domingo, 20 de diciembre de 2015

POEMAS DE ANTONIO PLAZA

(México 1833- 1882)





16 DE SEPTIEMBRE

Venid, el arpa que tomé en mis manos
Cuando vagué por la infecunda arena
Tiene una maldición a los tiranos,
Que en sus bordonas ásperas rusueña.
Mármol
                    I

La Virgen de Occidente, ondina de los lagos,
la fada de ojos negros brillantes como el sol,
la linda como estrella sagrada de los magos,
la perla que soñaron Virgilius y Colón;

la Venus de los castos idílicos amores,
sultana sobre lecho mullido de arrayán,
azteca soberana, señora de señores,
la reina de cien reyes, indígena beldad;

lloraba sin ventura sufriendo los insultos
que audaz le prodigara ibérico invasor:
cadáveres sus héroes rodaron insepultos,
hollados por el casco de exótico bridón.

Las plantas extranjeras pisaron estos lares,
al genio revelados del sabio genovés,
que con audacia suma condujo a nuestros mares
carabelas compradas con joyas de Isabel.

La gente aventurera que vino de otro mundo
inmarcesible gloria queriendo conquistar,
cubrió nuestra campiña de luto sin segundo,
taló de nuestros padres la espléndida heredad,

y aquellos españoles que retemblar hicieron
la tierra infortunada del gran Tezozomoc,
a las hondas, macanas y flechas, opusieron
el estallido ignoto de horrísono cañón.

Batallas desiguales el campo estremecía,
que nunca el mexicano se rinde sin luchar;
en yácalas profundas los muertos no cabían...
era una fosa inmensa el suelo de Anahuac.

De sangre se tiñeron las olas de los mares,
de sangre se tiñeron las rosas del pensil,
las llamas devoraron alcázares y aduares,
y México fue presa de horrores mil y mil.

Manchóse la teocali con la sangre inocente
de aztecas que Alvarado inermes degolló,
¡lástima que un guerrero de corazón valiente
dejara en su memoria caer ese borrón!

Preparó la hecatombe con frases de cariño,
y su traición infame le vino a conquistar
la gloria del gigante que lucha con el niño,
la gloria del cobarde que mata por detrás.

Aquellas indomables legiones altaneras
que luto y exterminio sembraron por doquier,
cazaban a los indios como se cazan fieras,
y el estertor del indio formaba su placer.

La guerrera falange que trajo en sus pendones
el símbolo sagrado sublime de la Cruz,
en medio de atabales y fuego de cañones
importó el Evangelio divino de Jesús.

Y frailes y caudillos hallaron desde luego
en México la bella espléndido botín;
y expiró atormentado en su lecho de fuego
el héroe de los héroes, el gran Quautemotzin.

Sedientos de riqueza en sangre se bañaron,
doquiera desplegando un lujo de crueldad;
y trémulos de ira, mataron, y maíaron,
la raza conquistada queriendo exterminar.

Que sangre y sólo sangre formaba su delicia,
un sudario sangriento sirvióles de mantel:
viles migajas de oro tentaron su codicia,
y sobre negras tumbas basaron su poder.

Las púdicas doncellas lloraban deshonradas
por la torpe lascivia de audaz conquistador;
y las nobles matronas sufrieron indignadas
ultrajes inauditos de soldadesca atroz.

Y la virgen que antes posara sobre flores
aurífera sandalia, perdió la libertad;
su veste desgarraron altivos vencedores,
y tuvo por corales cadenas nada más.

¡Ay! México la hermosa, señora independiente,
rodar vio por el fango su límpido blasón;
y al extranjero vugo dobló su altiva frente
sufriendo resignada tres siglos de opresión.

Tres siglos de conquista, de nobles y virreyes,
y frailes que atizaron la hoguera de la fe,
tres siglos en que España dictó a su antojo leyes,
tres siglos ominosos de gótico poder.

Tres siglos coloniales de triste remembranza,
tres siglos en que México sus fastos enlutó;
porque los conquistados creían sin esperanza
eternas sus cadenas, eterno su baldón.

                    
                           II

        Mas Dios quiso en sus favores
    que un sacerdote bendito,
    lanzara de guerra un grito
    en el pueblo de Dolores.

        Grito fue que, por ventura,
    único recuerdo encierra:
    porque retembló la tierra
    con el grito de aquel cura.

