Caín enamorado
He sido el oso pedernal
y la cueva de carne
náufrago del desierto peregrino del mar
zozobra amor y por las playas planto
rito de la intención más alta
objeto.
Y si el amor,
sitia quizá de pronto la plaza de Caín
sitia mi plaza
te suplico madre de Dios María
ofende y hiere maltrata ya destruye
al que no supo hacer del sufrimiento
luz de la culpa y de los hombres faro.
El castillo
a María Zambrano
Tersa la luz, desvanecida y alta...
La hora del derrumbe
llegó despacio, displicente y seca;
olvidada de sí;
túmulo y fábula.
Cayó el Castillo;
y con él cayeron
el señor,
su ayudante
y el ayudante del ayudante
del señor del Castillo;
bóvedas; muebles;
cuadros y cruces;
el cazo de la sopa
y la sopa de pan.
De la cima a la sima;
cúmulo y suma;
súmula y cifra.
(Los habitantes del pueblo
cubren con una lápida
el humus que apisona
esencia y huesos
del agrimensor,
del ayudante del señor agrimensor,
del señor.)
Será
1
En la espiral será
si no en la esfera.
Entre la bruma, solos.
Sólo de amor abiertos;
a lo demás, cerrados.
Sólo al amor, al nuestro;
solos y atados.
Si no en la esfera,
será en el torbellino,
en la espiral será.
2
Señálame en la boca
la huella de tu nombre;
sumérgete en mi sangre;
palpita en mí, desnuda;
entiérrame en la carne
la sed de tus raíces;
florece en mí, madura;
deshazte en mí, desnace.
Tomado de:
Lagarto al sol
Roja de sol la tarde.
Roja de sol la oscura
Cola (boreal ayer,
inane ahora)
del lagarto
Perdón
Cuando llegué a San Luis, negro, yo no sabía.
Yo no sabía que tu sonrisa, blanca, es para el negro,
para él, la canción, el dolor, la alegría...
Yo no sabía.
Y cierta tarde quise —insisto: yo no sabía—
acariciar el pelo de tu hija.
Y gritaron sus ojos —acerados puñales de la niña—
el odio de mis víctimas.
Yo no sabía.
Sólo —negro—, sólo quería —lo juro—
acariciar el pelo de tu hija.
Basura
Se pudrieron las sábanas que nos cubrieron ayer
[tímidamente.
No fue la posesión,
que fue tu ausencia,
el equilibrio
entre mi ascenso —franco—
y tu desvío.
La posesión no fue, no fue el encuentro.
Velan quizá en el carro, quizá velan su albura
los hilos que se urdieron
en torno de mi carne y tu silencio.
Metamorfosis
Deshaz la rama el cardenal el nido
sacrifica el dolor a la quimera
rompe la luz el canto
desgaja
vive en la sombra
alienta...
Deseo
No se hable más —susurro—.
Que alienten sorprendidos
—palomas enclaustradas—
los besos en la boca.
Sean ahora —agrego—
tiempo y contorno inoperantes.
Gocémonos mujer arteramente.
Con pausas y señales.
Entre luces y sombras.
A gritos, en silencio.
Digámonos adiós
después altivamente.
Poema
Si hubiéramos sabido recoger las palabras
meterlas en un frasco
y tirarlas al mar
y recogérselas luego
cubiertas las edades las máscaras marchitas
Nuestra voz en el agua
al peso de las olas.
Livia
1
Tu cuerpo, el mío alientan;
escalan sabios, solos
la luz de la fatiga.
Y a veces nos da igual
—tan sólo nos miramos
tan lejos de uno mismo.
En cambio tiene el tacto
en cada yema un pulpo,
un lince en cada mano.
En las cuatro paredes
podadas del recinto
semejan nuestras voces
el bisturí, la daga,
y solamente a gritos
nos adviene el espasmo,
oh luz alborozada.
Quizá la puerta al cabo
del calabozo se abra
y por salir primero,
por muéveme esa paja,
nos matemos por fin,
por fin a dentelladas.
2
"Soy tu fuego" —dijiste—. Acaso entonces.
Cuando el puente desnudo,
cuando la brasa, y cómo la cuidamos,
cuando el portón abierto...
3
Sólo los dos —la suma del miedo y la fatiga—
Era a veces la cama de Procusto la tierra
acompañado el goce de gritos de macacos
los mugidos de vaca sin becerro ni ordeña
el ruido desolado desnudo de las ramas
Oscura apoteosis de quien quedó en el sitio
aunque no supe cómo ni por qué ni por cuánto
Y comprendí —qué pronto— que diciéndote
"¿Quieres?"
se aprestaban las fauces alternas de tu carne
Cómo saber si éramos pira crisol acaso
pudiera sacerdotes perpetuos de algún rito
Cómo negar que tuvo la inesperada punta
aquél mellado romo tálamo de puñales
donde hoy resumo solo la cuesta de los días.
Tomado de:
España 1961
a José Pascual Buxó
Quizá lo mejor hubiera sido meter la cabeza en el agua
del lavabo hasta asfixiarnos,
o acercarnos al potro de belfos temblorosos y dejar que
sus cascos nos moliesen el cráneo,
o machacarnos el corazón con una piedra como si fuese
acaso la peor alimaña.
Porque ni queremos a Dios sobre todas las cosas,
ni esperamos diplomas el día en que la muerte
se nos vuelva de pronto nuestra hermana carnal.
Hemos vivido siempre entre las ruinas
y las ruinas se fueron haciendo de nosotros
y nuestro cuerpo es hoy una nube de polvo
que corre y se desplaza, y que gime las horas,
y que tropieza y grita por las playas.
Porque no queremos la compasión de nuestros hijos
ni la simpatía del Hombre
o el perdón de los tiranos.
Quizá lo mejor hubiera sido
machacarnos el corazón con una piedra como si fuese
acaso la peor alimaña.
Elegía
a mi madre
1
Clamaste y en tu clamor sentiste el peso de mi ausencia.
Yo era tu carne y fui tu grito. Y te encontraste sola y en
la espera.
Y no llegué. No supe de tu llanto.
Yo, que he sido siempre un punto de ti misma, el ala
disecada…
Pero estuve en tus poros, por tus venas.
2
Te siento morir entre mi llanto
y te revivo a besos en mi carne.
Salobre amor, mi amor;
salobre grito.
Dueles, amor, me dueles.
Eres eterna en mí y eres amarga.
Polvo es el polvo.
Tu cielo soy apenas.
Tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/cesar-rodriguez-chicharro-elegia/
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