanecido llore;
intempestiva lluvia ni maltrate
el delicado embrión; el diente impío
del insecto roedor no lo devore;
sañudo vendaval no lo arrebate,
ni agote al árbol el materno jugo
la calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo
árbitro de la suerte soberano,
que, suelto el cuello de extranjero yugo,
irguiese al cielo el hombre americano,
bendecida de ti se arraigue y medre
su libertad; en el más hondo encierra
de los abismos la malvada guerra,
y el miedo de la espada asoladora
al suspicaz cultivador no arredre
del arte bienhechora,
que las familias nutre y los estados;
la azorada inquietud deje las almas,
deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
no asombran erizadas soledades,
do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
suplicios, orfandades,
¿quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
las sombras de Atahualpa y Montezuma.
¡Ah! desde el alto asiento,
en que escabel te son alados coros
que velan en pasmado acatamiento
la faz ante la lumbre de tu frente,
(si merece por dicha una mirada
tuya la sin ventura humana gente),
el ángel nos envía,
el ángel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía
y acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentóla asaz!) la diestra inerme;
Y si la innata mansedumbre duerme,
La despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
que una feliz oscuridad desdeña,
que en el azar sangriento del combate
alborozado late
y codicioso de poder o fama,
nobles peligros ama;
baldón estime sólo y vituperio
el prez que de la patria no reciba,
la libertad más dulce que el imperio,
y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea;
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sola adorne el mérito la gloria.
De su triunfo entonces, Patria mía
verá la paz el suspirado día;
la paz, a cuya vista el mundo llena
alma, serenidad y regocijo;
vuelve alentado el hombre a la faena,
alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa;
enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
y no basta la hoz a las espigas.
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito accidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y vuestros nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
“hijos son éstos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España”.


ÉGLOGA

Imitación de Virgilio

Tirsis, habitador del Tajo umbrío,
con el más vivo fuego a Clori amaba;
a Clori, que, con rústico desvío,
las tiernas ansias del pastor pagaba.
La verde margen del ameno río,
tal vez buscando alivio, visitaba;
y a la distante causa de sus males,
desesperado enviaba quejas tales:
No huye tanto, pastora, el corderillo
del tigre atroz, como de mí te alejas,
ni teme tanto al buitre el pajarillo,
ni tanto al voraz lobo las ovejas.
La fe no estimas de un amor sencillo,
ni siquiera, inhumana, oyes mis quejas;
por ti olvido las rústicas labores,
por ti fábula soy de los pastores.

"Al cabo, al cabo, Clori, tu obstinada
ingratitud me causará la muerte;
mi historia en esos árboles grabada
dirá entonces que muero por quererte;
tantos de quienes eres adorada
leerán con pavor mi triste suerte;
nadie entonces querrá decirte amores,
y execrarán tu nombre los pastores.

"Ya la sombra del bosque entrelazado
los animales mismos apetecen;
bajo el césped que tapiza el prado,
los pintados lagartos se guarecen.
Si afecta las dehesas el ganado,
si la viña los pájaros guarnecen,
yo solo, por seguir mi bien esquivo,
sufro el rigor del alto can estivo.

"Tú mi amor menosprecias insensata,
y no falta pastora en esta aldea
que, si el nudo en que gimo, un dios desata,
con Tirsis venturosa no se crea.
¿No me fuera mejor, di, ninfa ingrata,
mis obsequios rendir a Galatea,
o admitir los halagos de Tirrena,
aunque rosada tú, y ella morena?

"¿Acaso, hermosa Clori, la nevada
blancura de tu tez te ensoberbece?
El color, como rosa delicada,
a la menor injuria se amortece.
La pálida violeta es apreciada,
y lánguido el jazmín tal vez fallece,
sin que del ramo, que adornaba ufano,
las ninfas le desprendan con su mano.

"Mi amor y tu belleza maldecía,
tendido una ocasión sobre la arena,
y Tirrena, que acaso me veía,
-¡oh Venus, dijo, de injusticias llena;
lejos de unir las almas, diosa impía,
las divide y separa tu cadena!...
De Clori sufres tú las esquiveces,
y yo te adoro a ti que me aborreces.-

"¡Ah! No sé por qué causa amor tan fino
puede ser a tus ojos tan odioso;
cualquier pastor, cuando el rabel afino,
escucha mis tonadas envidioso.
¿No cubre estas praderas de contino
mi cándido rebaño numeroso?
¿Acaso en julio, o en el crudo invierno,
me falta fruto sazonado y tierno?

"Ni tampoco es horrible mi figura,
si no me engaño al verme retratado
en el cristal de esa corriente pura;
y a fe que a ese pastor afortunado
que supo dominar alma tan dura,
si a competir conmigo fuese osado,
en gentileza, talle y bizarría,
siendo tú misma juez, le excedería.

"Ven a vivir conmigo, ninfa hermosa;
¡ven! mira las Drïadas, que te ofrecen
en canastos la esencia de la rosa,
y para ti los campos enriquecen.
Para ti sola guardo la abundosa
copia de frutos que en mi huerto crecen;
para ti sola el verde suelo pinto
con el clavel, la viola y el jacinto.

"Acuérdate del tiempo en que solías,
cuando niña, venir a mi cercado,
y las tiernas manzanas me pedías
aún cubiertas del vello delicado.
Desde la tierra entonces no podías
alcanzar el racimo colorado;
y después que tus medios apurabas,
mi socorro solícita implorabas.

