lunes, 7 de diciembre de 2015

POEMAS DE PIERRE LOUYS

Louys Francia, 1870-1925)

Poema Los Tres Amantes 

El primer amante
me ciñó un collar
de perlas nacidas
en ignoto mar;
con él, un palacio
y esclavas sin par
y un templo y un trono
pudiera comprar.
El segundo amante
dijo en mi loor:
-Si de tus cabellos
el negro esplendor
desatas, la noche
se esparce en redor;
y de tus azules
ojos al fulgor
la mañana enciende
su primer albor .
El tercer amante
-lo tuve hasta ayer-
de toda hermosura
tenía en su ser;
tan solo mirarlo
era ya un placer
que aún a su madre
hacía estremecer…
Su frente, su boca
-tibio rosicler-
sobre mis rodillas
venía a poner.
Tú, nada me dices;
tú, nada me das:
ni joyas, ni versos,
ni es bella tu faz;
nunca fina clámide
ceñiste quizás…
Sin embargo, túya
siempre me verás
cual los tres amantes
me vieran jamás.
Versión de Carlos López Narváez

 La Copa 

Lykas me vio llegar
a campo abierto,
vestida con una exómida de esclava
que me dejaba un seno descubierto.
¡Es tan abrumadora esta luz flava!
Luego él quiso mi seno moldear.
Hiñó en cercana fuente cristalina
un Puñado de arcilla suave y fina
y lo aplicó a mi piel, que acariciaba
la arcilla dúctil; mas, tan fría estaba…
Me sentí desmayar.
Una copa redonda, umbilicada,
con forma de mi carne moldeada
puso a secar al sol.
La decoró después en un diseño
de púrpuras y de ocres, con beleño
y con rojo ababol.
Fuimos luego a la fuente
que surge por ahí,
a las ninfas campestres consagrada,
y en su clara corriente
arrojamos la copa, ya colmada
con flores de alelí.
De “Las canciones de Bilitis”
Versión de Enrique Uribe White

 Último Amante 

Mancebo, no pases de largo
sin gustar mi amor:
desnuda en la noche, mi carne
recobra esplendor;
más sabio y feliz que cualquiera
frágil primavera
mi otoño te entrega su ardor.
No esperes placer de las vírgenes :
ese arte sutil
lo ignoran ingenuas doncellas,
no es cosa de abril.
Viviendo su rlto constante,
al último amante
dar quiero la esencia febril.
Mi último amante ha llegado:
eres tú, doncel.
Toma, pues, mis labios -cisterna
de ansioso tropel-.
y toma también mis cabellos
que aún guardan ellos
de Safo divina la miel.
Tendrás de mis cálidas vides
el jugo mejor;
aún los más hondos recuerdos
quemaré en tu honor.
Serán tuyas mis joyas más ricas .
la flauta de Lykas
y de Nasdyka el ceñidor.
Versión de Carlos López Narváez

Bilitis


De lana viste la vecina ruda;
hay mujeres que lucen sedas, oro;
otras, con hojas cubren su decoro;
otra, las flores con primor anuda.

Yo no quiero vivir sino desnuda.
T ámame, amante, como voy. Adoro
de joyas y damascos el tesoro,
mas, no a Bilitis una gasa escuda.

Son mis labios de un rojo sin ardides;
es negro mi cabello, sin tocado,
flota libre en mi frente un solo rizo.

Una noche de amor así me hizo
mi madre. Tómame cual soy, amado:
mas, si te gusto, dímelo... no olvides.

De "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White
 


Canción


Cuando lo vi, al regreso,
el rostro entre las manos oculté.
Él me dijo: "No temas, nuestro beso
¿quién, quién lo pudo ver?"

"Nos vio la noche" -díjele- "y la luna;
nos vio el alba, de fijo;
las estrellas, también.
Se miraba en el lago la importuna
y al agua bajo los sauces se lo dijo".

"Lo contó el agua al remo
y el remo, a la barquilla;
y al pescador, la quilla.
Ahí no quedó todo, bien lo temo,
pues, ¡ay! el pescador lo contó a su mujer".

"Si la mujer lo dijo a una comadre,
ya lo sabrá mi madre,
hasta mi hermana,
y la Hélade entera, esta mañana.
Todos, hasta mi padre, ya lo habrán de saber".

