NOCTURNO A ROSARIO
Pues bien, yo necesito
decirte que te adoro,
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que
es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto,
y al grito que te imploro
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
De noche cuando pongo
mis sienes en la almohada,
y
hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.
Comprendo
que tus besos
jamás han de ser míos;
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás;
y te amo, y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro
tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y huir de esta pasión;
mas si es en
vano todo
y mi alma no te olvida,
¡qué quieres tú que yo haga
pedazo de mi vida;
qué quieres tú que yo haga
con este corazón!
Y luego que ya estaba?
concluido
el santuario,
la lámpara encendida
tu velo en el altar,
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta allá
a lo lejos
la puerta del hogar...
Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas
mías;
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
¡Que hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo.
los
dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos, un alma sola,
los dos, un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Díos!
¡Figúrate
qué hermosas
las horas de la vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida,
y al delirar en eso
con alma
estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por ti, no más por ti.
Bien sabe Díos que ése era
mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
¡bien
sabe Díos que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
en el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!
Esa era mi esperanza...
mas
ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡adiós por la última vez,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores,
mi
mira de poeta,
mi juventud, adiós!
A ASUNCIÓN EN SU ÁLBUM
Mire usted, Asunción: aunque algún ángel
Metiéndose a envidioso,
Conciba allá en el cielo el mal capricho
De venir por la noche a hacerle el osoY en un acto gloriosoLlevársela de aquí, como le ha dicho
No sé que nigromante misterioso,
No vaya usted, por Dios, a hacerle caso,
Ni a dar con el tal ángel un mal paso;
Estese usted dormida,
Debajo de las sábanas metida,
Y deje usted que la hable
Y que la vuelva a hablar y que se endiable,
Que entonces con un dedo
Puesto sobre otro en cruz, ¡afuera miedo!
No vaya usté a rendirse
Ante el ruego o las lágrimas y a irse...
Que donde usted nos deje
Por seguir en el vuelo a su Tenorio,
Después irá a llorar al purgatorio
Sin tener quien la mime, aunque se queje...
Conque mucho cuidado
Si siente usted un ángel a su lado,
Que yo, como su amigo,
Con tal que usted me lo permita,1Le aconsejo y le digo
Que después de Rosario y Margarita
No admita usted más ángeles consigo.
Estese usted con ellas
Compartiendo delicias e ilusiones
Todas las horas tienen que ser bellas;
Viva usted muchos años
(Como un humilde criado le diría)
Y mañana que sola o entre extraños
Se encuentre por desgracia en este día,
Si busca usted una alma que la ame,
Llame usted a mi pecho, y con que llame,
Si no estoy muerto encontrará la mía.
Metiéndose a envidioso,
Conciba allá en el cielo el mal capricho
De venir por la noche a hacerle el osoY en un acto gloriosoLlevársela de aquí, como le ha dicho
No sé que nigromante misterioso,
No vaya usted, por Dios, a hacerle caso,
Ni a dar con el tal ángel un mal paso;
Estese usted dormida,
Debajo de las sábanas metida,
Y deje usted que la hable
Y que la vuelva a hablar y que se endiable,
Que entonces con un dedo
Puesto sobre otro en cruz, ¡afuera miedo!
No vaya usté a rendirse
Ante el ruego o las lágrimas y a irse...
Que donde usted nos deje
Por seguir en el vuelo a su Tenorio,
Después irá a llorar al purgatorio
Sin tener quien la mime, aunque se queje...
Conque mucho cuidado
Si siente usted un ángel a su lado,
Que yo, como su amigo,
Con tal que usted me lo permita,1Le aconsejo y le digo
Que después de Rosario y Margarita
No admita usted más ángeles consigo.
Estese usted con ellas
Compartiendo delicias e ilusiones
Todas las horas tienen que ser bellas;
Viva usted muchos años
(Como un humilde criado le diría)
Y mañana que sola o entre extraños
Se encuentre por desgracia en este día,
Si busca usted una alma que la ame,
Llame usted a mi pecho, y con que llame,
Si no estoy muerto encontrará la mía.
CINERARIAANTE EL CADÁVER DE LA SRA. LUZ PRESA
Jamás pensé al venir a estas regiones
Que mis palabras últimas serían
Para hablar a un cadáver...
Ni nunca que las notas de mi canto
Al perderse en el aire sonarían
Mezcladas con el eco de mi llanto.
