Amor en el manicomio
Una extraña ha venido
a compartir mi cuarto en esta casa que anda mal de
la cabeza,
una muchacha loca como los pájaros,
traba la puerta de la noche con sus brazos, sus
plumas.
Ceñida en la cama revuelta
alucina con nubes en esta casa a prueba de cielos,
hasta alucina con sus pasos este cuarto de
pesadilla.
libre como los muertos
o cabalga los mares imaginarios del pabellón de
hombres.
Ha llegado posesa
la que admite la alucinante luz a través del muro
saltarín,
posesa por los cielos
ella duerme en el canal estrecho, hasta camina el
polvo,
hasta desvaría a gusto
sobre las mesas del manicomio adelgazadas por mis
lágrimas.
Y tomado por la luz de sus brazos, al fin, mi
Dios, al fin
puedo yo de verdad
soportar la primera visión que incendia las
estrellas.
Diablo encarnado
Diablo encarnado en una serpiente balbuceante,
Las planicies centrales de Asia fueron tu jardín,
En tiempo corpóreo el círculo fue despertado,
Tocando la hirsuta manzana en las formas del
pecado,
Y Dios caminando por allí, como un guardián con su
lira,
Tocaba su perdón desde las colinas del cielo.
Cuándo éramos extraños por los guiados mares,
Una media luna artesanal, santa, colgada en las
nubes,
Los sabios me dicen que aquel jardín de los dioses
Conjuraba el bien y el mal en un árbol oriental;
Que cuando la luna se alzaba en la brisa virginal
Era negro como la bestia y más pálido que la cruz.
En el jardín conocimos a nuestro guardián,
En las aguas sagradas que no se congelan en
invierno,
Lo sentimos en las poderosas mañanas del destierro
Vimos el infierno en un cuerno de sulfuro, el mito
eterno,
Todo el cielo en la medianoche del sol,
Y una serpiente con su música en las formas del
tiempo.
Al principio
Al principio era la estrella de tres puntas,
única sonrisa de luz a través de la cara vacía;
única rama de hueso a través del aire enraizado
la sustancia partida que fue la médula del sol
primero;
y ardientes cifras en el curvo espacio
iban mezclando el cielo y el infierno en su ronda.
Al principio era la firma pálida,
trisílaba y estrellada como la sonrisa;
y vinieron después las huellas sobre el agua,
el sello de la cara acuñada en la luna;
la sangre que tocaba el árbol de la cruz y el
cáliz
tocó la primera nube y en ella dejó un signo.
Al principio era el fuego ascendente
que encendía con una chispa las atmósferas,
chispa de ojos rojizos, chispa de triplicados
ojos,
brusca como una flor;
se irguió la vida a chorros de los mares rodantes
estalló en las raíces, arrancó de la tierra y la roca
los aceites secretos que impulsan la hierba.
Al principio era la palabra, la palabra
que de las sólidas bases de la luz
le sustrajo todas las letras al vacío;
y de las bases nubladas del aliento
la palabra fluyó, y al corazón tradujo
los primeros indicios de nacimiento y muerte.
Al principio era la mente secreta,
la mente estaba encarcelada y soldada al
pensamiento
antes que la pendiente se bifurcara rumbo a un
sol;
antes que las venas se sacudieran en sus cedazos
se disparó la sangre y esparció hacia los vientos
de la luz
la costilla original del amor.
Poema en octubre
En mi trigésimo año camino del paraíso
fui despertado al oído desde el puerto y el bosque
vecino
desde la playa con su banco de almejas
y su garza diciendo misa.
La mañana me hacía señas
Con el agua que reza y los responsos de la gaviota
y la corneja
y el cabeceo de los botes de vela contra el
palmeado muro de redes
invitándome a levantarme
en ese instante
en el puerto aún dormido para ponerme en camino.
Mi agasajo empezó con aves de agua
y pájaros de alados árboles llevando en vuelo mi
nombre
sobre las granjas y los caballos blancos.
Me puse de pie
en medio de un lluvioso otoño
y eché a andar bajo el chubasco de todos mis días.
Marea alta: la garza se zambulló cuando tomé la
senda
de la ribera,
y la ciudad,
al despertar, cerró sus puertas.
