Arte del poema
No nazca sangre viva de tu seno,
sí un aire bueno que entre los amigos
lava castigos y desciende pleno
por vados de mentira y desabrigos.
Sobre los dioses
No crezca, dios, en tu puño, tu corbata,
tu seno abrigador, leche y desgano,
sino tu pie sangrado y tu caballo,
alto espíritu malo en mi verano.
(De Cuaderno de la persona oscura)
Mujer y perros
A Augusto, que la conoció
Recuerdo en Lima una mujer, una cansada
sombra de pordiosera que juntaba
perro a perro como los frutos de su vientre.
Eran canes de paso, animales
manchados, negros, hoscos, melancólicos hijos
que la escuchaban en el suelo y lamían su mano
agradecidos de una llaga,
un harapo mejor, un simple hueso.
Una mujer que se sentaba en una plaza
y cosía el alba y el ocaso al calor
húmedo y triste de sus perros.
(De Los ojos del pródigo)
Confidencia en alta voz
Pertenezco a una raza sentimental,
a una patria fatigada por sus penas,
a una tierra cuyas flores culminan al anochecer,
pero amo mis desventuras,
tengo mi orgullo, doy vivas a la vida bajo este cielo
mortal
y soy como una nave que avanza hacia una isla de fuego.
Pertenezco a muchas gentes y soy libre,
me levanto como el alba desde las últimas tinieblas,
doy luz a un vasto campo de silencio y oros,
sol nuevo, nueva dicha, aparición imperiosa
que cae horas después en un lecho de pesadillas.
Escribo, como ven, y corro por las calles,
protesto y arrastro los grillos del descontento
que a veces son alas en los pies,
plumas al viento que surcan un azul oscuro,
pero puedo quedarme quieto, puedo renunciar,
puedo tener como cualquiera un miedo terrible,
porque cometo errores y el aire me falta
como me faltan el pecado, el pan, la risa, tantas cosas.
El tiempo es implacable como un número creciente
y comprendo que se suma en mi frente, en mis manos,
en mis hombros, como un fardo,
o ante mis ojos como una película cada vez más triste,
y pertenezco al tiempo, a los documentos, a mi raza y mi
país,
y cuando lo digo en el papel, cuando lo confieso,
tengo ganas de que todos lo sepan y lloren conmigo.
Desde el corazón
Me sitúo en el centro de mi corazón,
pongo los ojos en el fondo de ese pozo
como dos lámparas frías que encienden el amor,
¿y qué veo?
Dios
mío, si veo
el claro espejo familiar que hay en mi sueño,
el pan que sale del horno de la vida a cada rato.
Vuelve a ti, viajero, vuelve
al Hotel de Bâle, ya que París es una pieza mortecina,
un lavabo, una mesa, un lecho para el vino de esta
noche,
y sabrás nuevamente que eres un círculo de dudas
un remolino incesante que gira en torno de la ausencia.
Me sitúo en el centro de mi corazón, repito,
y me digo:
“Estoy
aquí, pero en Lima
despertará mi madre cuando el perro
gima a su puerta, le dé los buenos días, la bendiga,
porque su mano es como un fruto que no cesa”.
Todo esto es mi país
Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce;
mi país es una intensa pasión, un triste piélago, un
incansable manantial
de razas y mitos que fermentan;
mi país es un lecho de espinas, de caricias, de fieras,
de muchedumbres quejumbrosas y altas sobre heladas;
mi país es un corazón clavado a martillazos,
un bosque impenetrable donde la luz se precipita
desde las copas de los árboles y las montañas inertes;
mi país es una espuma, un aire, un torrente, un declive
florido,
un jardín metálico, longevo, hirviente, que vibra
bajo soles eternos que densos nubarrones atormentan;
mi país es una fiesta de ebrios, un fragor de batalla,
una guerra civil,
un silencioso páramo cuyos frutos son jugosos,
un banquete de hambres, un templo de ceremonias crueles,
un plato vacío tendido hacia la nada,
un parque con niños, con guitarras, con fuegos,
un crepúsculo infinito, una habitación abandonada, un
angustiado grito,
un vado apacible en el cual se celebra la vida;
mi país es un sepulcro en medio de la primavera,
una extraña silueta que abruma con su brillo la soledad,
un anciano que camina lentamente, un ácido que horada
los ojos,
un estrépito que apaga todas las músicas terrenales,
un alud de placeres, un relámpago destructor, un
arrepentimiento sin culpa.