Cuando yo vine aquí, casi acababa
De sentir y estrechar entre mis brazos
Al buen amigo que en su noble empeño,
Soñaba en un laurel para la frente
De la que hoy duerme en el sepulcro el sueño
Que dura y se prolonga eternamente.
Y ese hermano me hablaba del cariño
El más puro entre todos los amores,
Sin penas, sin temores,
Casi volviéndose al hablarme un niño;
Y le enviaba conmigo sus recuerdos,
Y le enviaba conmigo sus abrazos,
Y alegre en el amor en que se ardía,
Ni siquiera pensaba en ese instante,
Que su madre distante, muy distante,
Casi en aquella hora se moría.
Yo también tuve un padre que a la fosa
Rodó sin que mis labios lo besaran,
Y sé lo que es ese dolor profundo
Que hace una noche eterna de los días
Y un desierto tristísimo del mundo.
Yo sé que horizonte es el que se cierra
Delante del espíritu aterrado,
Cuando eleva sus alas de la tierra
La que en su pecho maternal encierra
Cuanto se alza de nuevo a nuestro lado.
Yo adivino esa pena, y porque casi
Siento la misma angustia que devora
Al huérfano infeliz que en su aislamiento
Busca a su madre y por su madre llora,
Yo le traigo en su nombre mi gemido,
Y la eterna promesa de que nunca
Caerá sobre esa lápida el olvido
Yo le traigo en el canto de una lira
Que cuando se habla de la madre tiembla
Y cuando se habla de su amor se inspira,
El adiós que sus labios no lograron
Dejar caer sobre sus ojos yertos
Cuando a la luz del mundo se cerraron
Para abrirse a la sombra de los muertos;
Mi adiós que en momentáneo regocijo
La agitará volviéndola a la vida,
Para que pueda oír la despedida
Con que la vengo a saludar por su hijo.
Que mis palabras últimas serían
Para hablar a un cadáver...
Ni nunca que las notas de mi canto
Al perderse en el aire sonarían
Mezcladas con el eco de mi llanto.
Cuando yo vine aquí, casi acababa
De sentir y estrechar entre mis brazos
Al buen amigo que en su noble empeño,
Soñaba en un laurel para la frente
De la que hoy duerme en el sepulcro el sueño
Que dura y se prolonga eternamente.
Y ese hermano me hablaba del cariño
El más puro entre todos los amores,
Sin penas, sin temores,
Casi volviéndose al hablarme un niño;
Y le enviaba conmigo sus recuerdos,
Y le enviaba conmigo sus abrazos,
Y alegre en el amor en que se ardía,
Ni siquiera pensaba en ese instante,
Que su madre distante, muy distante,
Casi en aquella hora se moría.
Yo también tuve un padre que a la fosa
Rodó sin que mis labios lo besaran,
Y sé lo que es ese dolor profundo
Que hace una noche eterna de los días
Y un desierto tristísimo del mundo.
Yo sé que horizonte es el que se cierra
Delante del espíritu aterrado,
Cuando eleva sus alas de la tierra
La que en su pecho maternal encierra
Cuanto se alza de nuevo a nuestro lado.
Yo adivino esa pena, y porque casi
Siento la misma angustia que devora
Al huérfano infeliz que en su aislamiento
Busca a su madre y por su madre llora,
Yo le traigo en su nombre mi gemido,
Y la eterna promesa de que nunca
Caerá sobre esa lápida el olvido
Yo le traigo en el canto de una lira
Que cuando se habla de la madre tiembla
Y cuando se habla de su amor se inspira,
El adiós que sus labios no lograron
Dejar caer sobre sus ojos yertos
Cuando a la luz del mundo se cerraron
Para abrirse a la sombra de los muertos;
Mi adiós que en momentáneo regocijo
La agitará volviéndola a la vida,
Para que pueda oír la despedida
Con que la vengo a saludar por su hijo.
EL REO A MUERTE
Al eminente actor D. José Valero
Esa noche, ardiendo el pueblo
De animación y entusiasmo
Bajo el influjo sublime
De tu genio soberano,
Todo era bravos y dianas,
Todo era vivas y aplausos,
Todo cariño en los ojos
Todo cariño en los labios,
Y todo flores, laureles,
Admiración y... entretanto,
Allá muy lejos, muy lejos,
Sonando lento y pausado,
Se alzaba entre las tinieblas
Y entre el silencio un cadalso,
Sin otro eco que el latido
Del pecho del condenado
Que en diálogo con la muerte
Velaba en un subterráneo.