        Grito que escuchó la gloria
    ebria de placer profundo;
    grito que se oye en el mundo
    repetido por la historia.

        Dios del suelo mexicano
    retirar quiso el azote,
    que al grito del sacerdote
    palideció el castellano.

        Fue aquel grito, no os asombre,
    de resultado inaudito,
    que al escuchar aquel grito
    volvió el esclavo a ser hombre.

        El que antes, pobre villano,
    los ojos alzara apenas,
    trituró con las cadenas
    la frente de su tirano.

        Y tranquilo, porque encono
    no cabe en pechos valientes,
    con un grupo de insurgentes
    desafió el párroco al trono.

        El trono aprestó legiones
    con rencorosa bravura,
    y la mitra lanzó al cura
    tremendas excomuniones.

        Realistas e independientes,
    por intereses extraños,
    lucharon años tras años,
    y corrió sangre a torrentes.

        Fosas y fosas llenaban
    las huestes del rey odiosas,
    y del centro de las fosas
    nuevos soldados brotaban.

        Y lleno de fe sencilla
    en mil combates librados,
    batió el cura a los soldados
    intrépidos de Castilla.

        Y armado de buen derecho,
    entre las sangrientas olas,
    opuso siempre su pecho
    a las balas españolas.

        Pero Hidalgo, en su delirio,
    halló abrojos y no flores;
    que Dios da a los redentores
    la corona del martirio.

        Y cual Moisés, que la vida
    al perder sin pesadumbre,
    vio brillar desde la cumbre
    del Phasga, la prometida

        tierra, así aquel cura egrégico,
    de su gloria en el vestíbulo
    vio brillar desde el patíbulo
    la independencia de México.

        Hoy, con júbilo profundo,
    conmemora el mexicano
    el grito de aquel anciano,
    que fue redentor de un mundo.

        E Hidalgo desde la gloria
    tiene aquí sus ojos fijos,
    porque nosotros, sus hijos,
    bendecimos su memoria.

      .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .
      .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .
      .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .
      .   .   .   .   .   .   .   .   .   .   .
        Hoy mi labio a nadie inculpa,
    ni vengo a encender rencores,
    porque de aquellos horrores
    tuvo la época la culpa.

        Por mi parte, sin violencia
    y sin temor, lo confieso:
    la conquista fue un progreso,
    un deber la independencia.

        Hoy benditas afecciones
    han substituido a la saña;
    porque México y España
    son dos hidalgas naciones.

        Y a todo español diremos:
    «Aquellos hechos pasaron;
    si nuestros padres se odiaron,
    nosotros nos amaremos».

        Porque, creedme, señores.
    siendo grandes y benignos,
    podremos hacernos dignos
    del párroco de Dolores.


                    III


  Anciano venerable, quizá en el cielo penas
mirando de tu patria el porvenir fatal;
de tu patria que tiene escrita en sus cadenas
la irónica palabra de santa libertad.

  La patria que dormida al borde del abismo,
su estúpido letargo no quiere sacudir;
aquí la democracia es negro despotismo,
la estafa y el capricho las leyes son aquí.

  Mas confórmate, Cura, con tu brillante suerte,
que en libro misterioso por Dios escrito fue:
que de los grandes hombres sirva sólo su muerte
para que tengan vida ios pequeños después.



A María del cielo


Y ya al pisar los últimos abrojos
De esta maldita senda peligrosa
Haz que ilumine espléndida mis ojos
De tu piedad la antorcha luminosa
                           García Gutiérrez.

Flor de Abraham que su corola ufana
abrió al lucir de redención la aurora:
tú del cielo y del mundo soberana,
tú de vírgenes y ángeles Señora;

Tú que fuiste del Verbo la elegida
para Madre del Verbo sin segundo,
y con tu sangre se nutrió la vida,
y con su sangre libertose el mundo:

tú que del Hombre-Dios el sufrimiento,
y el estertor convulso presenciaste,
y en la roca del Gólgota sangriento
una historia de lágrimas dejaste;

tú, que ciñes diadema resplandente,
y más allá de las bramantes nubes
habitas un palacio transparente
sostenido por grupo de querubes

y es de luceros tu brillante alfombra
donde resides no hay tiempo ni espacio,
y la luz de ese sol es negra sombra
de aquella luz de tu inmortal palacio.

