sábado, 2 de febrero de 2019

POEMAS DE EDMUNDO CAMARGO


Resultado de imagen para edmundo camargo

HAY UNA ANCIANA 


Hay una anciana que siempre come sola,
me ha hecho llorar el verla
como si fuera el hijo que no llegó a tener.

Me ha mirado en silencio;
la he mirado gritando con mi alma
tú no estás sola, abuela,
tú no estás sola.
Un foco ha llorado su lagrimón de vidrio,
en la alcuza el vinagre se ha hecho dulce,
y la anciana mascando su propio pensamiento,
me ha mirado de nuevo, dulcemente.

BATANES DE LA PENA 



Viejo el planeta tiene la forma de una lágrima
que algún dios lloraría de un ojo ya sin llanto.
La sombra da su sermón de fraile a la tierra mendiga,
que arrastra en los caminos su sandalia de polvo
y el árbol pasa lista a su alumnado de pájaros violetas.
Yo quisiera esperarte sin este pergamino de pena,
escrito con tu nombre.

El tiempo te recorta del libro de la noche
y sólo queda un hueco por donde pasan roncos los planetas.

Si estás hecha de la plegaria que repiten los árboles,
cuando juntan las hojas de sus manos
y eres dulce como el verso desnudando la piedra.
Hoy la noche ha llegado mordida por los perros
y el aire
cuelga un gallo difunto sobre el viento.

Amor, ya no dejes tu paso junto al pozo;
allí se ahogó la luna, y flota muerta.
Pasa de largo hasta encontrar mi sangre
creciendo hacia mi alma basta tocar el sueño,
porque la muerte quiere medir nuestra existencia
para su metro exacto de tierra hereditaria.

Estoy solo, más hecho de silencios que de olvido,
en tanto que la sombra es una plaga de ratones
royendo este pedazo de luz trasnochadora
y se enmohece la herrería metálica de un grillo.

Ya mi voz va agotando su lenta concertina
porque no llegas a borrar el cinema de otoño sobre el alma,
acaso tu vacío puede zurcir las redes de la noche
que aprisionan los astros
y que hoy un mundo deshizo al huir de la nada.

Mi dolor sale a gritos a predicar tu nombre en el camino,
mas la tierra mendiga sólo extiende la mano
donde cae
la moneda de estaño de la luna.

EL MAR 



El mar curva sus barrotes de hierro
sobre un pájaro muerto
enmohece en oficio corrosivo
la sal las jaulas de mercurio
los días lentos sobre escarabajos voraces.
Sus esqueletos antiguos
suenan en el fondo
arroja a la arena sus cadenas
sus carabelas de niebla
sus agujereados paños de yodo
echa a la playa redes llenas
de aullidos de metales oliendo a eternidad.
El mar tiene una antigua memoria
bajo espinazos secos de constelaciones.
Al fondo late el día
en una vasta pulsación de flores venenosas
en abejas de aceites duros
espolvorea la siniestra primavera
los estambres marítimos.
Entre maderámenes
rojos como las carnes de animales malheridos
desovan especies multicolores.
Yacen los barandales oliendo a golondrinas
los hierros gangrenados
yace el casco humeando amapolas
entre medusas y vegetales
poblados de extraño movimiento.
Las herméticas cámaras
encuentran el consuelo de sus viejos cadáveres
y en proa la campana descarnada
tacha, a veces, aires líquidos
derramándose entre esos dedos peligrosos
del óxido.
La extraña tripulación yace
en un idioma hecho a fósforo
y en lo alto de la arboladura
aún cree ver el vuelo posado
de los pájaros sonrientes.
El ciego capitán arde en la noche
desde donde no zarparán a puertos
de hollín alborotados
y grúas trashumantes sudando sol.
Un dios brusco y sumergido
sopla una armónica de histéricos azules
en el fondo del mar.
Royó los esqueletos venerables
fue telaraña crecida en tomo al hueso
combatió los días flotando húmedos
como los maderámenes de un naufragio.
Dispersó las herencias
sepultó los principios.