Toda una primavera de alondras en el rodar de una
nube.
Los sotos bordeaban el sendero rebosante de mirlos
jacareros
y el sol de octubre
veraneaba
al hombro de la colina.
Entonces irrumpieron climas apasionados y dulces
cantores,
esa mañana en que iba yo errante y solo,
escuchando la lluvia que se retorcía.
Frío soplaba el viento
en el lejano bosque a mis pies.
Pálida lluvia sobre el puerto encogido
y la iglesia mojada por el mar, diminuta como un
caracol
con los cuernos envueltos en bruma;
y sobre el castillo pardo como búho,
pero todos los jardines
de primavera y de verano florecieron en los
cuentos fantásticos
en la otra ribera, bajo una nube negra de
alondras.
Allí pude admirarme
en mi cumpleaños,
pero el clima en la distancia dio un vuelco.
Del país de la dicha se volvió,
y en una atmósfera distinta, bajo un cielo de otro
azul,
hizo brotar de nuevo un prodigio de verano
con manzanas
peras y rojas grosellas.
Y en la mudanza vi pasar, muy nítidas
las olvidadas mañanas de un niño cuando caminaba
con su madre
Entre las parábolas
de la luz solar
y las leyendas de las capillas verdes.
Y oí también, dos veces recitados, los campos de
mi infancia
que abrasaron mi mejilla con sus lágrimas y cuyo corazón
latió en el mío.
Esos fueron los bosques, el río y el mar
son de un niño
en el absorto
verano de los muertos que susurró la verdad de su
alegría
a los árboles, a las piedras y al pez de la marea.
Y el misterio cantó
todavía vivo
con el agua y el silbo de los pájaros.
Allí pude admirarme en mi cumpleaños,
pero el clima en la distancia dio otro vuelco. Y
el gozo puro
del niño muerto hace mucho, cantó llameante
en el sol.
En mi año trigésimo
camino del paraíso, enhiesto en pleno mediodía de
verano,
aunque el puerto yaciera a mis pies, con la sangre
de octubre
¡Ojalá pueda yo cantar de nuevo
la verdad de mi corazón
desde lo alto de esta colina, a la vuelta de un
año!
Soñé mi Génesis
Soñé mi Génesis en sudores de sueño, irrumpía
a través de la valva giratoria, fuerte
como un músculo motor en el taladro surgía
de la visión y de los nervios espesos como vigas.
Desde los miembros a la medida del gusano, se
soltaba
de la carne estriada. Desfilaba
por todas las cadenas de la hierba, metal
de soles en la noche que derrite al hombre.
Heredero de las venas quemantes, guardianes de la
gota de amor,
preciosa criatura en mis huesos
yo rondé velozmente el globo que heredara,
travesía
por hombre ataviado de noche.
Soñé mi Génesis y morí otra vez, granada
prisionera del corazón en marcha, agujero
en la herida hilvanada y en el viento grumoso,
muerte
embozada en los labios que comían el gas.
Puntual en mi muerte segunda señalé las colinas,
las cosechas
de cicuta y las matas, mi sangre
enmohecida sobre los calmos muertos, forzaba
mi segunda batalla desde el pasto.
Y el poder contagió mi nacimiento, el segundo
elevarse del esqueleto
y el volver a vestir el fantasma desnudo. La
humanidad
escupida desde una pena vuelta a padecer.
Soñé mi Génesis en sudores de muerte
caída por dos veces en el nutricio mar,
vástago rancio de las saladas lágrimas de Adán.
Visión
de nueva fuerza humana. Busco al sol.
Tomado de:
https://ciudadseva.com/autor/dylan-thomas/poemas/
Este pan que yo parto fue alguna vez avena...
Este pan que yo parto fue alguna vez avena,
este vino en un árbol extranjero
se zambulló en su fruta;
durante el día el hombre y por la noche el viento
segaron las cosechas, rompieron el gozo de la uva.
Alguna vez, en este vino, la sangre del verano
golpeteaba en la carne que vestía la viña,
un día en este pan la avena al viento era alegría,
el hombre rompió el sol, abatió el viento.
Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas
sembrar desolación entre las venas
fueron avena y uva
nacieron de la raíz sensual y de la savia;
mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.
Y la muerte no tendrá dominio
Y la muerte no tendrá dominio.