"Entonces era yo vuestro caudillo,
mi tercer lustro apenas comenzado,
sobresaliendo en el pueril corrillo,
como en la alfombra del ameno prado
descuella entre las yerbas el tomillo.
Desde entonces Amor, Amor malvado,
me asestaste traidor la flecha impía
que me atormenta y hiere noche y día.

"¡Ah! Tú no sabes, Clori, qué escarmiento
guarda Jove al mortal ingrato y duro;
hay destinado sólo a su tormento
en el lóbrego Averno un antro oscuro;
en su carne cebado, un buitre hambriento
le despedaza con el pico impuro,
y el corazón viviente devorado
padece a cada instante renovado.

"Mas, ¡ay de mí! que en vano, en vano envío
a la inhumana mi doliente acento.
¿Qué delirio, qué sueño es este mío?
Prender quise la sombra, atar el viento,
seguir el humo y detener el río.
Y mientras lo imposible loco intento,
tengo en casa la vid medio podada,
y en el bosque la grey abandonada.

"¿Qué fruto saco de elevar al cielo
esta continua lúgubre querella?
Ni encender puedo un corazón de hielo,
ni torcer el influjo de mi estrella.
Si Clori desestima mi desvelo,
sabrá premiarle otra pastora bella.
Ya baja el sol al occidente frío;
vuelve, vuelve al redil, ganado mío".

A LA NAVE

Oda imitada de la de Horacio o Navis, Referent.


¿Qué nuevas esperanzas
al mar te llevan? Torna,
torna, atrevida nave,
a la nativa costa.

Aún ves de la pasada
tormenta mil memorias,
¿y ya a correr fortuna
segunda vez te arrojas?

Sembrada está de sirtes
aleves tu derrota,
do tarde los peligros
avisará la sonda.

¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
mientras el mar las conchas
de la ribera halaga
con apacibles olas.

Presto erizando cerros
vendrá a batir las rocas,
y náufragas reliquias
hará a Neptuno alfombra.

De flámulas de seda
la presumida pompa
no arredra los insultos
de tempestad sonora.

¿Qué valen contra el Euro,
tirano de las ondas,
las barras y leones
de tu dorada popa?

¿Qué tu nombre, famoso
en reinos de la aurora,
y donde al sol recibe
su cristalina alcoba?

Ayer por estas aguas,
segura de sí propia,
desafiaba al viento
otra arrogante proa;

Y ya, padrón infausto
que al navegante asombra,
en un desnudo escollo
está cubierta de ovas.

¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
no tuerces? ¿Orgullosa
descoges nuevas velas,
y sin pavor te engolfas?

¿No ves, ¡oh malhadada!
que ya el cielo se entolda,
y las nubes bramando
relámpagos abortan?

¿No ves la espuma cana,
que hinchada se alborota,
ni el vendaval te asusta,
que silba en las maromas?

¡Vuelve, objeto querido
de mi inquietud ansiosa;
vuelve a la amiga playa,
antes que el sol se esconda!


DIOS ME TENGA EN GLORIA

A la falsa noticia de la muerte de Mac-Gregor.


Lleno de susto un pobre cabecilla
leyendo estaba en oficial gaceta,
cómo ya no hay lugar que no someta
el poder invencible de Castilla.

De insurgentes no queda ni semilla;
a todos destripó la bayoneta,
y el funesto catálogo completa
su propio nombre en letra bastardilla.

De cómo fue batido, preso y muerto,
y cómo me le hicieron picadillo,
dos y tres veces repasó la historia;

Tanto, que, al fin, teniéndolo por cierto,
exclamó compungido el pobrecillo:
-¿Conque es así? -Pues Dios me tenga en gloria.

EL HIMNO DE COLOMBIA

Canción Militar Dedicada a S. E. 
el Presidente Libertador Simón Bolívar.


Otra vez con cadenas y muerte
amenaza el tirano español.
Colombianos, volad a las armas,
repeled, repeled la opresión.

Suene ya la trompeta guerrera,
y responda tronando el cañón;
de la Patria seguid la divisa,
que os señala el camino de honor.

CORO
Suena ya la trompeta guerrera
y responde tronando el cañón;
ya la patria arboló su divisa,
que nos muestra el camino de honor.

¿Qué Patriota de nobles ideas
apetece la torpe inacción?
¿quién aprecia el reposo entre grillos?
Ciudadano, morir es mejor.

Libertad, haz que dulce resuene
de Colombia a los hijos tu voz;
que jamás uno solo se afrente,
prefiriendo la vida al honor.

CORO
Libertad, ¡oh cuán dulce que suena
de Colombia a los hijos tu voz!
No será que uno solo se afrente
prefiriendo la vida al honor.

De la Patria es la luz que miramos,
de la Patria la vida es un don.
Verteremos por ella la sangre,
por un bárbaro déspota no.

Libertad es la vida del alma;
servidumbre hace vil al varón.
Defender a un tirano es oprobio;
perecer por la Patria es honor.

CORO
Libertad es la vida del alma;
servidumbre hace vil al varón.
Defender a un tirano es oprobio,
perecer por la Patria es honor.

Defended este suelo sagrado,
que crecer vuestra infancia miró;
en que yacen cenizas heroicas,
en que reina una libre nación.

