(9 de enero de 1875, Uruguay - 18 de marzo de 1910, Montevideo, Uruguay)
Plenilunio
En la célica
alcoba reinaba
un silencio de
rosas dormidas,
de tímidas ansias,
de ruegos callados,
de nidos sin
aves, de iglesias en ruinas;
mas de pronto
se siente que salta,
que salta
agitado, que llama o palpita,
el vital
corazón de una virgen:
campana de
fuego que al goce convida.
En su lecho de
escarchas de seda,
cual cisne
entre espumas, la virgen dormía:
¡eran alas de
su ángel custodio
los leves
encajes de la alba cortina!
En su boca
entreabierta mostraba
una hermosa y
extraña sonrisa
que la noche
anterior en sus labios,
pensando en un
rezo, quedóse dormida.
Miréla y de
pronto quédeme extasiado,
admirando sus
formas benditas,
y sus senos:
¡las cúpulas blancas
del templo de
carne de Santa Afrodita!
—¡Besadla,
Poeta —me dijo mi Musa—,
panal es su
boca, bebed ambrosía
y sea la lengua
de ardientes rubíes
la hostia de
fuego de su eucaristía!
Su frente tan
blanca, tan pálida y tersa,
semejaba la
página nívea
en que Psiquis
pintaba sus sueños
con sangre
nevada de rosas lascivas…
Yo miraba en
sus curvas ojeras
las sendas que
atraen, las sendas prohibidas,
las manchas sensuales,
los arcos de gloria
¡que adoran la
eterna ciudad de la Vida!
Mi Musa me
dijo: Pedidle a Cupido
su flecha de
fuego, su flecha divina:
¡en el cuerpo
sensual de la virgen
hay dos aves
muy blancas, dormidas!
Oh Poeta, la
virgen os llama;
que sea su
cuerpo la lúbrica lira:
los ritmos más
dulces los tiene su boca.
¡Su aliento es
un verso de blanda armonía!
¡Oh luna de
amores! Fogoso y brillante
radiaba en la
noche de sedas bruñidas,
en el bosque de
sombra, aromado,
que el negro
cabello tendido esparcía,
semejando la
Venus de fuego,
esa reina de
crencha encendida,
que es fúlgido
faro en el mar de las noches,
¡y blanca
azucena en la frente del día!
Acerquéme
temblando: la virgen
ostentaba la
misma sonrisa
que es novia
del beso y hermana del llanto,
que es pena y
reproche, palabra y caricia;
ostentaba las
mismas ojeras:
las sendas que
atraen, las sendas prohibidas,
las manchas
sensuales, los arcos de gloria,
que adornan la
eterna ciudad de la Vida.
¡Gran Dios! Ya eran
ríos de vino mis venas,
serpientes mis
brazos, serpientes mordidas.
¡Mi fatal
corazón se agitaba
cual fiera
convulsa sintiéndose herida!
¡Y, oh solemne
momento, oh milagro;
apenas la
virgen despierta y me mira,
la fiera y las
sierpes quedaron exánimes…
y sólo un
arcángel sus alas batía!
Neurastenia
Le spectre de
la réalité traverse ma pensée.
Víctor Hugo
Huraño el
bosque muge su rezongo
y los ecos,
llevando algún reproche,
hacen rodar su
carrasqueño coche
y hablan la
lengua de un extraño Congo.
Con la
expresión estúpida de un hongo,
clavado en la
ignorancia de la noche,
muere la Luna.
El humo hace un fantoche
de pies de
sátiro y sombrero oblongo.
¡Híncate! Voy a
celebrar la misa.
Bajo la azul
genuflexión de Urano
adoraré cual
hostia tu camisa:
“¡Oh, tus
botas, los guantes, el corpiño…!”
Tu seno
expresará sobre mi mano
la
metempsícosis de un astro niño.
Wagnerianas
¡Oh!, llévame
con tus ansias; en las nevadas uvas de tus
[senos,
fermenta el
vino sublime de los placeres azules.
Quiero libar en
tu boca la satánica miel de los venenos;
con el
haschisch de tus besos me hará ver mil Estambules.
Las románticas
palomas se besan blandamente con el pico;
y se abraza con
las nubes —ogro de piedras— el cerro.
Une tu boca a
la mía, mientras me embrujan con su
[ideal chamico,
tus ojos,
cafres ardientes, que se vengan de su encierro.
