domingo, 6 de diciembre de 2015

POEMAS DE RAINER MARIA RILKE


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República Checa: 1875-1926

UNA CASA NOBLE

La noble casa con su ancha rampa:
qué bello quiere mostrárseme su brillo gris.
La subida con su mal empedrado,
y allí está en la esquina
la lámpara opaca y sucia.

En el antepecho de una ventana
ladea la cabeza un palomino
como queriendo echar una mirada
a través del paño de la cortina;
moran las golondrinas en las grietas
entre los pasos de los portalones:
a esto llamo yo Stimmung*,
sí, yo lo llamo -encanto.


-*La palabra Stimmung no se puede traducir directamente. Expresa un estado anímico propicio y concorde. Caracteriza propiamente lo lírico, en consonancia con el re-cuerdo (Er-innerung), así sucesivamente evocado. Rilke traduce aquí ese estado con el vocablo “encanto” (Zauber).

ENCANTO

A menudo veo el cuarto de intimidad animado,
con vivacidad cuentan las paredes;
una amable muchacha, medio niña aún, alza
las manos hacia el cuadro de María.

Un chico aplicado está junto al padre,
que mucho ha aportado para la casa.
Se disponen a rezar la oración angélica,
y la madre da un descanso a la rueda de hilar.

Me parece entonces que los ojos se humedecen,
hasta los de la Virgen en el marco.
Escucho: en la voz de bajo del padre
suena propicio el Amén.

OTRO ENCANTO

El hijo se acerca, pesado el paso,
a su padre. Y con torpeza en la lengua...
¿Es verdad? ¿qué, qué dices, una novia?
¡Adelante, adentro, pues, con ella!

Y allí está por vez primera de pie.
La muchacha se ruboriza y calla,
y el padre limpia las gafas.
¡Diablo! ¡Estupenda ha sido tu elección!

Y el padre abre los brazos,
y la novia aturdida
recibe su beso y su bendición.

         La colección de poemas bajo el título Ofrenda a los Lares (Larenopfer), correspondiente al primer grupo de los llamados Primeros Poemas (Erste Gedichte), apareció por Navidades en 1895. Se presume que fueron escritos avanzado el otoño de ese año en Praga. Los poemas no están fechados por separado, a excepción de los tres últimos.
         Los noventa y nueve poemas que integran esta colección están dedicados a Praga, su ciudad natal, y a Bohemia. Se ha señalado su carácter descriptivo y su tono neorromántico e impresionista, pero lo importante para nosotros es la dimensión lárica, que impregna su productividad ulterior en connotación mítica y cósmica, especialmente con el paisaje. Lo lárico, nos dice en carta “a una amiga” (17 de julio de 1926), “fue, por decirlo así, en su pletórica forma, la fíbula de mimmovida existencia”. Y en la famosa epístola a Hulewicz (25 de noviembre de 1925) nos habla del contenido lárico de las manzanas europeas, en contraposición con la uniformidad de las que ya por entonces venían de Estados Unidos.

Coronado sueño

(1896)

CANCIÓN REGIA

Debes con dignidad soportar la vida,
tan sólo lo mezquino lo hace pequeña;
los mendigos te podrán llamar hermano,
y tú puedes sin embargo ser un rey.

Aunque el divino silencio de tu frente
no lo interrumpa dorada diadema,
los niños se inclinarán en tu presencia,
los entusiastas te mirarán atónitos.

A ti los días de rutilante sol
te hilarán rica púrpura y blanco armiño,
y, con pesares y dichas en sus manos,
de rodillas ante ti estarán las noches...

Praga, 9 de septiembre de 1896.

         Damos aquí tan sólo esta composición que preside emblemáticamente un conjunto de veintiocho poemas de corte neorromántico escritos en Praga. Fueron estudiados por Peter Demertz, René Rilkes PragerJahre, Düsseldorf, 1952. “Canción regia” es símbolo del poeta.


Adviento

(1897)

ADVIENTO

Empuja el viento rebaños de copos
por el bosque invernal como un pastor,
y más de un abeto siente que pronto
se hallará nimbado de luz y amor;
y escucha un rumor distante. Resuelto
tiende sus ramas por senderos blancos,
y hace frente al viento y crece soñando
una noche de gloria y majestad.

Primera redacción: Munich, 26 de enero de 1897;
redacción definitiva: finales de 1897 en Berlín.