Recordad tantas prendas queridas,
de la esposa el abrazo de amor,
de los hijos el beso inocente,
de los Padres la herencia de honor.

CORO
Defendamos la patria querida
que nos guarda las prendas de amor;
defendamos los caros hogares;
conservemos la herencia de honor.

Recordad los patriotas ilustres
que cobarde crueldad inmoló.
¿No escucháis que apellidan venganza?...
Embestid a esa turba feroz.

Recordad del Araure los campos,
que el valor colombiano ilustró;
a Junín, Boyacá y Ayacucho,
monumentos eternos de honor.

CORO
Recordemos de Araure los campos
que el valor colombiano ilustró;
a Junín, Boyacá y Ayacucho,
monumentos eternos de honor.

¿Veis llegar las legiones venales,
que conduce a la lid la ambición?
Contra pechos de libres patriotas
impotente será su furor.

Atacad; una fe mercenaria
poco da que temer al valor.
Por victoria hallarán escarmiento,
por botín llevarán deshonor.

CORO
Avanzad, oh legiones venales,
que conduce a la lid la ambición;
por victoria hallaréis escarmiento
por botín llevaréis deshonor.

CANCIÓN A LA DISOLUCIÓN DE COLOMBIA


Deja, discordia bárbara, el terreno
que el pueblo de Colón a servidumbre
redimió vencedor; y allá vomita,
aborrecida furia, tu veneno,
y esa tu tea, a cuya triste lumbre
el tierno pecho maternal palpita,
allá tan sólo agita,
donde jamás fue oído
de libertad el nombre,
y donde el cuello dobla, encallecido
bajo indigna cadena, el hombre al hombre.

¿El que la ley ató sagrado nudo
que se dignaron bendecir los cielos
en tanta heroica lid desde los llanos
que baña el Orinoco hasta el desnudo
remoto Potosí, romperán celos
indignos de patriotas y de hermanos?
¿De labios colombianos
saldrá la voz impía:
Colombia fue? ¿Y el santo
título abjuraremos que alegría
al nuevo mundo dio y a Iberia espanto?

¡Ah! no será, ni en corazones cabe
que enamoró la gloria, tanta mengua;
o si pudo el valor desatentado
culpa, un momento, consentir tan grave;
honor lo contradijo, y de la lengua
volvió la voz al pecho horrorizado;
que no en vano regado
con la sangre habrá sido
de víctimas sin cuento
el altar, do en mil votos repetido
se oyó de unión eterna el juramento.

¿Qué acento pudo a la postrada España
más alegre sonar? Miradla el luto
mudar gozosa en púrpura fulgente.
Ya en su delirio, la visión apaña
del cetro antiguo, y el servil tributo
demanda con usura al Occidente.
Brilla en la cana frente
el orgullo altanero,
cual súbito revive,
cuando iba el rayo a despedir postrero,
la tibia luz que pábulo recibe.

"¿Es éste el pueblo desdeñoso, esquivo,
¡con irrisión dirá ¿qué oprobio estima
mis leyes, y mi nombre vituperio?
No de tener el corazón altivo
de sus padres blasone; no le anima
alma capaz de libertad e imperio.
En largo cautiverio
degeneraron; falta
para llevar a cabo
una empresa tan alta
generosa virtud al que fue esclavo.

"¿Veislos violar el pacto, fementidos,
jurado apenas? ¿Veislos ya la espada
contra sí revolver? El ebrio sueño
desvanecióse; en breve, en breve uncidos
pedirán ser a la coyunda usada,
y de la voz se acordarán del dueño".
-¡Ciego error! ¡Vano empeño!
Si dejada el torrente
su natural costumbre,
arrastrare sus ondas a la fuente,
querrá volver el libre a servidumbre.

Mas, ¡oh vosotros!, ¿dejaréis que infame
la causa que os unió maldad tamaña?
¿Falta al acero empleo? ¿No hay tirano
que herencia suya vuestro suelo llame?
¿Vengóse ya la sangre que lo baña?
¿Los rumbos olvidó del oceano
el pabellón hispano?...
¿Qué digo? A vuestra vista
las barras y leones
en arreo desplega de conquista,
y guía a nueva lid nuevas legiones.

Sí, que de Cuba en la vecina playa
¡merced a los furores parricidas
que en común daño alimentáis, y afrenta¿
os amenaza Iberia, os atalaya,
y de combates mil las esparcidas
reliquias apellida, y junta, y cuenta.
De allí la seña ostenta
a la traición aleve,
que callada vigila
entre vosotros, y las tramas mueve
de oculto fraude, y ya el puñal afila.

¿Y en míseras contiendas distraídos
la pública salud tenéis en nada?
¿Queréis que, de humo y polvo en nube densa,
el bronce tronador dé a los oídos
súbito aviso de enemiga entrada,
para acudir a la común defensa?
¡Cuán otro el que así piensa
de los que libertaron
de los incas la cuna,
y al carro de Colombia encadenaron
en distantes batallas la fortuna!

Mirad, mirad en cuál congoja y duelo
a la Patria sumís, que la unión santa
con voz llorosa invoca y suplicante.
La dulce Patria, en que la luz del cielo
visteis primera, y do la débil planta
estampó el primer paso vacilante;
la que os sustenta, amante
y liberal nodriza;
la que en su seno encierra
de tanto ilustre mártir la ceniza,
¿teatro haréis de abominable guerra?