Aquel cadalso se alzaba
Cada vez más y más alto,
Como un espectro, sombrío
Como un vampiro, callado,
Como una tumba implacable,
Y como un mosntruo, inhumano;
Se alzaba y, sin que ninguno
Oyera aquel ruido amargo,
Por los sollozos de un hombre
Solamente acompañado,
La humanidad impasible
Bajo su mudo letargo,
Miraba crecer y alzarse
Las formas de aquel cadalso,
Cuando tú, tú que escuchaste
Sus ecos tristes y vagos
Te levantaste por ella
Con la voz del entusiasmo,
Y en presencia de aquel pueblo
Y enfrente de aquel tablado
Ceñida con tus laureles
La hiciste hablar por tus labios,
Salvando al sol de aquel día
Del rubor de aquel cadalso.
De animación y entusiasmo
Bajo el influjo sublime
De tu genio soberano,
Todo era bravos y dianas,
Todo era vivas y aplausos,
Todo cariño en los ojos
Todo cariño en los labios,
Y todo flores, laureles,
Admiración y... entretanto,
Allá muy lejos, muy lejos,
Sonando lento y pausado,
Se alzaba entre las tinieblas
Y entre el silencio un cadalso,
Sin otro eco que el latido
Del pecho del condenado
Que en diálogo con la muerte
Velaba en un subterráneo.
Aquel cadalso se alzaba
Cada vez más y más alto,
Como un espectro, sombrío
Como un vampiro, callado,
Como una tumba implacable,
Y como un mosntruo, inhumano;
Se alzaba y, sin que ninguno
Oyera aquel ruido amargo,
Por los sollozos de un hombre
Solamente acompañado,
La humanidad impasible
Bajo su mudo letargo,
Miraba crecer y alzarse
Las formas de aquel cadalso,
Cuando tú, tú que escuchaste
Sus ecos tristes y vagos
Te levantaste por ella
Con la voz del entusiasmo,
Y en presencia de aquel pueblo
Y enfrente de aquel tablado
Ceñida con tus laureles
La hiciste hablar por tus labios,
Salvando al sol de aquel día
Del rubor de aquel cadalso.
*
* *
* *
Yo no sé si ya habrá muerto
Aquel que es su desamparo,
Aún más que unos pocos días
Y aun más que unos pocos años
Pudo gozar la dulzura
De ver a su hijo en los brazos,
Libre del infame nombre
De hijo del ajusticiado;
Pero yo que desde niño
Aprendí lleno de espanto
A aborrecer los verdugos
Y a maldecir los cadalsos
Dejo a la gloria que entonces
Para ensalzarte su canto,
Y del condenado a muerte
Bajo los recuerdos gratos,
En nombre suyo, las gracias
De la humanidad te mando.
Aquel que es su desamparo,
Aún más que unos pocos días
Y aun más que unos pocos años
Pudo gozar la dulzura
De ver a su hijo en los brazos,
Libre del infame nombre
De hijo del ajusticiado;
Pero yo que desde niño
Aprendí lleno de espanto
A aborrecer los verdugos
Y a maldecir los cadalsos
Dejo a la gloria que entonces
Para ensalzarte su canto,
Y del condenado a muerte
Bajo los recuerdos gratos,
En nombre suyo, las gracias
De la humanidad te mando.
YA SÉ POR QUÉ ES
DOLORA
A Elmira
Era muy niña María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
—Oye, ¿por qué se sonríen
las flores tan dulcemente,
cuando las besa el ambiente
sobre su aromada tez?
—Ya lo sabrás más delante
niña amante,
le contesté yo, y una mañana,
la niña pura y hermosa,
al entreabrir una rosa
me dijo: —¡Ya sé por qué es!Y la graciosa criatura
blanca y pura
se ruborizó y después,
ligera como las aves
que cruzan por la campiña,
corrió hacia el bosque la niña
diciendo: —¡Ya sé por qué es!y yo la seguí jadeante,
palpitante
de ternura y de interés,
y... oí un beso ducle y blando,
que fue a perderse en lo espeso,
diciendo: —¡Ya sé por qué es!Era muy joven María,
todavía
cuando me dijo una vez;
—Oye, ¿por qué la azucena
se abate y llora marchita
cuando el aura no la agita
ni besa su blanca tez?
—Ya lo sabrás mas delante,
niña amante,
le contesté yo... ¡después!