Y llenos de ternura y de contento
en tus ojos los ángles se miran,
y mundos mil abajo de tu asiento
sobre sus ejes de brillantes giran;

tú que la gloria omnipotente huellas,
y vírgenes y troncos en su canto
te aclaman soberana, y las estrellas
trémulas brillan en tu regio manto.

Aquí me tienes a tus pies rendido
y mi rodilla nunca tocó el suelo;
porque nunca Señora, le he pedido
amor al mundo, ni piedad al cielo.

Que si bien dentro del alma he sollozado,
ningún gemido reveló mi pena;
porque siempre soberbio y desgraciado
pisé del mundo la maldita arena.

Y cero, nulo en la social partida
rodé al acaso en páramo infecundo,
fue mi tesoro una arpa enronquecida
y vagué sin objeto por el mundo.

Y solo por doquier, sin un amigo,
viajé, Señora, lleno de quebranto,
envuelto en mis harapos de mendigo,
sin paz el alma, ni en los ojos llanto.

Pero su orgullo el corazón arranca,
y hoy que el pasado con horror contemplo,
la cabeza que el crimen volvió blanca
inclino en las baldosas de tu templo.

Si eres ¡oh Virgen! embustero mito,
yo quiero hacer a mi razón violencia;
porque creer en algo necesito,
y no tengo, Señora una creencia.

¡Ay de mí! sin creencias en la vida,
veo en la tumba la puerta de la nada,
y no encuentro la dicha en la partida,
ni la espero después de la jornada.

Dale, Señora, por piedad ayuda
a mi alma que el infierno está quemando:
el peor de los infierno... es la duda,
y vivir no es vivir siempre dudando.

Si hay otra vida de ventura y calma,
si no es cuento promesa tan sublime,
entonces ¡por piedad! llévate el alma
que en mi momia de barro se comprime.

Tú que eres tan feliz, debes ser buena;
tú que te haces llamar Madre del hombre,
si tu pecho no pena por mi pena,
no mereces a fe tan dulce nombre.

El alma de una madre es generosa,
inmenso como Dios es su cariño:
recuerda que mi madre bondadosa
a amarte me enseñó cuando era niño.

Y de noche en mi lecho se sentaba
y ya desnudo arrodillar me hacía,
y una oración sencilla recitaba,
que durmiéndome yo la repetía.

Y sonriendo te miraba en sueños,
inmaculada Virgen de pureza,
y un grupo veía de arcángeles pequeños
en torno revolar de tu cabeza.

Mi juventud, Señora, vino luego,
y cesaron mis tiernas oraciones;
porque en mi alma candente como el fuego,
rugió la tempestad de las pasiones.

Es amarga y tristísima mi historia;
en mis floridos y mejores años,
ridículo encontró, buscando gloria,
y en lugar del amor los desengaños.

Y yo que tantas veces te bendije,
despechado después y sin consuelo,
sacrílego, Señora, te maldije
y maldije también al santo cielo.

Y con penas sin duda muy extrañas
airado el cielo castigarme quiso
porque puse el infierno en mis entrañas;
porque puso en mi frente el paraíso.

Quise encontrar a mi dolor remedio
y me lancé del vicio a la impureza,
y en el vicio encontré cansancio y tedio,
y me muero, Señora, de tristeza.

Y viejo ya, marchita la esperanza,
llego a tus pies arrepentido ahora,
Virgen que todo del Señor alcanza,
sé tú con el Señor mi intercesora.

Dile que horrible la expiación ha sido,
que horribles son las penas que me oprimen;
dile también, Señora, que he sufrido
mucho antes de saber lo que era crimen.

Si siempre he de vivir en la desgracia,
¿por qué entonces murió por mi existencia?
si no quiere o no puede hacerme gracia,
¿dónde está su bondad y omnipotencia?

Perdón al que blasfema en su agonía,
y haz que calme llorando sus enojos,
que es horrible sufrir de noche y día
sin que asome una lágrima a los ojos.

Quiero el llanto verter de que está henchido
mi pobre corazón hipertrofiado,
que si no lloro hasta quedar rendido
¡por Dios! que moriré desesperado.

¡Si comprendieras lo que sufro ahora!...
¡Aire! ¡aire! ¡infeliz! ¡que me sofoco!...
Se me revienta el corazón ... ¡Señora!
¡Piedad!... ¡Piedad de un miserable loco!


