El aula
El maestro de griego nos decía: Las palabras
macularon su antigua pureza. Las palabras
fueron antes más bellas... Las palabras...
Y la voz del maestro se quedaba prendida
de una tela de araña.
Y un muchacho con cara de Hamlet repetía:
Palabras... Palabras... Palabras...
Pequeños refranes: El que calla otorga.
Oh amada,
que calzas tus frases con chanclos de goma,
pero nunca otorgas.
¿Conoces la nueva?
El silencio es oro, la palabra es plata.
Ergo, pignorables.
Y existen palabras que solo se dicen
en casos fortuitos,
como la palabra del Abracadabra...
El maestro sigue diciendo palabras.
El arte... la ciencia...
Algunas abstrusas, algunas preclaras.
El muchacho con cara de Hamlet, bosteza;
y fuera del aula,
un pájaro canta
silencios de oro
en campo de plata...
Los buzos diamantistas
I
Una nítida noche, en que la pedrería
sideral deslumbrada,
los buzos diamantistas, en santa cofradía,
descendimos al mar...
Puede ser -nos dijimos- puede ser
que la luz de Saturno, diluyéndose, forme
algún extravagante sulfato, alguna gema
nunca vista jamás...
II
Puede ser, nos dijimos...
Lunarios opalinos, Academias
rutilantes de nácar y coral,
donde monstruos socráticos decían
que sólo siendo feo se puede ser genial.
Dialéctica sucinta de un sabio calamar:
Seamos impasibles, sublimes y profundos
como el fondo del mar.
Si no por altivez, por desencanto
imitemos el gesto del océano
monótono y salobre...
Es lo mismo que un astro se derrumbe
o se muera un gusano.
Seamos impasibles como el fondo del mar...
III
Y después --oh adverbio ineludible--
una joven medusa iridiscente
embrujo nuestros sueños.
¿Qué doncella mortal puede tener
su encanto deleznable, y sus pupilas
que fosforecen vírgenes de llanto?
Una vez nada más, entre dos aguas,
contemplamos su grácil navegar.
Como el rey Apolonio ahora decimos:
Yo tuve un nombre,
un bello nombre que perdí en el mar.
IV
En un cielo violáceo bosteza Lucifer.
El ponto está cantando su canción azul.
Los buzos diamantistas, en sana cofradía,
volvemos a la tierra, a vivir otra vez.
Traemos del abismo la pesadumbre ignota
de lo que pudo ser...
Tomado de:
https://www.poemas-del-alma.com/renato-leduc.htm
Égloga IV
Muchacha: Ya sonó el despertador.
Parece
que amanece.
Tu marido no tardará en llegar
y si me encuentra...
Ya -terrones de azúcar- las estrellas
disuélvense en la leche matinal;
ya renace la vida pueblerina;
ya los gallos comienzan a cantar...
Oigo mugir un buey en la barranca.
Muchacha, tu marido
no tardará en llegar...
De "El aula" 1929
Estrofas en torno de un amor menguante
Luna impoluta que miré de niño
rodar entre el verdor de la arboleda;
verso primero escrito sin aliño
amor primero del que nada queda.
Sueños de gloria y esperanza incierta,
viajes absurdos de la fantasía
y penetrar al cielo por la puerta
estrecha del dolor, sin alegría.
Confín violáceo del venusto monte,
fogata temblorosa que agoniza,
neblina que confiere al horizonte,
grises de perla o grises de ceniza.
Turbia serenidad que otrora tuve,
perdida ya para fortuna mía.
Desgarradora condición de nube
ardida al rojo blanco, pero fría.
Marino afán de corregir el rumbo
que Dios imprime a la perdida barca,
y quedar a merced de viento y tumbo
sobre la inmensa superficie zarca.
Cándida confesión que no hice nunca,
amor buscado y nunca conseguido,
poema nunca escrito, vida trunca,
vuelo en el acto de arrancar, fallido.
Discreta como usted, como usted blonda,
la media luz de los atardeceres.
Menguante amor prendido de la honda
noche con diamantinos almeres.
