martes, 22 de diciembre de 2015

POEMAS DE BORIS PASTERNAK



(Rusia 1890-1960)


Definición de la labor creadora


Abierto el cuello de la camisa,
peludo como el torso de Beethoven,
recubre con su mano,
                                                cual tablero de damas,
el sueño, la conciencia,
                                                la noche y el amor.

Y una dama negra
-como loca de dolor-
prepara al mundo
                                      para la representación,
cual guerrero a caballo
                                                 sobre simples peones.

Y en el jardín,
                            donde de la cueva,
                                                                   del hielo,
las estrellas se asombran fragantes,
cual feliz ruiseñor,
                                        sobre el cuerpo de Isolda
feneció la frialdad de Tristán.

Los jardines, estanques y vallas,
todo el gran Universo
                                              de gritos de albura,
no son otra cosa que descargas
de la pasión acumulada
                                                  por el humano corazón.

De "Mi hermana es la vida"  1917
Versión de César Astor




Distracciones con la amada


Por cimbreante ramita aromada,
             absorbiendo en tinieblas su néctar,
de un cáliz a otro corría
             la humedad de alocada tormenta.

Deslizándose de uno a otro cáliz,
            dejó en ellos, muy nítida,
una gota, enorme, cual ágata,
            reluciente, colgante y tímida.

Nada importa que el viento,
                                                          que azota el arbusto,
            esa gota torture y aplaste.
Queda entera, no rompe,
                                                   y quedan dos más
            que se besan y beben.

Y se ríen, e intentan soltarse,
mas se yerguen, y quedan como antes.
No caerán esas gotas del cáliz,
no podrán separarse por nada.

De "Mi hermana es la vida"  1917
Versión de César Astor




Epílogo


                                 Amiga mía, ¿tú preguntas
                                   quién ordena que arda el
                                               habla del inválido?

Vamos a soltar las palabras
como un jardín, cuál ámbar y monda:
con distracción y generosamente,
apenas, apenas, apenas.

No hay que mencionar
porqué con tanta ceremonia
la rubia y el limón
han salpicado las hojas.

Ni a quién lloró en las púas
y por las varas se metió
en las notas, hacia el estante
a través de las persianas.

Ni a quien manchó con serbas
la alfombra, tras la puerta,
y al lado, palpitantes,
las letras en cursiva.

¿Preguntas quién ordena
que agosto sea largo,
para quién nada es pequeño,
y quién da el acabado
a las hojas del arce
y desde los días del Eclesiastés
no ha abandonado su puesto
labrando el alabastro?

¿Preguntas quién ordena
que los labios de los asteres y lirios
de septiembre sufran?
¿Que la hojita del sauce,
de las cariátides canosas
haya volado
a la humedad de las losas
de otoñales hospitales?

¿Preguntas quién lo ordena?:
El Dios Omnipotente del amor,
el de los Yagáilov y las Yadvigas.*

No sé si habrá sido resuelto
el enigma de la nada de ultratumba,
pero la vida es minuciosa
como el silencio otoñal.

*Yagailo y Yadviga: Gran Duque de Lituania y Reina de Polonia, cuyo
matrimonio dio comienzo a la unidad polaco-lituana (1386-1572)

Versión de César Astor



 


Epílogo 2


No, no soy yo quien le ha hecho estar triste.
Yo no merecía el olvido de mi patria.
Era el sol el que ardía en las gotas de tinta,
como en racimos de grosella polvorienta.

Y en la sangre de mis cartas y pensares
apareció la cochinilla.
Esta Púrpura del gusano es de mí independiente.
No, no soy yo quien le ha hecho estar triste.

Fue la noche que se hizo del polvo y, ardiente,
a ella besaba, ahogada en el ocre, cual polen.
Eran las sombras, palpándole el pulso.
Era ella que, saliendo del seto,
a los campos les daba la cara
y ardía, flotando por el aceite de las cancillas,
cubiertas de penumbra, ceniza y amapolas.

Fue el verano todo, que ardiendo en los marbetes
por los estanques,
igual que equipaje que el sol salpicara,
el pecho del sirgador selló con lacre
y quemó sus vestidos y sombreros.

Fueron sus pestañas las pegadas por la claridad,
fue el disco asalvajado,
que, después de rascarse en la valla los cuernos,
destrozaba la empalizada pegando cornadas.

Fue el oeste, que volando a su voz cual carbunclo
y zumbando, se apagó en media hora,
derramando la púrpura del frambueso y los tagetes.
no, no soy yo quien le ha hecho estar triste.