La colección de poemas reunidos bajo este título general apareció por Navidad de 1897, y fueron escritos en los años 1896 y 1897. Más tarde se añadieron cinco poemas (1894-18979 en la edición de los llamados Primeros Poemas, en 1913, en la cual se incluyeron también los poemas láricos de Praga, seguidos de Coronado sueño y Adviento. Damos sólo el poema “Adviento” por su carácter representativo. El ciclo consta de 79 poemas. Se ha señalado en ellos la inluencia de Jacobsen.

Poemas tempranos

(1899)
Ésta es la nostalgia: morar en la onda
y no tener patria en el tiempo.
Y éstos son los deseos: quedos diálogos
de las horas cotidianas con la eternidad.

Y eso es la vida. Hasta que de un ayer
suba la hora más solitaria de todas,
la que sonriendo, distinta a sus hermanas,
guarde silencio en presencia de lo eterno.

Berlín-Wilmersdorf, 3 de noviembre de 1897.
No puedes esperar hasta que Dios llegue a ti
y te diga: yo soy
Un Dios que declara su poder
carece de sentido.
Tienes que saber que Dios sopla a través de ti
desde el comienzo,
y si tu pecho arde y nada denota,
entones está Dios obrando en ti.

Sin fecha (1898-1899).

Segunda edición muy refundida entre 1908 y 1909, con poemas escritos en su mayor parte entre noviembre de 1897 y finales de 1898. Fueron publicados por la Navidad de 1899, junto con el poema escénico «La princesa blanca» (Die weibe Fürstin).

Libro de las horas

(1905)
Puesto en las manos de Lou
I. LIBRO DE LA VIDA MONÁSTICA
[ 5 ]
(Selección)
Amo de mi ser la cosas oscuras,
en las cuales se ahondan mis sentidos;
en ellas, tal como en añejas cartas,
hallé mi vida diaria ya vivida,
superada, hecha lejana leyenda.

De ellas sé que tengo espacio para una
segunda vida, anchurosa y sin tiempo.
Y a veces soy como el árbol que adulto
y rumoroso, encima de una tumba,
cumple el sueño que el muchacho, ya sido,
(por el que se entran sus raíces cálidas)
perdió en melancolías y canciones.

22 de septiembre de 1899.
[ 36 ]
¿Qué harás tú, oh Dios, cuando yo muera?
Yo soy tu cántaro (¿y si me quiebro?)
Yo soy tu bebida (¿y si me corrompo?)
Soy tu ornato y tu oficio.
Tú pierdes conmigo tu sentido.

Después de mí no tendrás casa en donde
palabras cercanas y cálidas te saluden.
De tus pies cansados se caerá
la sandalia de seda que yo soy.

Tu gran manto se soltará de ti.
Tu mirada, que yo acojo caliente
en mis mejillas, como en una almohada,
andará buscándome largo tiempo -
y a la hora del ocaso se echará
en el regazo de unas piedras desconocidas.

Y tú, oh Dios, ¿qué harás? Yo tengo miedo.

26 de septiembre de 1899.

II. LIBRO DEL PEREGRINAJE

(Selección)
[ 1 ]
No te maravilla el ímpetu del huracán,
tú lo has visto crecer: -
los árboles huyen, y su huida
crea avenidas marchando solemnes.
Entonces sabes que el que ante ellos huye
es aquel con quien tú vas,
y tus sentidos lo cantan
cuando estás asomado a la ventana.

En calma quedaban las semanas estivales,
ascendía la sangre de los árboles:
ahora tú sientes que quiere caer
en el que todo hace.
Creías reconocer ya la fuerza
al abrazar el fruto,
ahora se vuelve de nuevo enigmático,
y eres una vez más huesped.

El estío fue casi como tu casa,
en ella tú sabes mantener todo -
ahora has de ir fuera en tu corazón
al igual que se va por la llanura.
Empieza la grandiosa soledad,
sordos se tornan los días,
de tus sentidos toma el viento el mundo
como una hoja muerta.

A través de su ramaje vacío
ve el cielo él que tú tienes;
sé tú tierra ahora y canción de ocaso,
y país que con el cielo hace juego.
Sé humilde ahora como una cosa,
madura para la realidad, -
para que Él, del que salió el conocer
te sienta cuando te asga.

18 de septiembre de 1901


Canciones de los ángeles


No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.

Le .di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...

Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.

Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
basta la patria de los querubines.

Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...

Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...

Sus manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.

Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.

Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...

Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.

Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.

Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.

Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo

de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.

Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.

Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...