¡Guerra entre hermanos, fiera guerra, impía,
do el valor frenesí, do la lid crimen,
y aun el vencer ignominioso fuera!
¡Ah, no! volved en vos; y aquel que un día
amor de patria, aquéllas os animen
con que humillasteis la arrogancia ibera,
virtud sublime, austera,
y ardiente sed de fama,
y fe de limpio brillo;
una es la senda a que la Patria os llama,
uno el intento sea, uno el caudillo.

LOS DUENDES

Imitación de Víctor Hugo.

I
No bulle
la selva;
el campo
no alienta.
Las luces
postreras
despiden
apenas
destellos,
que tiemblan.
La choza
plebeya,
que horcones
sustentan;
la alcoba,
que arrean
cristales
y sedas;
al sueño
se entregan.
Ya es todo
tinieblas.
¡Oh noche
serena!
¡Oh vida
suspensa!
La muerte
remedas.

II
¿Qué rüido
sordo nace?
Los cipreses
colosales
cabecean
en el valle;
y en menuda
nieve caen
deshojados
azahares.
¿Es el soplo
de los Andes,
atizando
los volcanes?
¿Es la tierra,
que en sus bases
de granito
da balances?
No es la tierra;
no es el aire;
son los duendes
que ya salen.

III
Por allá vienen;
¡qué batahola!
ora se apiñan
en densa tropa,
que hiende rápida
la parda atmósfera;
y ora se esparcen,
como las hojas
ante la ráfaga
devastadora.
Si chillan éstos,
aquéllos roznan.
Si trotan unos,
otros galopan.
De la cascada
sobre las ondas,
cuál se columpia,
cuál cabriola.
Y un duende enano,
de copa en copa,
va dando brincos,
y no las dobla.

IV
¿Fantasmas acaso
la vista figura?
Como hinchadas olas
que en roca desnuda
se estrellan sonantes,
y luego reculan
con ronco murmullo,
y otra vez insultan
al risco, lanzando
bramadora espuma;
así van y vienen,
y silban y zumban,
y gritan que aturden;
el cielo se nubla;
el aire se llena
de sombras que asustan;
el viento retiñe;
los montes retumban.

V
A casa me recojo;
echemos el cerrojo.
¡Qué triste y amarilla
arde mi lamparilla!
¡Oh Virgen del Carmelo!
aleja, aleja el vuelo
de estos desoladores
ángeles enemigos;
que no talen mis flores,
ni atizonen mis trigos.
Ahuyenta, madre, ahuyenta
la chusma turbulenta;
y te pondré en la falda
olorosa guirnalda
de rosa, nardo y lirio;
y haré que tu sagrario
alumbre un blanco cirio
por todo un octavario.

VI
¡Cielos! ¡lo que cruje el techo!
¡y lo que silba la puerta!
Es un turbión deshecho.
De lejos oigo estallar
los árboles de la huerta,
como el pino en el hogar.
Si dura más el tropel,
no amanecerá mañana
un cristal en la ventana,
ni una hoja en el vergel.

VII
San Antón, no soy tu devoto,
si no le pones luego coto
a este diabólico alboroto.
¡Motín semeja, o terremoto,
o hinchado torrente que ha roto
los diques, y todo lo inunda!
¡Jesús! ¡Jesús! ¡qué barahúnda!...
¿Qué significa, raza inmunda,
esa aldabada furibunda?
El rayo del cielo os confunda,
y otra vez os pele y os tunda,
y en la caverna más profunda
del inflamado abismo os hunda.

VIII
Ni por ésas. Parece que arroja
el infierno otro denso nublado,
o que el diablo al oírme se enoja;
y empujando el ejército alado,
el asalto acrecienta y aviva.
El tejado va a ser una criba;
cada envión que recibe mi choza,
yo no sé cómo no la destroza;
a tamaña batalla no es mucho
que retiemble, y que toda se cimbre,
cual si fuese de lienzo o de mimbre...
¿Es el miedo? o ¿quién anda en la sala?
Vade retro, perverso avechucho...
¡Ay! matóme la luz con el ala...

IX
¡Funesta sombra! ¡Tenebroso espanto!...
Amedrentado el corazón palpita...
y la legión de Lucifer en tanto,
reforzando la trápala y la bulla,
a un tiempo brama, gruñe, llora, grita,
bufa, relincha, ronca, ladra, aúlla;
y asorda estrepitosa los oídos,
mezclando carcajadas y alaridos,
voz de ira, voz de horror, y voz de duelo.
¡Qué fiero son de trompas y cornetas!
¡Qué arrastrar de cadenas por el suelo!
¡Qué destemplado chirrío de carretas!...
¡Ya escampa! Hasta la tierra se estremece,
y según es el huracán, parece
que a la casa y a mí nos lleva al vuelo...
¡Perdido soy!... ¡Misericordia, cielo!

X
¡Ah! Por fin en la iglesia vecina
a sonar comenzó la campana...
Al furor, a la loca jarana,
turbación sucedió repentina.
El tañido de aquella campana
a la hueste infernal amohína,
sobrecoge, atolondra, amilana.
Como en pecho abrumado de pena
una luz de esperanza divina;
como el sol en la densa neblina,
de los montes rizada melena;
el tañido de aquella campana,
que tan alto y sonoro domina,
y se pierde en la selva lejana,
el tumulto en el aire serena.