Versión de César Astor

 



 

Festines


Bebo la amargura de los nardos,
                                                                 la amargura de cielos otoñales,
y en ellos el chorro ardiente de tus traiciones.
Bebo la amargura de las tardes, las noches,
                                                                                        y las multitudes,
la estrofa llorosa de inmensa amargura.

La sensatez de engendros de talleres no sufrimos.
Hostiles somos hoy al pan seguro.
Inquieta el viento aquel de los coperos brindis,
que, muy posiblemente, jamás se cumplirán.

Heredamiento y muerte son comensales nuestros.
Y en la serena aurora, los picos de los árboles llamean.
En la galletera, cual ratón, rebusca un anapesto,
y Cenicienta cambia con premura de vestido.

Suelos barridos, en el mantel...    ni una migaja.
El verso es sereno cual beso infantil.
Y corre Cenicienta, en su coche si hay suerte,
y cuando no hay ni blanca, con sus piernas también.

1913, 1928

Versión de César Astor





Fin


¿Fue todo realidad? ¿Es hora de paseos?
Es mejor dormir eternamente, dormir, dormir,
y no ver sueño alguno.

Otra vez la calle. Otra vez la cortina de tul.
Otra vez, cada noche, la estepa, el almiar, los lamentos,
ahora, y en adelante.

Las hojas en septiembre, con asma en cada átomo,
ven en sueños silencios y sombras. De pronto despierta el verbel
la carrera de un perro.

Espera que se tiendan. De pronto aparece un gigante,
y otro. Unos pasos. «Aquí hay un tornillo».
Un silbido y una voz: «¡Espera!»

¡Si él, literalmente, hundía, desmoronaba el camino
con nuestro paso! El hasta el suelo
torturaba contigo.

Otoño. Baja un abalorio de amarillo azulado.
¡Ay, como tú, podredumbre, he de morir!
¡Qué cansado de vivir estoy!

¡Oh! A destiempo la noche nos inciensa con las maniobras
de las locomotoras; cuado llueve cada hoja se quiere
marchar a la estepa, como aquéllas.

!Las ventanas me hacen escenas. ¡Pero es en vano!
La puerta salta de los goznes cuando el hielo
le besa los codos.

Preséntame a alguno de los ahítos,
como ellos, por la cosecha de los campos del sur,
solares y herrumbre.

¡Pero con la dentera, el pasmo, los terrones
en la garganta, con la tristeza de tantas palabras
te cansas de tener amistad!

Versión de César Astor



Noche

Sin descanso la nocheAvanza y se difundeSobre el mundo que duerme,Mientras un aviador asciende entre las nubes;
Se adentra en el oleajeFluctuante de la niebla,Se vuelve una inicial sobre una sábana,Una pequeña cruz bordada en tela.
Allá abajo los baresNocturnos, los cuarteles,Ciudades extranjeras y estaciones,Maquinistas y trenes.
Una sombra de ala se recortaEn toda su extensión contra una nube.Los astros por lo negro, silenciosos,Vagan en muchedumbre.
Y quién sabe hacia cuálesDesconocidos universos,Con terrible, terrible inclinación,La Vía Láctea extiende su sendero.
En espacios sin fin los continentesIncesantes llamean.En las calderas, en los sótanos,Los fogoneros velan.
En París, bajo el filo de los techosVenus o MarteSe asoman para ver qué nueva farsaProclama el manifiesto.
Y allá, en un resplandor de lejanías,Hay quien no puede conciliar el sueñoEn la antigua buhardillaRecubierta de tejas.
Él contempla el planetaComo si el firmamentoFuese el único objetoDel afán de sus noches.
No te adormezcas, no duermas, trabaja,No hagas un alto en tu tarea,No duermas, lucha contra el sueño,Lo mismo que el piloto, o que la estrella.
No duermas, artista, no duermas,No te entregues al sueño.Que de lo eterno tú eres el rehénEn la prisión del tiempo.


LA DICHA

Se ha extinguido el vespertino aguacero
en los jardines, y la conclusión
es que la dicha nos someter al mismo tormento
que la multitud de las nubes.

Cierto, una felicidad borrascosa
se parece en la figura y el rostro
al triunfo enésimo de las calles
tras la lavadura del temporal.

Reina la paz. Y como Caín
queda marcada por el calor
de los suburbios, denigrado, en olvido,
y mofado por las hojas el trueno.

Y por la altura, y el sollozo de gotas.
Bien fácil de advertir, pues también
los bosquecillos son innumerables:
granos cribados en un compacto tamiz.