No te olvido


¿Y temes que otro amor mi amor destruya?
qué mal conoces lo que pasa en mí;
no tengo más que un alma, que es ya tuya,
y un solo corazón, que ya te di.

¿Y temes que placeres borrascosos
arranquen ¡ay! del corazón la fe?
Para mi los placeres son odiosos;
en ti pensar es todo mi placer.

Aquí abundan mujeres deslumbrantes,
reinas que esclavas de la moda son,
y ataviadas de sedas y brillantes,
sus ojos queman, como quema el sol.

De esas bellas fascinan los hechizos,
néctar manan sus labios de carmín;
mas con su arte y su lujo y sus postizos,
ninguna puede compararse a ti.

A pesar de su grande poderío,
carecen de tus gracias y virtud,
y todas ellas juntas, ángel mío,
valer no pueden lo que vales tú.

Es tan ingente tu sin par pureza,
y tan ingente tu hermosura es,
que alzar puede su templo la belleza
con el polvo que oprimes con tu pie.

Con razón me consume negro hastío
desde que te hallas tú lejos de aquí,
y con razón el pensamiento mío
sólo tiene memoria para ti.

Yo pienso en ti con ardoroso empeño,
y siempre miro tu divina faz,
y pronuncio tu nombre cuando sueño.
Y pronuncio tu nombre al despertar.

Si del vaivén del mundo me retiro,
y ávido de estudiar quiero leer,
entre las letras ¡ay! tu imagen miro,
tu linda imagen de mi vida ser.

Late por ti mi corazón de fuego,
te necesito como el alma a Dios;
eres la virgen que idolatro ciego;
eres la gloria con que sueño yo.


Horas negras


Huyó la dulce sonrisa
Nació el sarcasmo sangriento...
                                      J. E.

Coplero a quien inspira el desencanto,
trovador sin futuro y sin amores,
sobre la tumba de mis sueños canto
al colocar mi búcaro de flores.

Odia el mundo mi canto descreído,
el estigma social tiznó mi frente...
cárabo del dolor, cada gemido
me concita el sarcasmo de la gente.

Sin luz el alma la ilusión desdeña,
el pesar no la irrita ni la abate,
y ni la frente envejecida sueña,
y ni el leproso corazón me late.

Repugna a todos mi fatal delirio
repelen todos mi sufrir eterno,
que brilla en mi aureola de martirio
la fatídica flama del infierno.

Devorado por negra pesadumbre
lanzo en vez de sollozos carcajadas;
porque de infame crápula en la lumbre
arrojé mis creencias adoradas.

En aras de la fe vertí mi llanto;
perdida ya la fe, busqué la orgía;
pero el vicio acreció mi desencanto,
y el vicio, la virtud, todo me hastía.

A mi gastado corazón de lodo
nada, en fin, es capaz de conmoverlo,
y perezoso, indiferente a todo
no puedo ser feliz, ni quiero serlo.

Mi vida ha sido decepción horrible,
el mundo sin piedad ha envenenado
mi corazón que, un tiempo tan sensible,
no sufre al encontrar un desgraciado.

Y si me duelo del dolor ajeno
mi risa burla ese dolor profundo,
que si a mi corazón queda algo bueno
me da vergüenza que lo sepa el mundo.

Cuando la pena torturó mi vida,
la cruda pena la insulté yo mismo,
porque soberbio disfracé la herida
con el torpe descaro del cinismo.

En el albor de juventud sensible
amaba todo, porque fui creyente
yo deliré buscando lo imposible
y de mentiras se pobló mi frente.

Yo combatí con ánimo esforzado
contra la saña de mi suerte adversa;
pero en la lucha atleta fatigado,
sentí agotarse mi gigante fuerza.

Me presentó pensiles engañosos
en su espejo ese mundo fementido,
cual presenta cambiantes primorosos
débil burbuja en su cristal fingido.

yo también la ilusión vestí de gala
del placer en los cármenes risueños,
yo también de Jacob fijé la escala
para subir al mundo de los sueños.

Soñé con la virtud cándidos lirios
y quise, necio, de ilusión beodo,
subir a la región de los delirios;
pero al querer subir, caí en el lodo.

Yo rebusqué sediento de placeres,
de amistad y de amor las emociones,
y turbas mil de amigos y mujeres
vinieron a matar mis afecciones.