De "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White



El apogeo


Psiqué, hermana mía, escucha inmóvil, y tiembla.
La dicha llega, nos toca y nos habla de rodillas.
Estrechémonos las manos. Sé grave. Escucha aún... Nadie
es más feliz esta noche, más divino que nosotros.

Una ternura inmensa atrae entre las sombras
nuestros ojos semi-cerrados. ¿Qué queda todavía
del beso que se calma, del suspiro que se pierde?
La vida ha dado la vuelta a nuestro áureo reloj de arena.

Esta es nuestra hora eterna; eternamente grande.
La hora que sobrevivirá al efímero amor
como un velo impregnado de rosa y lavanda
conserva, cien años después, la juventud de un día.

Más tarde, hermosa mía, cuando noches ajenas
hayan pasado sobre ti, que ya no me esperarás,
cuando otros, acaso, amiga de las suaves manos,
celosos de mi nombre, rozarán tus pies desnudos.

Acuérdate de que un día vivimos los dos juntos
la única hora en que los dioses conceden, un instante,
a la cabeza inclinada, a la espalda temblorosa,
el puro espíritu vital que huye con el tiempo.

Acuérdate de que una noche, en nuestro lecho,
acariciándonos con deseos ansiosos de unirse,
cambiamos de boca a boca
la perla imperecedera en la que duerme el recuerdo.
Versión de L.S.




El bucoliasta


Entre los dedos ágiles la flauta estremecida
como femíneo talle, dócil a la ternura,
un enjambre de arpegios cautivos apresura
a hermanar del rebaño con la voz dolorida.

Al tañedor infante que a la canción convida
responde sólo el eco de la yerma llanura;
los dioses nunca amaron la pastoril ventura
que arrullan las cigarras en la noche transida.

Y el efebo así canta: ¡Oh Febo! Sé clemente;
soy bucoliasta y puro, de los dioses ferviente:
dáme el laurel ansiado que tu poder recata.

Y cuando me concedas tu indulgente sonrisa,
consagraré en el ara que la grama tapiza
mi rústica siringa a tu lira de plata.

Versión de Carlos López Narváez




El deseo


Ella entró, y apasionadamente, los ojos
cerrados, unió sus labios a los míos y
nuestras lenguas se conocieron... Nunca hubo
en mi vida un beso como aquél.

Ella estaba de pie contra mí, toda amorosa
y complaciente. Una de mis rodillas, poco
a poco, se colocó entre sus muslos cálidos,
que cedieron como para un amante.

Mi mano deslizándose sobre su túnica,
buscaba adivinar el cuerpo desnudo que curva
a curva ondulante se plegaba, donde se combaba,
se atiesaba con los roces de la piel.

Con sus ojos en delirio, designaba el lecho,
pero no teníamos el derecho de amarnos antes
de la ceremonia de nupcias y nos separamos
bruscamente.

Versión de L.S



El viejo y las ninfas


Un viejo solitario habita la montaña.
Hace muchos inviernos se cerraron sus ojos
por mirar a las ninfas -peligrosos antojos-.
Desde entonces el recuerdo de tal visión lo baña.

Vive de ese recuerdo. -Sí, las ví, me contesta.
Helopsikria y Limnantis, las de cabellos lisos.
Estaban en la orilla como para una fiesta,
junto a las aguas verdes del estanque de fisos.

Inclinaban sus frentes eróticos instintos
bajo la cabellera. Las uñas transparentes.
Los pequeños tesoros de los senos ardientes
eran maravillosos cálices de jacintos.

Paseaban sus largos dedos sobre las linfas,
engarzando nenúfares de tallos elegantes.
y en redor de los muslos ágiles de las ninfas
formaba el agua círculos cada vez más distantes.

Versión de Víctor Sánchez Montenegro



En la estela de Leconte de Lisle


Peregrino: en la estela que entre lauros triunfales
alza sobre mi fosa su funeral decoro
esculpió un lapidario la cigarra de oro,
la faz del astro rey y los pavos reales.

Canté las epopeyas, los héroes inmortales,
y la sagrada Atenas y el rutilante coro,
y exalté con visiones purpúreas el tesoro
del Trópico hechizante, sus golfos y corales.

He aquí mi sepulcro. No la natal comarca
con esplendor de sueños orientales enmarca
ni entibia con sus vahos mis despojos proscritos.

