(10 de diciembre de 1894, Berlín, Alemania - 1943, Auschwitz, Oświęcim, Polonia)
DE LA OSCURIDAD
De
la oscuridad vengo yo, una mujer.
Llevo
un niño, ya no sé de quién;
en
otro tiempo lo supe.
Pero
no hay más hombre para mí...
Todos
se han hundido a mi paso, como un riachuelo
que
la tierra bebió.
Avanzo,
más y más lejos.
Porque
quiero alcanzar las montañas antes de que se haga
de
día, y ya se apagan las estrellas.
De
la oscuridad vengo yo.
Marchaba
sola por las oscuras callejas
cuando
de pronto se abalanzó una luz, despedazando
con
sus garras la blanda negrura,
el
leopardo a la cierva,
y
una puerta abierta del todo escupió una espantosa
algarabía,
un griterío salvaje, un aullido animal.
Unos
borrachos se revolcaron...
Todo
esto lo sacudí del borde de mis ropas por el camino.
Y
atravesé el mercado desierto.
Las
hojas nadaban en los charcos, que reflejaban la luna.
Perros
flacos, ansiosos, olisqueaban desperdicios
sobre
las piedras.
Pisoteadas,
se pudrían las frutas,
y
un viejo cubierto de harapos seguía torturando
su
pobre instrumento de cuerda.
Cantaba
en voz baja un desafinado lamento,
sin
ser oído.
Y
aquellas frutas que en otro tiempo maduraron al sol,
con
el rocío,
aún
soñaban con el perfume y la dicha de la amorosa flor,
pero
el mendigo quejumbroso
hacía
tiempo que lo había olvidado y no conocía ya
más
que el hambre y la sed.
Ante
el palacio del poderoso me detuve en silencio,
y
cuando pisé el escalón más bajo,
el
porfirio rojo carne estalló, partiéndose
bajo
mi suela.
Me
volví
y
miré hacia arriba, hacia la ventana vacía, la tardía vela
del
pensador,
que
meditaba, meditaba, y jamás se libró de su pregunta,
y
hacia la lamparilla velada del enfermo que, por supuesto,
no
estudió
la
forma en que habría de morir.
Bajo
los arcos del puente
dos
esqueletos horribles se pegaban por el oro.
Yo
alcé mi pobreza como un escudo gris ante mi rostro
y
seguí mi camino sin ser molestada.
A
lo lejos el río habla con sus orillas.
Ahora
tropiezo al subir por el sendero de piedra,
recalcitrante.
Los
guijarros, los matorrales de espinas hieren las manos
que
tantean a ciegas:
esperan
un gruta,
que
en la más profunda hendidura alberga al cuervo
verde
metálico, el que no tiene nombre.
Entraré
ahí,
me
acurrucaré bajo la sombra de sus grandes alas
y
descansaré.
Amodorrada,
escucharé cómo crece la muda voz de mi hijo
y
dormiré, con la frente inclinada hacia el este,
hasta
la salida del sol.
EL ÁNGEL EN EL BOSQUE
Dame
tu mano, tu mano querida, y ven conmigo,
pues
queremos alejarnos de los hombres.
Son
mezquinos, ruines, y su mezquina ruindad nos odia
y
mortifica.
Sus
ojos rondan maliciosos por nuestro rostro y su oído ávido
manosea
las palabras de nuestra boca.
Recogen
beleño...
Así
que huyamos
a
los campos soñadores que, gentiles, con flores y hierba,
confortan
nuestros pies vagabundos,
al
borde del río que, con paciencia, carga sobre su espalda
imponentes
fardos, pesados barcos repletos de mercancías,
con
los animales del bosque, que no murmuran.
Ven.
La
niebla del otoño vela y humedece el musgo con brillos
mates,
esmeralda.
Ruedan
las hojas del haya, tesoro de monedas de bronce dorado.
Por
delante de nuestros pasos, llama roja, temblorosa,
salta
la ardilla.
Alisos
negros, retorcidos, silban junto al pantano
en
el resplandor cobrizo del atardecer.
Ven.
Porque
el sol se ha puesto, se ha acostado en su cueva
y
su aliento cálido, rojizo, se apaga.
Ahora
se abre una bóveda.
Bajo
el arco azul grisáceo entre las coronadas columnas
de
los árboles estará el ángel,
alto,
esbelto, sin alas.
Su
semblante es dolor.
Y
su vestido tiene la palidez glacial de las estrellas
que
centellean en las noches de invierno.
El
que es,
que
no habla, no debe, sólo es,
que
no conoce maldición alguna ni trae la bendición y que no
peregrina
a las ciudades al encuentro de lo que muere:
no
nos mira
en
su silencio de plata.