un sueño de oro, un despertar de cieno, una vigilia
torva,
un día de pesar y otro de risa que la memoria confunde,
un tejido de lujo, una desnudez impúdica, una impaciente
eternidad;
mi país es un recuerdo y una premonición, un pasado
inexorable
y un porvenir de olas, resurrecciones, caídas y
festines;
mi país es mi temor, tu ira, la voracidad de aquel,
la miseria del otro, la defección de muchos, la saciedad
de unos cuantos,
las cadenas y la libertad, el horror y la esperanza, el
infortunio y la victoria,
la sangre que fluye por las calles hasta chocar con el
horizonte
y de ahí retorna como una resaca sin fin;
mi país es la mujer que amo y el amigo que abrazo tan
sólo por amigo,
el extraño que te sorprende con su odio y el que te da
la mano porque quiere;
mi país es la ventana a través de la cual miro la tarde,
la tarde que cae con sus ramos de melancolía en mi
pecho,
y el agua matinal con que limpio mis pupilas de imágenes
sucias,
el aire que respiro al salir de mi casa cada día,
y la gente que se precipita conmigo a los quehaceres sin
sentido,
el trabajo, la fatiga, la enfermedad, la locura, el
pensamiento,
la prisa, la desconfianza, el ocio, el café, los libros,
las maldiciones;
mi país es la generosa mesa de mi casa y los rostros
familiares
donde contemplo la marea incansable de mi dicha,
el cigarrillo que consumo como una fe que se renueva
y el perro cuya piel es cálida como su amistad; mi país
son los mendigos y los ricos, el alcohol y la sed,
la aventura de existir y el orden en que elijo mis
sacrificios;
mi país es cárcel, hospital, hotel, y almacén, hogar,
arsenal;
mi país es hacienda, sembrío, cosecha;
mi país es escasez, sequía, inundación;
mi país es terremoto, lluvia, huracán;
mi país es vegetal, mineral, animal;
mi país es flexible, rígido, fluido:
mi país es líquido, sólido, inestable;
mi país es republicano, aristocrático, perpetuo;
mi país es una cuna, tumba, lecho nupcial;
mi país es indio, blanco, mestizo:
mi país es dorado, opaco, luminoso;
mi país es amable, hosco, indiferente;
mi país es azúcar, tungsteno, algodón;
mi país es plata, nieve, arena;
mi país es rudo, delicado, débil y vigoroso, angelical y
demoníaco;
mi país es torpe y perfecto;
mi país es enorme y pequeño;
mi país es claro y oscuro;
mi país es cierto e ilusorio;
mi país es agresivo y pacífico;
mi país es campana,
mi país es torre,
mi país es isla,
mi país es arca,
mi país es luto,
mi país es escándalo,
mi país es desesperación,
es crisis, escuela, redención, ímpetu, crimen,
y lumbre, choque, cataclismo,
y llaga, renunciación, aurora,
y gloria, fracaso, olvido;
mi país es tuyo,
mi país es mío,
mi país es de todos,
mi país es de nadie, no nos pertenece, es nuestro, nos
lo quitan,
tómalo, átalo, estréchalo contra tu pecho, clávatelo
como un puñal,
que te devore, hazlo sufrir, castígalo y bésalo en la
frente,
como a u hijo, como a un padre, como a alguien cansado
que acaba de nacer,
porque mi país es,
simple, pura e infinitamente es,
y el amor canta y llora, ahora lo comprendo, cuando ha
alcanzado lo imposible.
(de Confidencia en alta voz)
EL POETA CONOCE LA POESÍA
Permítanme decir que la poesía
es una habitación a oscuras, y permítanme también
que confiese que dentro de ella nos sentimos muy solos,
nos palpamos el cuerpo y lo herimos,
nos quitamos el sombrero y somos estatuas,
nos arrojamos contra las paredes y no las hallamos,
pisamos en agua infinita y aspiramos el olor de la
sangre
como si la flor de la vida exhalara en esa soledad
toda su plenitud sin fracasos.
Permítanme, al mismo tiempo, que pregunte
si un peruano, si un fugitivo de la memoria del hombre,
puede sentarse allí como un señor en su jardín,
tomar el té y dar los buenos días a la alegría.
Qué equivocados estamos, entonces, qué pálida
es la idea que tenemos de algo tan ardiente y doloroso.
Porque, para ser justos, es necesario que envolvamos
nuestra ropa,
demos fuego a nuestras bibliotecas,
arrojemos al mar las máquinas felices que resuenan todo
el día,
y vayamos al corazón de esa tumba
para sacar de ahí un polvo de siglos que está olvidado
todavía.
No sé si esto será bueno, pero permítanme que diga
que de otro modo la poesía está resultando un poco
tonta.
Confidencia en alta voz, 1960.
Tomado de:
POEMA TESTAMENTO OLOGRAFO
Dejo mi sombra,
una afilada aguja que hiere la calle
y con tristes ojos examina los muros,
las ventanas de reja donde hubo incapaces amores,
el cielo sin cielo de mi ciudad.
Dejo mis dedos espectrales
que recorrieron teclas, vientres,
aguas, párpados de miel
y por los que descendió la escritura
como una virgen de alma dehilachada.
Dejo mi ovoide cabeza, mis patas de araña,
mi traje quemado por la ceniza de los presagios,
descolorido por el fuego del libro nocturno.
Dejo mis alas a medio batir, mi máquina
que como un pequeño caballo galopó año tras año
en busca de la fuente del orgullo
donde la muerte muere.
Dejo varias libretas agusanadas por la pereza,
unas cuantas díscolas imágenes del mundo
y entre grandes relámpagos algún llanto
que tuve como un poco de sucio polvo en los dientes.
Acepta esto, recógelo en tu falda como unas migas,
da de comer al olvido con tan frágil manjar.
Tomado de:
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