En las matas bajas. En el mar de gemas
derretidas, en lo profundo
de la adoración arrebatadora
de los que ruegan a las alturas.

No está exprimido el coágulo del matorral.
El amoroso piquituerto en la jaula
no esparce tan arrogantemente los granos
como la madreselva, con la mina de oro de estrellas.





DEJANDO LOS REMOS


Una barca palpita en el pecho soñoliento,
cuelgan los sauces, nos besan en las clavículas,
en los codos, en los escálamos; ¡oh, espera,
esto a cualquiera puede sucederle!

¡De esto se alegran todos en las canciones.
Esto, pues, quiere decir ceniza de lirio,
exuberancia de margaritas trituradas bajo el rocío,
labios, labios cambiados con las estrellas!

¡Esto, pues, quiere decir abrazar el firmamento,
estrechar al gigantesco Hércules en los brazos,
esto, pues, quiere decir por siglos enteros
dilapidar las noches con un canto de alondras!






EL POEMA QUE SIGUE A LOS POEMAS


En tu estantería he puesto poemas,
poemas que para ti son “yo mismo”.
En mi estantería ningún poema,
y en los días sufridos ningún “yo mismo”.

En la vida de los que cantaron mejor
rasgos hay de tal sencillez
que cualquiera que, auténtico, la gustó,
sólo puede terminar en silencio.

Nacido del linaje de cuanto es,
pariente de un futuro que existe ya,
cómo no caer finalmente
en la herejía de la sencillez inaudita.

Me avergüenzo, cada días más,
de que en lo hondo de un siglo de tales sombras
subsista cierta enfermedad aguda:
la “enfermedad aguda de la poesía”.




La SUSTITUTA


Me acompaña tu risa prendida en el retrato
donde te descoyuntas crujiendo las muñecas,
y se quiebran tus dedos con la mueca más triste
cuando vienen amigos a invadir tu salón.
Entre el ruido de naipes y las fanfarronadas
de Rakoczy, las copas, los hombres, los espejos,
eres tú recorriendo las teclas, encendida,
despreciando los juegos, la rosa, por el vals
al que en broma te entregas, nuevamente saltando,
derramado el cabello, graciosa en la cintura
la flor del amarillo, desfallecida casi,
y el echarpe mordido lo mismo que el dolor;
corriendo tras el leve frescor de una naranja,
la corteza en la mano con un gesto nervioso,
presurosa volviendo a la sala reluciente
donde, tras la cortina, se desvanece el vals
J U L IO

Hay un fantasma dentro de mi casa:
durante todo el día se oyen pasos;
sombras mueven su cuerpo en la buhardilla...
Hay un duende escondido en un rincón.
Ronda por todas partes a deshora;
se mete donde no le llama nadie;
enfundado en su sábana, se acerca
y, de improviso, tira del mantel.
Sin siquiera limpiarse en el felpudo,
llega alocadamente, en torbellino,
y a la cortina toma por pareja
subiéndole las faldas al bailar.
¿Sabéis quién es el picaro granuja
de tan curioso espíritu travieso?
Se trata del vecino entrometido
que ha venido a la dacha por un mes.
Para su breve tiempo de reposo,
le entregamos las llaves de la casa:
la borrasca de julio, el airecillo
de julio es nuestro huésped singular.
Julio, que cuando llega trae pelusa
de diente de león y de bardana;
que nos mete su luz por los balcones
y que todo lo charla en alta voz.
Desaliñado mujik de la estepa
que nos trae la presencia de los tilos
y la hierba olorosa, suave julio
que mete todo el campo en nuestro hogar.

Fragmentos del poema



(dos fragmentos)
              
              I
              Yo he amado también, y el aliento
              del insomnio, temprano, temprano,
              desde el parque bajaba al barranco,
              y en tinieblas,
              salía en volandas hacia un archipiélago
              de calveros cubiertos de niebla felpuda,
              de menta, de ajenjo y codornices.
              Y allí acrecentaba su peso el amor,
              me embriagaba cual ala que toca el disparo,
              caía en el aire, temblaba de fiebre,
              y como el rocío cubría los campos.
              
Allí me encontraba la               aurora. Hasta las dos
              brillaban riquezas del cielo infinito.
              Los gallos, entonces, temían las sombras.
              Trataban de ocultar sus temores,
              mas de sus gargantas salían bombas de fogueo,
              y el espanto les daba una voz de falsete.
              Se apagaban las constelaciones. Como hecho de encargo,
              por el claro asomaba un pastor
              con cara de apagaluces de saltones ojos.
            