Versión de Adrian Kovacsics


 

Der Panther


Su mirada se ha cansado de tanto observar
esos barrotes ante sí, en desfile incesante,
que nada más podría entrar ya en ella.
Le parece que sólo hay miles de barrotes
y que detrás de ellos ningún mundo existe.

Mientras avanza dibujando una y otra vez
con sus pisadas círculos estrechos,
el movimiento de sus patas hábiles y suaves
va mostrando una rotunda danza,
en torno a un centro en el que sigue alerta
una imponente voluntad.

Sólo a veces, permite en silencio, la apertura
de los cortinajes que ocultaban sus pupilas;
y cruza una imagen hacia adentro,
se desliza a través de los tensos músculos
cae en su corazón, se desvanece y muere.





Día de otoño


Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.

Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.

No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.

Versión de Jaime Ferreiro



Las elegías de Duíno 


Primera elegía


¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.

Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada?
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.

Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.

Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.

Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?




Segunda elegía


Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes. Los días de Tobías, ¿dónde quedaron?,
cuando uno de los más radiantes apareció en el umbral
sencillo de la casa un poco disfrazado para el viaje,
ya no tremendo (muchacho para el muchacho,
que se asomó, curioso). Si ahora avanzara el arcángel,
el peligroso, desde atrás de las estrellas, un solo paso,
que bajara y se acercara: el propio corazón, batiendo
alto, nos mataría. ¿Quién es usted?
Tempranos afortunados, ustedes, los mimados
de la creación, cadena de cumbres, cordillera roja
del amanecer de todo lo creado -polen de la divinidad
floreciente, coyunturas de la luz, corredores,
escalones, tronos, espacios del ser, escudos
deliciosos, tumultos del sentimiento tormentosamente
arrebatado, y de pronto, individualizados, espejos,
ustedes, los que recogen nuevamente en sus propios
rostros, la propia belleza que han irradiado.

Porque nosotros, siempre que sentimos, nos evaporamos;
ay, nosotros nos exhalamos a nosotros mismos,
nos disipamos; de ascua en ascua soltamos un olor cada
vez más débil. Probablemente alguien nos diga: Sí,
entras en mi sangre; este cuarto, la primavera se llena
de ti..., ¿de qué sirve? Él no puede retenernos,
nos desvanecemos en él y en torno suyo.
Y aquellos que son hermosos, oh, ¿quién los retiene?
Incesantemente la apariencia llega y se va de sus
rostros. Como rocío de la hierba matinal se esfuma
de nosotros lo que es nuestro, como el calor
de un plato caliente. Oh, sonrisa ¿a dónde? Oh,
mirada a lo alto: nueva, cálida, fugitiva
ola del corazón; sin embargo, ay, somos eso. ¿Entonces
el firmamento, en el que nos disolvemos, sabe
a nosotros? ¿De veras los ángeles recapturan solamente
lo suyo, lo que han irradiado, o a veces, como
por descuido, hay algo nuestro en todo ello? ¿Estamos
tan entremezclados en sus facciones, como la vaga
expresión en los rostros de las mujeres preñadas?
Ellos no lo advierten en el torbellino de su regreso
a sí mismos. (¿Cómo habrían de advertirlo?).

Los amantes podrían, si lo comprendieran,
hablar extrañamente en el aire nocturno. Pues parece
que todo nos oculta. Mira, los árboles son; las casas
que habitamos permanecen todavía. Sólo nosotros pasamos
de largo sobre todas las cosas como un cambio
de vientos. Y todo se une para acallarnos, mitad
por vergüenza quizás, y mitad por esperanza indecible.

Amantes, a ustedes, satisfechos el uno en el otro,
les pregunto por nosotros. Ustedes, los que se aferran
a sí mismos. ¿Tienen pruebas? Miren, me ha ocurrido que
mis manos se reconozcan entre sí, o que mi rostro ajado
se refugie en ellas. Eso me da cierta sensación. ¿Pero
quién, sólo por eso, se atrevió a creer que de veras
es? Sin embargo ustedes, los que crecen el uno
en el arrobo del otro, hasta que él suplica, abrumado:
“Basta”; ustedes, los que crecen, bajo sus recíprocas
manos, más exuberantes, como años de grandes uvas;
los que mueren a veces, sólo porque el otro se ha
expandido demasiado; a ustedes les pregunto por nosotros.
Sé que se tocan tan dichosamente porque la caricia
retiene, porque no desaparece el sitio que ustedes,
los tiernos, ocupan; porque, debajo de todo ello, ustedes
sienten la duración pura. Ustedes, de sus abrazos,
por ello, casi se prometen eternidad. Sin embargo, cuando
ya se han sostenido el sobresalto de la primera mirada,
y ya ocurrieron las ansias junto a la ventana
y del primer paseo juntos, una vez, por el jardín:
Ustedes, amantes, ¿siguen todavía entonces siendo
los mismos? Cuando el uno alza al otro hasta su boca
y se unen -bebida con bebida-: ¡oh, de qué manera
tan extraña el bebedor entonces se escapa de su función!