Bate esquilas en manadas verdes
incendia a niebla los abetos
su tiempo es lleno de oscuras amenazas
su cementerio herido de palomas
sus caballos de metal temible.
La sal trunca los arcoiris petrificados
sus lienzos agujereados de fósforo
y sus gorjeos en torno a un caracol.
En catedrales que el hombre no verá
roza páginas de agua
en apoteosis flageladas.
Sus bosques de cristal gotean pájaros de hierro.
Los meteoros llovían y ahondaban
sus campanas mudas
sus voraces gaviotas dieron caza
basílicas sobre tierra pesada de rostros
y primaveras evaporando en el cerezo
sus alcoholes
bajo la arcilla recomenzaba el éxodo de un pueblo
desgarrado por el lento relámpago del árbol.
Sus senos fueron batidos
manchados de mi
como las páginas de una antigua biblia.
Aun en su temible corazón fue el amor
fecundando los humeantes líquidos
los días de mercurio vibraron bajo celos
incoherentes. Fue en ejes trepidantes
en paleas de mareas férvidas
bajo su vientre palpitaba un esqueleto
de pájaro
débil como la cruz en la punta de un naufragio.
Entre escuderos de hierro enmohecido
y oleajes de palomares desatados
el mar combate en oficio corrosivo
arroja a la arena sus badajos sucios
carabelas tatuadas por los viejos
alquitranes del alba
pero en lo interno tiembla mujer arrodillada
y sueña ser el agua que hundió
allá en la infancia el barco de papel
rincondepoetasmajo.blogspot.com/2014/07/edmundo-camargo-ferreira.html

Hombre

Bajo el ojo demente de la anémona
los muertos se tiñen de la corriente roja del otoño.
Cantaron piedras en la voz.
Llave de fierro en la lengua.
El cielo punzó de pronto el costado de las pomas
con un dedo de hierro oliendo el ozono de los palomares.
Tus párpados agudos
fueron las catedrales doradas por la lluvia marginal.
El agua se agregó a los vitrales en ángel inodoro
y todo se pobló rápidamente de caballos y de carrocerías laceradas.
Los niños encendían su voz como una lámpara exangüe.
En las noches se balanceaban las lámparas de sus voces.
El bosque metió en movimiento su mecánica
donde cada engranaje de hoja
se hincaba entre pájaros aún en crisálida.
Como extremo las constelaciones
ahorcando campanarios y gallos imantados.
En
un desierto familiar los leones dormían.
Entonces tú volcaste la página.
Tus ojos se habitaron de horror y grabados de madera.
La antigua Babilonia de hilos telefónicos
traspasada de voces y de trenes desiertos
te vació los tímpanos hasta la alucinación
y su savia reía en tu interior
en arcoíris secos y picoteados por los aviadores teledirigidos.
(en Del tiempo de los muertos)

Pinares

Los antiguos pinares
huelen a cielos sudorosos
a días que ondean
como trigales amarillos.
El viento cuelga su esqueleto
en ellos
posa el sol sus palomares
líquidos.
Acaso sus raíces
han palpado el rostro
de muertos inefables
o reunido los órganos
de una pájaro de cal.
Hoy sacian
oscuros corazones
de madera
en incunables de agua
en esos pergaminos
grabados en hueco
con países
donde el viento
tiene barbas de apóstol.
Y coléricos
alteran el aire seco
sacudiéndolo en su telaraña
desprendiendo
hojarasca de humo disecado.
Recuerdan
que ángeles diluidos de estío
bajaron a vendarles
las llagas
cuando la tierra
desecaba sus rojos leprosarios.
*
Y saben que al tiempo
de las metamorfosis
una voraz primavera
los brotará del fondo
de la tierra donde
cadáveres segregadores
de minerales venenosos
estarán esperando
a un dios estremecido
de sangrientas linfas.
(en Del tiempo de los muertos)

Apoteosis del mar

El mar curva sus barrotes de hierro
sobre un pájaro muerto
enmohece un oficio corrosivo
la sal las jaulas de mercurio
los días lentos sobre escarabajos voraces.
Sus esqueletos antiguos
suenan en el fondo
arroja a la arena sus cadenas
sus carabelas de niebla
sus agujereados paños de yodo
echa a la playa redes llenas
de aullidos de metales oliendo a eternidad.
El mar tiene una antigua memoria
bajo espinazos secos de constelaciones.
Al fondo late el día
en una vasta pulsación de flores venenosas
en abejas de aceites duros
espolvorea la siniestra primavera
los estambres marítimos.
Entre maderámenes
rojos como las carnes de animales malheridos
desovan especies multicolores.
Yacen los barandales oliendo a golondrinas
los hierros gangrenados
yace el casco humeando amapolas
entre medusas y vegetales
poblados de extraño movimiento.
Las herméticas cámaras
encuentran el consuelo de sus viejos cadáveres
y en proa la campana descarnada
tacha, a veces, aires líquidos
derramándose entre esos dedos peligrosos
del óxido.
(en El mar)