Pero el viviente triste ya es el muerto glorioso:
alado fue mi espíritu a res'catar ansioso
los nombres de los dioses y el alma de los mitos.

Versión de Carlos López Narváez

 




Confidencias


A la siguiente mañana
fui a su casa.
Tímidas amapolas,
las mejillas en brasa.
Y para estar a solas
me hizo entrar a su alcoba, muy ufana.

¡Tenía por preguntarle tantas cosas!
Pero al mirar su cíngulo ceñido
a la altura de las nuevas esposas,
¡por las diosas!
sufrí total olvido
y no osé ni abrazar su cuello erguido.

No ver cambio indiscreto
en su rostro me llenaba de asombro. Todavía
era mi amiga fiel, me parecía.
Pero desde la víspera nupcial, ese secreto
que me llenaba de susto reprimido,
mi amiga habría aprendido.

Súbito, me senté en su regazo;
en redor de su cuello puse el brazo,
y murmuré a su oído
como vivaz epodo,
las preguntas ansiosas.
Entonces ella, con las mejillas juntas, ruborosas,
-entonces ella me lo dijo todo.

De "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White



La cabellera


Me dijo: "Anoche tuve un sueño...
sentía alrededor de mi cuello tus cabellos
como un negro collar sobre mi pecho".

"Los acariciaba... eran los míos".
"Y estábamos ligados para siempre
así, por una misma cabellera; con las bocas unidas,
tal como dos laureles, a menudo, sólo una raíz tienen".

"Me parecía que, lentamente,
los miembros de tal modo confundidos,
yo era tú misma.
que tú estabas en mí; ése fue el sueño".

Cuando el relato terminó, las manos
suavemente posó sobre mis hombros.
Me miraba, tiernos los ojos, con amor tan hondo,
que yo bajé los míos
estremecida.

De "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White
 


La carta perdida


¡Ay de mí! He perdido su carta. La había puesto entre el estrofión y la piel, al calor del seno. Pero, he corrido
y ha debido perdérseme.

Desandaré el camino para buscarla, pues si alguien la encontrase, la llevaría a mi madre, y ésta me azotaría
ante la burla de mis hermanas.

Si la hallase un hombre, me la devolvería, y tal vez intentaría hablarme en secreto. En ese caso, creo saber
la manera de arrebatársela.

Pero, si es una mujer quien la ha leído, ¡oh, Zeus guardián, protégeme! Porque lo contará a todo el mundo,
o me birlará a mi amante.

De "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White


Afrodita

Canto Primero: Crisis


Sentada con los blancos tobillos
carcomidos y marchitos de los besos
vemos a Crisis, desprovista de abrigos,
llorosos sus ojos de hallarse frente al Ciego
e impotente cantor de su tormento.
Laméntase Crisis de su negra suerte
con su ronca voz virginal de todo celo
en cantar loas al cantor que tiene enfrente.
Cálida, como las flores del Oriente
Perfumada con las gotas de rocío
de la mañana de este aciago desatino
pregunta su voz sedosa por Demetrio
a quien Afrodita, para su privado servicio,
mezquinamente confinó en un monasterio.
Pregunta a todos a donde queda eso
para mejor enviar sus improperios por correo
Sus ojos, negros, y sus pequeños senos,
traviesos como dos gemelos cervatillos,
apuntan allí donde está el vino
y altiva, manda en su busca al Ciego
cantor con los más sutiles requiebros
A Baco, el amante del delirio.
Mas Baco decide hoy estar sordo
y el Ciego no llega en su tropiezo
más que a volcar el cántaro en la fuente.
--¡Serán ciegas todas las aves del Infierno!
--exclama Crisis sin ningún sentido,
mas respetando la medida de estos versos.
Y, como una diosa, que busca su inmortal destino,
corre a los bordes de la fuente
Grita a Demetrio, que lo culpa de su suerte,
y tristemente se ahoga en vino tinto.