Al ver mis sentimientos chasqueados
burlé yo mismo mi amoroso empeño,
y ya no alcé castillos encantados
sobre la base efímera del sueño.

De mi pobre ilusión asesinada
los restos profanó mi ánima impía;
porque el cadáver de mi fe burlada
alumbré con las luces de la orgía.

Y di culto a ese mundo estrafalario,
y en mi gastada juventud inquieta,
vestido de arlequín subí al calvario
y empapé con mi llanto la careta.

En irritantes goces crapulosos
escarneciendo mi penar ingente,
hice cabriolas y tragué sollozos,
y lleno de ira divertí a la gente.

Mas penitente ya, sufro callando
y consumido de letal tristeza,
por la vía dolorosa voy cargando
la ridícula cruz de mi pobreza.

Histrión a quien el mundo no perdona,
héroe de carnaval, mártir maldito,
un birrete de loco es mi corona
y por túnica llevo un sambenito.

Y nutrido de negras decepciones,
avergonzado en mi vejez, reniego
del enjambre de locas ilusiones
que acarició mi juventud de fuego.

Ilusiones brillantes halagaban
a mi edad juvenil que yo maldigo,
y sediento de gloria me agitaban
sueños de rey en lecho de mendigo.

Soñé en la gloria con delirio tanto,
fue tal la audacia de la mente loca,
que la gloria de Dios, único y santo,
a mi osada ambición pareció poca.

Más Dios abate mi soberbia rara,
y encuentro justa la expiación severa;
que si la gloria que soñé alcanzara
Satanás vencedor acaso fuera.

Fue mi sueño una ráfaga ilusoria;
no existe ese laurel que busqué loco,
que para darme mi imposible gloria
el orbe es nada, lo infinito poco

Para pedir la gloria que yo anhelo
es débil, impotente la palabra;
que desván estorboso encuentro el cielo
do el pensamiento audaz se descalabra.

Ya no me importa mi dolor presente,
ya no me importa mi dolor pasado,
el porvenir lo espero indiferente...
lo mismo es ser feliz que desgraciado.

Sólo ambiciono de fastidio yerto,
cansado ya de perdurable guerra,
el acostarme en mi cajón de muerto
dormir en paz debajo de la tierra.



A Inés Nataly


Quiso mostrarte la clemencia santa
y te infundió su soberano aliento,
puso en tus ojos luz de firmamento
y del ángel el trino en tu garganta.

Y admirándose al ver belleza tanta,
Baja -te dijo- al valle del tormento,
y cuando el hombre en negro desaliento
clame: ¡NO EXISTE DIOS! mírale y ¡canta!

Y tú, cisne del cielo, la armonía
nos revelas del cielo al escucharte;
yo, que olvidando al cielo ya tenía,

enviada del Señor, quiero cantarte,
que aunque la fe del alma apagó el llanto,
donde Dios se revela, allí le canto.




A Loreto


                                                                         (En su día)

Feliz el que recuerda al llegar a su cumpleaños,
las horas que vinieron preñadas de placer;
feliz quien no ha sufrido terribles desengaños;
feliz el que no bebe la copa de la hiel.

Feliz el que recoge sin pena en su camino
las flores de la vida que el cielo perfumó;
feliz el que no lucha con bárbaro destino,
feliz el que no pierde, luchando, el corazón.

Feliz el que acaricia la faz de la esperanza;
feliz el que se duerme soñándose feliz:
feliz el que despierto contempla en lontananza
bordados de placeres, brillante porvenir.

Feliz el que transita su ruta de ilusiones,
llevando ante los ojos la venda de la fe;
feliz el que no sabe qué negras decepciones
arrancan esa venda. Feliz el que cree.

¿Eres feliz, Loreto? ¿Iguales y tranquilas
tus horas se desprenden, trayéndote quizá,
ventura tras ventura? ¿O acaso en tus pupilas,
del infortunio sientes lás lágrimas temblar?

Yo miro en tu semblante un algo que entristece,
señora, yo adivino que no eres tú feliz:
tal vez una esperanza en tu alma desfallece;
tal vez, una creencia ha muerto para ti.

¿Por qué si Dios te hizo tan buena como hermosa,
tus ojos impregnando con luces del Edén:
por qué permite, dime, que pena silenciosa
tu corazón trucida, simpática mujer?

¿Por qué misterio triste tu seno deposita?
¿Por qué te enluta el alma la noche de pesar?
¿Y por qué todos sufren, Loreto, en la maldita
tierra, en la que se vierte de lágrimas raudal?