Y más tarde ¡ay! una noche,
la joven de angustia llena,
al ver triste a una azucena,
me dijo: —¡Ya sé por qué es!Y ahogando un suspiro ardiente,
la inocente
me vio llorando... y después,
corrió al bosque, y en el bosque
esperó mucho la bella,
y al fin... se oyó una querella
diciendo: —¡Ya sé por qué es!Era muy linda María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
—Oye, ¿Por qué se sonríe
el niño en la sepultura,
con una risa tan pura,
con tan dulce sencillez?
—Ya lo sabrás más delante
niña amante,
le contesté yo... ¡después!
Y... murió la pobre niña,
y en vez de llorar, sonriendo,
voló hacia el azul diciendo,
Diciendo —¡Ya sé por qué es!Ya lo ves mi hermosa Elmira,
quien delira
sufre mucho, ¡ya lo ves!
Y así, ilusiones y encanto,
ni acaricies ni mantengas,
para que, al llorar, no tengas
que decir: —¡Ya sé por qué es!
todavía,
cuando me dijo una vez:
—Oye, ¿por qué se sonríen
las flores tan dulcemente,
cuando las besa el ambiente
sobre su aromada tez?
—Ya lo sabrás más delante
niña amante,
le contesté yo, y una mañana,
la niña pura y hermosa,
al entreabrir una rosa
me dijo: —¡Ya sé por qué es!Y la graciosa criatura
blanca y pura
se ruborizó y después,
ligera como las aves
que cruzan por la campiña,
corrió hacia el bosque la niña
diciendo: —¡Ya sé por qué es!y yo la seguí jadeante,
palpitante
de ternura y de interés,
y... oí un beso ducle y blando,
que fue a perderse en lo espeso,
diciendo: —¡Ya sé por qué es!Era muy joven María,
todavía
cuando me dijo una vez;
—Oye, ¿por qué la azucena
se abate y llora marchita
cuando el aura no la agita
ni besa su blanca tez?
—Ya lo sabrás mas delante,
niña amante,
le contesté yo... ¡después!
Y más tarde ¡ay! una noche,
la joven de angustia llena,
al ver triste a una azucena,
me dijo: —¡Ya sé por qué es!Y ahogando un suspiro ardiente,
la inocente
me vio llorando... y después,
corrió al bosque, y en el bosque
esperó mucho la bella,
y al fin... se oyó una querella
diciendo: —¡Ya sé por qué es!Era muy linda María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
—Oye, ¿Por qué se sonríe
el niño en la sepultura,
con una risa tan pura,
con tan dulce sencillez?
—Ya lo sabrás más delante
niña amante,
le contesté yo... ¡después!
Y... murió la pobre niña,
y en vez de llorar, sonriendo,
voló hacia el azul diciendo,
Diciendo —¡Ya sé por qué es!Ya lo ves mi hermosa Elmira,
quien delira
sufre mucho, ¡ya lo ves!
Y así, ilusiones y encanto,
ni acaricies ni mantengas,
para que, al llorar, no tengas
que decir: —¡Ya sé por qué es!
15 DE SEPTIEMBRE
Después de aquella página sombría
En que trazó la historia los detalles
De aquel horrible día,
Cuando la triste Méxitli veía
Sembradas de cadáveres sus calles;
Después de aquella página de duelo
Por Cuahulemoc escrita ante la historia,
Cuando sintió lo inútil de su anhelo;
Después de aquella página, la gloria
Borrando nuestro cielo en su memoria
No volvió a aparecer en nuestro cielo.
La santa, la querida
Madre de aquellos muertos, vencedores
En su misma caída,
Fue hallada entre ellos, trémula y herida
Por el mayor dolor de los dolores...
En su semblante pálido aun brillaba
De su llanto tristísimo una gota...
A su lado se alzaba
Junto a un laurel una macana rota...
Y abandonada sola como estaba,
Vencido ya hasta el último patriota,
Al ver sus ojos sin mirada y fijos,
Los españoles la creyeron muerta,
Y del incendio, entre la llama incierta
La echaron en la tumba con sus hijos...
Y pasaron cien años y trescientos
Sin que a ningún oído
Llegaran los tristísimos acentos
De su apagado y lúgubre gemido;
Cuando una noche un hombre que velaba
Soñando en no sé qué grande y augusto
Como la misma fe que le inspiraba,
Oyó un inmenso grito que le hablaba
Desde su alma de justo...
—Yo soy— le repetía,
Descendiente de aquéllos que en la lucha
Sellaron su derrota con la muerte...
¡Yo soy la queja que ninguno escucha,
Yo soy el llanto que ninguno advierte!...