Pasaron las
golondrinas: ideas de un espíritu iracundo;
las nubes
negras pasaron como viudas lacrimosas;
y el iris, risa
de Flora, cayó cual serpentina sobre el
[mundo,
y de él
nacieron los sueños y las regias mariposas.
Las flores de
porcelana son jarrones artísticos de Etruria;
canta el
crepúsculo herido, su yambo de cisne griego.
Como un silfo
ruboroso que se esconde en su lecho de
[lujuria,
entra el Sol en
occidente bajo sábanas de fuego.
¡Vamos a
pasear, querida! Plutón fecunda la dormida
[tierra
y teje Dios en
el cielo su luminoso arabesco.
Por entre las
verdes cejas que embellecen el rostro de la
[sierra
baja el río a
la llanura como un sudor gigantesco.
Una loca
pincelada, del Miguel Ángel soñador de arriba,
flota en la
cúpula inmensa del etéreo Vaticano;
sobre el triste
campanario la aguja de metal se yergue
[altiva
como el dedo de
Dios mismo señalando un gran arcano.
¡Vamos a
pasear, querida, florecen las dormidas amapolas
como blasfemias
sangrientas que Richepin cincelara,
como bocas de
odaliscas, como ardientes mejillas de
[manolas,
como lenguas
que Swinburne con su gran cincel tallara!
Como hipérbole
de duda, nace la “noche blanca” de la
[bruma
y su ramazón de
nieve forma un incienso de tules,
cadavéricos
jazmines va deshojando la nevada espuma,
¡y los cardales
nos miran con sus pupilas azules!
Como en el alma
de Rubens, hay en el lago llamas y
[mirajes.
Dios sopla en
la inmensa fragua y el cielo florece chispas;
y celebran sus
idilios sobre el gracial balcón de los ramajes,
bayaderas de
oro y plata, las armónicas avispas.
Las uvas negras
esplenden, cual pupilas de reinas de
[Etiopía;
un gran harem
hay arriba que para Venus fue hecho,
entre sábanas
de raso duerme la reina en su lujosa
[umbría,
y los astros
son gacelas que reposan en su lecho.
Como Poe yo amo
el negro: los negros novilunios de tus
[cejas
que en el cielo
de tu rostro fueron hechos de relieve;
la
escandinávica noche de tu cabello, que flotar dejas
para que forme
un misterio sobre tu cuerpo de nieve…
Los tristes
gajos del sauce lloran temblando su inmortal
[rocío;
el alma azul de
Lucía, trémula, en ellos se arropa:
como estrofas
de Prudhomme lloran ondas, cíngaras del
[río;
¡Y el zorzal
ebrio de cantos es Verlaine frente a una copa!
de Mallarmé
dicen versos los neuróticos batracios,
y las
luciérnagas de oro semejan, al formar extraños giros,
una elegante
gavota de hermosísimos topacios.
¡Vamos a
pasear, querida; tus ojos son de luz cristalizada,
como el
ardiente veneno que hizo cantar a Anacreonte;
es tu boca el
rojo Infierno donde Dante labró sus
[llamaradas
y tus senos son
dos versos cincelados por Leconte!
Berceuse blanca
A ti, Julieta,
a ti
I
Adorad a la
Virgen en su amable santuario,
junto al lecho
en que velan devociones azules;
una forma
imprecisa bate el sordo incensario,
y es el humo de
encajes de cortina y los tules.
¡Cómo va y
viene el rítmico pleamar de tu seno!
Es la luna que
ondea en un lago que expira.
Loreley tañe el
alma y la Muerte conspira
en el círculo
de ópalo de ese abismo sereno.
II
¡Silencio, oh
Luz, silencio! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!
No has menester
de Venus filtros para vencerme.
Mi pensamiento
vela como un dragón asirio.
Duerme, no
temas nada. ¡Duerme, mi vida, duerme!...
¡Duerme, que
cuando duermas sin fin, bajo la fosa,
mi alma irá en
los beatos crepúsculos a verte,
y con sus dedos
frágiles de marfil y de rosa
desflorará tus
ojos sonámbulos de muerte!
III
Su mano blasonada
de esmalte y de jacinto,
su ilusa mano
de agua sedante que apacigua
como un Leteo,
mano muerta que sueña un plinto,
mano de santa y
mano de una deidad ambigua...
Sus manos en un
gesto gótico de cansancio
duermen no sé
qué sueño de candores ilesos,
y como en las
suntuosas vitrinas de Bizancio
desgranan
distraídas un rosario de besos...
