sábado, 28 de mayo de 2022

POEMAS DE ADRIANO DEL VALLE

 



El pajarito cojo

No la ha visto nadie,

ni siquiera el aire,

pajarito sabio que todo lo sabe.

Volando, piando, se perdió una tarde,

que también a Roma se va por el aire.

Al volver traía, sin culpar a nadie,

la patita rota, mojada en su sangre.

Le curé la herida con sal y vinagre,

le anillé la pata con un fino alambre.

¡Ay cómo piaba llamando a su madre!

El alpiste, el agua, ni la sed ni el hambre

le saciaban nunca de volver al aire,

de seguir volando, su peregrinaje.

Voló sin muletas, cojito, en el aire.

No le ha visto nadie,

ni siquiera el aire,

pajarito sabio que todo lo sabe...

 

 

Canción de cuna de los elefantes

El elefante lloraba

porque no quería dormir...

—Duerme elefantito mío,

que la luna te va a oír

 

—Papá elefante está cerca,

se oye en el manglar su mugir;

duerme elefantito mío,

que la luna te va a oir...

 

El elefante lloraba

(¡con un aire de infeliz!),

y alzaba su trompa al viento...

Parecía que en la luna

se limpiaba la nariz.

 

 

La rosa y el velocípedo

" ¡No le toque ya más,

que así es la rosa!"

Juan Ramón Jiménez

 

(Romance a lo Walt Disney)

 

—Cuidado, Doña Perfecta,

  —dijo a la rosa el biciclo—.

  ¿Por qué me sales al paso?

  Si no te apartas te piso...

  —Pasa ya, tonto de acero;

  no tienes miedo al ridículo.

  —El jaramago te adora.

  —¡Mentiroso!

  —Yo lo he visto.

  —Yo nací con la manzana;

  vi a Eva en el Paraíso

  y habrá rosas de mi estirpe

  en el Día del Juicio.

  —No sigas, rosa perfecta,

  de eso a mí me da lo mismo;

  tienes una vida efímera.

  —Todo en la vida es efímero.

  —Metafísica estás...

  —¿Qué oigo?

  —Que eres medio tonta, digo;

  más tonta que un miriñaque.

  —Eres idiota, biciclo;

  quiero decirte tres cosas:

  ¡cínico, cínico, cínico!

  —Con los madrigales cursis

  te embriagas, es tu oficio...

  —Y el tuyo llevar al parque

  los tontos en equilibrio.

  —Tú no sabes geometría.

  El relojero es mi amigo;

  que aprenden de mis prodigios.

  Euclides hizo posible

  que yo esté hablando contigo.

  —Déjate de garambainas

  y demás textos científicos;

  cien poetas me cantaron

  antes de nacer Virgilio.

  —Vi libros de un ingeniero;

  mi esquema viene en sus libros...

  —Soy ex—libris de las flores.

  —Yo el colofón de lo antiguo;

  los hombres quieren volar

  e inventan el velocípedo.

  La perfección de las ruedas

  madura en mí su principio.

  —¿Las ruedas eran cuadradas?

  ¿Rodaban a pie cojito?

  —Mírame; frágil, aéreo,

  tengo radios, no pistilos;

  corto rosas de aire al viento,

  corro como un cervatillo;

  biselado por la brisa,

  virtuoso y agilísimo;

  tengo esbeltez de jirafa

  que aparece en espejismo.

  ¿Y tú, rosa...?

  —Presumido.

  Como no tengo tu labia,

  ni tu jarabe de pico,

  verás qué dice un poeta

  que me canta en este libro...

  Y la rosa reflejaba

  en niquel de velocípedo,

  perfecta, pura, geométrica,

    la Anunciación de un prodigio,

    que iba a emparentar compases,

  rosas, lápices y lirios.

  Se cuenta que se casaron

  que tuvieron muchos hijos...

  Automóviles perfectos,

  hidroplanos de aluminio,

    son los nietos de una rosa,

  los nietos de un velocípedo.

 

 

Epitafio

“¡Dios me otorgue el merecerle,

¡Oh Virgen de la Merced!

Dándome postrera suerte

Para que sacies mi sed

En la hora de mi muerte.”

Tomado de:

https://www.poeticous.com/adriano-del-valle?locale=es

 

 

Luces de la ciudad bajo la noche

A Rafael Consinos-Assens, gran Maestre del «Ultra»

 

Luces.