Los hombres desnudos han de ser uno solo
con el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando sus huesos queden limpios y los limpios
huesos se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el
amor;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los
vientos,
retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no estallarán.
Y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Y las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.
Tomado de:
https://hjck.com/libros/cinco-poemas-de-dylan-thomas-rg10
El jorobado en el parque
El jorobado en el parque
solitario señor
apuntalado entre los árboles y el agua
desde que el candado del jardín se abre
para que entren los árboles y el agua
hasta la lóbrega campana dominguera en el
crepúsculo,
come el pan que ha traído en un diario
bebe el agua del jarro encadenado
que los niños llenaron de pedruscos
en el estanque donde hice navegar mi barco,
por la noche durmió en una perrera
pero sin que nadie le pusiera cadenas.
Como los pájaros del parque ha venido temprano
se sentó como el agua
y señor lo llamaban eh señor
los chiquillos bribones del lugar
que escapaban apenas los oía
hasta alejarse de su vista
más allá del lago y los rosales
riéndose cuando el otro agitaba su diario
encorvado en la burla
pasaban por el zoológico sonoro de la arboleda de
los sauces
esquivando al cuidador del parque
con su palo de juntar las hojas.
Y el viejo perro aletargado
solitario entre las niñeras y los cisnes
mientras desde los sauces los chiquillos
hacían que los tigres saltaran de sus ojos
para rugir entre las piedras rocosas
y los bosques se azulaban de marineros
trabajó el día entero hasta la hora de cerrar
en una figura de mujer sin fallas
erguida como un joven olmo
alta y erguida surgió de sus huesos torcidos
para que de noche se pusiese de pie
tras los cerrojos y las cadenas
Toda la noche en el parque deshecho
tras los arbustos y las rejas
los pájaros el pasto los árboles el lago
y los niños inocentes como fresas
habían ido en pos del jorobado
hasta su perrera en las sombras.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
En mi oficio o mi arte sombrío...
En mi oficio o mi arte sombrío
ejercido en la noche silenciosa
cuando sólo la luna se enfurece
y los amantes yacen en el lecho
con todas sus tristezas en los brazos,
junto a la luz que canta yo trabajo
no por ambición ni por el pan
ni por ostentación ni por el tráfico de encantos
en escenarios de marfil,
sino por ese mínimo salario
de sus más escondidos corazones.
No para el hombre altivo
que se aparta de la luna colérica
escribo yo estas páginas de efímeras espumas,
ni para los muertos encumbrados
entre sus salmos y ruiseñores,
sino para los amantes, para sus brazos
que rodean las penas de los siglos,
que no pagan con salarios ni elogios
y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
Mi mundo es pirámide
Mitad del padre camarada
cuando imita al Adán que el mar sorbiera
en su casco vacío,
Mitad de la madre camarada
cuando salpica con su leche lasciva
la zambullida del mañana,
las sombras bifurcadas por el hueso del trueno
saltan hacia la sal que no ha nacido.
La mitad camarada era de hielo
cuando una primavera corrosiva
brotaba en la cosecha del glaciar.
la sombra y la simiente camarada
murmuraban el vaivén de la leche
encrespado en el pecho,
pues la mitad del amor era sembrada en el fantasma
estéril y perdido.
Las mitades dispersas se han vuelto camaradas
en un ente lisiado
la muleta que la médula golpea sobre el sueño
renguea en la calle del mar, entre la turba
de cabezas con lengua de marea y vejigas al fondo
y empala a los durmientes en la tumba salvaje
donde ríe el vampiro.
Las mitades zurcidas se partían huyendo
por el bosque de los cerdos salvajes y la baba en
los árboles,
sorbiendo las tinieblas sobre el cianuro se
abrazaban
y desataban víboras prendidas en su pelo;
las mitades que giran perforan como cuernos
al ángel arterial.
¿De qué color es la gloria? ¿La pluma de la
muerte?
tiemblan esas mitades que taladran el ojo de la
aguja en el aire
y a través del dedal horadan el espacio, manchado
de pulgares.
El fantasma es un mudo que farfullaba entre la
paja,
el fantasma que tramaba el saqueo en su vuelo
enceguece sus ojos rastreadores de nubes.
