domingo, 17 de febrero de 2019

POEMAS DE MARIO LUZI


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(20 de octubre de 1914, Castello, Venecia, Italia - 28 de febrero de 2005, Florencia, Italia)

¿DÓNDE ME LLEVAS, ARTE MÍO…?

¿Dónde me llevas, arte mío,
a qué remoto
desértico territorio
de repente me arrojas?
¿A qué paraíso de salud,
de luz y libertad,
arte, mediante hechizo me escoltas?
¿Mío? no es mío este arte,
lo practico, lo afino,
le abro las reservas
humanas del dolor,
divinas me provee
él de ardor
y de contemplación
en los cielos en los que me adentro…
¡Oh mi indescifrable condición,
mi insostenible encarnación!
«Él, su arte», en Viaje terrestre y celeste de Simone Martini, 1994. Traducción de Pedro Luis Ladrón de Guevara.


Las ánimas

Por todas partes fuego, fuego suave de arbustos, fuego
por los muros donde se mece sombra tenue,
sin fuerza de estamparse, fuego
aún más allá que en hebras sube y baja
el monte por su red de ceniza,
fuego en copos desde ramas y pérgolas.
Aquí, ni antes ni después, en el momento justo,
ahora, cuando el valle alrededor
festivo y triste pierde vida, pierde
fuego, me vuelvo, cuento mis muertos
y el cortejo parece más largo, tiembla
de hoja en hoja hasta la raíz primera.
Dales paz, paz eterna, ponlos
a salvo, al margen de este torbellino
de ceniza y de llamas que se agolpa
ahogado en las gargantas, se dispersa
en los senderos, vuela incierto,
desaparece.
Haz que la muerte sea sólo muerte,
no otra cosa, sin lucha, sin vida.
Dales paz, paz eterna, aplácalos.
Allí donde mayor es el estrago
están arando, llevan tinas a las fuentes,
se charla en la quietud del cambio,
de hora en hora. El cachorro se tiende
en una esquina de la huerta, se adormece.
Un fuego tan suave apenas basta,
si basta, a iluminar hasta que dure
esta vida escondida. Otro,
sólo otro podría hacer el resto
y lo máximo: consumir estos despojos,
convertirlos en clara luz incorruptible.
Descanso de los muertos para los vivos,
de vivos y de muertos en la llama: avívala,
la noche está llegando, la noche se propaga,
entre los cerros tiende su telaraña trémula,
pronto la vista ya no sirve y queda
sólo el saber por entusiasmo o lo oscuro.
Mario Luzi. Del libro “Honor de la verdad”, Orense, Linteo, 2012.


Ya toman las negras flores del Hades


Ya toman las negras flores del Hades
glaciales flores colmadas de escarcha
tus lentas manos que la sombra persuade
y el silencio arrastra.

Decae en tenues prados de elíseo
en tristes prados tórpidos de bruma
el cólquico afligido más que tu sonrisa
gastada por la fiebre.

En el aire tu cuerpo irradia perezoso
tras tintineantes vidrios estrella solitaria
y tu paso ronco ya es sólo el retardo
de rosas en el viento.


La oscura y alta llama en ti recae


La oscura y alta llama en ti recae,
figura todavía desconocida
¡ah, por tan largo tiempo suspirada
tras ese velo de años y estaciones
que acaso un dios se apresta a desgarrar!

La incólume delicia, la penosa ansiedad
de existir nos incendia y nos calcina
igualmente a los dos. Mas cuando calla
la música entre nuestros rostros desconocidos
se alza un viento cargado de promesas.

Igual a dos opacas estrellas en lenta vigilia
en la cual a un planeta reanima íntimamente
el luminoso espíritu nocturno,
nos alzamos ahora penetrantes,
deseosos de un futuro ilimitado.

Así alienta y alea en el alma vehemente
un deseo tan próximo al espanto,
una esperanza semejante al miedo,
mas la mirada se extiende y entra en la sangre
más fértil el aliento de la tierra.

Asumido en la helada mesura de las estatuas
todo lo que parecía ya perfecto
se reanima y desata, vibra
la luz, tiemblan fructíferos arroyos
y zumban las ciudades augúrales.

