SOL
. . . . . . . . . A Ernest Caillebar[2]
El pueblo al mediodía. La mosca de oro[3] canturrea
entre los cuernos de los bueyes.
Iremos, si quieres,
si así lo quieres, a la campiña monótona.
Oye al gallo... Oye la campana... Oye al pavo real...
Oye allá, allá, el asno...
La golondrina negra se cierne,
los álamos a lo lejos se marchan como un mantón.
¡El pozo roído por la espuma! Escucha rechinar
su polea, aún rechina,
porque la chica de los cabellos de oro
tiene el viejo cubo todo negro, de caerle la plata en
rocío.
La niña se marcha, con un paso que hace inclinar
en su cabeza dorada el cántaro,
su cabeza como una colmena,
que se funde al sol bajo las flores del melocotonero.
Y en el pueblo, he aquí que lanzan los tejados
ennegrecidos
copos garzos al cielo azul;
y los árboles perezosos
en el horizonte que vibra, apenas se mecen.
5
Pondré jacintos blancos
en mi ventana, en el agua clara
que parecerá azul dentro del vaso.
Pondré sobre tu garganta blanca
y reluciente como piedra
de arroyo, bolas de acebo.
Pondré sobre la pobre cabeza
del desdichado perro sarnoso,
y ojos manchados,
la más dulce de mis caricias,
para que él, tan aterido,
se vaya mucho más gozoso.
Pondré mi mano sobre la tuya,
y me conducirás hasta la sombra
donde giran las hojas de otoño,
hasta la arena de la fuente
que la lluvia, tan suave, atravesó,
donde se remoja el viejo prado.
La lluvia fina, mi pensamiento manso
como la llovizna.
Pondré sobre el cordero que bala,
una rama de hiedra amarga
que es negra porque es verde.
HABÍA UNAS GARRAFAS
. . . . . . . . . . A Charles Veillet[4]
Había unas garrafas de agua clara
en el pequeño y negro jardín del ministro protestante,
en su casa de aspecto severo;
y había también grandes vasos
sobre el mantel. Había hojas en las contraventanas.
El mes de junio. Sobre la pequeña alameda,
un trozo de sedal de pesca, roto y en su caña,
había sido dejado, y el día
estaba gris y, como suele decirse, cargado,
igual que si fueran a caer gruesas gotas de agua.
Por la ventana negra, triste y abierta,
oíamos un piano en los laureles relucientes.
Las pequeñas ventanas eran verdes.
Allí debíamos ser muy felices, por cierto,
como en los libros de Rousseau hace tanto tiempo.
LA PEQUEÑA QUE MURIÓ
Una pequeña choza con un perro delante….
¡Oh, querida mía! A la tarde, está la rosa mojada.
En el parque grande, cerca de la reja oxidada,
la cogí enseguida para ti, soñando.
Llovizna fuera; ven aquí, ven… el viento
solloza en los laureles… ¡oh! quédate así, cogida
con tus endebles brazos a mi cuello…casi plegada….
Hagamos de nuestros corazones muertos un amor que reviva.
Sumérgete con tus dulces ojos de violeta umbría
en la mirada mía, tan triste y grave, que refleja
mis duelos de amor... Oye mi voz... Es el tañido fúnebre
que conduce despacio, con su pequeño vestido,
a la única a quien quise, Muerta al palidecer el alba,
que tiene en sus manos de cera lilas ligeras.
[2]
Alcalde de Estang, pueblo donde residió largas temporadas Jammes (N. del T.)
[4]
Profesor de inglés, amigo personal y condiscípulo de Jammes en Burdeos (N. del
T.).
Tomado de:
http://letras.mysite.com/dara071216.html
Ofrecimiento oscuro
Yo les traigo mi mala fortuna
semejantes a sueños muertos
la luna resplandece, señor
mis espirituales desiertos
Del sueño las sierpes violadas
se hospedan en mi corazón
deseos rodeados de espadas
leones ahogados al sol.
Y hay lirios de muerte custodios
y hay manos que dicen adiós;
la flor purpural de los odios,
las flores sin polen de amor…
Señor, ten piedad de mi ofrenda,
piedad de mi noche feroz.
que pase la luna tremenda
segándola como una hoz.
Tomado de:
https://poemacoleccion.blogspot.com/2013/10/poemas-de-francis-jammes.html
"Los domingos, el bosque viene a vísperas..."
Los domingos, el bosque viene a vísperas.
¿Habrá baile a la sombra de las hayas?
No sé... ¿Qué sé yo?
Una hoja cayó de la ventana.
Esto sé; más, no.
La iglesia. Cantos. Una gallina.
Es la fiesta; cantó la aldeana.
Rodar el viento en el azul se ve.
¿Habrá baile a la sombra de las hayas?
No sé; nada sé.
Mi alma está triste, dulce y afligida.
¿Habrá baile a la sombra de las hayas?
Bien sabes tú que el bosque los domingos viene a vísperas.
Pensar esto, ¿es ser poeta?
No sé; ¿yo qué sé?
¿Vivo acaso? ¿Tal vez sueño?
¡Oh, el sol, y el perro, bueno, el triste perro!
Y aquella aldeanita,
A quien dije: "Cantas muy bien..."
¿No bailará a la sombra de las hayas?
Quisiera ser, quisiera ser,
el que va poco a poco dejando caer,
como un árbol sus bayas,
su tristeza, su tristeza, parecida
a los bosques que vienen a vísperas.
Tomado de:
https://franciscocenamor.blogspot.com/2017/06/poema-del-dia-los-domingos-el-bosque.html
Oración para querer el dolor
Sólo mi dolor tengo y otra cosa no quiero.
Siempre me ha sido fiel y lo seguirá siendo.
¿Cómo estar resentido con quien me ha acompañado
en las horas amargas en que mi corazón
triturado era a fondo por mi acongojada alma?
¡Oh, dolor! He acabado, ya ves, por respetarte,
pues estoy seguro de que nunca te irás.
Lo reconozco: eres, a fuerza de ser, bello.
Eres igual que quienes no abandonaron nunca
el fuego de mi pobre y negro corazón.
Más que una bienamada eres tú, dolor mío:
a ciencia cierta sé que el día en que agonice,
acostado estarás, dolor, entre mis sábanas,
para en el corazón una vez más entrar.
Tomado de:
https://elbosquesilencioso.com/2020/03/25/oracion-para-querer-el-dolor-francis-jammes/
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