II
Mi mundo es pirámide. La sigilosa máscara
llora sobre el ocre desierto y el verano
agresivo de sal.
Con mi armadura egipcia fundiéndose en su sábana
araño la resina hasta un hueso estrellado
y un falso sol de sangre.
Mi mundo es un ciprés y un valle de Inglaterra
yo remiendo mi carne que retumbó en los patios
roja por la salva de Austria.
Oigo a través del tambor de los muertos, que
mutilados jóvenes
mientras siembran sus vísceras desde un cerro de
huesos
gritan Eloi a los cañones.
El cruce del Jordán arrasa mi sepulcro.
El casquete del Ártico y la hoya del sur
invaden mi jardín de casa muerta.
El que me busca lejos señalando en mi boca
las pajas de Asia me pierden cuando doblo
por el maíz atlántico.
Las mitades amigas, partidas mientras giran
en redes de mareas, se enredan a las valvas
y hacen crecer la barba del diablo no nacido,
sangran desde mi horquilla ardiente y huelen mis
talones
las lenguas celestiales murmuran mientras yo me
deslizo
atando la capucha de mi ángel.
¿Quién sopla la pluma de la muerte? ¿De qué gloria
es el color?
en la vena yo soplo esta pluma lanuda
es el lomo la gloria en una laboriosa palidez.
Mi arcilla ignora el pecho y mi sal no ha nacido,
niño secreto, yo vago por el mar
en seco, sobre el muslo a medias derrotado.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
Nuestros sueños de Eunuco
I
Nuestros sueños de eunuco, sin semillas en la luz,
de luz y amor, los vaivenes del corazón,
castigan los miembros de sus hijos,
y amortajados su manto y su sábana,
acicalan a las novias oscuras, las viudas de la
noche
presas entre sus brazos.
Las sombras de las niñas, con sudarios fragantes,
cuando se esconde el sol se apartan del gusano,
de los huesos del hombre, quebrados en sus lechos,
por nocturnas roldanas que vacían la tumba.
II
En ésta, nuestra época, el bandido y su hembra
fantasmas de una sola dimensión se aman sobre un
carrete,
ajeno a la verdad de nuestros ojos,
y dicen engreídos sus naderías de media noche
entre poses banales;
cuando paran las cámaras corren a su agujero
bajo el jardín del día.
Bailan entre nuestra calavera y sus linternas
imponen sus imágenes y echan fuera las noches;
miramos esa función de sombras que se besan o
matan,
con fragancia de celuloide la mentira es amor.
III
¿Cuál es el mundo? ¿Cuál de nuestros dos modos de
dormir
despertará cuando el bálsamo y su sarna
levanten esta tierra de ojos rojos?
Desatará las formas del día y sus aprestos,
los señores soleados, los ricachos galeses,
o impulsará a quienes se atavían en la noche.
La fotografía hizo sus bodas con el ojo,
y clavó en su pareja cáscaras fragmentarias de
verdad;
el sueño ha sorbido desde su fe al durmiente
pues los amortajados se tornan médula en su vuelo.
IV
Este es el mundo: la engañosa semejanza
de nuestras trizas de materia que caen como
harapos
desde los ademanes del amor y el rechazo;
el sueño que echa a los enterrados de su bolsa
venera a estos despojos tanto como a los vivos.
Este es el mundo. Tened fe.
Porque seremos como el gallo que grita
dispersando a los muertos; golpearán nuestras
balas
la imagen de las planchas;
y dignos compañeros seremos de por vida,
y aquél que permanezca florecerá mientras ellos se
aman,
gloria a nuestros errantes corazones.
Versión de Elizabeth Azcona Cranwell
Tomado de:
http://amediavoz.com/thomas.htm
Si me hiciera cosquillas el roce del amor
Si me hiciera cosquillas el roce del amor,
Si una tramposa chica me robara a su lado,
Y quebrara su nido rompiendo mi cuerda vendada,
Si el rojo cosquilleo como el parir del ganado
Pudiera arrancar una risa de mi pulmón,
No temería al diluvio ni a la manzana
Ni a la maligna sangre de la primavera.
¿Será hombre o mujer? Se preguntan las células,
Dejando caer la ciruela como fuego de la carne.
