(16 de febrero de 1890, San Juan, Puerto Rico - 1 de marzo de 1976, San Juan, Puerto Rico)
CREACIÓN
Cuando el
Señor, la mano fatigada
de modelar en
barro las figuras,
quiso formarle
a él, notó que el barro
era muy poco,
preparó el que había
para plasmarle,
y meditó un momento:
"Con el
poco de barro lo haré enjuto,
pero lo
apretaré con energía;
lo haré
delgado, resistente, como
vara de
acero".
Realizó la
obra;
y después
coronándola de gracia
para suplir la
ausencia
de robustez, le
transmitió un espíritu
de los mejores,
y quedó gozoso:
a falta de la
fuerza del atleta,
dotóle del
poder maravilloso
de la
inmortalidad: ¡Lo hizo poeta!
IDIOMA CASTELLANO
Verbo macizo y
señorial, lenguaje
de recia y
transparente arquitectura.
Voz extrañada
de la tierra pura,
la tierra
paridora del linaje.
Horadas la
centurias de tu mensaje,
urdido de vigor
y de finura,
de grande
consistencia en su textura:
oro, marfil,
piedra preciosa, encaje.
La rancidez de
tu riqueza brilla
en los viejos
infolios de Castilla,
que prestigiase
el imperial sigilo.
Suma de
eternidades, tus legados
ofrecen, por
las gracias enhebrados,
los más nobles
decires en su estilo.
LENGUA CASTELLANA
La lengua que
arropara de vocablos mi cuna
es la lengua
brotada del solar de Castilla.
Del Romancero a
Lope, sin dejadez ninguna,
ofrécese en
romance, soneto y redondilla.
Ni un átomo en
mi forma corporal es reacio
al toque
rutilante, musical y perfecto
de la lengua
que en libro, cuartilla o cartapacio
le da, por su
pureza, vigores al concepto.
Levántase la
lengua de clásicos sabores
en los
pergeñadores ciertos de la belleza.
Los doctores
del canto, los puristas mayores,
me la sirven en
cláusulas de altitud y justeza.
La lengua -voz
de siglos-. a mi verbo se enlaza.
No habrán de
destruirla, porque es la mejor parte
-lo
substancial, lo eterno- del todo de mi raza.
Y mi raza es,
en todo, fe, dolor, amor, arte.
LA DÉCIMA CRIOLLA
La décima
criolla -jalón del continente,
puntal de lo
indohispano- de espíritu se llena.
De autoctonía
vasta, de espíritu potente,
corre por
nuestras zonas de planta, mar y arena.
Propio es su
contenido, propio es su continente.
La décima es
caliente, la décima es morena;
y uña de gato y
diente de perro juntamente
brinda cuando,
con rústicos instrumentos, resuena.
Al cuerpo, que
es flexible, la gracia se le anuda.
Pica si se
sazona, quema si se desnuda.
Pegando o
requiriendo, la décima es de bríos.
Son ácidos y
dulces los jugos de su entraña;
y en mi país,
vestida de sol y miel, huraña
y amante, se da
en sombra de tierras y bohíos.
Suma de
eternidades, tus legados
ofrecen, por
las gracias enhebrados,
los más nobles
decires en su estilo.
LA PALABRA
Palabra que te
niegas a mi empeño;
palabra
esquiva, más ardiente y pura,
cede al milagro
de mi antiguo sueño
y entrégame tu
amor y tu hermosura.
Yo sé que eres
resumen y diseño.
Yo sé que eres
espíritu y figura,
y que, si al
dios de tu metal desdeño,
nunca podré
tener tu arquitectura.
Sé para mí
columna y también arco.
Sé para mí la
flecha que del arco
hacia la luz
del infinito parte.
Sé, por dominio
creador, la cima
en la que, por
empuje de la rima,
he de gozar la
excelsitud del arte.
DEFINICIÓN
La frente, el
ojo, el cuello y el cabello.