Rosas de luces que se encienden

en explosiones silenciosas

hasta irrumpir en las retinas

en mil fracasos,

multiplicados por los horizontes

y por el inmenso estuario

azul

del mar.

 

Luces.

Luces que surgen,

suavemente,

o bien con el ímpetu estelar

con que fluiría la sangre

a los miembros que hubiesen sido cercenados

sobre un tajo de estrellas.

 

Luces que se sumergen en el río,

y tiemblan,

como flores de légamo,

o como rojas pupilas de borrachos

que vomitasen vinos hediondos

desde los pretiles de los puentes.

 

Luces que brotan a la vida nocturna,

en los cristales y en las torres,

como rescoldos de la hoguera

purpúrea del crepúsculo

en que murió la tarde,

voluptuosamente

 

[…]

 

por los rayos del sol

herida por las jabalinas temblorosas

de los relámpagos del estío.

 

Luces de la ciudad

que irrumpen en la noche

ya poblada por el zumbido

de las mil abejas del silencio.

 

Luces que surgen en la sombra

como rosas de sangre

que fuesen extravasadas por las lunas

de las ánforas plenas

puestas en los intercolumnios de las vírgenes.

Luces de las constelaciones

que son como las mamas prodigiosas

del torso azul de Urania

que rezuman estrellas encendidas

sobre los vastos finares y los ríos.

 

Luces misteriosas de San Telmo

ebrias sobre los mástiles,

que están como empavesados con estrellas.

Luces que en las cúpulas son pájaros

de rotas alas temblorosas,

nostálgicos de sol bajo la luna

y ansiosos de partir en un gran vuelo,

sobre los naranjos y sobre las salinas,

en la fresca mañana ribereña,

que traerá más luces aún

en las blancas banderas de la aurora…

Tomado de:

https://trianarts.com/adriano-del-valle-luces-de-la-ciudad-bajo-la-noche/#sthash.NoL79zW0.dpbs

 

El secreto

 

A orillas de la fábula, secretamente mía,

desde el árbol de sangre donde nace el latido

que se asoma a tu pulso, tu lengua, flor mojada,

era un sésamo oculto para el paisaje mórbido

de tu floral desnudo, desgajado en pudores

y amorosas laderas silvestres, en la sombra

de tus senos en vilo, colmenas del enjambre

cuyo vuelo guiaba el beso más antiguo.

 

Sempiternas colinas con pétalos y zumos,

el sí y el no acertaban, dudoso de tu aroma;

áureo botín de besos, acosadas axilas,

fugacísima imagen traída en tus relámpagos,

abriéndome entre lirios palomas y moluscos.

Y tú, ya casi un claro de luna en tus pestañas,

arcángel sin edad eras sencillamente.

 

Y acueducto sin lluvia, la luz del arco iris

nos volcaba el secreto flamígero del beso,

la soledad abriendo a nuestras almas juntas

donde las aves urden sus alcobas de trinos.

¡Oh amada mía! Siempre tu inaccesible cumbre;

y ya en ti, me despeño virgíneamente tuyo,

cuando el aire y el río te huelen desde cerca

el tatuaje invisible de la piel de tu aroma.

 

Y entonces, voy bajando por la rampa del grito,

del fulgor y la piedra, del viento y de la nieve;

ave soy rubricando con el vuelo las cumbres;

Ángel Caído soy recluido en tus ojos,

mordiendo en tu cabello sus pendulares frutos,

desplegando en mi torso su funeral bandera,

tu ardiente cordillera midiendo con mis brazos...

 

Con mi equinoccio envuelvo tus claros hemisferios

de antípodas caricias, cuando exploran mis besos

la tibia sangre nómada de tus venas azules.

La luna era el ex-libris del éxtasis nocturno,

tallo de flor nacido de tu propia semilla,

soledad sin los árboles que sostienen el cielo,

la delicia ignorando de beber en tu lengua,

como la piedra ignora el lenguaje del pájaro.

 

Si el beso no era un símbolo creado en tu homenaje,

su corola en tu hálito tuvo pétalos dulces

para impregnar la tierra con mieles suficientes

cuyo dulzor brotaba de la raíz del mundo.

Te conocí en el lecho mineral del planeta,

mientras tú apaciguabas la luz en la montaña...

Cósmicamente mía... Norte, Sur, Este, Oeste,

nupciales, cuatro vientos te velaban el sueño.

Tomado de:

http://poesiabreve-briefpoetry.com/adrianodelvalle.html

 

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