La fiel imagen palidece
y me yergo, levito y atormento
queriendo hacer de mí un Mario inalcanzable
para mí mismo, en el ser incesante
un fuego que reengendra su ardimiento.


La noche llega con el canto


La noche llega con el canto
prolongado de la corneja,
siembra sus luces en la cuenca,
sube por húmedas pendientes, tiembla
un poco. Disminuye el brío
conquistado en tantos de años de sufrimiento
y la pequeña ciencia se desarma;
la sonrisa viril
ha perdido su calma.

¿Quién eres tú
que invisible esperabas emboscada
en un recodo del tiempo
esperando tu hora? Te debo
este tiempo de gratitud
y también de dolor.

Y ahora la inquietud se insinúa,
penetra las primeras noches de verano,
invade el muro aún caliente, sigue
el vuelo de las luciérnagas en las eras,
se embosca en los atajos, donde la liebre
centellea deslumbrada por los faros.

Amada, ¿cómo pude no entender?
Toda la vida estaba
en suspenso como esta vigilia.
Me dan ganas de llorar cuando pienso
cómo pude arruinar la larga espera
con tantas palabras inconvenientes,
con tantos actos inconsultos, irreparables.
Y ahora, herido, digo que no importa
a condición de que acabe el suplicio.

"La salvación así deseada no es conveniente
para ti ni para otros como tú. La paz,
si llega, llegará por otras vías
más penosas y lúcidas que éstas;
cuando sufrir no te parezca vano
pues también existe la pena y debe vivir
y transformarse en bien tuyo y ajeno.
En ti está la fe, la fe es una persona."

Esta canción no tiene ya palabras.


En la inminencia de los cuarenta años


La idea me persigue en este pueblo
oscuro donde sopla un viento de altiplano
y el vencejo, al zambullirse, corta el hilo
sutil en lontananza de los montes.

Pronto serán cuarenta años de ansia,
de hastío, de hilaridades repentinas, fugaces
como en marzo es fugaz el ventarrón
que esparce luz y lluvia; es la zozobra,
gente amada que me arrancaron de las manos,
de mis lugares, costumbres arraigadas
rotas de pronto, que ahora debo entender.
El árbol del dolor agita su ramaje...

De mis hombros se levantan los años
en enjambres. No fue en vano; es la obra
que realiza cada quien, la de todos
los vivos y los muertos, penetrar el mundo
opaco en calles claras y subterráneos
llenos de efímeros encuentros y de pérdidas,
o de amor en amor, o en uno solo,
de padre e hijo, hasta lograr la limpidez.

Y al decir esto puedo encaminarme
de prisa ante la eterna concurrencia
del todo en la vida y en la muerte,
esfumarme en el polvo o en el fuego,
si el fuego dura más allá de la llama.


“A mi madre desde su casa”

Tu casa vieja y gris me acoge,
tumbado boca arriba en una cama estrecha,
quizá por muchos años tuya. Escucho,
cuento las horas que tan lentas pasan,
más lentas por las nubes que atraviesan
estas noches de agosto en tierra avara.
Alguien que de los campos
vuelve tarde en la noche
intercambia cansadamente
un gesto con los otros,
toma la cuesta, el callejón,
desaparecen en su tugurio. El aire
del siroco trastorna los sueños,
agita a los enfermos y reclusos.
No duermo, sigo el paso noctámbulo,
acaso un loco o un joven tarado,
resonando en las piedras;
suelto y retomo mi carga servil
y desciendo, desciendo hasta lo más
profundo en este tiempo, en este pueblo.

“Y el lobo”

Cuando el hielo cruje
y ansiosos animales sobre placas
miran los mares rotos, la deriva de icebergs,
y el espasmo de escualos traspasados
salta y se apaga y el salmón
ávido de procreación y moribundo
nada retrocediendo en los torrentes
y el lobo
con el dolor de toda su existencia,
la de sus padres y sus crías,
con esta muchedumbre en el corazón
toma el camino de los montes,
ágil de nuevo sobre viejas patas,
presto al reclamo de los vientos del origen
que tocan al amor, el viaje y la rapiña,
vida no mía, dolor
que traigo de la noche
y del caos,
despiertas de repente en lo profundo,
te retuerces de angustia bajo el peso.
Vivir yo vivo como puede un sirviente
fiel porque no tiene elección, Todo,
incluso la sombría eternidad animal
que en nuestro interior gime
puede llegar a hacerse santa. Basta
poco. Ese poco corta como espada.