XI
¡Partieron! La sonante nota
a la hueste infernal derrota.
Uno a otro apresura, excita,
estrecha, empuja, precipita.
Huyó la fementida tropa;
no trota ya, sino galopa;
no galopa ya, sino vuela.
Por donde pasa la bandada,
una sombra más atezada
los montes y los valles vela,
y el luto de la noche enluta.
Como de leña mal enjuta,
que en el hogar chisporrotea,
de mil pupilas culebrea
rojiza luz intermitente,
que va señalando la ruta
de Satanás y de su gente.

XII
Cesó, cesó la zozobra.
A escape va la pandilla;
y la tierra se recobra
de la grave pesadilla
de esta visita importuna;
y la perezosa luna
sale al fin, y el campo alegra.
Allá va la sombra negra;
distante suena la grita
de la canalla maldita;
como cuando ciñe un monte
de nubes el horizonte,
y desde su oscuro seno
rezonga lejano trueno;
como cuando primavera
tus nieves ha derretido,
gigantesca cordillera,
y a lo lejos se oye el ruido
de impetuosa corriente
que arrastra una selva entera,
cubre el llano y corta el puente.

XIII
Mas a ti, ¿qué fortuna,
huerta mía, te cabe?
¿Respiras ya del grave
afán? ¿Injuria alguna
sufriste?... ¡Cuánta asoma,
entreabierta a la luna,
nueva flor! ¡Cuánto aroma
de rosas y alelíes
el ambiente embalsama!
No hay una mustia rama;
no hay un doblado arbusto.
Parece que te ríes
de tu pasado susto.

XIV
Sobre aquellos boldos
que a un pelado risco
guarnecen la falda,
al amortecido
rayo de la luna,
van haciendo giros.
Enjambre parecen
de avispas, que el nido
materno abandona,
despojo de niños
traviesos, y vuela
errante y proscrito.

XV
¡Desventurados!
Del patrio albergue
también vosotros
gemís ausentes;
vagar proscriptos
os cupo en suerte...
¡Terrible fallo!...
¡y eterno!... ¡Pesen
mis maldiciones,
blandas y leves,
sobre vosotros,
míseros duendes!

XVI
Hacia el cerro
que distingue
lo sombrío
de su tizne
-padrón negro
de hechos tristes-
vagorosas
ondas finge,
parda nube,
con matices
colorados,
como el tinte
que a la luna
da el eclipse;
y en la espira
que describe,
rastros deja
carmesíes...
¿En qué abismos,
infelice
nubecilla,
vas a hundirte?...
Ya los ojos
no la siguen;
ya es un punto;
ya no existe.

XVII
¡Qué calma
tranquila!
Tras leve
cortina
de gasa
pajiza,
la luna
dormita.
Al sueño
rendidas,
las flores
se inclinan.
El viento
no silba,
ni el aura
suspira.
Tú sola
vigilas;
tú siempre
caminas,
y al centro
gravitas,
¡oh fuente
querida!
ya turbia;
ya limpia;
ya en calles,
que lilas
y adelfas
tapizan;
ya en zarzas
y espinas.
¡Tal corre
la vida!


A Moisés

¿Qué son las fuentes en que el oro brilla,
y el mármol de colores,
a par del Nilo, y de esta verde orilla
esmaltada de flores?

No es tan grato el incienso que consume
en el altar la llama,
como entre los aromos el perfume
que el céfiro derrama.

Ni en el festín real me gozo tanto,
como en oír la orquesta
alada, que, esparciendo dulce canto,
anima la floresta.

¿Véis cuál se pinta en la corriente clara
el puro azul del cielo?
El cinto desatadme, y la tïara,
y el importuno velo.
¿Véis en aquel remanso trasparente
zabullirse la garza?
Las ropas deponed; y al blando ambiente,
el cabello se esparza.




Alocución a la poesía


Fragmento del poema «América»

Divina poesía,
tú, de la soledad habitadora,
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría;
tú, a quien la verde gruta fue morada,
y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo adonde te abre
el mundo de Colón su grande escena.
También propicio allí respeta el cielo
la simple verde rama
con que al valor coronas;
también allí la florecida vega,
el bosque enmarañado, el sesgo río,
colores mil a tus pinceles brinda;
y céfiro revuelto entre las rosas;
y fúlgidas estrellas
tachonan la carroza de la noche;
y el Rey del cielo, entre cortinas bellas
de nacaradas nubes, se levanta,
y la avecilla en no aprendidos tonos
con dulce pico endechas de amor canta.

¿Qué a ti, silvestre ninfa, son las pompas
de dorados alcázares reales?
¿A tributar también irás con ellos,
en medio de la turba cortesana,
el torpe incienso de servil lisonja?
No tal te vieron tus más bellos días
cuando en la infancia de la gente humana,
maestra de los pueblos y los reyes,
cantaste al mundo las primeras leyes.
No te detenga, ¡oh diosa!,
esta región de luz y de miseria,
en donde tu ambiciosa
rival Filosofía,
que la virtud a cálculo somete,
de los mortales te ha usurpado el culto;
donde la coronada hidra amenaza
traer de nuevo al pensamiento esclavo
la antigua noche de barbarie y crimen;
donde la libertad, vano delirio,
fe la servilidad, grandeza el fasto,
la corrupción cultura se apellida:
descuelga de la encina carcomida
tu dulce lira de oro, con que un tiempo
los prados y las flores, el susurro
de la floresta opaca, el apacible
murmurar del arroyo transparente,
las gracias atractivas
de natura inocente
a los hombres cantaste embelesados;
y sobre el vasto Atlántico tendiendo
las vigorosas alas, a otro cielo,
a otro mundo, a otras gentes te encamina,
do viste aún su primitivo traje
la tierra, al hombre sometida apenas;
y las riquezas de los climas todos,
América, del sol joven esposa,
del antiguo oceano hija postrera
en su seno feraz cría y esmera.