Fúlgidos oros
el cabello exuda.
En luz desnuda
el cuello se desnuda.
En luz desnuda
se desnuda el cuello.
No sé que
gracias a su gracia anuda
el semblante
elegido, que no hay sello
que no sea de
gracia en cuanto es bello
en la belleza
sin posible muda.
No hay muda en
la belleza. La mirada
-claror del
ojo-, en honda y desvelada
dulzura, ciñe
mundos de pureza.
No hay muda en
la belleza. Consecuente
con sus tantas
virtudes. Ojo y frente,
cabello y cuello
en perennal belleza.
ESPUMA
De lo ligero de
la madrugada;
de lo sutil en
lo fugaz -neblina,
vapor o nube-
queda en el mar fina,
fluyente y
tremulante pincelada.
De lo que el
mar en su extensión afina
-perla en
matización, concha irisada-,
queda un halo
brillante en la oleada.
Halo que en
pulcra irradiación culmina.
Los pétalos del
lirio da la tierra
al mar, y el
mar los tiene. El mar encierra
gracias, y
gracias a sus gracias suma.
Y va mostrando,
cuando la aureola
de la belleza
ciñe en mar y ola,
el blanco
indecible de la espuma.
SAN JUAN
El sol cubre
los muelles alongados y hundidos
en el mar, que
salpican cáscaras y tablones.
En los muelles,
azúcar, carbón, mulatos, ruidos;
y en el mar,
buques, yates, bergantines, ancones.
La onda es
azul, es verde; fulge, en lumbradas plenas,
desde el pétreo
castillo que se yergue a la entrada
de la rada; en
la orilla del mar, cocos, arenas.
La luz y los
colores anclados en la rada.
Pintados
caseríos; cortos y férreos puentes;
muros de España
sobre la cambiadiza onda;
jardines
polvorosos, quemantes y crujientes;
y el alcatraz,
de agudo pico, que hace su ronda.
San Juan junta
sus piedras, tal como el cielo junta
sus nubes; y su
mole se abrillanta, se afina.
EL trópico sus
pastas de ardor y sueño unta
al Morro, a San
Cristóbal y a Santa Catalina.
SINFONÍA EN AZUL
Voy cosechando
azules en el azul escueto
de la zona del
trópico. Los campos, invadidos
por vegetales
masas, denuncian el secreto
de abril, el de
los fuertes y lúbricos sentidos.
Por tanto azul,
los aires se muestran exaltados;
palpita, en
expansiones gozosas, la arboleda;
y revélanse
lúcidos e hirvientes los poblados,
de los que se
desprende brillante polvareda.
Vibra el azul,
nutrido de fuerzas y alborozos,
sobre la verde
isla; Refulgen escarlatas.
Esplenden
amarillos y azules. Toques mozos
tienen en los
jardines las resurrectas matas.
Algunas flores,
túmidas y azules sus corolas,
se inmergen en
las luces magnéticas del día.
En las riberas
cálidas su azul curvan las olas.
Dice el azul su
aérea, compleja sinfonía.
EL PATIO
EL patio, en su
trinchera de alambres y cordeles,
goza la paz,
templada de sol, del mediodía.
Advierto en sus
rincones arrugados papeles,
montones de
botellas, tirada trapería.
Soleados,
orondos, maduros, dilatados,
irrumpen los
tomates, irrumpen los pimientos.
Junto a los
acentuados verdes, los encarnados
apuntan, con
vigores sumos, sus ardimientos.
El aire se
satura del olor de las tinas;
y, adueñados
del simple, doméstico recinto,
su copula
efectúan el gallo y las gallinas
en los
desbordamientos vitales del instinto.
En detalles que
indican simplicidad, abunda
el patio. Muy
gozosa de su vida ligera,
de su vida que
es vida llameante y fecunda,
descubre allí
sus frutos colosales la higuera.
