Poesía
del vino
ERA una tarde clara que pasamos
entre copas de vino;
al descender, el sol
unía su mejilla con la tierra,
alzaba el céfiro los
mantos de las colinas
y el cielo era una espada refulgente.
¡Qué buen lugar para beber,
donde sólo nos ven esas palomas,
las aves que gorjean
y una rama cimbreante,
mientras la oscuridad se bebe
el licor rojo del crepúsculo!
El niño
que fingí llorar
Disculparé a este
picaruelo
que se muestra melancólico,
pues bien sé lo que
intenta su palidez.
Tierno y garboso, a hacer gracias lo
lleva
su travesura y el encanto lo asiste:
con saliva humedece los pétalos de sus
ojos
para imitar el llanto - ¡así sonríen las flores!
–
y piensa que son lágrimas las que
bañan sus párpados,
mas ¿ preparando narcisos puede
obtenerse vino?
El tañedor
de laúd
Acompaña al laúd que tañe con la diestra
con una voz donde derrama tanta
dulzura,
que las palomas, de entusiasmo, se
desvían,
olvidando llevar hasta sus nidos
la comida que traen para sus hijos.
Celos
El crepúsculo tuvo celos
al verme con mi amado
y envió al agua para separarnos y al viento como espía.
Un pino en el jardín
Muestra el jardín la herrumbre
de la fuente
cuyas aguas compiten con la brisa;
y junto a la corriente alza su tronco
un pino que penetra en sus entrañas
Parecen, él y sus raíces,
por donde el agua se derrama en ondas,
una sierpe enroscada con sus crías.
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