¿No se asombraron ustedes, en las estelas áticas,
de la prudencia de los gestos humanos? El amor
y la despedida, ¿no fueron puestos demasiado
ligeramente sobre los hombros, como si se tratara
de seres hechos de otra materia que nosotros?
Recuerden las manos, cómo se posan sin presión, aunque
hay vigor en los torsos. Estos dueños de sí mismos
lo sabían: Hasta aquí, nosotros; esto es lo nuestro,
tocarnos así; que los dioses nos aprieten
con mayor fuerza. Pero eso es cosa de los dioses.
Si nosotros encontráramos también una pura, contenida,
estrecha, humana franja de huerto, nuestra, entre
río y roca. Pues nuestro propio corazón nos excede
tanto como a aquéllos. Y ya no podemos mirarlo
a través de imágenes que lo sosieguen, ni a través
de cuerpos divinos, en los que se contenga más. 



V


Mira. Espacio través hay ángeles que hacen palpables
sus perpetuos sentimientos.
Nuestra incandescencia sería su frescor.
Mira, hay ángeles ardiendo espacio través.

Mientras a nosotros, que nada más sabemos,
se nos niega una cosa y otra sucede en vano,
entusiasmados por un fin avanzan ellos
a través de su territorio ya todo construido.






IX


Fuerte, inmóvil candelabro, colocado al borde:
se hace exacta la noche en lo alto.
Nos disipamos en oscura indecisión
junto a tu base.

Es lo nuestro: ignorar la salida
del lugar cuyo interior nos confunde.
Tú surges de nuestros obstáculos
y los inflamas como altas cumbres.

Tu gozo está por encima de nuestro reino,
y apenas captamos lo que cae y se posa;
como la pura noche del equinoccio primaveral
te alzas dividiendo un día y otro.

¿Quién sería capaz de instilar en ti algo
de la mezcla que nos enturbia en secreto?
Tú tienes el esplendor de toda magnitud
y nosotros somos expertos en lo más pequeño.

Cuando lloramos somos sólo conmovedores,
donde posamos los ojos estamos a lo sumo despiertos.
Nuestra sonrisa es apenas seductora,
y si seduce, ¿quién la sigue?

Quien sea. Ángel, ¿me lamento?, ¿me lamento?
Pero, ¿cómo sería entonces mi lamento?
Ah, grito, golpeo dos baquetas, una contra la otra,
y no pienso que me oiga nadie.

No por hacer yo ruido sonará más en ti
si no me sientes porque soy.
¡Alumbra! ¡Alumbra! Haz que de mí se percaten
las estrellas. Pues me desvanezco.





X


Mira: De esta nube que tan salvajemente cubre 
la estrella que ahora mismo estaba aquí - (y de mí),
de aquella zona montañosa que ahora alberga la noche
y los vientos de noche, por un rato - (y de mí),
de este río del fondo del valle que apresa el brillo
de un claro de cielo desgarrado - (y de mí);
de mí y de todo esto
hacer una sola cosa, Señor: de mí y del sentimiento
con el que el rebaño, de vuelta al redil,
acepta exhalando el grande, el oscuro
ya no existir del mundo -, de mí y de toda luz
en la oscuridad de tantas casas, Señor:
hacer una sola cosa; de los extraños, pues
ni a uno conozco, Señor, y de mí, de mí hacer
una cosa; de los que duermen,
los desconocidos ancianos del hospicio,
que gravemente tosen en la cama, de
niños soñolientos junto a un pecho tan desconocido,
de tantos seres imprecisos, y siempre de mi,
nada más que de mí y de lo que no conozco,
hacer esa cosa, Señor Señor Señor, la cosa
que mundanamente terrena como un meteoro
reúne en su gravidez sólo la suma del vuelo:
pesando solamente la llegada.





XI


Por qué tiene uno que ir y cargar con cosas ajenas, 
como acaso el portador que levanta de un puesto a otro la espuerta 
cada vez más llena de lo más insospechado y cargado sigue
y no puede decir: Señor, ¿para qué ese banquete?