Nunca hablas de tu pena; pero sé que padeces,
aunque quieras tu alma de mártir esconder.
A mí con tu tristeza, señora, me entristeces,
que yo también padezco al verte padecer.

Feliz si yo pudiera, hermosa infortunada,
derramar en tu herida un bálsamo feliz,
y tus pesares todos leer en tu mirada
y al quitártelos todos, tomarlos para mí.

Feliz fuera, Loreto, si acaso conocieras
cuánto mi pecho apena tu negro padecer,
y como te comprendo también me comprendieras,
que dos infortunados compréndense muy bien.

Perdona si me atrevo tu pena a recordarte
en la bendita fecha que marca tu natal;
ojalá que pudiera de gloria coronarte,
y a tus pequeñas plantas el goce encadenar.

Coplero sin fortuna, sólo tengo mi lira,
que bárbaro destino de luto la cubrió;
por eso es triste el canto, señora, que me inspira
el afecto que siente por ti mi corazón.

Dios quiera que tranquila resbale tu existencia;
Dios te dé más placeres que goces me dio a mí;
Dios haga que te halaguen con su divina esencia
las flores purpurinas, encanto del abril.

Dios quiera que recuerdes, en cada cumpleaños,
las horas que pasaron preñadas de placer;
Dios quiera que no sufras terribles desengaños;
Dios quiera que no apures... la copa de la hiel.




A Rosa


A tu lado yo siento, Rosa mía,
que tenemos los dos un alma sola;
si probara una gota de ambrosía
suspendida en tus labios de amapola,

A Dios le pido que mi pobre estrella
alumbre un porvenír de venturanza,
y que siempre resbale tras tus huellas
la inmaculada luz de la esperanza.

Ojalá que en tu senda sin abrojos
nunca el llanto humedezca tu mejilla
ni el brillo apague de tus lindos ojos
donde mi cielo de ventura brilla.

Porque tu goce mi tormento calma
y con tu pena el corazón me hieres;
padece mi alma si padece tu alma,
y soy dichoso si dichosa eres.

Que mi vida, mujer, mi vida entera
se halla en tal grado con la tuya unida,
que la temible muerte no pudiera
arrebatar tu vida sin mi vida.

Te amo, Rosa, como nunca he amado;
a tus pies encadeno mi destino,
y a tu amor es final abrillantado
que encendiera el Señor en su camino.

Tu mirada tiernísima concluye
de mi penar intenso la' violencia,
que tú eres el iris que destruye
la horrible tempestad de mi existencia.

A tu lado la dicha me sofoca,
y mi ser se estremece de contento
cuando mi nombre de tu linda boca
embalsamado sale con tu aliento.

Y yo Rosa, te encuentro tan divina,
que un ángel envidiara tus hechizos,
tan pura como el aura vespertina,
jugando de las olas con los rizos.

Eres tú la ilusión de mis amores
y la diosa de mi alma enamorada,
isla preciosa de benditas flores
en un mar de pureza colocada.

Ensueño sacrosanto de ternura,
mi grande aspiración es poseerte;
si se agita la flor de mi ventura
el desengaño me dará la muerte.

II
Mas no, que pronto con eterna liga
para siempre mi bien, a ti enlazado
teniéndome a tus pies arrodillado,
me oirás hermosa, sin cesar decir:

A ti mujer, la de cabellos blondos,
de tez de raso, de inspirada frente,
la de ojos lindos, la de boca riente
a ti te amo, no más, no más a ti.

A ti tan fina como bucle de ángel,
tan blanca como hielo de Apenino,
hermosa cual topacio golcondino,
a ti te amo, no mas, no mas a ti.

A ti, mujer tan noble como el mártir,
a ti más tierno que de alondra el canto,
a ti más pura que del niño el llanto,
a ti te amo, no más, no más a ti.


 

A una actriz


Intérprete feliz del pensamiento.
ángel que brillas en la gloria humana,
ciñéndole a tu frente soberana
la espléndida corona del talento.

Heroína del noble sentimiento,
no me admira el laurel que te engalana;
porque sé que en la tierra mexicana
el genio tiene su mejor asiento.

Sigue de gloria con tu sueño santo
y conquista renombre sin segundo
en la futura edad, que yo entretanto,

al aplaudirte con afán profundo,
diré orgulloso en atrevido canto:
nada envidias, ¡oh patria!, al Viejo Mundo.