BAILA MANUEL
Un farol y dos
velas. Baila Manuel. La bomba.
Se voltea en el
fondo su tostada figura;
y, a los golpes
del cuero primitivo, se comba.
Ardor de animal
joven descubre su cintura.
Resalta su
finura de estilo en el conjunto
de ágiles
bailadores. Vigor el de su traza.
Su piel oscura
y lisa tiene brillos de unto.
Cuanto hay en
él, denuncia su calidad de raza.
Surge canto de
niñas tras el brusco sonido
de la bomba.
Hervorean de etíopes los senderos.
El cielo, de
azul puro, fieramente mordido
de soles. En
los campos, cocales, limoneros.
El aire está
cargado dcl aroma caliente
de la tierra y
los hombres. Baila Manuel. Sus manos,
sus pies dicen
todo lo que es él. Raudamente,
cruzan en la
noche sombras de cuadrumanos.
VALLE DE YABUCOA
Valle que al
clima tórrido, basto y vital conformas
tus
anchurosidades y tus renacimientos.
Valle que al
clima ofreces tus multiformes formas;
formas de
exuberancias y de desbordamientos.
Azul de
radiaciones, cargado de crudezas,
de acentuación
robusta, cubre tus extensiones.
Los picos que
te ciñen, guardas de tus bellezas,
enarbolan su
verde sobre el verde que expones.
En tu amplitud,
con trazos calientes, encendidos,
con trazos
decididos, brillan las palmas reales;
y, en tu
silencio, impónense sinfonías y ruidos;
sinfonías de
insectos y ruidos de cañales.
Anégome en tu
aire de trópico, compacto,
en el que las
guajanas aligeras enfilas;
y tu insondable
esencia concentradora capto
en los bueyes
de enormes y solares pupilas.
NOCHE DE SAN JUAN
Esta noche
coruscan soles despavoridos
entre nubes
monstruosas y en amontonamiento.
En la ciudad,
cortada de voces y de ruidos,
vense irradiar
los focos con enardecimiento.
Los buques
aparecen negruzcos, irreales,
febriles,
sonambólicas sus iluminaciones,
en el
fuliginoso betún de los canales.
Las luces en el
agua con finas reflexiones.
Su amplio fanal
proyecta la farola del fuerte
sobre el mar,
donde cárvase la endemoniada ola.
De orillas a
horizontes, hervor blanco se advierte.
Alumbra las
espumas la luz de la farola.
Música de otro
tiempo desparrama la orquesta.
Ebulle el
populacho, vivaz la fantasía.
Irrumpen en la
noche de bullaje y de fiesta
los fuegos de
artificio -fuego y policromía.
ELLOS
La tierra de
las cumbres en su barro los cuaja.
Esplenden por
el sobrio valor de sus figuras.
Muestran líneas
del río, del matojo y la laja.
Ajustan sus
espíritus a sus musculaturas.
Huelen a
hierbas propias del solar. ¿Quién los guía?
¿Quién los
defiende? Nadie. Pero, ¡qué resistencias
las de estos
hombres! Tienen intacta la energía.
Sanas, como sus
cuerpos, mantienen sus conciencias.
Como en la
altura moran, de altura es su legado.
Dan lo que
recibieran de los mejores cielos.
La precisión
gozosa del día soleado
se capta en sus
pupilas, que excluyen los recelos.
Suavizan su
asperezas las sabias mansedumbres.
Bajo la piel
quemada la sangre es generosa,
como es de
generosa la vida de las cumbres,
donde la luz
alcanza tonos de blanco y rosa.
EL JÍBARO
En su casa de
campo, que es sencilla y pequeña,
veo al jíbaro
nuestro. Triste es, como su casa.
Gris, cae sobre
su frente, que es rugosa, la greña.
Su cuerpo es
amarillo, de escasísima grasa.
Enfrente de la
casa brilla un fuego de leña;
y, al calor de
la brasa, plátano verde asa.