IV
¡Silencio, oh
Luz, silencio! ¡Duerme, mi vida, duerme!
No has menester
que Venus sus legiones embosque.
Duerme, no temas
nada. ¡Heme a tus pies inerme,
pálido como un
pobre niño a mitad de un bosque!
V
Alguien riza
las alas. Alguien vuelca los ojos.
Su mirada es de
luna y de sol es su veste.
Miradla: es la
divina Poesía celeste,
con los brazos
en cruz y plegada de hinojos.
Duerme, que
mientras duermes, mi alma en incandescente
escala de Jacob
hacia los astros sube...
Y que tu rizo
negro sea la sola nube
que turbe el
ilusorio menguante de tu frente
VI
Entre irreales
tules, gaseosamente anida,
el lecho, un
espejismo de Primavera inerte,
y es como una
magnolia narcótica de vida,
que se abre
bajo un blanco crepúsculo de muerte.
—En el tapiz de
Oriente, a la sombra de un dátil,
una pastora
sueña con el alma inclinada,
sin mirar que a
su vera, desde amable emboscada,
le insinúa una
flecha el Arquero versátil.
Y suspira su
canto: “¡Ven y rige la sonda
en el mar de
mis penas; pon tu beso en mi herida,
húndeme tus
desdenes, y mi muerte tan honda,
te dirá, sin decírtelo,
hasta dónde eres vida!...”
¡Reposa, oh
Luz, reposa! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!
Nos has
menester de Venus filtros para vencerme.
Mi amor vela a
tu lado, como un dragón asirio.
¡Duerme, no
temas nada! Duerme, mi vida, duerme...
VII
¡Cómo sueña la
Virgen! ¿Soñará en cosas vanas,
en su hermana
la rosa desmayada en un vaso,
en el mago
Aladino o en las otras hermanas
que hartarán de
bombones su zapato de raso?
En su seno hay
rielares de luz blanca y de seda
y palpita
dormido sobre olímpica cuna,
en un ritmo
celeste, como el huevo de Leda
fecundado por
una apoteosis de luna.
La expresión
distraída de su claro aderezo
y su risa
entreabierta son tan ebrias de encanto,
que esa noche
—sin duda— se olvidó de algún rezo
¡o pensando en
su amante, se durmió con un canto!
¡Oh levedad de
líneas! ¡Oh esbeltez de contorno!...
Algo ruega,
algo late en la oscura armonía...
Es tan bella,
que el Ángel azul que vela en torno,
se interroga
temblando si es su amante o su guía...
¡Duerme, que
cuando duermas sin fin, bajo la fosa,
mi alma irá en
los beatos crepúsculos a verte,
y con sus dedos
frágiles de marfil y de rosa,
desflorará tus
ojos sonámbulos de muerte!...
VIII
Su tenue mano
de agua sedante que amortigua,
ópalo del olvido
para morir soñando,
su mano
cincopétala de una fragancia antigua,
duerme sobre su
pecho, como en un plinto blando.
En sus sienes
añilan transparencias de copo.
¡Oh mi exangüe
Nirvana! ¡Oh mi etérea Latzuna!
Y arden en un
halo espectral de heliotropo
sus clementes
ojeras otoñales de luna.
¡Cómo su
cabellera de azul negro trasciende
sobre el busto
que es todo joven luz y armonía!
Es tan vivo el
contraste de ilusión, que sorprende
como si
anocheciera en la mitad del día.
Sus joyas —un
zodíaco de luz cristalizada—
titilan en su
gala de ingenuo paraíso:
como a los
astros para rielar les es preciso.
que el día de
sus ojos se duerma en la almohada.
¿Quién al verla
en su hipnosis, bajo el ciego misterio,
recelara el
prodigio de su rayo iracundo?
¡Oh Judith de
la gracia, en su mano de imperio
sustentara
inaudita la cabeza del mundo!
Alguien riza
las alas. Alguien postra los ojos.
Abre el velo de
Maya y unge el beso de Alceste
Recogida en su
cuello y plegada de hinojos,
se parece a la
ingenua Poesía celeste.
¡Silencio, oh
Luz, silencio! ¡Duerme, mi vida, duerme!
No has menester
que Venus sus legiones embosque.
Duerme, no
temas nada. Heme a tus pies inerme
¡temblando como
un pobre niño a mitad de un bosque!...