Mi fe me ha dicho que tu fuerza es mucha,
Que es grande tu virtud, y vengo a verte;
Que en el eterno y rudo sufrimiento
Con que hace siglos sin cesar batallo,
Yo sé que tú has de darme lo que no hallo:
Mi madre, que está aquí porque la siento.—
Dijo la voz y al santo regocijo
Que el anciano sintió en su omnipotencia,
—Si el indio llora por su madre, —dijo,
Yo encontraré una madre para ese hijo,
Y encontró aquella madre en su conciencia.
A esta hora, y en un día
Como éste, en que incensamos su memoria,
Fue cuando aquel anciano lo decía,
Y desde ese momento, patria mía,
Tú sabes bien que el astro de tu gloria
Clavado sobre el libro de tu historia,
No se ha puesto en tus cielos todavía.
A esta hora fue cuando rodó en pedazos
La piedra que sellaba aquel sepulcro
Donde estuviste, como Cristo, muerta
Para resucitar al tercer día;
A esa hora fue cuando se abrió la puerta
De tu hogar, que en su seno te veía
Con un supremo miedo en su alegría
De que tu aparición no fuera cierta;
Y desde ese momento, y desde esa hora,
Tranquila y sin temores en tu pecho,
Tu sueño se cobija bajo un techo
Donde el placer es lo único que llora...
Tus hijos ya no gimen
Como antes al recuerdo de tu ausencia,
Ni cadenas hay ya que los lastimen...
En sus feraces campos ya no corre
La sangre de la lucha y la matanza,
Y de la paz entre los goces suaves
Bajo un cielo sin sombras ni vapores,
Ni se avergüenzan de nacer tus flores,
Ni se avergüenzan de cantar tus aves.
Grande eres, y a tu paso
Tienes abierto un porvenir de gloria
Con la dulce promesa de la historia
De que para tu sol nunca habrá ocaso...
Por él camina y sigue
De tu lección de ayer con la experiencia;
Trabaja y lucha hasta acabar esa obra
Que empezaste al volver a la existencia,
Que aún hay algo en tus cárceles que sobra,
Y aún hay algo que el vuelo no recobra,
Y aún hay algo de España en tu conciencia.
Yo te vengo a decir que es necesario
Matar ya ese recuerdo de los reyes
Que escondido tras de un confesonario,
Quiere darte otras leyes que tus leyes...
Que Dios no vive ahí donde tus hijos
Reniegan de tu amor y de tus besos,
Que no es el que perdona en el cadalso.
Que no es el del altar y el de los rezos:
Que Dios es el que vive en tus cabañas,
Que Dios es el que vive en tus talleres
Y el que se alza presente y encarnado
Allí donde sin odio a los deberes
Se come por la noche un pan honrado.
Yo te vengo a decir que no es preciso
Que muera a hierro el que con hierro mate,
Que no es con sangre como el siglo quiere
Que el pueblo aprenda las lecciones tuyas;
Que el siglo quiere que en lugar de templos
Le des escuelas y le des ejemplos,
Le des un techo y bajo dél lo instruyas.
Así como en tu frente
Podrás al fin ceñirte la corona
Que el porvenir te tiene destinada;
Él, que conoce tu alma, que adivina
En ti a la santa madre del progreso,
Y que hoy ante el recuerdo de aquella hora
En que uno de sus besos fue la aurora
Que surgió de tu noche entre lo espeso,
Mientras el pueblo se entusiasma y llora,
Té viene a acariciar con otro beso.
En que trazó la historia los detalles
De aquel horrible día,
Cuando la triste Méxitli veía
Sembradas de cadáveres sus calles;
Después de aquella página de duelo
Por Cuahulemoc escrita ante la historia,
Cuando sintió lo inútil de su anhelo;
Después de aquella página, la gloria
Borrando nuestro cielo en su memoria
No volvió a aparecer en nuestro cielo.
La santa, la querida
Madre de aquellos muertos, vencedores
En su misma caída,
Fue hallada entre ellos, trémula y herida
Por el mayor dolor de los dolores...
En su semblante pálido aun brillaba
De su llanto tristísimo una gota...
A su lado se alzaba
Junto a un laurel una macana rota...
Y abandonada sola como estaba,
Vencido ya hasta el último patriota,
Al ver sus ojos sin mirada y fijos,
Los españoles la creyeron muerta,
Y del incendio, entre la llama incierta
La echaron en la tumba con sus hijos...
Y pasaron cien años y trescientos
Sin que a ningún oído
Llegaran los tristísimos acentos
De su apagado y lúgubre gemido;
Cuando una noche un hombre que velaba
Soñando en no sé qué grande y augusto
Como la misma fe que le inspiraba,
Oyó un inmenso grito que le hablaba
Desde su alma de justo...