Mísero y
dolorido, con lo más puro él sueña.
El es una gran
forma de la más pobre masa.
Amante del
terruño, con el terruño muere.
A un bienestar
sin honra, pobreza honrosa quiere.
Su hierro, que
es templado, dice de su bravura.
Su lengua es
rural, pero muy abundante en tinos.
Barro dan a sus
plantas los peores caminos.
Y es su deleite
único la amarga mascadura.
EL TAMARINDO
EL verde
tamarindo bríndale al patio estrecho,
sin hierbas y
arenoso, sombra ceñida y mansa;
y, dulce de
amistades y años, en el techo
de zinc de la
vivienda su ramaje descansa.
De los soles
blancuzcos, rígidos, no se cansa
el árbol
oleoso, tremador y derecho;
junto a él, el
extático rumiador se remansa,
distante del
propósito, del afán y del hecho.
El patio
reducido goza su compañía
en la uniforme
y lenta seguridad del día,
persistente en
un ritmo despejado de lutos.
Me exalto
cuando el árbol, en su mejor momento,
esparce por el
patio caliente y polvoriento,
donde el
lagarto inflámase, sus agridulces frutos.
NOCHES DE PUERTO RICO
I
Esta noche de
agosto, cuando la luna esplende
clorótica y
pesada, yo noto la dureza
de la estación.
Mi sangre, trastornada, se extiende
por mi cuerpo,
apretándome corazón y cabeza.
Bajo el calor y
el polvo curva el árbol las ramas,
aflojándose. El
aire, durísimo y violento,
tal como
traspasado por las salvajes llamas
de primitiva
hoguera, dificulta el aliento.
Substancias
corrompidas por la temperatura,
unen su olor
maligno con el de fango y flores;
y multitud de
insectos, de obstinación oscura,
en húmedos
recintos roncan sus estridores.
En mitad de la
cósmica tragedia, verdes, rojos
y azules,
resplandecen los soles. Irritados,
hacia el
brillante cielo levántanse mis ojos.
Los perros
vigilantes ladran en los cercados.
2
La noche, larga
en soles amarillos y azules,
desciende sobre
el patio, dándole vaguedades;
y la tuna, ya
altísima, relumbra en los gandules.
Profundas, en
la noche, se sienten las edades.
El amor, el que
nunca concluye, porque es puro,
trascendental y
eterno, me envuelve y me acaricia.
La tuna da, con
golpes de luz blanca, en el muro.
El sueño en su
compleja virtualidad me inicia.
Y yo sueño, yo
sueño. Me embriaga el cucubano,
que en el aire
translúcido se enciende y se apaga;
y me embriaga
la luna con su luz. Lo lejano,
lo que es
inalcanzable, totalmente me embriaga.
La entonación
del Cosmos a delirar me lleva.
En sus diversos
pianos la noche se me ofrece;
y, al poseer la
noche, que es fulgurante y nueva,
siento cómo mi
carne palpita y se estremece.
3
En el pequeño
parque, que al mar se aproxima,
oigo brotar el
agua de la moderna fuente;
y en la fuente,
tal como la onda que la mima,
irrumpe el loto
místico, la excelsa flor de Oriente.
La fina luna
deja caer su luz plateada
sobre la negra
fuente, que en la noche rumora.
Golpeando los
muelles, sube la marejada.
En los muelles
respira, con lentitud, la hora.
Un gigantesco
buque, todo él iluminado,
en mitad de la
rada vivamente destella.
Yo veo cómo
contra su parduzco costado
la sombra, de
azulina diafanidad, se estrella.
Y me sacude el
ansia vibradora del viaje.
Desde los
toscos bancos de este parque pequeño
-parque de loto
y tuna-, yo contemplo
el celaje que
se entinta de tuna. Yo, capitán del sueño...
