POEMAS DE JUAN GUSTAVO COBO BORDA A MANERA DE
DESPEDIDA
Poética
¿Cómo escribir ahora poesía,
por qué no callarnos definitivamente
y dedicarnos a cosas mucho más útiles?
¿Para qué aumentar las dudas,
revivir antiguos conflictos,
imprevistas ternuras;
ese poco de ruido
añadido a un mundo
que lo sobrepasa y anula?
¿Se aclara algo con semejante ovillo?
Nadie la necesita.
Residuo de viejas glorias,
¿a quién acompaña, qué heridas cura?
J.A.S.
Un cigarrillo turco, un té chino,
los versos de Baudelaire
y todo ello en la ciudad conventual
que tirita de frío.
Cuánta amabilidad fingida
en estos bogotanos untuosos y relamidos.
Se encerrarán en sus casas
y murmurarán pasito:
"Allí va José Presunción, el niño bonito".
En esto ocuparán sus días.
Y en hablar de política.
Al final, inseguros,
recordarán antepasados
a los cuales, cómo no,
el Rey de España ennobleció sin límites.
Por esta raza menguante y cínica murió Bolívar.
Silva, entre tanto,
con pluma de oro y fina caligrafía,
compone su "Nocturno".
En un bolsillo de Nerval
Hoy me ausentaré de mí, me excusaré de mi presencia,
diré adiós a mi envoltura
y seré más amigo de ese otro ser que me amortaja.
Hoy tengo una cita:
me encontraré con el reflejo que me busca,
con el cuchillo que me acecha;
dibujaré con más amor mi herida
para que allí anides y te pierdas.
Hoy salgo de mí, me digo adiós,
dejo mi rostro como prueba de partida,
me evaporo entre la bruma y resucito.
Camino hacia la huella que se borra,
me persigo por los senderos del bosque:
soy el ladrido y la fuga sin fin del jabalí;
también la flecha y el salto del venado.
Me encuentro en la mosca que me bebe.
Desaparezco entre un farol que agiganta la niebla
y sigo siendo la bufanda que me ahorca.
"Hoy no me esperes porque la noche será negra y
blanca."
Rue de Matignon, 3
El viejo judío enfermo —su oficio era mirar—
levanta con el índice el párpado paralizado:
allí están los polvorientos estandartes del
Emperador.
Las leyendas del liberalismo
no han logrado enturbiar su gesto aristocrático.
Además, renegar de Yahvé, mendigar unos francos
no era, en verdad, asunto grave.
Quedaba el idioma, y el antiguo oficio de Dios,
que es perdonar. Pero el desterrado no es hombre
práctico:
desdicha y aflicción, como en toda biografía
respetable.
Mientras Matilde cotorrea,
Heine, aburrido, se demora en morir.
Henry James
De la vieja mansión donde imperan los buenos modales
sólo nos queda esta historia.
Más allá de la sugerencia flota un aire obsceno
y el amable caballero gritará por fin
al comprobar cómo a pesar de sus esfuerzos
el crimen sí se había llevado a cabo.
Igual a un par de guantes
que nadie, al parecer, reclama
—la prueba, para llamarla de algún modo—
el pasado sigue siendo real, odioso e inalterable.
Pero la dama que sonríe,
prolongando una última luz sobre tan vasto jardín,
nos permitirá comprender hasta qué punto
también nosotros estábamos terriblemente
equivocados.
André Bretón
Elijo la fatalidad escojo lo que ha de matarme
acaricio senos desnudos de toda culpa
más tantos días grises hechos de ramplonería y
aburrimiento
quién los impone
allí donde ni siquiera el relámpago trivial
desgarra estos ojos
tan habituados a convivir con el reverso de las
cosas
abomino también de las aguas estancadas del recuerdo
de todo cuanto es trunco y desfallece
el deseo está delante mío
me espera con los brazos abiertos
se tiende para recibirme
y es ya la tierra evaporándose en el aire
y es ya el aire que adquiere la forma de tu cuerpo.
Dos poetas
Wallace Stevens, abogado experto en seguros,
pensó palabras perdurables
y en medio de pólizas y cuadros cubistas
purificó los sentidos imaginando sobre el escritorio
peras que eran algo más que un fruto,
calorías para una dieta o variaciones de color.
Así también usted,
entre juzgados y notarías,
recuerda versos
que lo restituyen a su ya olvidada condición de
poeta;
viejo, es cierto, pero capaz aún de líneas muy
exactas
acerca de eso huero y afligente que es la
burocracia.
Murmura contrastes previsibles entre la ciudad y el
campo,
no la evasión sino la hondura. Contempla los cerros,
descascarados por la incuria pública, y tacha
apresurado
esas tonterías: aún es crítico severo de sí mismo.
Silencioso, con la mente vacía, aguarda
las palabras iniciales, un comienzo que aluda
oblicuamente a su rutina; algo así
como un indirecto homenaje a Wallace Stevens,
abogado experto en seguros.
Una parábola acerca de Scott
Las mansiones de moda en Long Island están en nuevas
manos.
Allí Gatsby había muerto, luego de amar una mujer.
Quedaba el dolor, tan solo, como una presencia
fraternal
y los afectos superfluos, aferrándose al cuello.
"Dilapidé mis esperanzas
en las pequeñas carreteras
que llevan al sanatorio de Zelda."
Apelaba a frases pastosas, y los hermosos rostros
del año pasado dejaban advertir su vacuidad.
Entretanto, en los guiones, el productor tachaba
giros innecesarios: era el final.
Frasco vacío, boleto para una función que ya pasó,
faltaba el postrer ultraje.
Agradeciendo el tibio vino de la compasión
supo que tenía derecho a morir en paz.
Cavafis
Las calles de Alejandría están llenas de polvo,
el resoplido de carros viejos y un clima
ardiente y seco cerrándose en torno a cada cosa
viva.
Incluso la brisa trae sabor a sal.
En el letargo de las dos de la tarde
hay un ansia secreta de humedad
y el tendero busca en sueños, con obstinación,
la áspera suavidad de una lengua inventando la piel.
Bebe con avidez el agua amarga de la siesta
y despierta cansado por ese insecto que vibra
insistente.
La frescura de la tarde desaparece también
y su única huella fue este sudor nervioso
y el bullicio que minuto a minuto agranda los cafés.
Pasan los muchachos, en grupo, alborotando
y aquel hombre comprende
que ninguna palabra logrará atrapar sus siluetas.
La noche devora y confunde
haciendo mas largo su insomnio,
más hondos sus pasos por sucias callejuelas.
El amanecer lo encontrará contemplando
ese velero que abandona el muelle
y atraviesa la bahía, rumbo al mar.
Notas para un frustrado homenaje a Pessoa
Supongo que Lisboa se parece a Bogotá.
Con gabardina y paraguas
los contabilistas almuerzan rápido
y alargan el periódico hasta las dos.
Hay demasiada gente
y curas y políticos, por todas partes.
Una ciudad conservadora
donde la pobreza se vuelve mutismo
y un insulto, al pasar.
La única alegría: evadirse, quizá,
llenando crucigramas.
Dylan Thomas
Cuanto hubo en él de candoroso, recio y leal,
fue desapareciendo. Quizás supo
que los actos no son nuestros.
El deterioro, entretanto, no hacía más que acentuar
lo inevitable de cualquier inocencia
que es igual a toda hermosura
y se llama podredumbre.
Levantaba el vaso, por último,
con tan poca fe
que algo de esa corrosiva belleza
redimía la ambigüedad de su culpa.
Homenaje a Enrique Molina
El buitre ambiguo de la costumbre
E.M.
Astucia de la mujer que ama
y prolonga, en el ala de las gaviotas,
su caricia. Así vislumbro
tu belleza impune.
Allí donde una miel ansiosa
reclama su imperio, perdido
en el declive de tus muslos.
¡Oh la salvaje inocencia de un cuerpo desnudo!
El ramaje de sus vértebras
y la luna de la espalda
brillando como una joya arisca
entre el oleaje de las sábanas.
La brasa azul de tu sexo
arrastra un vaho de selva,
en medio de esta ciudad podrida.
Mientras los cuerpos desaparecen,
bajo el polen de la manigua,
la espuma de la resaca
te cubre con su manto de plumas.
Brilla el marfil incandescente de tu risa.
No hay raíces: sólo existe la aventura.
Una boca cálida
murmurando apodos infantiles y obscenos.
Viena 1930
El insomnio cada día más persistente
ha obligado a la vieja condesa
a tener sobre la mesa de noche
un libro que hojea al azar.
Hoy, en la página abierta,
está la carta que en 1807 Bettina le envió a Goethe:
"¿Por qué escribo de nuevo? Solamente para
volver a estar
contigo una vez más, del mismo modo que fui a Weimar
para estar contigo a solas. En realidad, no tengo
nada
que decir,
tampoco antes tenía nada que decir, pero podía verte
y
alegrarme.
Repréndeme, si quieres, dueño de mi alma,
¿pero no puedo, acaso, hablar de amor?
Si es así enmudeceré, ya que no sé hablar de otra
cosa".
La lectura le ha permitido conciliar un breve sueño.
Ve un café
a través del cual muchachas de cofia y falda ancha
se deslizan veloces llevando en lo alto
delgadas copas de cristal.
Sobre las mesas se ovillan los gatos
y en el jardín interior
el helecho se convierte de pronto en una mancha de
sol.
Desaparecen los emblemas de la claraboya.
Vallejo habla con sus madres
¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos
a los hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará
a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuando
más se acaban, más se aproximan a los padres?
César Vallejo, El buen sentido
Blandengues y mimados,
carentes de carácter,
para la inmadurez consentida
hemos sido educados.
Terminamos haciendo daño.
Nunca afrontamos nada.
Pero el tiempo
acaba por ponerse de nuestro lado.
Lo que fue rubor y pena
se convierte en anécdota barata.
En consecuencia:
Déjame llorar como entonces.
Arrepentirme como antes.
Que estas palabras sólo afloren
si me desnudan al máximo.
Todo poema puede ser asco
pero también una voz muy leve
arrullándote despacio.
Diciendo "hasta mañana".
Haciendo del miedo nada.
Sosténme en el aire
que me caigo.
Déjame flotar
entre tus brazos.
Bésame despacio,
Madre.
García Lorca: Relectura
Hablaba de Andalucía —virgen yerma que envejece—
y de Granada —recinto provinciano
donde yace enterrada Doña Juana la Loca
plena de amor no correspondido.
Tal era la patria por donde anduvo
con aire de niño
experto en nanas infantiles.
Sólo que lo disimuló en sus inicios
bajo un disfraz de nihilista trasnochado.
Qué alivio en consecuencia
saber que consideraba el caracol
como pacífico / burgués de la vereda
y que dialogaba con la viudita del Conde de Laureles
ofreciéndole su delgado corazón
herido por tantos ojos de mujeres.
Tú vas para el amor, le dice,
y yo para la muerte.
Sí, mucha muerte,
mucha existencia rota y fracasada
en medio de ese ambiente tan ralo:
puñales y llanto.
España, país de poetas y de contrabandistas,
como lo llamó Victor Hugo.
Perdí la sortija de mi dicha
al pasar el arroyo imaginario:
así escribe en esos años veinte
ennobleciendo con sus repiqueteantes letrillas
una tierra de campesinos con azadón.
No era aún el "andaluz profesional"
como lo llamaría luego Borges
nacido por las mismas fechas.
Apenas un adolescente que ahoga su voz
enmascarado en penas ajenas.
¡Oh!, qué dolor el dolor
Antiguo de la poesía,
Este dolor pegajoso
Tan lejos del agua limpia.
Se buscaba y se perdía
y al exaltarse renegaba de sí mismo
contrastando con el asco su anterior ímpetu.
Por más que en una misma línea
mencione a Satán y a Cristo
su religión era la del Lagarto que habla
y la del Gnomo que ríe.
La emoción que se experimenta
al escribir lo nunca antes dicho:
eso precisamente que todos sentimos.
Yendo por tal camino
terminará por alabar la sangre,
la violencia inmemorial
repitiendo su rito
para que yo desgarre
sus muslos limpios.
Tal desgarramiento
irrigaría el polvo seco del terruño
del mismo modo que Abril volvería floridas
las abstractas calaveras.
El semen sin futuro,
la sequedad que produce el pensamiento
reclamando su propia anulación consentida:
la elegía por el chopo muerto
era una elegía por sí mismo.
Contaminaba el paisaje con su vida.
Esa tierra necesitada de color
donde los árboles son mustios
y el cielo de ceniza.
Entre el caliente deseo
y el afán de huir del ojo de Dios
que todo lo escruta
su primer Libro de poemas (1921)
va y viene
preguntándose si valen más los lirios
que nacen porque sí
o las espigas de trigo
que sirven para fabricar harina.
Una pregunta típica de toda poesía inmadura:
la poesía sólo se celebra a sí misma.
Hay sin embargo una tristeza repetida
alcanzando a impregnar todo el libro:
la del joven que recalca su inconformidad
y pocas veces su dicha.
Hoy medito confuso
Ante la fuente turbia
Que del amor me brota.
¿Cuál pureza añora? La de Caperucita.
Sin embargo no parece haber sexo sin mancha
entre beatas, curas y guardias civiles.
¡Mi corazón es malo, Señor!
Siento en mi carne
La implacable brasa
Del pecador.
Ni machos cabríos,
ni bellotas metafísicas,
ni incluso el llanto del poeta,
ese payaso empolvado que canta su fracaso lírico,
le conceden llegar a ser él mismo.
Atrapado aún por la bisutería modernista
lo más suyo es difícil intuirlo.
Si acaso cuando dice la tierra es el probable
paraíso perdido.
O con mayor certidumbre en estos versos ya suyos:
Yo me incrusté en el chopo centenario
Con tristeza y con ansia
Cual Dafne varonil que huye miedosa
de un Apolo de sombra y de nostalgia.
Allí estaba él, el primer Federico.
Deberes del poeta
Comprobar el nacimiento del asombro.
Medir el ascenso de la sangre
a través de una piel
que se entibia con sólo mirarla.
No tenerle miedo a la palabra ternura.
Éstos podrían ser algunos.
Otros:
Ver a kilómetros de distancia
una pequeña mujer
enseñándole a su hijo
poemas de Rubén Darío.
Tararear,
con la más profunda convicción,
melodías sin sentido.
Asomarse al abismo
y advertir cómo esos ojos
se repliegan luego en la dicha.
Constatar
los vertiginosos cambios en los sentimientos,
la premurosa carrera de todo hacia el olvido,
el inhóspito desierto de los días carentes de fibra.
O si no, enronquecer de júbilo.
Bendecir al mundo.
Jugar para que el hombre no se pudra.
Podría también callar
de modo definitivo y profundo.
A Germán Vargas
Tomado de:
AUTÓGRAFO
A los
poetas de antes
les
pedían geralmente, un acróstico.
Sólo
que ahora,
cuando el rencor es la única palabra
que
sé pronunciar,
¿con
qué enrevesada caligrafia
(letra palmer, ¿no?)
lograré trasmitir el profundo desprecio
que
hay en mí?
Aprieto los dientes, y sigo,
exento de todo ramanticismo:
mi
tarea consiste
en
redactar notas necrológicas
dos o
tres veces al año.
A
quien se debate, también,
entre
el abandono y la lástima:
tal
podría se la gandilocuente dedicatoria,
y
luego los prolijos catorce versos,
llenos de almíbar.
Qué
decirte
que
no le hubieran dicho ya,
la
muchacha de la casa, la tía solteirona:
resignación y experiência.
A los
libros, quítales el polvo;
ordena el closet, y consegue aquella matas
que
siempre han querido para el balcón del apartamento.
(La
tragedia consérvala en secreto.)
Tomado de:
http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/colombia/juan_gustavo_cobo_borda.html
El Maestro
Pulcro caballero victoriano
que ríe a carcajadas.
Muchas patrias tiene el mundo:
Borges sólo hay uno.
Haikú
Viajo hacia ti a 820 kilómetros por hora.
Vuelo hacia ti
a 11.880 metros.
Mi mente,
en cambio,
ya anida en tu cuerpo.
Tomado de:
https://www.ciudadviva.gov.co/noviembre08/magazine/4/index.php
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