Todo el candor que nos quitó la vida,
toda la fuerza que nos dio el dolor,
todo es ahora luz desvanecida,
tibieza, soledad, último amor...
De "Algunos poemas
deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo
innecesario" 1933
Ineludible poema del adiós
Sólo un occiduo sol que disemina
en tintas jaldes la silueta tuya,
extraviada en los riesgos de una esquina,
sin quien a mi fervor la restituya.
Blanco pañuelo
que tremolaste con enhiesto brazo,
signo será de adiós y desconsuelo
cuando se vuelva a presentar el caso.
Rueda la noche y en la noche el tren,
el uno y la otra por distinta vía;
alguien habrá que en el desierto andén
consigne fardos de melancolía.
Diáfano cielo
con un errante corazón de plata;
cuántas muchachas llorarán en celo.
Oh, gemebundo amor de gato y gata.
El agrio viento que en Paris y en otros
turbios países torna la veleta,
por falta de veleta entre nosotros
a transportar suspiros se concreta.
Luces, fugaces luces
de una casa perdida en la llanura;
cuántas doncellas beberán de bruces
sueños, que el sol amargo desfigura.
Viento del mar que con hinchado aliento
al viento avienta iridiscente espuma;
al cruzar tu recuerdo amarillento,
olor de viaje y de marisco exhuma.
Estos gajos lunáticos de luna
saben a menta;
cuántas muchachas llorarán a una
dicha, perdida por error de imprenta.
Brumoso viento que nos cuenta el cuento
del viejo Valdemar
y sus hijas, que en modo truculento
sucumbieron, cansadas de esperar.
A viajero veloz, senda florida.
Oh, muchachas de amable contextura,
hay que decir adiós porque la vida
es menos dura cuanto menos dura.
Estrella, estrella
que contemplas cien mundos a la vez,
¿dónde está, di, la postrimer doncella?
dónde está, pues...
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
Inútil divagación sobre el retorno
Más adoradas cuanto más nos hieren
van rodando las horas,
van rodando las horas porque quieren.
Yo vivo de lo poco que aún me queda de usted,
su perfume, su acento,
una lágrima suya que mitigó mi sed.
El oro del presente cambié por el de ayer,
la espuma... el humo... el viento...
Angustia de las cosas que son para no ser.
Vivo de una sonrisa que usted no supo cuándo
me donó. Vivo de su presencia
que ya se va borrando.
Ahora tiendo los brazos al invisible azar;
ahora buscan mis ojos con áspera vehemencia
un prófugo contorno que nunca he de alcanzar.
Su perfume, su acento,
una lágrima suya que mitigó mi sed.
¡Oh, si el humo fincara, si retornara el viento,
si usted, una vez más, volviera a ser usted!
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
La conversión
Prólogo
Pensamos que ya era tiempo de ser románticos,
y entonces
confeccionamos un paisaje ad-hoc,
saturado del más puro idealismo,
y barnizamos la luna
de melancólico color.
Adquirimos también
una patria y un dios
para los usos puramente externos
del culto y del honor.
(Vertimos por la patria
medio litro de sangre;
comulgamos con ruedas de molino
por el amor de Dios.)
¡Ah!... y teníamos una dama
propia para el corazón.
Usaba las manos blancas,
un albo cuello de cisne
y los ojos insolubles
a la temperatura del alcohol.
Era una dama Capuleta,
hábil para charlar en el balcón.
Naturalmente, Chopin
y algunas otras cosas similares,
nos hicieron llorar más de una vez,
pero justificamos nuestro llanto
con el capcioso: ¿Quién que es, no es?
Y otras veces
llorábamos también por la exquisita
banalidad de nuestra vida
ida.
Cuando
vicios, virtudes y personas notables
bailoteaban
sobre la cuerda de nuestra ironía,
como muchachos locos, en la escuela,
o como tiples en la pasarela.
Y al fin fuimos cristianos
por esnobismo.
Necesitábamos precisamente
algún egregio sembrador de dudas
y en un baile de máscaras
la rubia Magdalena nos presentó a Jesús.
Y sucedió, porque al atardecer
las pasiones jocundas acallaron
su estentóreo fulgor de dinamita.