Pero
nosotros le miramos,
porque
somos dos y estamos desamparados.
Tal
vez
caiga
una hoja seca, marrón, sobre su hombro,
resbale.
Nosotros
la recogeremos y la guardaremos,
antes
de seguir adelante.
Ven,
amigo mío; conmigo, ven.
La
escalera en casa de mi padre es oscura, tortuosa, estrecha,
pero
ahora es la casa de la huérfana, y en ella
vive
gente extraña.
Llévame.
En
la puerta la vieja llave oxidada se resiste
a
mis débiles manos.
Ahora
chirriando se cierra.
Mírame
ahora en la oscuridad, tú, desde hoy mi patria.
Pues
tus brazos se erigirán para mí en muros protectores,
y
tu corazón será mi aposento y tu ojo mi ventana,
por
la que brilla el amanecer.
Y
la frente se alza a tu paso.
Tú
eres mi casa en cualquier calle del mundo, en cualquier
hondonada,
en cualquier colina.
Tú,
mi techo, languidecerás conmigo extenuado
bajo
el mediodía abrasador, te estremecerás conmigo
cuando
azote una tormenta de nieve.
Pasaremos
hambre y sed, juntos resistiremos,
juntos
un día caeremos al borde del camino, cubierto de polvo,
y
lloraremos...
El cisne (traducido del alemán)
¡Oh
cisne!
Florece
en gracia y poder.
¿Fuiste
expulsado del bosque de juncos por Pan
para
florecer como una rosa blanca?
No
dudes:
sobre
las olas cansadas
brilla
una luz sobrenatural;
Esconde
su brillante plumaje.
La
cara de la marea de inundación se hace
más
y más clara para ver.
Ondas
de leche de amapola, se abren ampliamente,
donde
las alas descansaron momentáneamente.
Imagen
de mujer,
canta
la muerte más profunda;
Fuera
del rocío helado
El
dulce silencio gotea de su aliento.
Taza
de plumón,
indefenso,
completamente abandonada.
Ha
olvidado el sonido
y
los sueños al anochecer.
Flotante,
a la deriva,
Cambiado
a gris dorado,
el
cisne está cantando
una
canción cuyo final es la tristeza y la decadencia.
The Blessed (Traducción al inglés)
Estoy
en la oscuridad y solo.
Delante
de mí está la puerta.
Cuando
lo abro, estoy bañado en luz.
Hay
un padre, una madre y una hermana,
un
perro que, tonto, todavía ladra con amabilidad.
¿Cómo
puedo mentir y cómo puedo decir
que
yo, escondido allí en la oscuridad, no he venido a dañarlos?
Me
arrastro por el umbral.
La
nieve florece en mis ojos.
Lo
vi inclinándose ante mí cortésmente;
Cuánto
me dolió eso.
¿Cómo
podría mi corazón encontrar la paz,
cuando
al rededor corrió la voz del viejo?
Vivo
en frialdad
Me
sequé las lágrimas y fui
a
donde el hombre estaba comiendo con su familia.
Fue
tan tranquilo y amoroso una recepción.
Sentí
los violines sonando dentro de mí
Al
principio, tan dulcemente, tan suavemente.
Nunca
volverán a sonar cuando haya terminado.
El
miedo me mojó las manos.
Debajo
de mí, casi podía saborear mi útero.
Una
sonrisa burlona pareció decir: '¿No tienes vergüenza?
¿Qué
has hecho con el anillo de bodas en tu dedo?
Terrible
ladrón, ¿dónde escondiste tu coraje?
¿La
desnudez de mi mano derecha significa muy poco para mí?
Me
sentí tan pobre y desnuda.
Me
revolví en mi silla
y
temblé al pensar qué debía hacer.
La
piedad arañó mi corazón y sacudió mi cuerpo
Como
un árbol en un campo de invierno arrastrado por el viento
Derramando
hojas.
Me
dije que era hora de irnos
Regañando
a mi pálido y desvaído yo por mis pequeñas preocupaciones.
Complacido
conmigo mismo de nuevo, me preparé para la tortura.
La
alegría de eso! ¡Oh, cómo quiero ser
como
un animal y ser feliz de nuevo!
Afilo
mis garras con un cuchillo.
Todavía
es de noche, y esa cosa llamada vergüenza,
no
puedo dejar que se muestre.
Conozco
el tren que atraviesa el bosque.
Salgo
a los carriles insensibles.
Cansado,
me alegro de ir a la cama,
corriendo
por dos palos planos de hierro.
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