 

Al pie de la isla

Al pie de la isla duerme el ancla
y la anciana cargazón de pólvora.
El hombre lanza al cielo sus máquinas
baja sus escalpelos y descubre el cuerpo del arcángel
entre las algas violentas y los esqueletos de tiburón
yace de espaldas es viejo el vino de sus ojos.
Un pescador echa sus redes y espera
su barba se adhiere al aire obstinadamente
súbitamente tiene miedo
esos ojos al fondo del mar lo miran
lo enredan en su radar oscuro.
(en El mar)

Canción

Me echaré de cara a la tierra
el cielo está habitado
más vale que el árbol
disperse mi corazón como una flauta
en fin que el trigo se acenize en mi boca
el cielo está habitado.
En mis tibias el aire ulula
el estanque se mueve tras mis pasos
el agua marcha sobre sus patas
la piedra se abre como una oreja
maquinaria bien aceitada
gira sus átomos
los pájaros no fueron hechos para cantar
gusto su peso en las ramas
sus metales chirriantes
que la lluvia lima y corroe.
La oreja contra la tierra
descubrirá un mediodía de hace diez siglos
el ojo llora ceniza
la miel de un nombre se cuela a las encías
busco un sueño con las manos
bajo un cielo habitado
maduro como la poma a punto de caer
vale más caer de pecho a la tierra
dejar crecer la piedra en los bolsillos
y que una bestia un día
nos endulce los huesos con su lengua
cálida como un sol sin movimiento.
El gato duerme bajo el párpado
un enmohecido gallo de veleta.
(en Nuevo cántico)

Archivos

Retoña el agua en una limpia primavera
lavando en fuentes rastros de humo
desenreda
de sus raíces fluctuantes
un amarillo olor a sol.
Han llegado a mirarse temblorosos amantes.
En su fondo
nuevamente suenan los cerezos sus mansas campanillas
las anémonas se curvaron
a vinos de un aire antiguo.
La miel se transfigura en lilas
la poma se derrama en sonidos azules.
Queda el recuerdo permanente
grabado en lo profundo, queda
en archivos de agua, en cartapacios
en pergaminos olorosos
quedan las cosas
dibujadas por el agua para siempre.
Al hojearla
no solamente se leen los planetas.
En sus raíces múltiples
en sus estanterías de cristal
mírase la historia de las estaciones ajadas
el tránsito de los enjambres solares
las cosas que nuestra infancia reflejó en su fondo.
Un tiempo hundido
suelta su red de pescador entre las cruces.
Léense los campanarios foscos
y los días en los que definitivamente
seremos tan solo imágenes
en su memoria temblorosa.
(en Las estaciones)

Clave de verde en doce campanadas


1

La ciudad se olvida de sus manos
bocinas y frenos atrozmente se encrespan.
Salta la cal en extensiones agudas de sonido.
Los relojes se evaden hacia el norte
salvaje de paredes
y sol frenético de pájaros.
De pronto llega el verde
borroso como un sueño
con sus enormes dedos de agua y de verano,
el verde que acaricia el cráneo del bullicio
y es un color fluyendo por ojos por esperas
y por los doce estambres de la rosa del día.
 

2

El viento sólo escribe palomas en el aire
y estoy como sin fecha despojando
los lunes de silencio.
Mujer en verde pensativo
recógeme en pestañas insomnes como lunas
cuando la noche cierra los párpados del río.
Un día sin anillos
perdido en los espejos de una ciudad de dientes
te esperaré en la lluvia de trigo bullicioso
hasta morir guitarras en la hierba
y devanar mis pómulos en sombra.
 

3

Escucha:
es el amor que llega con mejillas huyendo
con palabras partidas en su seno.
Desnúdate mujer en mi charango
entrégame las cifras profundas de tu sexo
y el beso será estrella feroz de eternidades.
(en Las estaciones)
De antología: 7 poemas de Edmundo Camargo


No hay comentarios.:

Publicar un comentario