—Yo soy— le repetía,
Descendiente de aquéllos que en la lucha
Sellaron su derrota con la muerte...
¡Yo soy la queja que ninguno escucha,
Yo soy el llanto que ninguno advierte!...
Mi fe me ha dicho que tu fuerza es mucha,
Que es grande tu virtud, y vengo a verte;
Que en el eterno y rudo sufrimiento
Con que hace siglos sin cesar batallo,
Yo sé que tú has de darme lo que no hallo:
Mi madre, que está aquí porque la siento.—
Dijo la voz y al santo regocijo
Que el anciano sintió en su omnipotencia,
—Si el indio llora por su madre, —dijo,
Yo encontraré una madre para ese hijo,
Y encontró aquella madre en su conciencia.
A esta hora, y en un día
Como éste, en que incensamos su memoria,
Fue cuando aquel anciano lo decía,
Y desde ese momento, patria mía,
Tú sabes bien que el astro de tu gloria
Clavado sobre el libro de tu historia,
No se ha puesto en tus cielos todavía.
A esta hora fue cuando rodó en pedazos
La piedra que sellaba aquel sepulcro
Donde estuviste, como Cristo, muerta
Para resucitar al tercer día;
A esa hora fue cuando se abrió la puerta
De tu hogar, que en su seno te veía
Con un supremo miedo en su alegría
De que tu aparición no fuera cierta;
Y desde ese momento, y desde esa hora,
Tranquila y sin temores en tu pecho,
Tu sueño se cobija bajo un techo
Donde el placer es lo único que llora...
Tus hijos ya no gimen
Como antes al recuerdo de tu ausencia,
Ni cadenas hay ya que los lastimen...
En sus feraces campos ya no corre
La sangre de la lucha y la matanza,
Y de la paz entre los goces suaves
Bajo un cielo sin sombras ni vapores,
Ni se avergüenzan de nacer tus flores,
Ni se avergüenzan de cantar tus aves.
Grande eres, y a tu paso
Tienes abierto un porvenir de gloria
Con la dulce promesa de la historia
De que para tu sol nunca habrá ocaso...
Por él camina y sigue
De tu lección de ayer con la experiencia;
Trabaja y lucha hasta acabar esa obra
Que empezaste al volver a la existencia,
Que aún hay algo en tus cárceles que sobra,
Y aún hay algo que el vuelo no recobra,
Y aún hay algo de España en tu conciencia.
Yo te vengo a decir que es necesario
Matar ya ese recuerdo de los reyes
Que escondido tras de un confesonario,
Quiere darte otras leyes que tus leyes...
Que Dios no vive ahí donde tus hijos
Reniegan de tu amor y de tus besos,
Que no es el que perdona en el cadalso.
Que no es el del altar y el de los rezos:
Que Dios es el que vive en tus cabañas,
Que Dios es el que vive en tus talleres
Y el que se alza presente y encarnado
Allí donde sin odio a los deberes
Se come por la noche un pan honrado.
Yo te vengo a decir que no es preciso
Que muera a hierro el que con hierro mate,
Que no es con sangre como el siglo quiere
Que el pueblo aprenda las lecciones tuyas;
Que el siglo quiere que en lugar de templos
Le des escuelas y le des ejemplos,
Le des un techo y bajo dél lo instruyas.
Así como en tu frente
Podrás al fin ceñirte la corona
Que el porvenir te tiene destinada;
Él, que conoce tu alma, que adivina
En ti a la santa madre del progreso,
Y que hoy ante el recuerdo de aquella hora
En que uno de sus besos fue la aurora
Que surgió de tu noche entre lo espeso,
Mientras el pueblo se entusiasma y llora,
Té viene a acariciar con otro beso.
UN SUSPIRO
A mi querida hermana Lola
Si llega a tu ventana una paloma
blanca y hermosa como el casto armillo,
recíbela en tu pecho, Lola bella,
y dale un beso en su rosado pico.
Que la paloma al recibir tus besos
ha de entregarte los que yo te envío,
y así unidos, mis besos con los tuyos
se han de convertir en «un suspiro».
blanca y hermosa como el casto armillo,
recíbela en tu pecho, Lola bella,
y dale un beso en su rosado pico.
Que la paloma al recibir tus besos
ha de entregarte los que yo te envío,
y así unidos, mis besos con los tuyos
se han de convertir en «un suspiro».
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