El anauco

Irrite la codicia
por rumbos ignorados
a la sonante Tetis
y bramadores austros;
el pino que habitaba
del Betis fortunado
las márgenes amenas
vestidas de amaranto,
impunemente admire
los deliciosos campos
del Ganges caudaloso,
de aromas coronado.

Tú, verde y apacible
ribera del Anauco,
para mí más alegre,
que los bosques idalios
y las vegas hermosas
de la plácida Pafos,
resonarás continuo
con mis humildes cantos;
y cuando ya mi sombra
sobre el funesto barco
visite del Erebo
los valles solitarios,
en tus umbrías selvas
y retirados antros
erraré cual un día,
tal vez abandonando
la silenciosa margen
de los estigios lagos.

La turba dolorida
de los pueblos cercanos
evocará mis manes
con lastimero llanto;
y ante la triste tumba,
de funerales ramos
vestida, y olorosa
con perfumes indianos,
dirá llorando Filis:
«Aquí descansa Fabio» .

¡Mil veces venturoso!
Pero, tú, desdichado,
por bárbaras naciones
lejos del clima patrio
débilmente vaciles
al peso de los años.
Devoren tu cadáver
los canes sanguinarios
que apacienta Caribdis
en sus rudos peñascos;
ni aplaque tus cenizas
con ayes lastimados
la pérfida consorte
ceñida de otros brazos.
 





La oración por todos 



Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
de la conciencia y del pensar profundo:
cesó el trabajo afanador y al mundo
la sombra va a colgar su pabellón.
Sacude el polvo el árbol del camino,
al soplo de la noche; y en el suelto
manto de la sutil neblina envuelto,
se ve temblar el viejo torreón.
¡Mira su ruedo de cambiante nácar
el occidente más y más angosta;
y enciende sobre el cerro de la costa
el astro de la tarde su fanal.
Para la pobre cena aderezado,
brilla el albergue rústico; y la tarda
vuelta del labrador la esposa aguarda
con su tierna familia en el umbral.
Brota del seno de la azul esfera
uno tras otro fúlgido diamante;
y ya apenas de un carro vacilante
se oye a distancia el desigual rumor.
Todo se hunde en la sombra; el monte, el valle,
y la iglesia, y la choza, y la alquería;
y a los destellos últimos del día,
se orienta en el desierto el viajador.
Naturaleza toda gime: el viento
en la arboleda, el pájaro en el nido,
y la oveja en su trémulo balido,
y el arroyuelo en su correr fugaz.
El día es para el mal y los afanes.
¡He aquí la noche plácida y serena!
El hombre, tras la cuita y la faena,
quiere descanso y oración y paz.
Sonó en la torre la señal: los niños
conversan los niños
conversan con espíritus alados;
y los ojos al cielo levantados,
invocan de rodillas al Señor.
Las manos juntas, y los pies desnudos,
fe en el pecho, alegría en el semblante,
con una misma voz, a un mismo instante,
al Padre Universal piden amor.
Y luego dormirán; y en leda tropa,
sobre su cuna volarán ensueños,
ensueños de oro, diáfanos, risueños,
visiones que imitar no osó el pincel.
Y ya sobre la tersa frente posan,
ya beben el aliento a las bermejas
bocas, como lo chupan las abejas
a la fresca azucena y al clavel.
Como para dormirse, bajo el ala
esconde su cabeza la avecilla,
tal la niñez en su oración sencilla
adormece su mente virginal.
¡Oh dulce devoción que reza y ríe!
¡De natural piedad primer aviso!
¡Fragancia de la flor del paraíso!
¡Preludio del concierto celestial!