              Yo he amado también. Y ella, por ahora,
              quizás viva aún. Pasará algún tiempo,
              y algo grande, cual otoño, un día
              (tal vez no mañana, más tarde,
              cuando sea)
              se encenderá sobre la vida como un resplandor,
              apiadándose de la espesura. De la luz de los charcos,
              que se mueren de sed como ranas. Del temblor leporino
              de los prados, cuya oreja recubre la estera
              de hojarasca del año anterior. Del ruido,
              que semeja un falso oleaje de vida pasada.
              Yo he amado también, y lo sé: lo mismo que campos mojados
              vemos siempre al comienzo del año,
              cada pecho mantiene en su fondo
              un febril amor a mundos nuevos.
            
              Yo he amado también, y ella aún vive.
              y lo mismo, patinando en tempranos comienzos,
              permanecen los tiempos,
              y se esfuman detrás del instante.
              Esta linde es hoy, como antes, muy fina.
              Como antes,
              el pasado remoto parece reciente.
              Como antes,
              apartado de los testimonios,
              enloquece el ayer, simulando ignorar
              que no es ya nuestra casa de hogaño.
              ¿Es esto Posible? ¿Es decir, que, en efecto,
              el amor no es durable, sino que se aleja
              durante toda la vida
              cual tributo de asombro al instane?
            
              1916, 1928
            
              2
              Dormía. Aquella noche velaba mi espíritu.
              Sonó un golpe. La luz se encendió.
              La ventana anunciaba tormenta.
              La abrí como estaba, a medio vestir .
            
              Así es como nieva. Así murmuran los copos.
              Así balbucean las bocas de signos.
              Allí está el original;
              aquí, la palidez de la copia.
              Allí está todo en sangre;
              aquí no hay sangre alguna.
            
              Allí, iluminado, cual difunto,
              por débil luz del ventanal,
              limpia el aféizar con las lilas
              -el frío croquis de un glaciar .
            
              En noche ginebrina el Sur entreteje,
              como en trenza de mujer meridional,
              brillos de algarrobas y de albaricoques,
              orquestas y barcas, y risas de olas.
            
              Y, cual revolviendo castañas,
              echa en braseros con el cogedor
              bebidas de hombres,
              y de las mujeres,
              jarabe con luz y calor.
            
              De cada luz llega una plática.
              Y arriba, ahogándose, el olmo
              el lienzo hace temblar de la marquesa
              y pinta con sus ramas en la gasa.
            
              Tú mira, ¡qué fiebre en los Alpes!
              ¡Qué fiel a la patria es cada paso!
              ¡Oh, sé bella, por favor!
              ¡Oh, por favor, en cada caso!
            
              Con tu belleza matadora,
              cien veces bella, más y más,
              tú siempre, siempre, a todas horas,
              de frialdad fundida estás.
            
              Pues, atropina y belladona
              tomando, triste, alguna vez,
              igual que tú, miraré frío,
              e igual que tú, «sufre» diré.
            
              1916
            
              Versión de César Astor

MAL AGUDO

Eramos un coro en los espejos.
Hablo de todo ese medio
con el que tenía el propósito
de abandonar la escena− y lo haré.
Aquí no hay lugar para la vergüenza.

Yo no he nacido tres veces
para mirar de frente de tres modos.
El bosque otoñal
(traducción propia)
Se cubrió de rizos el bosque otoñal.
La sombra, el sueño y la serenidad en el persisten.
Ni la ardilla, ni la lechuza, ni el pájaro carpintero
De su sueño lo podrán despertar.
El sol, por los senderos otoñales,
El bosque entra al atardecer,
Y con recelo, de reojo mira a su alrededor,
Por si se entraña alguna emboscada.
Las ciénagas, los terrones y los álamos hay en el,
El musgo y las alisedas,
Y en alguna parte, detrás de los pantanos forestales,
En la aldea se escucha el canto de los gallos.
Resuena el quiquiriquí del gallo,
Y de nuevo para un rato se calla.
Como si permaneciera indeciso,
Sin saber si hay sentido en este introito.
Pero en el lejano rinconcito,
Se lanza el quiquiriquí de su vecino.
Como si fuese el centinela de la garita,
Lanza el quiquiriquí en respuesta otro gallo.
Parecerá su canto — eco,
Se tornarán, un gallo y después otro.
Marcarán con la glotis, siendo guías
El este y el oeste, el sur y el norte.
Por el intercambio del canto de los gallos
Regalará el bosque al lindero amplitud,
Y sin costumbre verá de nuevo
Los campos, la lejanía y la añileza del cielo.

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