Por qué tiene uno que estar ahí como un pastor,
tan expuesto al exceso de influencias,
siendo así parte de este espacio lleno de sucesos,
de modo que apoyado en un árbol del paisaje
cumpliría su destino sin volver a actuar.
Y sin embargo carece, vasta en exceso, su mirada
del alivio silencioso del rebaño. No tiene
más que mundo, tiene mundo cada vez que levanta los ojos,
mundo en todo inclinarse. Lo que a otros deleita poseer
penetra ciego, inhóspito tal música,
en su sangre y al pasar se transforma.


Entonces, por la noche se levanta y tiene ya la llamada
del pájaro exterior en su ser
y se siente atrevido porque en su rostro abarca
todas las estrellas, grávido – oh, no como alguien 
que a su amada dedica esta noche
y la mima con los cielos intuidos.




Ven, tú, el último, a quien reconozco,
dolor incurable que se adentra en la carne:
igual que yo ardía en el espíritu, mira:
ardo ahora en ti; la leña ha resistido
largamente la llama que encendías,
pero ahora te alimento, y en ti ardo.
Mi calma se hace furia en tu furia, se hace infierno,
subo a la confusa cima del dolor,
sabiendo que nada del futuro valdrá
para mi corazón. Que guardaré en silencio
todo lo que ha atesorado. ¿Soy yo aún
quien arde, ya irreconocible?
No puedo adentrarme en los recuerdos.
Oh vida, vida: tendría que estar fuera.
Pero estoy dentro, en llamas. Ya nadie me conoce.

“Las rosas”

I

Si tu frescura a veces nos sorprende tanto,
dichosa rosa,
es que en ti misma, por dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.
Conjunto bien despierto cuyo centro
duerme, mientras se tocan, innumerables,
las ternuras de ese corazón silencioso
que suben hasta la extrema boca.

II

Te veo, rosa, libro entreabierto,
que contiene tantas páginas
de dicha detallada
que nadie leerá nunca. Libro-mago
que se abre al viento y se puede leer
con los ojos cerrados…,
del que salen mariposas turbadas
por habérsele ocurrido las mismas ideas.

III

Rosa, tú, oh cosa por excelencia completa
que se contiene en sí misma infinitamente
y que infinitamente se expande, oh cabeza
de un cuerpo ausente de tan suave,
nada te iguala, oh tú, suprema esencia
de este flotante ámbito;
de este espacio de amor en el que, apenas se avanza,
tu aroma nos envuelve.

IV

Nosotros fuimos, empero, quienes te propusimos
llenar tu cáliz.
Encantanda con ese artificio
tu abundancia lo había intentado.
Asaz rica para llegar a ser cien veces tú misma
en una sola flor;
es el estado de quien ama…
Pero nunca pensaste en otra cosa.

V

Abandono rodeado de abandono,
ternura contra ternuras…
Es tu interior el que, sin cesar,
parece que se acaricia;
se acaricia en sí mismo,
por su propio reflejo iluminado.
Así inventas el tema
del Narciso que alcanza su deseo.

VI

Una sola rosa es todas las rosas
y es ésta: el irreemplazable,
el perfecto, el dócil vocablo,
que encuadra el texto de las cosas.
Cómo lograr decir sin ella
lo que fueron nuestras esperanzas,
y las tiernas intermitencias
en nuestro incesante partir.

VII

Apoyándote, fresca, clara
rosa, contra mi ojo cerrado -,
parecerías mil párpados
superpuestos
contra el mío, ardiente.
Mil sueños contra mi disimulo
bajo el cual voy, errante,
por el perfumado laberinto.

VIII

De tu sueño asaz repleto,
flor por dentro numerosa,
mojada como una llorona
te inclinas sobre la mañana.
Tus suaves fuerzas que duermen
en incierto deseo,
desenvuelven las tiernas formas
entre mejillas y senos.

IX

Rosa, por entero ardiente y sin embargo clara,
que tendríamos que llamar relicario
de Santa Rosa…, rosa que difunde
su aroma turbador de santa desnuda.
Rosa ya nunca más tentada, desconcertante
por su paz interior; amante última,
tan lejos de Eva, de su primera alarma -,
rosa que infinitamente posee la pérdida.

X

Amiga de las horas en las que nadie queda,
en que todo se niega al corazón amargo;
consoladora cuya presencia atestigua
tantas caricias que flotan en el aire.
Si renunciamos a vivir, si renegamos
de lo que era y de lo por venir,
¿pensamos, acaso, lo bastante en la insistente amiga
que a nuestro lado cumple con su labor de hada?