De: “Honor de la verdad” – 1957
Traducción de Francisco Deco
Linteo Poesía – Edición bilingüe – 2012©
ISBN: 978-84-96067-80-6



Menage


Vuelvo a verla, acompañada, distinta,
en el cuarto más interno de la casa,
en la densa luz filtrada por las cortinas, sin color ni tiempo,
con las piernas recogidas sobre el diván, acurrucada
junto al tocadiscos a bajo volumen.
"No en esta vida, en otra", fulgura su mirada gozosa,
sin embargo más evasiva, como afrentada
por la presencia del hombre que la limita y aplasta.
"No en esta vida, en otra", lo leo en el fondo de sus pupilas.
Mujer capaz no sólo de pensarlo, de no tener la soberbia
certidumbre.

Y no
está la última de sus gracias
en un tiempo como el nuestro, que tampoco le extraño
ni adverso.
"Creo que conoces a mi marido", y él despliega una
sonrisa inoportuna,
pronta y huidiza, como si quisiera quitársela de encima
y mandarla hacia el pasado, tras una pared de niebla y años
y al acercarse a mí tiene el talante de quien viene
al tú por tú, entre hombres, al asunto.
"¿Qué se puede obtener de los sueños?", me pregunta,
clavándome sus ojos vacíos
y blancos, no sé si de torturador en alguna 
villa tristeo de gurú.
"¿De qué tipo?", y la veo dedicarme una radiante ternura
a través de su rubia mirada, fluida y sagaz,
medio apiadándose de mí, creo, por hallarme bajo esas
zarpas.
"Al acoger lo divino, los sueños de un alma madura
son sueños que iluminan; pero en un nivel más bajo
son indignos, sólo son expresión de lo animal", agrega,
fijando sus ojos impenetrables, y no sé si ven ni hacia
dónde.
Aún no entiendo bien si me interroga
o sigue por su cuenta un discurso sin principio ni fin,
tampoco si me habla con orgullo
o si algo sombrío e inconsolable llora en sus adentros.
"Pero para qué hablar de sueños", pienso
y busco para mi mente un nido
en ella, que está aquí, presente en este instante del mundo.
"¿Y ella no está soñando?", prosigue, mientras sube
de la calle
un vidrioso griterío de niños que hiela la sangre.
"Quizá la frontera entre lo real y el sueño...", murmuro
y oigo la aguja de zafiro
en los últimos surcos sin notas y el resorte del automático.
"No en esta vida, en otra", exulta más que nunca
la arrogante mirada de ella, derramando
una luz insostenible y ostentando otros pensamientos,
los del hombre que le da, deseándolos tal vez, las caricias
y el yugo.


Rostro, horror


Entre los rostros espantados que se vuelven
para no ver, el tuyo asoma más intenso
más alta rueca de lágrimas clavada en el silencio,
en el desierto de gritos ahogados.

Así se escapa el tiempo propicio de llorar,
en los dientes concluyen los suspiros,
resueltas por el alma las miradas piden paz
y en el extremo nacen las palabras.

La paciencia reduce y apaga la frente,
una débil sonrisa, casi un agua latente,
resbala por la boca aridecida,
quebranta el rostro helado la locura.

¡Pero tú! Y reencuentro tu esencia que refluye
en lo profundo de los gestos familiares,
unas mansas costumbres en las márgenes solares:
todo nos queda aún por padecer.


tomado de:https://www.google.com/search?q=mario+luzi+poemas&rlz=1C1CHBD_esCO822CO822&ei=VmNpXLeJMY7b5gLb6YngDA&start=0&sa=N&ved=0ahUKEwi3jK3A8cLgAhWOrVkKHdt0Asw4ChDy0wMIdw&biw=1920&bih=937#


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