 

A una exbella

¿Eres tú?... ¿Eres tú la hada hermosa
a quien rendí mi corazón ingente?
¿Eres aquella peregrina diosa
que despreció mi culto reverente?

¡Vade retro!, ¡infeliz!... vieja asquerosa,
negro cadáver de ilusión ardiente,
poema de un amor santo, divino,
forrado en indecente pergamino.

¡Oh, cuánto, cuánto padecer me hiciste.
De mi llanto de fuego te reíste,
de mi fe candorosa te burlaste.
Todo al fin acabó... tú lo quisiste,
que en la senda del vicio te arrojaste,
y has encontrado en esa cloaca impura
una vejez infame y prematura.

Tu boca, ayer fragante como rosa,
se ha convertido en cueva tenebrosa
depósito de perlas incesantes,
donde bailan un par de flojos dientes;
y tu crencha tan fina, tan sedosa,
es ya mechón de canas indecentes;
¿y así te amaba yo?... ¡terrible chasco!
si lo que inspiras tú es solo... asco.

Pobre mujer, en tu vejez temida,
en la horrible vejez, que da coraje,
eres muerta ilusión, fruta podrida,
árbol seco, cenizo, sin ramaje;
mariposa en gusano convertida;
pavo real desnudo de plumaje:
y qué ¿tu porvenir no te acobarda? ..
vete ¡por Dios!... el hospital te aguarda.

Como el viento, fugaz es la hermosura;
es el lujo fantástica quimera:
las flores se convierten en basura,
los trajes van a dar a la hilachera,
y la epidermis de sin par blancura
es el forro de horrible calavera,
y los ojos brillantes, primorosos,
se vuelven agujeros asquerosos.





A una niña


Niña gentil que a la vida
despertaste alegre ayer,
como en Oriente despierta
la luz al amanecer.

Niña, que del oro cielo
viniste al mundo a caer,
como aljofarada gota
del nítido rosicler.

Y en inmaculada cuna
te remeciste después,
como ilusión que se mece
del sueño al dulce vaivén.

Niña de cabellos de oro
y de labios de clavel
Son de rosa tus mejillas
es de raso tu alba tez.

Es tu sonrisa inconsciente,
de ángel tu mirada es,
y como brilla una estrella
brilla el candor en tu sien.

Dichosa tú que del mundo
pasando vas el dintel,
sin sospechar que las flores
espinas tienen también.

En mi canto, bella niña,
le ruego al Dios de Israel,
que la virtud de tus años
tierno, en otros te dé.

Para que ese mundo, nunca,
con su lodo y fetidez,
ensucie de tu pureza
el blanquísimo glasé;

Qué siempre tú, mariposa
en primoroso vergel
hueles y en las flores halles
ánforas ricas de miel;

Que dé calor a tus alas
el santo sol de la fe,
y que jamás una espina
tus alas llegue a romper.

 





A una ramera

       
                                       Vitium in corde est idolum in altare
                                                                                    San Jerónimo


I
Mujer preciosa para el bien nacida,
mujer preciosa por mi mal hallada,
perla del solio del Señor caída
y en albañal inmundo sepultada;
cándida rosa en el Edén crecida
y por manos infames deshojada;
cisne de cuello alabastrino y blando
en indecente bacanal cantando.

II
Objeto vil de mi pasión sublime,
ramera infame a quien el alma adora.
¿Por qué ese Dios ha colocado, dime
el candor en tu faz engañadora?
¿Por qué el reflejo de su gloria imprime
en tu dulce mirar? ¿Por qué atesora
hechizos mil en tu redondo seno,
si hay en tu corazón lodo y veneno?

III
Copa de bendición de llanto llena,
do el crimen su ponzoña ha derramado;
ángel que el cielo abandonó sin pena,
y en brazos del demonio ha entregado;
mujer más pura que la luz serena,
más negra que la sombra del pecado,
oye y perdona si al cantarte lloro;
porque, ángel o demonio, yo te adoro.

IV
Por la senda del mundo yo vagaba
indiferente en medio de los seres;
de la virtud y el vicio me burlaba,
me reí del amor, de las mujeres,
que amar a una mujer nunca pensaba;
y hastiado de pesares y placeres
siempre vivió con el amor en guerra
mi ya gastado corazón de tierra.