IX
(Afuera es un
motivo de Brahms sobre un exótico
panteísmo, que
enuncia descriptivos efectos;
es todo un
retornelo de columpio narcótico
para oboes de
ranas y marimbas de insectos...)
—En el tapiz de
Oriente, a la sombra de un dátil,
una pastora
sueña con el alma inclinada,
sin mirar que a
su vera el Arquero versátil
le insinúa una
flecha, desde amable emboscada—.
¡Qué vaguedad
de euritmia! ¡Qué esbeltez de contorno!
Auscultad el
silencio de la abstrusa armonía.
Es tan bella
que el Ángel azul que vela en torno
se arrodilla
temblando... y es su amante y su guía.
¡Ave que en el
harmonium de su carne salmodia;
hostia de
gracia inmune! ¡Todo se exhala en Ella,
desde sus
eucarísticos éxtasis de Custodia
hasta sus
inefables desnudeces de Estrella!
Yerra en su labio,
al ritmo de una celeste brisa,
la violeta
cautiva, péndulo perfumado...
¡Cuántas veces
mi alma pendió, muda a su lado,
de la
dilatación perla de una sonrisa!
¡Aspirad su
incorpórea levedad de Ulaluma!
En sus sienes
rutilan transparencias de copo;
y vuelan sus
orejas otoñales de bruma,
como vagas
libélulas de una tarde heliotropo.
¡Qué
“nonchalance” de Reina! ¡Qué ebriedad de
[eufonía!
En su gracia
inclinada convalece una estrella;
en sus líneas
herméticas canta la Geometría;
¡y en su
actitud beata reza un Enigma en ella!
Ramos de
Serafines etéreos de alabastros
deshojan
primaveras líricas en su pecho:
las noches
inauditas se abren sobre su lecho,
¡y tras de la
cortina velan todos los astros!
¡Pliega tu faz,
mi Lirio! ¡Duerme, mi vida, duerme!
No has menester
que Venus sus legiones embosque.
Duerme, no
temas nada. Heme a tus pies inerme,
temblando como
un pobre niño a mitad de un bosque...
¡Qué efluvio de
Epopeyas! ¡Qué anunciación de rosas!
¡Qué frémito de
mundos! ¡Qué beatitud de ritos!
¡Qué
alumbramiento en éxtasis de azules infinitos!
¡Qué aleluya
inspirado late en todas las cosas!
Sauce abstraído
y arpa muda, vaso de Ciencia,
mística
sensitiva que sus gracias restringe,
noche
estrellada y urna blanca de quintaesencia,
¡eres toda la
Lira y eres toda la Esfinge!
¡Oh Plegaria
del verbo, Iris de dulcedumbre,
interjección de
un sabio vértigo sibilino,
cáliz evaporado
en fragancia y en lumbre,
eres todo el
pentagrama y eres todo el Destino!
La pompa de tu
frente reclama una diadema,
por santa y por
augusta, de Emperatriz de Hungría
y tu escote,
Laponia de blancura suprema,
el collar de
una Aurora boreal de pedrería.
¡Síntesis de
Gliceras, Diotimas y Atalantas,
eres toda la
Esfinge y eres la Lira toda:
por ti se alzan
las treinta cúpulas de mi Oda,
y todos mis
imperios se duermen a tus plantas!
¡Oh
Cristalización de luna! ¡Oh fausta gema!
De todas las Estéticas
filosofía y norma,
ánfora
pitagórica de idealidad suprema,
¡Carne
inspirada en éxtasis y Éxtasis de la forma!
¡Oh Ifigenia
que en sueños crece hacia lo Invisible!
¡Diana de
luminoso mármol que nada turba,
Astra de Cien
Poemas ebrios de Incognoscible,
Catedral de la
Vida y Orquestrión de la Curva...!
¡Silencio, oh
Luz, silencio! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!
No has menester
de Venus filtros para vencerme.
Mi amor vela a
tu lado, como un dragón asirio.
¡Duerme, no
temas nada! ¡Duerme, mi vida, duerme!
¡Duerme!
¡Cuando durmamos la eterna y la macabra,
la insensible y
la única embriaguez que no alegra,
y sea tu
himeneo la Esfinge sin palabra,
y el ataúd el
tálamo de nuestra boda negra,
con llantos y
suspiros mi alma entre la fosa
dará calor y
vida para tu carne yerta,
y con sus dedos
frágiles de marfil y de rosa
desflorará tus
ojos sonámbulos de muerta!...
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