II 

Ve a rezar, hija mía. Y ante todo,
ruega a Dios por tu madre: por aquella
que te dio el ser, y la mitad más bella
de su existencia ha vinculado en él;
que en su seno hospedó tu joven alma,
de una llama celeste desprendida;
y haciendo dos porciones de la vida,
tomó el acíbar y te dio la miel.
Ruega después por mí, más que tu madre
lo necesito yo... Sencilla, buena,
modesta como tú, sufre la pena,
y devora en silencio su dolor.
A muchos compasión, a nadie envidia,
la vi tener en mi fortuna escasa.
Como sobre el cristal la sombra, pasa
sobre su alma el ejemplo corruptor.
No le son conocidos...¡ni lo sean
a ti jamás! ... los frívolos azares
de la vana fortuna, los pesares
ceñudos que anticipan la vejez;
de oculto oprobio el torcedor, la espina
que punza a la conciencia delincuente,
la honda fiebre del alma, que la frente
tiñe con enfermiza palidez.
Mas yo la vida por mi mal conozco,
conozco el mundo, y sé su alevosía;
y tal vez de mi boca oirás un día
lo que valen las dichas que nos da.
Y sabrás lo que guarda a los que rifan
riquezas y poder, la urna aleatoria,
y que tal vez la senda que a la gloria
guiar parece, a la miseria va.
Viviendo, su pureza empaña el alma,
y cada instante alguna culpa nueva
arrastra en la corriente que la lleva
con rápido descenso al ataúd.
La tentación seduce; el juicio engaña;
en los zarzales del camino, deja
alguna cosa cada cual: la oveja
su blanca lana, el hombre su virtud.
Ve, hija mía, a rezar por mí, al cielo
pocas palabras dirigir te baste;
"Piedad, Señor, al hombre que criaste;
eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!
Y Dios te oirá que cuál del ara santa
sube el humo a la cúpula eminente,
sube del pecho cándido, inocente,
al trono del Eterno la oración.
Todo tiende a su fin: a la luz pura
del sol, la planta; el cervatillo atado,
a cervatillo atado,
a la libre montaña; el desterrado,
al caro suelo que lo vió nacer;
y la abejilla en el frondoso valle,
de los nuevos tomillos al aroma;
y la oración en alas de paloma
a la morada del Supremo Ser.
Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego,
soy como el fatigado peregrino,
que su carga a la orilla del camino
deposita y se sienta a respirar;
porque de tu plegaria el dulce canto
alivia el peso a mi existencia amarga,
y quita de mis hombros esta carga,
que me agobia de culpa y de pesar.
Ruega por mí, y alcánzame que vea,
en esta noche de pavor, el vuelo
de un ángel compasivo, que del cielo
traiga a mis ojos la perdida luz.
Y pura finalmente, como el mármol
que se lava en el templo cada día,
arda en sagrado fuego el alma mía,
como arde el incensario ante la cruz.

III 

Ruega, hija, por tus hermanos,
los que contigo crecieron,
y en un mismo seno exprimieron,
y un mismo techo abrigó.
Ni por los que te amen sólo
el favor del cielo implores;
por justos y pecadores,
Cristo en la cruz expiró.
Ruega por el orgulloso
que ufano se pavonea,
y en su dorada librea,
funda insensata altivez;
y por el mendigo humilde
que sufre el ceño mezquino
de los que beben el vino
porque le dejen la hez.
Por el que de torpes vicios
sumido en profundo cieno,
hace aullar el canto obsceno
de nocturna bacanal.
Y por la velada virgen
que en su solitario lecho
con la mano hiriendo el pecho,
reza el himno sepulcral.
Por el hombre sin entrañas,
en cuyo pecho no vibra
una simpática fibra
al pesar y a la aflicción.
Que no da sustento al hambre,
ni a la desnudez vestido,
ni da la mano al caído,
ni da a la injuria perdón.
Por el que en mirar se goza
su puñal de sangre rojo,
buscando el rico despojo,
o la venganza cruel.
Y por el que en vil libelo
destroza una fama pura,
y en la aleve mordedura
escupe asquerosa hiel.
Por el que surca animoso
la mar de peligros, llena;
por el que arrastra cadena,
y por su duro señor.
Por la razón que leyendo,
en el gran libro, vigila;
por la razón que vacila:
por la que abraza el error.
Acuérdate en fin, de todos
los que penan y trabajan;
y de todos los que viajan
por esa vida mortal.
Acuérdate aun del malvado
que a Dios blasfemando irrita.
La oración es infinita:
nada agota su caudal.

IV 

¡Hija! reza también por los que cubre
la soporosa piedra de la tumba,
profunda sima adonde se derrumba
la turba de los hombres mil a mil:
abismo en que se mezcla polvo a polvo,
y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja
de que el añoso bosque Abril despoja,
mezclar

la suya otro y otro Abril.
Arrodilla, arrodíllate en la tierra
donde segada en flor yace mi Lola,
coronada de angélica aureola;
do helado duerme cuanto fue mortal;
donde cautivas almas piden preces
que las restauren a su ser primero,
y purguen las reliquias del grosero
vaso, que las contuvo, terrenal.
¡Hija! cuando tú duermes, te sonríes,
y cien apariciones peregrinas,
sacuden retozando tus cortinas:
travieso enjambre, alegre, volador.
Y otra vez a la luz abres los ojos,
al mismo tiempo que la aurora hermosa
abre también sus párpados de rosa,
y da a la tierra el deseado albor.
¡Pero esas pobres almas!...¡si supieras
que sueño duermen!... su almohada es fría;
duro su lecho; angélica armonía
no regocija nunca su prisión.
No es reposo el sopor que las abruma;
para su noche no hay albor temprano;
y la conciencia, velador gusano,
les roe inexorable el corazón.
Una plegaria, un solo acento tuyo,
hará que gocen pasajero alivio,
y de que luz celeste un rayo tibio
logre a su oscura estancia penetrar;
que el atormentador remordimiento
una tregua a sus víctimas conceda,
y del aire, y el agua, y la arboleda,
oigan el apacible susurrar.
Cuando en el campo con pavor secreto
la sombra ves, que de los cielos baja,
la nieve que las cumbres amortaja,
y del ocaso el tinte carmesí:
en las quejas de aura y de la fuente
¿no te parece que una voz retiña?
una doliente retiña?
una doliente voz que dice: "Niña,
cuándo tú reces, ¿rezarás por mí?"
Es la voz de las almas. A los muertos
que oraciones alcanzan, no escarnece
el rebelado arcángel, y florece
sobre su tumba perennal tapiz.
Más ¡ay! los que yacen olvidados
cubren perpetuo horror, hierbas extrañas
ciegan su sepultura; a sus entrañas
¡árbol funesto enreda la raíz!
Y yo también, (no dista mucho el día)
huésped seré de la morada oscura,
y el ruego invocaré de un alma pura,
que a mi largo penar consuelo dé.
Y dulce entonces me será que vengas,
y para mí la eterna paz implores,
y en la desnuda loza esparzas flores,
simple tributo de amorosa fe.
¿Perdonarás a mi enemiga estrella,
si disipadas fueron una a una
las que mecieron tu mullida cuna
esperanzas de alegre porvenir?
Sí, le perdonarás; y mi memoria
te arrancará una lágrima, un suspiro
que llegue hasta mi lóbrego retiro,
y haga mi helado polvo rebullir.