V
Pero te ví… te ví… ¡Maldita hora
en que te ví, mujer! Dejaste herida
a mi alma que te adora, como adora
el alma que de llanto está nutrida;
horrible sufrimiento me devora,
que hiciste la desgracia de mi vida.
Mas dolor tan inmenso, tan profundo,
no lo cambio, mujer, por todo el mundo.

VI
¿Eres demonio que arrojó el infierno
para abrirme una herida mal cerrada?
¿Eres un ángel que mandó el Eterno
a velar mi existencia infortunada?
¿Este amor tan ardiente, tan interno,
me enaltece, mujer, o me degrada?
No lo sé… no lo sé… yo pierdo el juicio.
¿Eres el vicio tú? … ¡adoro el vicio!

VII
¡Ámame tú también! Seré tu esclavo,
tu pobre perro que doquier te siga;
seré feliz si con mi sangre lavo
tu huella, aunque al seguirte me persiga
ridículo y deshonra; al cabo... al cabo,
nada me importa lo que el mundo diga.
Nada me importa tu manchada historia
si a través de tus ojos veo la gloria.

VIII
Yo mendigo, mujer, y tú ramera,
descalzos por el mundo marcharemos;
que el mundo nos desprecie cuando quiera,
en nuestro amor un mundo encontraremos.
Y si, horrible miseria nos espera,
ni de un rey por el otro la daremos;
que cubiertos de andrajos asquerosos,
dos corazones latirán dichosos.

IX
Un calvario maldito hallé en la vida
en el que mis creencias expiraron,
y al abrirme los hombres una herida,
de odio profundo el alma me llenaron.
Por eso el alma de rencor henchida
odia lo que ellos aman, lo que amaron,
y a ti sola, mujer, a ti yo entrego
todo ese amor que a los mortales niego.

X
Porque nací, mujer, para adorarte
y la vida sin ti me es fastidiosa,
que mi único placer es contemplarte,
aunque tú halles mi pasión odiosa,
yo, nunca, nunca, dejaré de amarte.
Ojalá que tuviera alguna cosa
más que la vida y el honor, más cara
y por ti sin violencia la inmolara.

XI
Sólo tengo una madre. ¡me ama tanto!
sus pechos mi niñez alimentaron,
y mi sed apagó su tierno llanto,
y sus vigilias hombre me formaron.
A ese ángel para mí tan santo,
última fe de creencias que pasaron,
a ese ángel de bondad, ¡quién lo creyera!,
olvido por tu amor… ¡loca ramera!

XII
Sé que tu amor no me dará placeres,
sé que burlas mis grandes sacrificios.
Eres tú la más vil de las mujeres;
conozco tu maldad, tus artificios.
Pero te amo, mujer, te amo como eres;
amo tu perversión, amo tus vicios,
y aunque maldigo el fuego en que me inflamo,
mientras más vil te encuentro, más te amo.

XIII
Quiero besar tu planta a cada instante,
morir contigo de placer beodo;
porque es tuya mi mente delirante,
y tuyo es ¡ay! mi corazón de lodo.
Yo que soy en amores inconstante,
hoy me siento por ti capaz de todo.
Por ti será mi corazón do imperas,
virtuoso, criminal, lo que tú quieras.

XIV
Yo me siento con fuerza muy sobrada,
y hasta un niño me vence sin empeño.
¿Soy águila que duerme encadenada,
o vil gusano que titán me sueño?
Yo no sé si soy mucho, o si soy nada;
si soy átomo grande o dios pequeño;
pero gusano o dios, débil o fuerte,
sólo sé que soy tuyo hasta la muerte.

XV
No me importa lo que eres, lo que has sido,
porque en vez de razón para juzgarte,
yo sólo tengo de ternura henchido
gigante corazón para adorarte.
Seré tu redención, seré tu olvido,
y de ese fango vil vendré a sacarte;
que si los vicios en tu ser se imprimen
mi pasión es más grande que tu crimen.

XVI
Es tu amor nada más lo que ambiciono,
con tu imagen soñando me desvelo;
de tu voz con el eco me emociono,
y por darte la dicha que yo anhelo
si fuera rey, te regalara un trono;
si fuera Dios, te regalara un cielo.
Y si Dios de ese Dios tan grande fuera,
me arrojara a tus plantas, vil ramera.

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