martes, 10 de mayo de 2022

POEMAS DE MERCEDES DE ACOSTA



Canción de la quinta avenida

Una vía larga y estrecha

Dibujada como una hebra a través del corazón

De la ciudad.

Avenida de ricos, de pobres—

Que vibra de color—

Que oscila con la humanidad

Que le marca el compás al pulso de la Vida,

Sofocada por la presión de la Vida,

Aplastada—pisoteada con fuerza

Por desbordantes flujos de Vida.

 

¡Quinta Avenida!

Escribiré tu canción con repiqueteo y estruendo,

Con estrépito de pisadas,

Ruido interminable, infinito.

Escribiré tu canción con dolor—alegría,

Con nacimiento—muerte,

Con creación—destrucción,

Con belleza y fealdad.

Cantaré tu canción a pesar de las tradiciones,

Indiferente a toda tradición.

Cantaré tu canción a pesar de las tradiciones,

Indiferente a toda tradición.

Cantaré tu canción de razas, de credos

Disueltos en uno—

Cantaré tu canción

Con risa—ironía—desesperación.

Mi música vendrá de todas las épocas

Y a todas ellas alcanzará—

Así como tú has venido de todas las épocas,

De todos los pueblos;

Y con la esbeltez de tu cuerpo

Y la magia de tu voluntad

Has marcado a todos ellos.

 

Washington Square—

Arco blanco que se eleva como el fantasma

De difuntos de antaño;

Recuerdo de flores fragantes—encajes antiguos—

Cascabeleo de campanas y muchas huellas

De belleza, amor y sueños.

Ahora solo un arco, pero una cruz brilla

Sobre un viejo edificio marrón.

Washington Square—

Símbolo del Pasado,

Genitor de la hebra larga y estrecha

Hilada desde tu corazón.

Involúcrate ahora

Y atiende de cerca a las aceras y a los años.

 

 

 

Mira el cansado estrépito

De los sudorosos trabajadores cuando salen a almorzar;

Mira cómo se desalojan edificios

Donde una vez hubo hogares;

Suecos, armenios, eslavos llegan a caudales

Y absorbiendo el aire por una breve hora,

Se mezclan con la multitud entre el mal olor y sudores.

En una esquina se abre una flor

Que lleva en una cesta un italiano

Empujado rudamente por un policía irlandés

Que llama a todos “un puñado de judíos apestosos”.

Entonces, más arriba, yo canto—

Más allá de tiendas fabulosas—fabulosos bancos,

Ropas de todo tipo—

Zapatos, vestidos, abrigos, corsés,

Judíos, gentiles en apretujado enjambre

Se abren paso al cruzar la Avenida.

Y sobre todos ondea la bandera.

¡En tiendas con nombres franceses, alemanes, italianos

¡Cuelga la Gran Bandera Americana!

 

La calle 42—

Como un extraño animal mecánico

Que abre su enorme mandíbula

Y al sonido de un agudo silbato

Escupe con fuerza grandes masas de Vida.

Millones de gentes se precipitan sobre

La columna vertebral de la Avenida

Y llaman al sistema “civilización”.

Mientras que empinados edificios surgen

Amenazadoramente hacia lo alto,

Donde una vez hubo esbeltos árboles primigenios

Y cantos de pájaros llenando el aire

En lugar de silbatos de policía.

Pero he dicho que cantaré tu belleza también;

Por lo que recuerdo aquí también tu magia

A la hora del crepúsculo,

Tus edificios blancos como el alado vuelo de los pájaros,

El parpadeo de tus miles de ventanas

Como estrellas de la noche.

Y de día,

Los destellos del sol sobre tu rostro;

Colores deslumbrantes—motores—verdes autobuses—

La Vida—la vida en su camino

Hacia la muerte. Pasa un entierro,

Un pobre pide limosna, un niño ríe a carcajadas,

Pero como hormigas sobre los altos céspedes,

Siguen su camino, nadie les presta atención.

 

 

 

Entonces, las iglesias—todos los credos—

(Escoge uno),

Todas las agujas de campanario apuntan al cielo,

Todas tratan en vano

De mostrarnos el paraíso.

Mientras en la calle los pordioseros

Se reúnen sin hogar.

Entonces, las mansiones copiadas de tierras foráneas:

Chateaux franceses, palacios italianos,

Mientras dentro de grandes planchas de vidrio

Las pinturas de los viejos maestros miran hacia afuera,

Solemnemente contemplan el nuevo mundo.

Entonces, más arriba, más casas de ricos,

Mansiones de banqueros judíos—políticos adinerados,

Todos abarrotados de oro y de comida,

Mientras sentados al otro lado del parque se encuentran

Viejos mendigos desgastados, exhaustos

De andar hambrientos.