4
La luna da en
el agua. Los muelles, soñolientos,
apuntan sus
contornos. Y los barcos, unidos
a los muelles,
vigilan. El mar, con ondeamientos
de agilidad, se
muestra. Se enmohecen los ruidos.
Las firmes y
elegantes construcciones de España
se imponen con
orgullo. San Juan, de luces fuertes,
en las ondas
pulidas por la luna, se baña.
Realzados de
luna, también lucen los fuertes.
En el cielo,
franjado de blancas nubecillas
e invadido de
estrellas de pulcras radiaciones,
La luna sugestiona.
Roñoso, en las orillas
del mar, se
agrupa el barrio, de hostiles callejones.
Mientras la
luna llena, por superabundante,
en el pomposo
cielo, que le sirve de marco,
obsesiona, en
el agua llena de luna, y ante
una boya de
púrpura, se arrumba viejo barco.
5
En la ligera
noche, la luna, pura y fría,
discurre por el
patio, donde, hondamente inquietos,
los grillos
confeccionan su agria sinfonía,
y donde se
dibujan, blanqueados, los objetos.
Concéntrase en
el patio la reflexión lechosa,
de tonalidad
suave, de la delgada luna;
el chayote
reluce; reluce la lechosa.
Reluce, entre
las hierbas ordinarias, la luna.
Ubérrima, se
brinda maravillosa planta;
planta que, en
la riqueza de sus tantas bondades,
vertiendo sus
sagrados olores, se adelanta.
La planta se
adelanta, llena de claridades.
El coco,
iluminado, fulge. El almendro mueve sus hojas.
El murciélago,
veloz y fosco, vuela,
en tanto que,
en la noche, la luciérnaga leve
fascina con el
mágico verdor de su candela.
6
Una luna de
cuernos punza la madrugada.
Yo contemplo su
enorme carátula amarilla;
y su luz, que
es luz mórbida, que es luz atormentada,
en mi carne se
hunde, tal como una cuchilla.
Yo advierto la
temible, la infernal influencia
de su luz en mi
carne. Largamente me inquieto.
Esplende,
apretujando, aporreando mi conciencia,
la luna,
tercamente velada en su secreto.
Se alza en la
luz, cargada de rítmica dulzura,
respiración de
seres dormidos a mi lado.
La noche es una
noche calientemente dura;
y arde, en
pesada atmósfera sensual, el poblado.
Y mientras que
la luna difunde en el ambiente
La magia
venenosa de su vapor lucido,
mastín
encandilado, La pupila candente,
aúllale a la
luna con pertinaz aullido.
CANCIÓN EN BLANCO Y EN ROSA
Mujer blanca,
mujer rosa.
Se me acerca o
se va lejos.
Por virtud
maravillosa,
se me vuelve
mariposa
en un mundo de
reflejos.
Mujer blanca,
mujer rosa.
Se me acerca o
se va lejos.
Incendiándose,
se endiosa
en la luna
misteriosa
del país de los
espejos.
La negra muele
su grano
LA negra muele
su grano.
Muele su grano
la negra.
Muele que muele
su grano
en el pilón de
madera.
La negra muele
su grano.
La negra, que
es mansa bestia.
La negra muele
su grano
en el pilón de
madera.
Y mientras que
muele el grano
sus blancos
dientes enseña.
La negra muele
su grano
en el pilón de
madera.
La negra muele
su grano.
Muele su grano
la negra.
El sol le toca
los bronces
que por los
brazos se templan.
La negra muele
su grano
en el pilón de
madera.
El grano -grano
molido-
se torna blanca
belleza.
La negra muele
su grano
en el pilón de
madera.
Y mueve negros
y blancos
en cruda luz
que marea.
Es su alegría
salvaje
cuando lo
blanco la llena,
cuando es el
blanco el que toma
su ardiente
masa de negra.
La negra muele
su grano.
La negra, que
es mansa bestia.
La negra muele
su grano
en el pilón de
madera.
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