Éramos mansos de corazón
y la carne del Cosmos era de una
estupenda belleza hermafrodita.
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
La esquina
Cuánto tiempo esperé contra la esquina
de mi perplejidad un grande amor;
cuánto tiempo esperé y cuando llegó
apenas pude caminar tras él.
La pantalla platónica -la esquina-
nos arroja la sombra torturada
de las cosas
que la razón glacial estratifica.
El silbato de tránsito es un geiser
glutinoso.
El amor se bifurca en esperanzas
que alambique cerúleo cristaliza,
y esa mujer que va pasando deja
glaucas estalactitas de sonrisa.
Dramática figura del que espera
un aleatorio amor en cada esquina.
Blanco de las potencias enemigas;
de los perros que orinan,
de los dioses acuáticos
y del camión fecundo en tropelías.
Triste figura mía
que abjuraste de todo movimiento
esperando en la esquina
cosas como el amor, tardas, ambiguas.
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
Moraleja de todo esto o séase la manera como, a juicio
del autor,
ha de estarse el hombre de buen vivir y savoir faire...
Como el señor,
como el señor del Buen Despacho que era
un amigable y buen componedor
en los tumultos de la primavera.
Como el cine que afoca
a los novios penumbra placentera
mientras chicle permutan boca a boca
y les tiemblan las piernas, en tijera.
Como la dulce, la plateada luna
que perdió sus virtudes de planeta
una por una
en abyectos oficios de alcahueta.
Como la madre de la bailarina
que da a prócer rufián pública y quieta
posesión; y da la esquina
al insolvente amor de hija coqueta.
Como aquellos que salga lo que salga
quieren a todas luces explicar
la condición sedeña de una nalga,
de Dios la esencia y el color del mar...
Vender la vida en más de lo que valga
¿polvo de oro...? ¿colmillos de elefantes...?
y la raída indumentaria hidalga
vender cuanto antes...
Como el señor honrado, aunque cabrón
que por haber merced o cualquier cosa,
dona al patrón
el usufructo de la casta esposa.
Como el señor de convicciones que
al triunfador en ortodoxo posa,
y va -olvidadizo de lo que antes fue-
de flor en flor, como la mariposa.
Como el joven altivo pero bajo
cuya bifronte idiosincrasia estriba
en darle por detrás a los de abajo
y ofrecer el trasero a los de arriba.
O como el jubiloso campanero
que con igual fervor mueve el badajo
en la boda, el bautizo y el postrero
instante en que nos vamos al carajo.
Un ojo al gato y otro al garabato
armado el brinco y las pisadas lentas
cuando nos llegue el doloroso rato
de hacer las cuentas...
Pues el que canta sin firmar contrato
ay de él...
y, ay del que tiene que vender barato
la tibia leche y la dorada miel...
De "Breve glosa al Libro de buen amor" 1939
Otra canción de otoño
Todos cantan a tiempo su canto postrimero.
Con la barba en la mano o de otro modo,
al llegar el invierno,
todos modulan su canción de otoño.
Cuando llora la carne,
cuando el aire es tan puro que nos ahoga,
y es tan lúcido el cielo que nos deslumbra,
descendemos cantando de las montañas
a beber agua turbia de la laguna.
Cuando llora la carne:
eres aquella misma que contemplamos
desnuda bajo el triunfo de un día de sol.
Eres aquella misma, con la cabeza
cenicienta y vejada por el dolor.
Con la barba en la mano o de otro modo,
todos modulan su canción de otoño.
Dispendiosa elegancia de los crepúsculos.
Dispendiosa elegancia de las mañanas,
muy de mañana.
Ya nos pesa en el alma la formidable
castidad -roca y nieve- de la montaña,
y aceptamos tan sólo la luz de Vésper
porque tiembla y cintila como una lágrima.
Todos cantan a tiempo su canto postrimero,
muy pocos en verano, muy muchos en invierno.
La severa prestancia de los cipreses,
coloridos de sepia crepuscular,
edifica el cansancio de nuestra casa
y exornamos de rojo nuestra tristeza,
y seguimos cantando, que todo pasa.