Canto Segundo: Demetrio


El suave aliento de Demetrio
perfumaba la entrepierna de Afrodita.
--Eres alto y esbelto --decía ella--
como la única palmera que hay en Delfos,
verdad es que ya está vieja.
Y con cara de infinito aburrimiento
chupaba una rosa y se tragaba una orquídea.
Rió Demetrio, tontamente, aunque con voz cristalina
y mordió fuertemente el peplo de Afrodita
quién exclamó en alemán un juramento:
--Voto a tal --dice afrancesada
luego de un más afortunado y suave beso.
--Aquí viene un mensajero justo a tiempo
y Demetrio mueve la perfecta cabeza
justo para ver un par de cuernos.
Es Hermes, el de los pies alados
que al varón le ofrece su casco
diciendo: --Le pertenece esto --
y mira intensamente un pliegue
demasiado rosado del peplo transparente.
El atribulado amante, sin sospechar la sorna
se colocó el casco y resultó la suya
testa coronada por la más indigna burla
mas agradeció a Hermes con mirada boba.
--¡Ya sé para que sirven estos cuernos!
--exclama la ingrata Afrodita luminosa
Y libra con Demetrio la más infame
aventura del amor humano y del placer divino.
¡Oh, vosotros, suspicaces!
Que sonreís ante esto complacidos
antes de dormir vuestro sueño sin amantes
Es la desgracia de Hermes la más infame.
Nos dice el bardo que en este canto
se dio Hermes por vencido
y por los caminos vaga eternamente errante.

Canto Tercero


Canta, oh Bardo,
la tontería del bello Demetrio
cuyo cuerpo que perdiera la belleza
que lo hiciera desgraciado
bajo la piedra yace fétido.
Y luego detente: canta
la desdicha de la bella Crisis,
la pequeña ninfa de los ríos mortales,
la que pereció en el vino
que en su boca derramaran
más de mil ochocientos amantes.
Mas cuando oigas
los suaves pasos ondulantes
de la diosa de los sueños
confusos y de las noches errantes.
Cuando sientas el aire
de un aroma dulce enrarecerse,
cuando tambalees como borracho
y no puedas resistir tomar de Chipre un vaso
cuando veas la sombra
que encendió en Vulcano los amores
y que hizo un prisionero de Ares
Calla, oh Bardo:
tu propia dicha te lo ruega,
de aquella que al nacer
castró a su padre
nada cantes y nada quieras.


LOS PECHOS DE MNASIDIKA


Ella abrió escrupulosamente, con una mano
su túnica y me ofreció sus suaves y tibios pechos,
tal como se ofrecen a una diosa un par de
palomas vivientes. "Ámalos bien", me dijo
"¡Yo los amo!". Ellos son venerados, son como chiquillos
pequeños. Yo me deleito con ellos
cuando estoy sola. Me recreo y les brindo
placer. Los riego con leche. Los visto con flores. Sus minúsculos vértices
se enamoran del fino cabello con el que los acaricio.
Los halago con un estremecimiento. En lana reposan ellos en
su sueño. Ya que nunca tendré niños.
Y ya que están tan lejos de mi boca.
Bésalos por mí.


El árbol



Me he desvestido para subir a un árbol. Mis piernas desnudas
abrazan la corteza lisa y húmeda. Mis sandalias caminan sobre
las ramas.


En lo alto, pero todavía bajo las hojas y a la sombra del calor,
me he sentado a caballo sobre una rama apartada, balanceando
mis pies en el vacío.

Había llovido. Gotas de agua caían y corrían por mi piel.
Mis manos estaban manchadas de musgo y los dedos de mis
pies estaban rojos a causa de las flores aplastadas.

Sentía al hermoso árbol vivir cuando el viento pasaba a
través de él; entonces apretaba más las piernas y aplicaba
mis labios abiertos sobre la parte musgosa de una rama.

La Amiga Recién Casada


Esta tarde casó Melisa, mi mejor amiga. Era propicio el signo: nuestras madres se hallaban
encintas. En la ruta del cortejo no se han marchitado aún las rosas; brilla aún en las antorchas la llama nupcial.

Deshago el camino con mi madre, y sueño, sueño... Tal como ella fue hoy, pudiera serlo yo. ¿Acaso no florece mi infancia en pubertad?

Ese mismo fastuoso cortejo, las flautas, los aires nupciales y el carro florido del esposo, la pompa y la fiesta -una tarde- será todo para mí, por mí, entre los gajos de olivo.

Y así como a esta hora Melisa se muestra desnuda ante un hombre, yo dejaré caer mis velos, y habré de saber, en la noche perfumada y atónita, qué es el amor. Y más tarde, quizá, ansiosos pequeñines mamarán de mis pródigos senos. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario