UN
CHOCOLATE PARA DIANA
De
Diana me enamoré en el paradero del bus, siempre puntual la dama soñada, sus
azules y profundos ojos, siempre como chispa de vida, ella baila cuando camina,
y el viento le hace reverencia.
Adoró
llegar al paradero, antes de tomar mi transporte para llegar a la importadora
de chocolates donde soy, un almacenista más… un número más, un empleado oscuro,
lo sé, callado, solo saben que en silencio desde hace un par de años Amo a
Diana, amo que estudie para salvar al mundo, amo su caminar, ese aire de gacela
que deja al pasar frente a todos.
Luego
de un ligero desayuno, salí de casa apresurado, este día iba algo retrasado, y
me preocupaba la congestión en las vías.
Llegué
al paradero del bus, tomé mi puesto en la fila, como siempre, un segundo
después me percaté de la presencia de Diana, joven estudiante de medicina; ella
con su bolso de cuero atestado de libros, y su bata blanca colgando con algo de
descuido hacían de la espera algo más digno. Me acerqué, lentamente como
ladrón, miré fijamente el azul intenso de sus ojos, sudé un millón de dolores.
Metí cuidadosamente la mano al bolsillo de la chaqueta; un par de maniobras con
la mano, como lo aprendí viendo a los magos del circo. Un chocolate finamente
envuelto en papel metálico, asomó de la palma de mi mano, se lo ofrecí, como si
fuese el sacrificio a un Dios ancestral, y ella, sin mediar palabra lo arrebató
con fuerza, lo llevó a sus labios, la envoltura voló por los aires, y el
chocolate dio un fuerte grito, batió sus delicados brazos, empujando con sus
confitados pies los dientes de Diana, oponiéndose a ser tragado, pero sus pequeñas
extremidades, pronto cedieron derrotadas por la fuerza mandibular de Diana,
finalmente entre chillidos, el chocolate abandonó su lucha, se dejo tragar por
los carnosos y dulces labios de Diana, al final, en un fuerte suspiro, Diana se
acercó a mí, posó sus achocolatados labios en mi mejilla y con una voz
titilante me dijo gracias… nunca la vi como era realmente, y ese monstruo que
acababa de ver rompió totalmente el encanto, desde ese día las pesadillas me
acompañan, miro sus profundos ojos
azules y me doy cuenta, que realmente puede ser un monstruo si se lo propone.
Bogotá
Noviembre 9 de 20014 Autor: Fausto Marcelo Ávila Ávila Contacto: Tel. 3 03 35
88- cel. 320 395 08 63. Correo faustomarceloavila@hotmail.com
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