Más arriba, desde el hospital Monte Sinaí

El cloroformo inunda la brisa,

Y en el parque, desde los árboles,

El perfume de las flores.

Entonces, más lejos aún, “El Barrio de los Negros”,

Caras negras y mulatas

Se asoman a las ventanas y se apiñan en las calles.

 

De esta forma, la larga y estrecha hebra

Se estira—se estira—se dobla

Y finalmente termina.

 

La Quinta Avenida termina y con ella mi canto;

Pero sobre su pavimento la sangre de la Vida

Continúa fluyendo.

 

 

Insaciable

No le temo al amor

ni a sus consecuencias.

Sólo temo que, al conocer el amor,

yo continúe insaciable

y mi alma anhele aún algo mayor.

 

 

Entierro

Está pasando un entierro.

En el féretro

Yace el cuerpo de un hombre o de una mujer—

Ahora no importa el sexo—

Pues el alma comprensiva y sin sexo

Ha cogido su rumbo.

O quizá se encuentre entre nosotros

Y esté mirando al hombre que se quita el sombrero

Y con gran reverencia inclina la cabeza.

 

La fe perdida

Vacío está el confesionario.

Desgastado —suavizado—

en colores antiguos y gloriosos está el mármol

en el que se ha arrodillado el penitente.

A paso lento me acerco y admiro

el lugar en que también yo una vez me arrodillé.

Y con reverente cercanía

yo, que ya no creo,

me inclino y beso el mármol

adonde aquellos que todavía creen

vendrán a arrodillarse.

 

 

Manos sucias

Tras irse todos,

era siempre tan maravilloso sentarme contigo

en el teatro a oscuras.

Había un misterio en ello,

como si el eco de muchas obras

perdurara todavía entre los pliegues del telón,

mientras fantasmales figuras se acurrucaban

en las lunetas y con manos vaporosas

hacían sonar los reprimidos aplausos.

¿Recuerdas cómo nos sentábamos siempre en silencio?

Yo cerraba los ojos para sentir tu cercanía más cerca.

Entonces, como un ritual, lentamente

yo tomaba tu mano

y tú reías un poco y me decías:

“Tengo las manos terriblemente pegajosas”, o

“No logro mantener limpias las manos en este teatro”,

como si eso importara… como si eso importara…

 

Palabras

Palabras, palabras.

¿Por qué estás siempre usándolas como espadas?

Y si tienes que hacerlo,

¿acaso no puedes usar algo más que palabras?

¿Te acuerdas de anoche?

Hablamos tan atolondradamente

—de nuevo las palabras,

y entonces más palabras—.

Parecía toda una enmarañada red de palabras.

Tú tratabas de convencerme de algo

(sólo Dios sabe)

y yo, de responder con inteligencia

al defender mi opinión.

Pero repentinamente, de alguna forma,

nuestras palabras significaron muy poco;

entonces, te inclinaste

y tu rodilla tocó la mía

y después de eso mis pensamientos se empañaron

y nuestras palabras no significaron nada.

Tomado:

https://www.isliada.org/poetas/mercedes-de-acosta/

 

 

Para Vouletti

 

No crece una hoja,

Ni una brisa que sopla,

Ni un árbol dulce y fragante,

Ese no eres tú para mí.

 

A la luz del sol siento tu sonrisa,

A la luz de la luna, todo el rato,

siento la presión de tu mano,

Y al sentir esto comprendo.

 

Entiendo todas las cosas sagradas,

Las profundidades de la vida, las alas secretas

Que llevan más allá del camino lúgubre,

Convirtiendo la oscuridad en luz, y la noche en día.

 

Todas las cosas buenas, rectas y verdaderas, las

sé mejor gracias a ti;

Mientras que tu dulzura es como una cálida ducha fresca,

Y tu rostro y tu alma como una flor besada por el sol.

 

irrealidad

 

A través del cristal de la ventana veo tu rostro,

Su contorno un poco vago

En la penumbra de la sombra.

Pero la blancura de tu piel

es como la vela de un barco limpio,

destacando en la oscuridad de una noche.

Y tus ojos, los veo como dos tazones de oro,

con los rayos de mil rayos de luna barriendo sobre ellos.

Mientras me desmayo en la oscuridad,

me pregunto si alguna vez te he conocido realmente,

o si existes en absoluto,

y no eres más que una creación retorcida, febril y plateada de mi cerebro.

Y la irrealidad de ti viene sobre mí,

Como una niebla sobre un mar solitario.

Tomado de:

https://www.poemhunter.com/mercedes-de-acosta/

 

 

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