Las ovejas

«¿Líbranos de la fiera tiranía
de los humanos, Jove omnipotente
¡una oveja decía,
entregando el vellón a la tijera?
que en nuestra pobre gente
hace el pastor más daño
en la semana, que en el mes o el año
la garra de los tigres nos hiciera.

Vengan, padre común de los vivientes,
los veranos ardientes;
venga el invierno frío,
y danos por albergue el bosque umbrío,
dejándonos vivir independientes,
donde jamás oigamos la zampoña
aborrecida, que nos da la roña,
ni veamos armado
del maldito cayado
al hombre destructor que nos maltrata,
y nos trasquila, y ciento a ciento mata.

Suelta la liebre pace
de lo que gusta, y va donde le place,
sin zagal, sin redil y sin cencerro;
y las tristes ovejas ¡duro caso!
si hemos de dar un paso,
tenemos que pedir licencia al perro.

Viste y abriga al hombre nuestra lana;
el carnero es su vianda cuotidiana;
y cuando airado envías a la tierra,
por sus delitos, hambre, peste o guerra,
¿quién ha visto que corra sangre humana?
en tus altares? No: la oveja sola
para aplacar tu cólera se inmola.

Él lo peca, y nosotras lo pagamos.
¿Y es razón que sujetas al gobierno
de esta malvada raza, Dios eterno,
para siempre vivamos?
¿Qué te costaba darnos, si ordenabas
que fuésemos esclavas,
menos crüeles amos?
Que matanza a matanza y robo a robo,
harto más fiera es el pastor que el lobo» .

Mientras que así se queja
la sin ventura oveja
la monda piel fregándose en la grama,
y el vulgo de inocentes baladores
¡vivan los lobos! clama
y ¡mueran los pastores!
y en súbito rebato
cunde el pronunciamiento de hato en hato
el senado ovejuno
«¡ah!»  dice,  «todo es uno».

 


 

Miserere


¡Piedad, piedad, Dios mío!
¡Que tu misericordia me socorra!
Según la muchedumbre
de tus clemencias, mis delitos borra.

De mis iniquidades
lávame más y más; mi depravado
corazón quede limpio
de la horrorosa mancha del pecado.

Porque, Señor, conozco
toda la fealdad de mi delito,
y mi conciencia propia
me acusa y contra mí levanta el grito.

Pequé contra Ti solo;
a tu vista obré mal; para que brille
tu justicia, y vencido,
el que te juzgue tiemble y se arrodille.

Objeto de tus iras
nací, de iniquidades mancillado,
y en el materno seno
cubrió mi ser la sombra del pecado.

En la verdad te gozas
y para más rubor y más afrenta,
tesoros me mostraste
de oculta celestial sabiduría.

Pero con el hisopo
me rociarán, y ni una mancha leve
tendré ya; lavárasme,
y quedaré más blanco que la nieve.

Sonarán tus acentos
de consuelo y de paz en mis oídos,
y celeste alegría
conmoverá mis huesos.

Aparta, pues, aparta
tu faz, ¡oh, Dios!, de mi maldad horrenda
rastro de culpa por tu enojo encienda.

En mis entrañas cría
un corazón que con ardiente afecto
te busque; un alma pura,
enamorada de lo justo y recto.

De tu dulce presencia,
en que al lloroso pecador recibes,
no me arrojes airado
ni de tu santa inspiración me prives.

Restáurame en tu gracia,
que es del alma salud, vida y contento;
y al débil pecho infunde
de un ánimo real el noble aliento:
haré que el hombre injusto
de su razón conozca el extravío;
le mostraré tu senda,
y a tu ley santa volverá al impío.

Mas líbrame de sangre,
¡mi Dios, mi Salvador! ¡Inmensa fuente
de piedad! Y mi lengua
loará tu justicia eternamente.

Desatarás mis labios,
si santo un pecador que llora alcanza,
y gozosa a las gentes
anunciará mi lengua tu alabanza.

Que si víctima fueran
gratas a Ti, las inmolará luego;
pero no es sacrificio
que te deleita el que consume el fuego.

Un corazón doliente
es la expiación que a tu justicia agrada:
la víctima que aceptas
es un alma contrita y humillada.

Vuelve a Sión tu benigno
rostro primero y tu piedad amante
y sus muros humilde
Jerusalén, Señor, al fin levante.

Y de puras ofrendas
se colmarán tus aras y propicio
recibirás un día
el grande inmaculado sacrificio.

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