La Bayamesa
¿No recuerdas, gentil bayamesa
Que tú fuiste mi sol refulgente,
Y risueño en tu lánguida frente
Blando beso imprimí con ardor?
¿No recuerdas que en un tiempo dichosos
Me extasié con tu pura belleza,
Y en tu seno doblé mi cabeza
Moribundo de dicha y amor?
Ven, y asoma á tu reja sonriendo;
Ven, y escucha amorosa mi canto;
Ven no duermas, acude á mi llanto;
Pon alivio a mi duro dolor.
Recordando las glorias pasadas
Disipemos, mi bien, la tristeza;
Y doblemos los dos la cabeza
Moribundos de dicha y amor.
El arroyo en creciente
Ayer corrió el arroyo de linfa transparente
en reducido lecho con lánguido rumor;
hoy surge caudaloso y arrastra en su creciente
los juncos de la orilla, las hojas de la flor.
Ayer perdió el arroyo sus olas y sus giros:
vio pálido el nenúfar, marchito el alhelí;
hoy vuelven las palomas con férvidos suspiros,
y mojan en sus aguas su pico carmesí.
Hoy altos los retoños ostentan frentes blondas,
hoy pinos acopados agitan su dosel,
y alzando su cabeza, rompiendo por 1as ondas,
hoy tiende relinchando sus crines el corcel.
¡Qué bello entre las güijas con tardo movimiento
se arrastra en las arenas torcido caracol!
¡Qué cantos alza el ave! ¡Qué espumas riza el viento!
¡Qué cisne cruza el agua! ¡Qué flores dora el sol!
Sus límpidas espumas no encuentran un escollo,
da el alba con sus rayos esmaltes al cristal;
al borde las espigas despliegan su pimpollo,
al centro el lirio ofrece su seno virginal.
Aquí, preciosa Julia, bajo frondosa jagua
dichosos reposemos: no te detengas, no;
¡la sed me abrasa tanto! ¡Tan fresca corre el agua!
¡Haz copa de tus manos, y en ellas beba yo!
La madrugada en Cuba
I
¡Qué hermosos brillan los campos
de mi Cuba idolatrada,
coronados de rocío
y mecidos por las auras,
cuando la luna ilumina
allá por la madrugada!
Alegres los estancieros
dejan sus pobres hamacas:
el uno el terreno siembra
de plátanos y de caña,
el otro a sus mansos bueyes
unce coyunda pesada,
y el sitiero enamorado,
lleno de amorosas ansias,
con melancólico acento
así a su sitiera llama:
«La luna está como el día
y yo velando a tu puerta:
despierta, mi amor, despierta,
ven, acude a mi agonía.
Salta del lecho, María,
que la luz brillante baña
desde la erguida montaña
a la callada laguna:
espléndida va la luna,
y el astro que la acompaña»
II
Y en tanto que al son del tiple
de pie junto a su ventana,
el venturoso sitiero
despierta así a su adorada,
otra va por el camino
sobre un potro de crin blanca,
ojo vivo, casco duro,
y dobles y llenas ancas.
Él también su canto entona,
que el sitiero que no canta,
que no siente, ni se inspira,
no es hijo de estas comarcas.
Mira la luna, y doliente
un hondo suspiro exhala,
al recordar que es su gloria
un corazón que lo engaña.
Y tras el hondo suspiro
quejumbrosa voz levanta;
y así revela su agravio
en canción apasionada:
«Pálida luna que un día
en amoroso desmayo,
alumbraste con tu rayo
la frente que yo quería.
Aquella sitiera mía
me inmola con dura saña…
¡Pérfida, mi nombre empaña!
¡Ella, toda mi fortuna!
¡Qué triste brilla la luna,
y el astro que la acompaña!»
III
¡Oh, qué magnífica escena!
¡Qué seductor panorama!
¡Cómo reluce en las hojas
la luna de madrugada!
Sobre los verdes guayabos
tiende el perico las alas,
que parecen con la luna
abanicos de esmeralda;
de revoltosos totíes
las negras plumas resaltan,
como ramas de azabache
sobre los mangos y jaguas.
En el cafetal vecino
por todas las guardarrayas
del africano guardiero
suena la rústica flauta;
tenor campestre el sinsonte
sus trinos de amor ensaya;
seduce con blando arrullo
la tórtola enamorada;
atados a sus cadenas
rabiosos los canes ladran;
el grillo chilla, el cordero
con tímido acento bala;
en el árbol duerme el ave,
en el bosque el toro brama,
y en el batey canta el gallo
precursor que anuncia el alba.
Mas yo dejando la tierra
busco del cielo las galas,
y entre sus blancos celajes
la luna de madrugada.
No hay duda que es este cielo
aún más bello que el de Italia,
pero si fuese tan triste
como es el de la Bretaña,
lo quisiera por ser mío,
por ser el de mis hermanas,
por ser el mismo que un tiempo
con mi madre contemplaba.