XI

Tengo una tal conciencia de tu
ser, rosa completa,
que mi consentimiento te confunde
con mi festivo corazón.
Te respiro como si fueses,
rosa, la vida entera,
y me siento el amigo perfecto
de una tal amiga.

XII

¿Contra quién, rosa,
has adoptado
estas espinas?
¿Tu alegría demasiado fina
te obligó
a transformarte en esta cosa
armada?
Pero, ¿de quién te proteje
esta arma exagerada?
Cuántos enemigos te he
sacado
que no le tenían miedo alguno.
Al contrario, del verano al otoño,
hieres los cuidados
que se te prodigan.

XIII

¿Prefieres, rosa, ser la ardiente compañera
de nuestros arrebatos presentes?
¿Es el recuerdo quien te invade aún más
cuando se va una dicha?
Tantas veces te he visto, feliz y seca,
-cada pétalo una mortaja-
en un cofre perfumado, junto a una mecha
o en un libro amado que releeremos solos.

XIV

Verano : ser por unos días
coetáneo de las rosas;
respirar lo que flota en torno
de sus almas abiertas.
Hacer de cada una que muere
una confidente,
y sobrevivir a esa hermana
en otras rosas ausente.

XV

Sola, oh abundante flor,
creas tu propio espacio;
admiras tu imagen en un espejo
de fragancia.
Tu perfume envuelve como otros pétalos
tu cáliz innumerable.
Yo te retengo, tú te muestras,
Prodigiosa actriz

XVI

No hablemos de ti. Eres inefable
por naturaleza.
Otras flores adornan la mesa
que tú transfiguras.
Te ponen en un simple jarrón -,
y he aquí que todo cambia:
es la misma frase, quizás,
pero cantada por un ángel.

XVII

Eres tú quien preparas en ti misma
algo más que tú, tu última esencia.
Lo que sale de ti, turbadora emoción,
es tu danza.
Cada pétalo consiente
y da en el viento
algunos pasos perfumados
invisibles.
Oh música de los ojos
toda rodeada por ellos,
te vuelves en el medio
intangible.

XVIII

Todo lo que nos emociona lo compartes.
Pero lo que te ocurre lo ignoramos.
Habría que ser cien mariposas
para leer todas tus páginas.
Algunas de vosotras sois como diccionarios;
quienes las cortan
querrían encuadernar todas esas hojas.
En cuanto a mí, amo las rosas epistolares.

XIX

¿Es como ejemplo que te propones ?
¿Puede uno colmarse como las rosas
multiplicando su materia sutil
que fue hecha para no hacer nada?
Ya que ser una rosa no es
según parece, trabajar,
Dios, mientras mira por la ventana,
hace la casa.

XX

Dime, rosa, ¿cómo es
que en ti misma encerrada,
tu lenta esencia impone
a este espacio en prosa
tantos aéreos transportes?
Cuántas veces el aire
pretende que lo horadan las cosas
o, bien con un mohín,
se muestra amargo.
Mientras que en torno de tu carne,
rosa, se pavonea.

XXI

¿No te produce vértigo girar
en torno a ti misma sobre tu tallo
para terminarte, rosa redonda?
Pero cuando tu propio ímpetu te inunda,
en tu capullo te ignoras.
Es un mundo que gira en redondo
para que su calmo centro ose
el redondo reposo de la rosa redonda.

XXII

De nuevo, tú sales
del país de los muertos,
rosa, tú que llevas
hacia un día de oro
esta dicha convencida.
¿Lo autorizan, acaso, esos
cuyos cráneos vacíos
nunca supieron tanto.

XXIII

Rosa, que tan tarde llegaste y a quien las noches amargas
detienen con su excesiva claridad sideral,
rosa, ¿adivinas las fáciles delicias plenas
de tus hermanas estivales?
Durante días y días te veo vacilar
en tu vaina demasiado ajustada.
Rosa que, al nacer, imitas al revés
las lentitudes de la muerte.
¿Tu estado innumerable te hace conocer
en una mezcla en que todo se confunde
ese acuerdo inefable de la nada y el ser
que nosotros ignoramos?

XXIV

Rosa, ¿hubiéramos tenido que dejarte fuera,
amada exquisita?
¿Qué hace una rosa allí donde el destino
en nosotros se agota?
No hay retorno. Hete aquí:
con nosotros
compartes, arrobada, esta vida, esta vida
que no es la de tu tiempo.
Rainer Maria Rilke
Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

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