Si me hiciera cosquillas la cabellera incubadora,
El hueso alado que crece en los talones,
La picazón del hombre en el muslo del bebé,
No temería al hacha ni a la horca
Ni a las cruzadas varas de la guerra.
¿Será hombre o mujer? se preguntan los dedos
Que llenan con tiza las paredes de hombres y
mujeres inmaduras.
Si me hiciera cosquillas el hambre de erizo
No temería a la musculatura del amor
Ensayando calor sobre un nervio en carne viva.
No temería al diablo en su lomo
Ni a la abierta tumba.
Si me hiciera cosquillas el roce de los amantes
Que no borra la pata de gallo ni el cerrojo
De la vieja y enferma virilidad en las mandíbulas
caídas,
El tiempo y los cangrejos y la dulce cuna¹
Me dejaría frío como manteca para las moscas,
La escoria del mar podría ahogarme al romper
Muerto en los pies de los novios.
La mitad de este mundo es del diablo, la otra
mitad es mía,
Tonto por esa droga fumada en una chica
Y enredado en el brote que su ojo bifurca.
La pierna de un anciano con una médula en mi
hueso,
Y todos los arenques que huelen en el mar,
Me siento y miro el gusano debajo de mi uña
Desgastando la vida².
Y éste es el roce, el único roce que hace
cosquillas.
El nudoso mono que se balancea a lo largo de su
sexo
Desde la húmeda oscuridad hasta el tirón de la
enfermera
No puede hacer surgir la medianoche de una
sonrisa,
Ni cuando encuentra la belleza en el pecho
Del amante, la madre, los amantes o sus seis
Pies en el polvo que se frota.
¿Y cuál es el roce? ¿La pluma de la muerte en el nervio?
¿Tu boca, amor mío, el cardo en el beso?
¿Mi broma³ de Cristo nacida sobre el árbol entre
espinas?
Las palabras de la muerte4 son más secas aún que
su rigidez,
Mis verbosas heridas están impresas con tu
cabello.
Me haría cosquillas el roce del amor, entonces:
Hombre, sé mi metáfora.
Tomado de:
DONDE UNA VEZ LAS AGUAS DE TU ROSTRO
Donde una vez las aguas de tu rostro
giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu
áspero fantasma,
los muertos alzan la mirada;
donde un día asomaron el pelo los tritones
a través de tu hielo, el viento áspero navega
por la sal, la raíz, las huevas de los peces.
Donde una vez tus verdes nudos hundieron su
atadura
en el cordón de la marea, allí camina ahora
el vegetal destejedor,
con tijeras filosas, empuñando el cuchillo
para cortar los canales en su origen
y derribar los frutos empapados.
Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo
irrumpen en las camas galantes de las algas;
el alga del amor se vuelve mustia;
allí en torno a tus piedras
sombras de niños van, que desde su vacío
lloran ante el mar colmado de delfines.
Secos como la tumba, tus coloreados párpados
no serán aherrojados mientras la magia se deslice
sabia sobre el cielo y la tierra;
habrá corales en tus lechos,
habrá serpientes en tus mareas,
hasta que mueran todos nuestros juramentos del
mar.
UN CAMBIO EN LOS CLIMAS DEL CORAZÓN
Un cambio en los climas del corazón
vuelve seco lo húmedo, la bala de oro estalla
sobre la tumba helada.
Un clima en la comarca de las venas
cambia la noche en día; la sangre entre sus soles
ilumina al viviente gusano.
Un cambio en el ojo advierte a tiempo
la ceguera hasta el hueso; y el útero incorpora
una muerte mientras surge la vida.
Una sombra en el clima del ojo
es a medias su luz; el mar sondeado irrumpe
sobre una tierra sin arpones.
La semilla que del lomo hace una selva
divide en dos su fruto; y la mitad se escurre
lenta en un viento dormido.
Un clima en la carne y el hueso
es seca y húmeda; el viviente y el muerto
se mueven como espectros ante el ojo.
Un cambio en el clima del mundo
vuelve espectro al espectro; y cada niño dentro su
madre
se repliega en su doble de sombra.
Un cambio echa la luna dentro del sol,
tira de las ajadas cortinas de la piel;
y el corazón entrega a sus muertos.
Tomado de:
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