Aquí ardió en mi fantasía
del primer amor la llama,
y con lirios olorosos
ceñí la sien de mi amada.
Bajo este cielo se mecen
estas ceibas, esas palmas
que me dieron sombra amiga
allá en mi risueña infancia.
Bajo este cielo he crecido
en mis selvas y cañadas,
y va en mi sangre, en mis venas,
y clavando en mis entrañas.
En fin sabed que lo adoro
con todo el fuego del alma,
porque no hay cielo en el mundo
como el cielo de la patria.
Tomado de:
https://www.isliada.org/poetas/jose-fornaris/
EN LA MUERTE DE MI HERMANA JUANA FORNARIS DE CESPEDES
Fuimos dos flores de un ramo,
Fuimos dos aves
de un nido…
¡Cuan injusto el hado ha sido
En separarme de ti!
Nacimos en una misma orilla
I con la misma
suerte…
¡Debió el golpe
de la muerte
Herirme tambien a
mí!
Antes de morir, bien mio,
Yo te dejé en mis hogares;
La ausencia,
montes i mares
Interpuso entre
los dos:
Pensé verte en otros días
A la luz de nueva aurora;
Mas entre los dos
ahora
Coloca una tumba Dios.
Una lagrima de
amores
De un vivo dolor nacida,
A mis ojos encendida
Viste asomar al partir;
Tal vez lloraba tu muerte
En este pesar
impío;
Tal vez el alma, anjel mio,
Reposaba en el camino
De verde yerba en
la alfombra,
Entre flores, a
la sombra
Del frondoso
cuajaní;
I viendo saltar
las aves,
I evaporarse el
rocío,
I correr sereno
el rio,
Me puse a pensar
en ti.
Cruzé la márjen del Yara,
I sediento y
fatigado
Sobre una roca sentado
Miraba el limpio cristal:
Vi la garza en sus orillas,
Oí trinar el sinsonte,
I ví a la falda
del monte
Estenderse el
yareyal;
Surqué la mar borrascosa,
Divisé tierras estrañas,
I gigantestas
montañas
Entusiasta
recorrí;
I por las tardes
de Julio,
Alzando triste la
frente,
Con la luz del
Sol poniente
Me puse a pensar en ti.
Cruzé las ondas del Cáuto
Sobre la barca
lijera,
Por cojer en la
ribera
El dorado caracol;
Ví que los remos
batían
Otras índcas
piraguas,
Resbalando por las aguas
Al postrer rayo de Sol;
Al fín,
llorando mis penas
En mis noches de
vijilia,
Recordando mi familia
De la Habana el cielo ví;
Miré las serenas aguas
Del cristalino Almendáres,
I al soñar con
mis hogares
Me puse a pensar en ti.
Brisas de Agosto, en moribundos jiros
Antes que el pecho de dolor sucumba,
Vosotras que la
visteis en la tumba
Llenadme de sus
últimos suspiros.
Anjeles que
velais por los despojos
De una mujer tan pura i hechicera,
Dadle a mi corazón siquiera
El llanto postrimero de sus ojos.
Impresa
permanece en mi memoria,
Como ántes vive, en mi interior la siento;
Como el sueño dorado de la gloria
Inunda con su luz mi pensamiento.
Unidos a llorar nuestros pesares,
Venid, venid, familia sin ventura,
Entre tristes
delirios de ternura
Venid a estar con ella en mis cantares.
Como el fuego
puro i sacrosanto
Vírjen Vestal cuidaba en otro día,
¡Siempre guardemos su recuerdo santo!
¡Siempre lloremos a la hermana mia!
Habana, 1853.
Tomado de:
http://fornaris-cespedes.info/poes-a-de-jos-fornaris.html
Su voz
Envuelta en alba túnica la veo
radiante de esplendor, alta la frente,
canta, y despierta con su voz ardiente
de ignota dicha el íntimo deseo.
Calla, y la sigo en grato devaneo
por un mundo de luz, y dulcemente
me parece que escucho en el ambiente
resonar el tiernísimo gorjeó.
Se aleja, y oigo el eco que distante
cual himno triste de perdida gloria
suspira lleno de pasión y llanto:
Sueño, y la miro hermosa y palpitante,
y con su imagen fija en la memoria
torno a escuchar su delicioso canto.
Mi adoración
Aquí alzando patrióticos cantares,
de estas orillas en la blanca arena,
y no en la margen del helado Sena,
ni al blando murmurar del Manzanares,
vivo feliz. Prefiero en mis hogares
el claro arroyo que entre guijas suena,
y la que grata los espacios llena
música de mis cedros y palmares.
¿Qué puede haber en el Antiguo Mundo
comparable a mis céfiros y cañas,
y al follaje sin par del bosque mío?
Adorar sólo sé mi sol fecundo,
mis colinas, mis vírgenes montañas,
y la fértil ribera de mi río.
Tomado de:
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