Y en la margen fangosa de la laguna
húndese sollozando la carne infausta,
trunca y convaleciente como la luna.
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
Romance del emigrante
Nublado sol de estas horas
en que no te puedo ver.
Sol azul como tus ojos,
el de ayer.
Postes... alambres... alambres
hasta el infinito y más.
Postes, alambres y pájaros
fatigados de volar.
Luz amarilla del sol,
sesgando sobre un trigal
-tu cabello y las ventanas
abiertas de par en par-
Postes... alambres... amor
vislumbrado al transitar:
furia de macho cabrío,
candidez de recental
y un pobre muchacho absorto
ante el milagro carnal.
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
Temas
Preámbulo inevitable a
"Algunos poemas
deliberadamente románticos"
Para Mario Mariscal
No haremos obra perdurable. No
tenemos de la mosca la voluntad tenaz.
Mientras haya vigor
pasaremos revista
a cuanta niña vista
y calce regular...
Como Nerón, emperador
y mártir de moralistas cursis,
coronados de rosas
o cualquier otra flor de la estación,
miraremos las cosas
detrás de una esmeralda de ilusión...
Va pasando de moda meditar.
Oh, sabios, aprended un oficio.
Los temas trascendentes han quedado,
como Dios, retirados de servicio.
La ciencia... los salarios...
el arte... la mujer...
Problemas didascálicos, se tratan
cuando más, a la hora del cocktail.
¿Y el dolor?, ¿y la muerte ineluctable?...
Asuntos de farmacia y notaría.
Una noche -la noche es más propicia-
vendrán con aspavientos de pariente,
pero ya nuestra trémula vejez
encongeráse de hombros, y si acaso,
murmurará cristianamente...
Pues...
De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933
Tomado de:
http://amediavoz.com/leduc.htm
Himenoclasta
(Epitafio para la tumba de
José Valenzuela Rodríguez)
Tú que con sutileza de geómetra euclidiano
determinaste el radio probable del placer;
y calculaste, sólo con aplicar la mano,
cuántas pulgadas mide un sexo de mujer. . .
Tú que pontificaste con gesto sibarita
en los propíleos sacros del poliforme amor;
y a cincuenta doncellas —palomas de Afrodita—
mostraste los senderos del más grato dolor...
Cuando la Ker te ciegue definitivamente,
trasmútese tu carne en una vida potente;
y que tu lengua sea, ya para siempre muda,
hoja que cubra el sexo de una virgen desnuda...
(El aula, etc.)
Tiempos de Pancho Villa y de la guerra de mentadas y tiros en la sierra tiempos de fe no en dios sino en la tierra
Por el cerro de la Pila
fueron entrando a Torreón
mi general Pancho Villa
y atrás la revolución...
¡Ay jijos...! ya se nos hizo
cuánto diablo bigotón...
Ya viene Toribio Ortega
subiendo y bajando cerros
y no te enredes ni engañes
que ahí anda Pablito Seáñez
haciendo ladrar los perros.
¡Cuánto usurero barbón...!
¡Ay jijos... cómo les vuela
de la levita el faldón...!
¡Ay jijos... ya se nos hizo:
triunfó la revolución...!
Tenemos camino andado...
No hay que juntarse con rotos
siempre te juegan traición
ya Madero está vengado
ya murió la usurpación.
En su caballo retinto
llegó Emiliano Zapata
bonita su silla charra
y sus botones de plata
pero mucho más bonito
su famoso Plan de Ayala...
Este gallo es de navaja
y no es gallo de espolón
si quieres tierra trabaja
trabaja no seas huevón...
Ya llegó don Venustiano
con sus anteojos oscuros
y Villa y Zapata gritan:
No sé que tengo en los ojos...
porque ya en Pablo González
se vislumbra la traición
¡Ay reata no te revientes
que es el último jalón...!
Ya se están muriendo todos
¡Jesús qué desilusión...!
se está volviendo gobierno
¡Ay dios…! La revolución
(Corrido de la Revolución Mexicana)
Tomado de:
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